Kaela Norwyn nunca buscó la verdad. Pero la verdad la encontró a ella.
Tras la muerte de su madre, Kaela inicia un viaje hacia lo desconocido, acompañada por un joven soldado llamado Lioran, comprometido a protegerla… y a proteger lo poco que queda de un apellido que muchos creían extinto. Lo que comienza como un viaje de descubrimiento personal, pronto se transforma en una carrera por la supervivencia: antiguos enemigos han regresado, y no todos respiran.
Perseguidos por seres que alguna vez estuvieron muertos —y no por decisión propia—, Kaela y Lioran desentrañan un legado marcado por pactos silenciosos, invocaciones prohibidas y una familia que hizo lo impensable para mantener a salvo aquello que debía permanecer oculto.
Entre la lealtad feroz de un abuelo que nunca se rindió, el instinto protector de un perro que gruñe antes de que el peligro se acerque, y el amor contenido de un joven
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Capitulo 8
La noche había caído en el Vado Gris, y dentro de la sala de música de la gran casa de los cipreses, reinaba un silencio solemne. Las cortinas rojas atenuaban la luz exterior, y la chimenea chispeaba suavemente, proyectando sombras doradas sobre las paredes forradas de madera. Hacía años que esa sala no se usaba, y sin embargo, aquella noche, parecía hecha para lo que estaba por suceder.
Kaela se sentó en un diván amplio, con una carpeta de cuero oscuro sobre las piernas. A su lado, muy cerca, Lioran se acomodó sin decir nada, con la espalda recta y las manos apoyadas sobre sus rodillas. No estaba allí como guardaespaldas. Estaba allí como quien pertenece.
Al frente, en un sillón de respaldo alto, Eldran los observaba en silencio. El rostro del anciano, siempre duro, ahora se suavizaba apenas, marcado por el peso del tiempo. Entre los tres, en el suelo, Niebla permanecía tumbado, con las orejas erguidas, como si entendiera la importancia de la velada.
Kaela abrió la carpeta con cuidado. Entre papeles, registros y símbolos familiares, encontró un sobre distinto: sellado con cera azul, desgastado por los años. La caligrafía, elegante y firme, decía:
Para mis futuros nietos,
cuando el tiempo los traiga de regreso.
—Aelira Norwyn
El aliento se le detuvo en el pecho.
—Es de ella… —murmuró—. De mi abuela.
Eldran levantó la mirada, clavándola en el sobre como si no creyera lo que veía. No habló, pero el leve temblor en sus dedos fue más revelador que cualquier palabra.
—¿Puedo leerla en voz alta? —preguntó Kaela, mirando a ambos.
Eldran asintió. Lioran, a su lado, bajó un poco la cabeza, en señal de respeto.
Kaela rompió con delicadeza el sello y desplegó el papel. Su voz, al comenzar a leer, era suave… pero clara.
"Si estas palabras están siendo leídas, entonces el tiempo nos ha separado… pero no del todo. La sangre sigue su curso, aunque las generaciones nos dividan."
"Fui Aelira de Norwyn, esposa de Eldran, madre de Aelira la joven, y si los hilos se han cruzado correctamente… abuela de quien sostiene esta carta."
Kaela tragó saliva, pero continuó.
"Escribo esto desde un tiempo oscuro. La guerra se aproxima, las casas se resquebrajan, y los nombres que una vez protegieron… ahora corren peligro por lo que saben."
"Quizá mi nombre no se recuerde como guerrera, ni como señora de tierras, pero si alguna vez se dice con ternura… ya será suficiente."
"A ti, nieto o nieta, te dejo algo más que esta carta: te dejo el testimonio de que venimos de raíces profundas. Que fuimos guardianes de secretos, sí, pero también de la compasión, de la sabiduría, de la templanza."
"Si estás leyendo esto… no cargues sola el peso de lo que fuiste destinada a descubrir. El legado no se lleva con orgullo, sino con propósito."
"Y no dejes que nadie te diga con quién caminar. Si encuentras a alguien que te vea con verdad… y no con miedo, entonces sabrás que es ahí donde empieza tu casa."
"A ti, Eldran… si tú también estás leyendo esto… gracias por no olvidar. A veces el amor no tiene forma de escudo, sino de espera."
"Con toda la esperanza que no me dejaron sembrar,
—Aelira"
El silencio fue absoluto.
Kaela bajó la carta con las manos temblorosas. Sus ojos brillaban, pero no lloró. Lioran, a su lado, le ofreció su mano. Ella la tomó sin dudar.
Eldran no se movía. Sus ojos estaban fijos en el fuego, y sus labios apretados como si contuvieran algo más antiguo que el dolor: una promesa no cumplida.
Kaela dobló la carta y la sostuvo contra su pecho un momento.
—Ella sabía —dijo, en voz apenas audible—. Sabía que vendríamos.
Eldran finalmente habló, la voz más quebrada que nunca:
—Ella siempre vio más lejos de lo que yo fui capaz.
Kaela se incorporó un poco, extendiendo la carta hacia él.
—Guárdala tú. Pero prométeme que me dejarás leerla cuando lo necesite.
Eldran tomó el sobre con ambas manos, como si sostuviera un fragmento de alma.
—Lo prometo.
Niebla se levantó y se acercó a Kaela, apoyando suavemente la cabeza en su regazo. Ella lo acarició sin dejar de mirar el fuego.
Lioran, aún junto a ella, dijo en voz baja:
—Tu abuela hablaba como quien sabía que sus palabras iban a sobrevivirla.
