Tras una traición que marcó su vida, Aurora Madrigal, una joven empresaria y madre soltera, lucha por sacar adelante la empresa que su padre le dejó antes de morir. Su mundo parece desmoronarse hasta que aparece Félix Palacios, un misterioso inversionista con un pasado que nadie conoce y un poder que pocos se atreven a enfrentar.
Lo que comienza como una alianza de negocios, pronto se transforma en un vínculo profundo, intenso e inevitable. Pero el amor entre ellos se ve amenazado por una red criminal liderada por Fabiola Montero, una mujer que arrastra un oscuro pasado con Aurora y está dispuesta a destruirla a cualquier costo.
Mientras las traiciones salen a la luz, los enemigos se acercan y las pasiones se desbordan, Aurora y Félix deberán luchar no solo por el éxito de su empresa… sino por su propia vida y por el amor que jamás pensaron encontrar.
Una historia de romance, venganza, secretos, traición y redención.
¿Hasta dónde llegarías por proteger a quien amas?
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Capítulo 8
Capítulo 8
NARRADOR.
Los días comenzaron a transcurrir rápidamente, casi sin que Félix lo notara, el rancho Palacios estaba yendo muy bien. Las siembras habían tenido éxito: grandes extensiones de terreno se llenaban de verde, como un océano de optimismo que emergía del suelo. Cada mañana, Félix paseaba por los cultivos, con las mangas de la camisa arremangadas y los pantalones cubiertos de barro, luciendo una sonrisa de satisfacción. Tras semanas de trabajo constante, el maíz crecía vigorosamente. Según las previsiones meteorológicas, la lluvia podría llegar en cualquier momento. Si esto continuaba así, tendrían una cosecha excelente.
Al menos, eso pensaba la mayoría.
Esa noche, el calor era insoportable. A pesar de los meses sin lluvia, el ambiente era diferente más pesado, más agobiante, Félix despertó empapado en sudor. Se sentó en la cama, sintiéndose pegajoso y con dificultad para respirar. El aire acondicionado de la finca se había apagado semanas antes para ahorrar electricidad, así que todas las ventanas estaban abiertas, buscando cualquier aire fresco que la noche pudiera ofrecer.
Se levantó y se dirigió rápidamente al baño. Se ducha velozmente, dejando que el agua fría lo refrescara. Al salir, con el torso al descubierto y el pelo goteando, algo captó su atención.
Una luz rojiza a lo lejos. Una luminosidad que no era de la luna ni de las farolas. Se acercó a la ventana… y entonces lo vio.
—¡Dios mío…!
Una nube de humo ascendía en el horizonte. Llamas. Fuego. Y no en cualquier lugar: era su propiedad. La tierra que habían cultivado, la tierra que tenían la esperanza que los salvara.
Félix corrió hacia el armario, se puso unos vaqueros, las botas de trabajo, y salió apresuradamente por el pasillo. Golpeó con fuerza la puerta del cuarto de sus padres.
—¡Papá! ¡Mamá!
Victoria fue quien abrió, con la bata puesta de forma desordenada y los ojos llenos de sueño.
—¿Qué ocurre, hijo? ¿Por qué golpeas así? Son las dos de la mañana…
—No te alarmes, mamá, pero… creo que los cultivos están en llamas. Desde mi ventana veo fuego. Y el humo… ya se acerca.
Victoria se puso pálida.
—Ve adelante. Yo llamaré a tu padre para que te alcance. ¡Corre!
Félix asintió y bajó corriendo las escaleras. Golpeó fuertemente la puerta del anexo de su hermana.
Sergio abrió, molesto y despeinado.
—¿Qué diablos ocurre?
—¡Muévete! ¡La siembra se está quemando!
Sin esperar respuesta, Félix dio la vuelta y corrió hacia donde descansaban los trabajadores. Tocó puertas, gritó nombres. Los hombres salieron al instante, algunos todavía vistiéndose.
Don Eduardo llegó jadeando, medio vestido. Junto con su hijo y los trabajadores, se subieron a las dos camionetas. No había tiempo para preparar caballos. La urgencia era total.
