Luego de una decepción amorosa Lila viaja a Londres buscando la contención de su padre pero en el camino encuentra algo más que solo amor y contención familia. Una nueva historia da comienzo en medio de toda su crisis sentimental.
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capítulo 8
La fiesta comenzaba a diluirse como un espejismo cuando Dimitri y Vladímir, tras varios intentos fallidos de convencer a las chicas de marcharse, tomaron una decisión inevitable: unirse al caos. En parte por resignación, en parte porque, al final del día, también eran jóvenes... y humanos.
Carla fue la primera en notar el cambio de actitud.
—¡Aleluya! ¡Los serios decidieron vivir un poco! —gritó entre risas, levantando su copa mientras arrastraba a Dimitri de la mano hacia el centro de la pista—. Vamos, Dimi, muéstrame si tus caderas también saben negociar.
Dimitri soltó una carcajada, algo muy poco común en él. El alcohol ya había empezado a nublarle la lógica y, para su sorpresa, no se sentía mal. Bailaba al compás de la música, siguiendo a Carla sin cuestionar, embelesado por su energía arrolladora, por la risa que brotaba de sus labios con naturalidad, por la forma en que todo en ella parecía estar vivo. Había logrado derribar cada muro con una simple sonrisa... y un vestido demasiado corto.
A metros de ellos, Lila reía abrazada a Vladímir, cantando con fuerza el coro de una canción que claramente ni conocía. Vladímir, aunque había tomado, seguía siendo el más consciente de los cuatro. Por eso, cuando el DJ anunció la última canción y la pista comenzó a vaciarse, tomó el celular y fue hasta recepción. Con su tono sobrio y elegante pidió dos habitaciones. Sabía que volver a la mansión con Lila en ese estado era una receta para el desastre.
Minutos después, regresó y encontró a los otros tres aún en la pista, riendo, abrazados, sin preocuparse por nada.
—Hora de irnos —dijo con tono autoritario.
—¿Qué? ¿Ya te aburriste de bailar, abogado? —bromeó Carla, pasando su brazo por los hombros de Dimitri.
—No. Me aburrí de que no podamos caminar en línea recta.
Los cuatro subieron al ascensor. El ambiente dentro era eléctrico. Dimitri apoyó la espalda contra la pared metálica, y Carla, sin previo aviso, lo besó. No fue un beso suave ni tímido. Fue intenso, juguetón, como todo en ella. Lo acorraló en una esquina, sosteniéndolo por la camisa con una sonrisa cargada de deseo.
—Carla... —murmuró él, entre sorprendido y tentado.
Lila observó la escena con una sonrisa traviesa. Se acercó a Vladímir y, con un codazo, susurró:
—Dios… deberíamos darles privacidad.
Vladímir frunció el ceño, incómodo. Tosió intencionalmente, esperando que se separaran. No lo logró. Cuando llegaron al piso indicado, fue Dimitri quien tomó la iniciativa. Le arrancó de la mano la llave que sostenía Vladímir y dijo con tono tajante:
—Busca otra habitación.
Luego, miró a su hermana.
—Tú y yo hablaremos después.
Lila puso los ojos en blanco, como si no le afectara. Buscó su llave y caminó por el pasillo. Al encontrar la habitación, gritó por encima del hombro:
—Abogado… ven, es esta.
Vladímir dudó un segundo, luego la siguió.
—Creo que es mejor que me vaya —dijo cuando ella abrió la puerta.
Pero Lila le tomó la mano y, con una fuerza sorprendente, lo arrastró dentro antes de que pudiera protestar. Cerró la puerta detrás de él.
—Puedes dormir en la cama. Yo me quedaré en el sofá. Voy a darme una ducha.
Sin darle tiempo a replicar, se metió en el baño. Vladímir, perplejo, se quitó el saco y se sentó en el sillón, masajeándose las sienes. Esa chica era una tormenta.
Estuvo allí por un largo rato, con la cabeza apoyada en la mano, hasta que escuchó la puerta del baño abrirse. Lila salió envuelta en la bata blanca del hotel. El vapor todavía flotaba tras ella, y su piel brillaba por el calor reciente del agua. Caminó con pasos lentos hasta él, y sus ojos, normalmente vivaces, ahora eran dos llamas suaves, profundas.
