Sofía es una joven que ha crecido en la soledad de la orfandad, enfrentándose a una serie de tormentos internos que la han marcado desde su infancia. En su búsqueda de pertenencia y amor, se cruza con Lucius, un enigmático hombre que posee una esencia sombría y que, a lo largo de su vida, jamás ha experimentado la calidez de los sentimientos. A medida que sus caminos se entrelazan, Sofía se enfrenta al desafío de luchar contra la atracción que siente hacia él y las sombras que parecen rodearlo. ¿Podrá encontrar la fuerza necesaria para resistirse a su cautivadora belleza y, al mismo tiempo, desentrañar los misterios de su alma oscura, o sucumbirá a su hechizo, perdiéndose en el abismo de su atracción?
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sin opiniones
Sofía permaneció en silencio, ya que habían llegado al orfanato y lo que menos quería era que Roberta escuchara algo que pudiera comprometerla a ella o la madre Yolanda.
Mientras observaba a las niñas corretear alegremente por el jardín, un suspiro se escapó de sus labios. Nunca había salido del orfanato más que para ir al mercado, lo cual no le daba la oportunidad de conocer el mundo exterior. Además, no había tenido ningún contacto con hombres, ya que en el lugar donde vivía solo había niñas.
Mientras caminaba por los pasillos, de repente oí la voz de Roberta resonando detrás de mí, pero decidí no girar la cabeza para mirarla.
—¡Madre Yolanda, qué bien que llegué! Usted y yo necesitamos hablar de inmediato —exclamó Roberta con un tono enérgico y firme.
—¡Sí, señorita! —respondió Yolanda, mientras le pasaba las bolsas a Catalina.
La madre Yolanda siguió a Roberta hasta su oficina y la observó mientras se sentaba.
—Madre Yolanda, sabes muy bien que Sofía ya ha alcanzado la mayoría de edad. Ya no podemos mantenerla aquí, y lo que es peor, se ha convertido en una persona bastante difícil de manejar, sin mencionar que ha comenzado a dedicarse al robo —dijo Roberta, dirigiendo una mirada seria hacia Yolanda.
Señorita Roberta, soy consciente de la situación. Solo le solicito un par de días para que mi niña pueda irse, mientras yo busco un trabajo. Eso es todo lo que pido. Yolanda pronunció estas palabras con un profundo pesar en el pecho, ya que era plenamente consciente de que Roberta tomaría esa decisión.
Lo haré todo por ti, pero eso si la comida y los gastos salen de tu salario, ¿por qué yo no puedo cubrir esos gastos? Pero si ella no se va en dos días la llevaré a trabajar con don Gastón o la echaré ala calle de donde es.—dijo Roberta, suspirando.
Yo le agradezco, pronunció Yolanda, mientras salía con una profunda sensación de angustia que se reflejaba en su rostro. Su voz, aunque firme, llevaba un peso emocional que parecía evidente en cada palabra que decía. La preocupación y el desasosiego la acompañaban en ese instante, intensificando su expresión al dejar el lugar.
Mientras tanto, Sofía entró a la cocina junto a su amiga Catalina.
Con una mezcla de nerviosismo y sorpresa, Sofía miró a Catalina y expresó: “¡la madre, Yolanda, quiere que me case!”
Catalina, visiblemente sorprendida por la revelación, inquirió: “¿Pero con quién?”
Sofía, sintiéndose aún más confundida, respondió: “No tengo ni idea. Ni siquiera he visto a un hombre en mi vida. Simplemente me lo dijo de repente.”
Mientras tanto, en la casa de los Fisher...
Mónica aguardaba con paciencia la llegada de Lucius, esperando que despertara de su sueño, así como también anticipaba la llegada de Carlos para compartir la comida.
Lucius apareció en el comedor, recién salido de una ducha, aunque su apariencia era un tanto desaliñada, con el cabello aún húmedo y algo despeinado.
—¡Buenas tardes, madre! —exclamó Lucius mientras se sentaba a la mesa. En ese momento, las empleadas comenzaron a servirle un plato de bistec cubierto con una salsa verde verdaderamente picante, junto a un licuado de proteínas, preparado especialmente para ayudarle a recuperarse de la resaca provocada por el alcohol de la noche anterior.
¡Buenas noches a todos! —exclamó Carlos, mientras le daba un suave beso en la frente a Mónica. Luego, se acomodó en su asiento, dirigiendo su mirada hacia Lucius y soltando una risita.
Me alegra que todos estemos juntos aquí, comenzó Mónica, con un tono que combinaba alivio y preocupación. Ayer tuve una conversación con un hombre de la corte, y me comentó que si Lucius no se casa de inmediato, podrían quitarle el título de duque.
Lucius, sin apartar la vista de su plato, respondió de manera casi indiferente: Que me lo quiten no me interesa.
Mónica, visiblemente molesta por la actitud desinteresada de su hijo, exclamó: No estás hablando en serio. Tu padre luchó durante tanto tiempo para conseguir ese título, y es un legado que te corresponde a ti. ¡No voy a permitir que se pierda tan fácilmente!
Ese dinero no es necesario; el banco tiene suficientes recursos, así que olvida el título. Papá ya ha fallecido, ