Reencarné como la villana y el príncipe quiere matarme. Mi solución: volverme tan poderosa que nadie se atreva a intentarlo. El problema: la supuesta "heroína" es en realidad una manipuladora que controla las emociones de todos. Ahora, debo luchar contra mi destino y todo un reino que me odia por una mentira.
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La Llegada bajo Sospecha
Las puertas de Eldoria se alzaban, menos imponentes que las del norte, pero con una elegancia tallada en piedra clara. La caravana, marcada por la batalla, fue recibida con una mezcla de curiosidad y cautela. El duque Viktor descendió del carruaje con movimientos aún lentos por la herida, pero con la dignidad intacta. En sus brazos, cargaba a Irina, que dormía profundamente, su rostro infantil y pacífico en absoluto contraste con el recuerdo de la furia gélida de la víspera.
El rey Osric, un hombre de cabello canoso y rostro afilado como el hacha de su emblema, los recibió en el salón del trono. A su lado, un joven de quizás siete años, de pelo castaño y ojos alerta: el príncipe Elías, heredero al trono.
"Viktor", saludó Osric con una frialdad que no intentó disimular. "No esperaba tu visita. Y menos... en tal estado."
"Osric", respondió el duque, con una inclinación de cabeza igualmente fría. "El viaje fue más accidentado de lo previsto." Su mirada bajó hacia el bulto en sus brazos. "Les presento a mi hija, la Lady Irina. El viaje la ha agotado."
Elías, el príncipe, no pudo evitar una sonrisa al ver a la niña dormida, tan pequeña e indefensa en medio de la tensión entre los dos poderosos. "Parece un ángel", murmuró.
Si supieras, muchacho, pensó Viktor, conteniendo un amargo suspiro.
Una doncella fue llamada para llevar a Irina a sus aposentos. Viktor la entregó con un cuidado que no pasó desapercibido, arropándola una vez más antes de que se la llevaran. Por un momento, su mirada se suavizó. Ella era su ancla en este mar de desconfianza.
Una vez a solas en la sala de audiencias privadas, la máscara de cortesía se cayó.
"Los registros no cuadran, Osric", comenzó Viktor, desplegando unos pergaminos sobre la mesa. "El hierro de mis montañas desaparece en tus puertos. Hay un desfalco y la ruta apunta a Eldoria."
El rey Osric no se inmutó. Sus dedos, enjoyados, golpearon ligeramente la mesa. "Me acusas de robo, Viktor? ¿De robarle a un aliado?"
"Te acuso de no controlar a tus halcones. O de ser uno de ellos", replicó el duque, la voz cargada de la frustración del viaje y la rabia por la emboscada que casi le cuesta la vida a su hija.
La discusión se caldeó. Acusaciones volaban como cuchillos. Viktor estaba convencido de la complicidad de Osric, o al menos de su negligencia voluntaria.
Fue entonces cuando el rey Osric, con una sonrisa fría, abrió un cofre que tenía a su lado. En su interior no había joyas, sino más pergaminos y un medallón con un símbolo grabado: una serpiente enroscada alrededor de una moneda.
"No soy yo quien roba tu hierro, Viktor", dijo Osric, su voz ahora grave. "Soy yo quien ha estado intentando rastrear al verdadero culpable. Y las pruebas no apuntan a Eldoria." Deslizó uno de los pergaminos hacia el duque. "Apunta a un nido de víboras mucho más cerca de ti. A tu propia corte, o a la del rey. La 'Serpiente Dorada', le llaman. Un consorcio de comerciantes sin escrúpulos que opera entre reinos, corrompiendo a nobles menores y desviando recursos."
Viktor cogió el pergamino. Al leerlo, el color se drenó de su rostro. Los nombres, las rutas... todo encajaba de una manera terrible y distinta. No era el reino vecino. Era una amenaza interna, una sombra que se cernía sobre su propia casa y sobre la corona misma.
La rabia que sentía hacia Osric se transformó en un frío y pesado nudo en el estómago. Se había equivocado. Y su error lo había llevado directo a una emboscada... ¿o esa emboscada tenía que ver con esto?
El silencio que llenó la sala era ahora de una cualidad diferente. Ya no era el choque de dos acusadores, sino la incómoda quietud de dos hombres que se dan cuenta de que han estado peleando entre ellos mientras un enemigo común saqueaba a ambos.
"La Serpiente Dorada", repitió Viktor, el nombre sabía a veneno. "Ellos... ¿sabían que yo investigaba? ¿Fue por eso el ataque?"
"Es muy probable", asintió Osric, su animosidad anterior reemplazada por una preocupación compartida. "Querían silenciarte antes de que descubrieras la verdad. O desviar la culpa hacia mí, rompiendo nuestra alianza."
Viktor se dejó caer en una silla, la herida en su espalda punzando con cada latido acelerado de su corazón. No solo había subestimado a su hija. Había subestimado la complejidad de la conspiración que enfrentaba. Y ahora, Irina, con sus poderes y sus secretos, estaba en el ojo del huracán de algo mucho más grande que ambos reinos.