—Dime, abogado... ¿te parezco linda?
Vladímir la miró desconcertado.
—¿Qué?
—Quiero saber si te gusto.
Avanzó hasta quedar justo frente a él. El ambiente se volvió espeso, denso. Lila, sin apartar la mirada, desató lentamente el cinturón de la bata. La tela se deslizó por su cuerpo hasta caer al suelo, dejando su figura completamente expuesta ante él.
Vladímir se quedó inmóvil, la mirada prendida en su piel desnuda, en la curva de su cintura, en los pequeños temblores que recorrían su abdomen.
—Lila... cúbrete, por favor.
—No —susurró—. Quiero saber qué se siente. Quiero sentir que alguien me mira con deseo.
—¿Cómo?
—Quiero saber qué se siente estar con alguien que te ve... y me veas tú, Vladímir. Porque tú no me miras como los demás. Y hoy... solo quiero eso. Que alguien me vea de verdad.
Dio un paso más, y luego otro. Se arrodilló frente a él, colocando sus manos sobre sus muslos, elevando el rostro hacia el suyo.
—¿Sabes que juegas con fuego? —dijo él, con voz ronca.
—Lo sé. —Su mirada no titubeó—. Dime... ¿quieres quemarte conmigo?
La frase fue un susurro cargado de vulnerabilidad y anhelo.
Vladímir cerró los ojos un segundo. Su mente le gritaba que se alejara, que ella no estaba en su juicio. Que había bebido, que estaba dolida, que buscaba llenar un vacío con una decisión impulsiva. Pero también estaba su cuerpo, reaccionando con fuerza a la cercanía, a la belleza, a esa mirada valiente y frágil al mismo tiempo.
La tomó entre sus brazos con delicadeza, elevándola sin esfuerzo. La sostuvo con fuerza, con una mezcla de ternura y contención.
—No soy el tipo de hombre que aprovecha a una mujer vulnerable —dijo mientras la llevaba a la cama—. No voy a hacer esto contigo... no así.
—Pero yo quiero... te quiero a ti.
—Lila, no sabes lo que dices.
—Sí lo sé. Llevo toda la vida esperando a que alguien me mire como tú lo haces... como si no tuviera que ser perfecta. Como si pudiera ser yo.
Vladímir la dejó sentada sobre la cama y se agachó frente a ella. Tomó su rostro entre las manos y dijo:
—Eres hermosa. Pero no quiero que te despiertes mañana sintiéndote usada o arrepentida. Quiero que cuando pase — dijo con la seguridad de que era algo de que sabia que iba a pasar—, sea porque estás lista. Porque no sea un escape. Porque puedas mirarme sin esa sombra de tristeza.
Ella tragó saliva, y por primera vez en toda la noche, sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¿Por qué eres así?
—Porque me importas.
La cubrió con la manta de la cama y se sentó a su lado. Ella se recostó, llorando en silencio.
Él se quedó allí, en silencio, hasta que la escuchó respirar con regularidad. Se recostó a su lado, sin tocarla, mirando el techo. Su cuerpo ardía, pero su conciencia estaba en paz.
Porque la había visto. Realmente la había visto. Y había decidido cuidarla.
Aunque eso significara alejarse del fuego por una noche más.
dañó a su familia por un desliz que ni siquiera fue seguro.
Su madre se merecía eso por dañar todo.
Pero Lila no
Básicamente ellos dañaron la relación de sus hijos.
TODO.
Ella traicionó a su familia, y luego hizo escoger a sus hijos, más que nada el hecho de que el otro se enteró de la peor forma, no fue capaz de nada.
le segunda el padre al no ser fuerte y dejarla a tiempo, que dañó a sus hijos.
y para colmo ella se descarga con su hermano que no tiene culpa, no es obligación querer hablar con su madre
Que fastidio cuando dices algo y no cumplen, yo me largaba de ahí 🙄🙄
dos hermanos y ahora con quién. dioooooos que dilema