Toda mi vida deseé algo tan simple que parecía imposible: Ser amada.
Nací en mundo de edificios grises, calles frías y rostros indiferentes.
Cuando apenas era un bebé fui abandonada.
Creí que el orfanato sería refugio, pero el hombre que lo dirigía no era más que un maltratador escondido detrás de una sonrisa falsa. Allí aprendí que incluso los adultos que prometen cuidado pueden ser mostruos.
Un día, una mujer y su esposo llegaron con promesas de familia y hogar me adoptaron. Pero la cruel verdad se reveló: la mujer era mi madre biológica, la misma que me había abandonado recién nacida.
Ellos ya tenian hijos, para todos ellos yo era un estorbo.
Me maltrataban, me humillaban en casa y en la escuela. sus palabras eran cuchillas. sus risas, cadenas.
Mi madre me miraba como si fuera un error, y, yo, al igual que ella en su tiempo, fui excluida como un insecto repugnante. ellos gozaban de buena economía, yo sobrevivía, crecí sin abrazos, sin calor, sin nombre propio.
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Capitulo: 12
El murmullo de la servidumbre llenaba los pasillos aquella mañana. La joven hija del duque, todavía adaptándose a su nueva vida, había recibido una invitación inesperada: una fiesta de té organizada por Lady Celeste, la hija de un conde cercano.
En cualquier otra circunstancia, esa invitación hubiera sido motivo de orgullo para una niña de su edad. Sin embargo, la protagonista lo sabía bien: aquella reunión no era un gesto de amistad, sino una trampa. En la novela que había leído en su otra vida, ese encuentro era recordado como uno de los episodios más humillantes de la pequeña duquesa. Allí, frente a todas las niñas de la nobleza, fue ridiculizada, tachada de villana, y condenada a ser rechazada por la alta sociedad.
“Esta vez no…”, pensó mientras la doncella ajustaba los lazos de su vestido blanco con bordados en azul. Su corazón latía con fuerza, pero su mirada estaba firme.
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El carruaje de la familia ducal la llevó hasta la residencia del conde. La mansión estaba adornada con guirnaldas de flores y mesas cubiertas de encajes delicados. Al bajar, notó cómo varias miradas se posaban en ella, algunas cargadas de curiosidad, otras de burla apenas disimulada.
Lady Celeste la recibió con una sonrisa radiante que no alcanzaba sus ojos.
—¡Qué alegría que hayas podido venir! —exclamó con dulzura fingida, tomando su mano con delicadeza.
—Gracias por invitarme —respondió la niña con calma, aunque por dentro reconocía la falsedad en cada palabra.
El jardín estaba lleno de niñas nobles, todas vestidas con colores suaves y perfumes caros. En la mesa principal, las tazas de porcelana brillaban bajo el sol, y los dulces parecían sacados de un cuadro. Pero el ambiente era denso: risas apagadas, susurros, y miradas cómplices que se dirigían hacia ella.
—Dime, ¿ya te disculpaste con tus sirvientes por tus… travesuras pasadas? —preguntó Celeste, en voz lo bastante alta para que todas escucharan.
Un murmullo recorrió el grupo. La pregunta era una trampa evidente: recordaba perfectamente cómo, en la historia original, la niña respondía con ira, confirmando la imagen de villana cruel.
La protagonista apretó la taza entre sus manos, pero en lugar de perder el control, sonrió suavemente.
—Sí, lo hice. —Sus palabras sorprendieron a todas—. Y aunque no todas aceptaron mis disculpas, sigo intentándolo cada día. No es fácil corregir los errores, ¿verdad, Lady Celeste?
La anfitriona parpadeó, descolocada. Unas cuantas niñas intercambiaron miradas confundidas. Esa no era la respuesta que esperaban.
Celeste, sin rendirse, chasqueó los dedos y una sirvienta apareció con un pequeño pastel adornado con frutas.
—Este es para ti —dijo con aparente generosidad.
La protagonista sabía lo que vendría: en la novela, ese pastel había sido manipulado para manchar su vestido, provocando las risas de todas las presentes. Pero ahora estaba alerta.
Con calma, tomó el plato, lo sostuvo con firmeza y agradeció con una inclinación elegante.
—Eres muy atenta, Lady Celeste. Compartiré este pastel contigo, así todos podemos disfrutarlo.
Antes de que Celeste pudiera reaccionar, partió el pastel en dos y le ofreció la mitad con una sonrisa inocente. El rostro de la anfitriona se tensó, y algunas niñas reprimieron carcajadas al ver cómo el plan se le desmoronaba.
La tarde continuó con juegos y conversaciones, y aunque los intentos por humillarla se repitieron, la niña supo esquivar cada provocación con paciencia y madurez. Sus respuestas, lejos de ser arrogantes, eran tan educadas y astutas que más de una de las invitadas empezó a mirarla con respeto.
Cuando la fiesta terminó y regresó a su carruaje, la protagonista respiró aliviada. Había sobrevivido al escenario que antes la había condenado.
Miró por la ventana, viendo cómo el paisaje pasaba frente a sus ojos.
—Tal vez no logre que todos me quieran… —susurró—. Pero sí puedo demostrar que no soy la villana que creen.
Y en algún lugar de la mansión del conde, Lady Celeste apretaba los dientes, decidida a no dejar que aquella “niña cambiada” le arrebatara la atención de la sociedad.