Mientras los dos gobernantes empezaban a trazar un nuevo plan, una sola imagen persistía en la mente del duque: la de su hija, durmiendo plácidamente en una habitación ajena, sin saber que el mundo a su alrededor era mucho más peligroso de lo que ella, incluso con todo su conocimiento, podría haber imaginado.
Irina parpadeó, alejándose de un sueño profundo y sin imágenes. El techo que veía no era el suyo, con sus familiares vigas de madera oscura. Este era más bajo, pintado de un azul pálido. Se incorporó lentamente, notando la suavidad de las sábanas ajenas. El agotamiento mágico aún pesaba en sus huesos, pero la pesadez extrema había pasado.
"Ah, estás despierta."
La voz, juvenil pero serena, la hizo girar la cabeza. Sentado en una silla junto a la ventana, con un libro en las manos, estaba el chico. El príncipe Elías, este tenía una curiosidad relajada en sus ojos castaños.
Irina, acostumbrada a su rol de niña-duquesa, no perdió el compás. Se frotó los ojos con teatralidad.
"¿Y tú quién eres?¿El ángel de la guarda o el espía de mi papá?"
Elías soltó una risa sincera, un sonido mucho más cálido y abierto que cualquier cosa que Alexander hubiera producido.
"Mi padre me dijo que viniera a asegurarme de que no te habían secuestrado los duendes del polvo.Dijo que dormías como un tronco."
Se acercó un poco,sin invadir su espacio. "Soy Elías."
Yo soy Irina, la 'niña del norte que duerme mucho'", respondió ella, con un deje de sarcasmo que voló por encima de la cabeza de Elías, pero que a ella le divirtió.
Él se rió de nuevo. "Te estaba mirando porque... bueno, mi papá y el tuyo se están gritando en la sala de audiencias. Es aburridísimo. Y tú... tenías una expresión muy graciosa, como si estuvieras soñando con perseguir mariposas gigantes."
Irina puso los ojos en blanco, pero una sonrisa jugueteaba en sus labios. Este chico era... diferente.
"¿Y tú qué sabes de mis sueños?Tal vez soñaba con dominar el mundo. Es mucho más interesante que las mariposas."
"¿Dominar el mundo? Suena a mucho trabajo", comentó Elías, apoyando la barbilla en las manos. "Prefiero los libros. Son más tranquilos."
"Los libros están bien", concedió Irina, bajando de la cama y estirándose como un gatito. "Pero la acción es mejor. ¿Tú no peleas con espada? ¿O solo con palabras aburridas?"
Elías se encogió de hombros. "Aprendo. Pero no me gusta mucho. Prefiero la estrategia. Como en el ajedrez."
"El ajedrez es lento.En una pelea real, no te dan tiempo a pensar 'caballo a F3'", replicó Irina, imitando un movimiento de esgrima torpe que hizo reír a Elías.
La charla fluyó con una facilidad sorprendente. Mientras Alexander representaba el deber y la tradición, Elías era curiosidad pura. Le hizo preguntas sobre el norte, sobre la nieve, sobre Alba. Irina, por su parte, respondía con su mezcla habitual de verdades a medias y exageraciones cómicas, inventando historias sobre "ovejas que escupen hielo" y "árboles que cantan por las noches".
Ella lo miraba a veces con desdén, sí. Parecía demasiado... tranquilo. Pero su desdén se iba diluyendo con cada risotada que soltaba él ante sus tonterías. Era agradable, en una forma que no había experimentado antes. No había una misión de supervivencia de por medio, solo dos niños (uno con mente de adulta) cotorreando.
De pronto, se oyeron voces elevadas desde el pasillo. Los dos reyes seguían en su acalorada discusión (aunque ahora eran aliados, la tensión persistía).
Elías hizo una mueca. "Otro rato de eso."
Irina lo miró, y una idea traviesa brilló en sus ojos.
"¿Sabes qué?El mundo puede esperar. ¿Tú tienes algún sitio aquí donde no sea... todo tan serio y aburrido?"
Elías sonrió, con un brillo similar en la mirada.
"El jardín de la torre oeste.Tiene un estanque con ranas que croan fatal. Y la cocinera me guarda pastelitos de miel."
Irina extendió su mano con dramática formalidad.
"Príncipe Elías,lléveme a ese lugar de inmediato. Es una orden de una duquesa."
Elías tomó su mano con la misma solemnidad.
"A sus órdenes,Lady Irina. La liberación de la seriedad aburrida comienza ahora."
Y así, la duquesa del norte y el príncipe de Eldoria salieron sigilosos de la habitación, dejando atrás el peso de las conspiraciones y los reinos, buscando pastelitos y ranas que croaban fatal. Era un respiro. Un momento de genuina y sencilla infancia, que Irina, a pesar de todo, descubrió que necesitaba desesperadamente.
está historia me hizo recordar los procesos que muchos pasamos 😭😭