Thiago Andrade luchó con uñas y dientes por un lugar en el mundo. A los 25 años, con las cicatrices del rechazo familiar y del prejuicio, finalmente consigue un puesto como asistente personal del CEO más temido de São Paulo: Gael Ferraz.
Gael, de 35 años, es frío, perfeccionista y lleva una vida que parece perfecta al lado de su novia y de una reputación intachable. Pero cuando Thiago entra en su rutina, su orden comienza a desmoronarse.
Entre miradas que arden, silencios que dicen más que las palabras y un deseo que ninguno de los dos se atreve a nombrar, nace una tensión peligrosa y arrebatadora.
Porque el amor —o lo que sea esto— no debería suceder. No allí. No debajo del piso 32.
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Capítulo 8
A la mañana siguiente, Thiago se despertó con el pecho oprimido.
El valor del alquiler había sido resuelto. La transferencia hecha. El dolor práctico, resuelto. Pero el malestar en el cuerpo… no.
Se duchó con agua fría. Se puso una camisa azul clara, la que usaba solo en días importantes. Respiró hondo antes de salir. El camino hasta la torre de Ferraz Tech nunca le pareció tan largo. No por el trayecto. Sino por la duda que ahora lo acompañaba en silencio.
Algo había cambiado.
Dentro de él. Y fuera también.
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En la oficina, Clarissa dio los buenos días con una sonrisa discreta, y los analistas ni siquiera se dignaron a mirarlo. Pero Thiago percibió que los susurros habían disminuido. Tal vez por la oficialización del cargo. Tal vez por la postura que él venía manteniendo. O tal vez… porque Gael Ferraz era más respetado que el propio miedo.
Cuando llegó a su mesa, vio la puerta de su sala abierta.
Llamó. Recibió un seco:
— Entra de una vez.
Thiago entró. Esperaba cualquier cosa. Un gesto. Una mirada. Tal vez incluso un resquicio de la conversación de la noche anterior.
Pero lo que encontró fue al CEO de siempre.
Frío. Inalcanzable.
— Organiza los contratos de la reunión de París. Quiero todo en manos a las 10h, sin error. Y revisa los informes del equipo de marketing. Son una broma.
Thiago vaciló por un segundo. — Sobre ayer…
— Ayer no existe. — Gael cortó, sin levantar los ojos del notebook.
La voz era cortante. Glacial. Como si la noche anterior hubiese sido borrada a láser de la memoria.
— No me debes gratitud. Y, si quieres mantener el empleo, tampoco me debes intimidad.
Thiago sintió como si hubiese recibido un puñetazo en el estómago.
Salió de la sala con pasos firmes. Pero por dentro, la sangre hervía.
La ficha comenzó a caer.
No era solo la grosería. No era solo la ayuda silenciosa.
Había un clima. Un subtexto. Un deseo maldito en el aire.
Y por primera vez, Thiago no sabía si quería huir de eso… o entregarse.
Pero, por ahora, eligió lo que siempre eligió:
Quedar en silencio. Y observar.
Porque si Gael Ferraz pensaba que podía enterrar todo debajo de órdenes y arrogancia, estaba equivocado.
Algunas verdades no mueren. Solo aprenden a esperar.
La reunión en el piso 34 comenzó a las 10h02.
Sala acristalada, café servido, siete personas en la mesa, tres en pantallas proyectadas. Era una conferencia con el núcleo de inversiones de la filial en París. Nada fuera de lo normal. Hasta que Thiago entró con los documentos.
Vestía una camisa negra levemente ajustada, pantalón social y un perfume discreto. Los ojos cansados, pero firmes. El portafolio de cuero en la mano. Entregó los papeles con la calma de quien sabe lo que está haciendo.
Y entonces, sintió.
La mirada de Gael. Quemando.
Diferente de todas las otras. No era profesional. No era distraída.
Era… atenta. Personal. Intensa.
Durante la reunión, Thiago se mantuvo discreto, de pie, al fondo de la sala. Pero la tensión flotaba como un campo magnético entre ellos. Gael hablaba, sí — y hablaba bien —, pero erraba datos que nunca erraba. Corregía frases en medio. Tamborileaba los dedos sobre la mesa.
Estaba inquieto. Por primera vez.
Y entonces sucedió.
Uno de los papeles cayó al suelo. Un contrato. Nada de más. Pero Thiago se agachó para recogerlo, y Gael — por reflejo o instinto — siguió el movimiento con los ojos.
No solo los ojos.
Cuando Thiago se levantó, ya lo sabía.
Sabía lo que aquella mirada decía.
Y por primera vez… decidió responder.
Pasó al lado de la silla de Gael para entregar un nuevo informe. Se inclinó un poco más de lo necesario. Suave. Natural. Pero intencional.
Susurró demasiado cerca:
— Corregí el error del gráfico. Sé que al señor le gusta la precisión.
La palabra “precisión” sonó diferente en la sala. Como si estuviese revestida de algo que no era solo trabajo.
Gael se detuvo por medio segundo.
Respiró hondo.
Y respondió, bajo:
— Buena iniciativa.
La voz falló ligeramente. Casi imperceptible. Pero Thiago oyó.
Y sonrió levemente, antes de retroceder.
Cuando la reunión terminó, y todos comenzaron a dispersarse, Gael quedó sentado, inmóvil, mirando los papeles — pero sin leer una sola línea.
Clarissa se acercó a Thiago en la salida.
— ¿Qué fue aquello allí dentro?
— Reunión.
— Sabes que no fue solo eso.
Thiago esbozó una media sonrisa.
— Él quiere control. Pero su cuerpo está comenzando a contar la verdad.
Clarissa lo miró fijamente, seria.
— Cuidado, Thiago.
— Lo estoy teniendo. Hasta de más.
Y mientras bajaba de vuelta al piso 32, sentía el corazón latir fuerte.
No era más solo miedo.
Era poder. Sutil. Tenso. Peligroso.
Y ahora, él también estaba jugando.