Al arribar al campo, un profundo horror paralizó a todos por un instante.
Las llamas devoraban sin piedad.
Las llamas tronaban como bestias famélicas, elevándose en tonos naranjas contra el cielo sombrío. Más de la mitad de la cosecha había sido destruida, y el viento solo intensificaba la furia del fuego.
—¡Tomen palas! ¡Busquen las mangueras! ¡Movámonos! —gritó Félix.
Contactó a los bomberos y se apresuró a conectar la manguera al tanque de agua.
Don Eduardo, sin dudar un momento, se lanzó a rescatar a los animales de los corrales cercanos, conduciéndolos hacia el área opuesta del rancho.
Era un caos total.
Los hombres laboraban incansablemente, usando palas para frenar el fuego, lanzando agua, y cubriendo sus rostros con pañuelos húmedos. No obstante, todo era en vano.
El fuego avanzaba como una bestia indomable.
Cuando los bomberos finalmente llegaron, casi no quedaba nada a salvo.
El humo comenzaba a despejarse cuando don Eduardo se separó del grupo. Tenía la cara cubierta de ceniza, con manos enrojecidas y quemadas. Caminaba entre los restos carbonizados, arrastrando los pies sobre la tierra oscura, como si se negase a aceptar la escena.
De repente, se desplomó de rodillas en el arrasado campo.
—No… no es posible… —murmuró.
Y entonces un dolor intenso lo atravesó como un rayo. Se llevó la mano al pecho. Su respiración se detuvo.
Félix lo observó desde lejos. Corrió gritando:
—¡Papá! ¡Papá!
Llegó a su lado justo cuando don Eduardo se desmayaba en el suelo.
—¡No! ¡Papá, por favor! ¡Resiste!
Con desesperación lo levantó en brazos. Corrió hacia los bomberos, que aún estaban recogiendo sus cosas.
—¡Ayuda! ¡Por favor, ayuda! ¡Mi padre… ha perdido el conocimiento!
Un paramédico se acercó rápidamente, le tomó el pulso… y su expresión cambió de inmediato.
—Lo siento. No tiene pulso. Creo que… ha tenido un infarto. Ha fallecido.
—¡No! ¡No, no! ¡Mi padre no ha muerto! ¡Reanímelo! ¡Utilice esos equipos! ¡No se atreva a decírmelo!
El jefe de bomberos asintió, dando órdenes. Intentaron revivirlo una y otra vez. Pero el corazón de don Eduardo ya no latía.
El cielo comenzaba a aclararse cuando la ambulancia llegó, la tierra aún estaba humeante, y el campo parecía un cementerio de esperanzas.
Y entonces ocurrió lo más terrible.
Victoria llegó corriendo al lugar y al ver cómo ingresaban el cuerpo de su esposo en una bolsa negra, se detuvo de golpe. Sus ojos se agrandaron. Sus labios temblaron. Y luego, sin poder pronunciar palabra, se llevó la mano al pecho y se desplomó en el suelo.
—¡Mamá! —gritó Félix.
Los paramédicos reaccionaron de inmediato, Victoria aún tenía pulso, aunque muy débil.
—¡Es urgente llevarla! —ordenó uno—. Si no llegamos al hospital pronto, también la perderemos.
Félix estaba perdido, sintiendo que su mundo se desmoronaba.
—Isaura —dijo con la voz temblorosa, mirando a su hermana que había llegado poco antes—. Por favor, acompaña a mamá al hospital. Yo. . . necesito ocuparme de papá.
Ella hizo un gesto de aprobación en silencio, demasiado afectada para protestar.
En solo una noche, la familia Palacios había perdido todo: La tierra. . . La cosecha. . . El padre que había trabajado duro para construirlo todo. . . Y la madre que ahora luchaba entre la vida y la muerte.
Y mientras el sol salía sobre el rancho destruido, Félix, parado en medio de las cenizas, sintió que su mundo nunca volvería a ser como antes.
Te felicito Autora por tan bella novela gracias por compartir ese talento con todas tus lectoras Dios te bendiga siempre 🫂😘🙏🇻🇪💐