Kaela asintió.
—Y lo hicieron.
En la sala de música, bajo las sombras de los recuerdos y la calidez del fuego, tres generaciones de los Norwyn —una ausente, una sobreviviente, una naciente— compartían por fin un instante de paz.
Y aunque los peligros aún acechaban fuera de esas paredes, el corazón de la casa había vuelto a latir.
**
Tres semanas habían pasado desde que Kaela había empezado a trabajar codo a codo con su abuelo. Tres semanas de documentos, contratos, visitas a fábricas, discusiones de precios, análisis de rutas de distribución y madrugadas encerrados entre papeles y mapas.
Pero Kaela no se rendía. Al contrario: brillaba.
Con cada cifra memorizada, con cada decisión acertada, Eldran la miraba con una mezcla de orgullo mal disimulado y asombro genuino. A veces solo murmuraba “bien hecho”, otras solo alzaba una ceja… pero Kaela ya había aprendido a leer esos gestos como su versión personal de un abrazo.
Y Lioran… Lioran estaba siempre ahí. Eficiente, confiable, respetado incluso por los contadores más viejos. Aunque Eldran jamás lo llamaba por su nombre.
—Kaela, ¿dónde está el ladrón que se robó tu sombra hoy? —preguntaba con tono seco cada vez que no veía a Lioran a su lado.
—En la sala de envíos, supervisando el cierre de registros del mes, abuelo.
—Mmh. Robando números también, claro.
Pero esa mañana, después de revisar un informe impecable, Eldran cerró su libro de contabilidad con un suspiro más relajado que de costumbre.
—Han trabajado bien. Ambos. Y si quiero que mantengan ese ritmo, necesito darles un día de descanso.
Kaela alzó la mirada.
—¿En serio?
—Un día. No más. Recorran la ciudad. Vayan a los mercados, coman algo que no huela a tinta… y tú, ladrón, procura no secuestrar a mi nieta en el proceso.
—Lo intentaré con todas mis fuerzas —respondió Lioran, muy serio.
Eldran bufó, pero no escondió una pequeña sonrisa al girarse.
La ciudad del Vado Gris estaba especialmente viva aquella tarde. Las fábricas descansaban, los niños corrían por las plazas, los músicos ambulantes tocaban en las esquinas, y el aire llevaba olor a pan caliente, algodón limpio y flores silvestres.
Kaela y Lioran caminaron por los canales, probaron dulces especiados en el mercado, escucharon a un anciano contar cuentos junto a una fuente, y se detuvieron en un pequeño puente de hierro desde donde se veía todo el valle.
Niebla los seguía con su andar orgulloso y lento, olfateando cada puesto y saludando a cada niño con un meneo de cola solemne.
Ya cuando el sol comenzaba a inclinarse hacia el oeste, Kaela se sentó en el borde del puente, con las piernas colgando sobre el canal.
—Gracias por este día —dijo—. No sabía cuánto lo necesitaba.
Lioran se sentó junto a ella, en silencio por unos segundos.
—Yo tampoco. Pero no por el descanso… —dijo—. Por tener tiempo contigo… sin el peso de todo lo que somos.
Ella lo miró. Había algo distinto en sus ojos. Más directo. Más claro.
—Kaela —dijo él—. He querido decirte algo desde antes de llegar a esta ciudad. Pero cada vez parecía que no era el momento… o que no debía. Pero ahora…
Ella esperó.
—No sé lo que seremos —continuó—. Ni sé si algún día alguien dejará de juzgarnos por lo que tenemos entre nosotros. Pero lo que siento por ti… es verdadero. Y cada día crece.
Kaela bajó la mirada, sonriendo levemente.
—Lioran… yo también—
Pero no pudo terminar.
Porque justo cuando él se inclinó suavemente para rozarle la frente con un beso —no invasivo, no apasionado, sino lleno de respeto— una gran lengua húmeda interrumpió el momento, lamiendo la frente de Kaela con entusiasmo perruno.
Ella parpadeó.
Lioran se quedó congelado.
Niebla se sentó entre ellos, moviendo la cola feliz y jadeando como si acabara de salvar el mundo de una tragedia inevitable.
Kaela no aguantó y soltó una carcajada tan genuina y libre que Lioran, a pesar de sí mismo, terminó sonriendo.
—¡Niebla! —protestó Lioran—. ¡¿Era necesario?!
El gran San Bernardo respondió con un ladrido suave y otro lametón en la mejilla de Kaela, como si marcara territorio.
—Parece que alguien más tiene celos —bromeó Kaela, riendo mientras se limpiaba la frente—. Y no eres tú.
—Esto es sabotaje emocional —gruñó Lioran, pero los ojos le brillaban.
Kaela se inclinó un poco hacia él, divertida.
—Al menos sabes que no estás solo en querer cuidarme.
—Cuidarte, sí. Besarte, parece que aún necesito permisos especiales.
—Te los estás ganando —dijo ella, en voz baja.
Y entonces Niebla se tumbó sobre sus patas entre ambos. Como si dijera: pueden seguir hablando… pero de aquí no pasa nadie sin mi aprobación.
**
La tarde los envolvió con su calma. El canal reflejaba los últimos rayos dorados del día, y Kaela, con la frente aún húmeda por un beso canino no solicitado, se sentía más feliz de lo que hubiera creído posible tres semanas atrás.
Y aunque Lioran no consiguió besarla…
consiguió algo más importante:
hacerla reír.
Y quedarse a su lado.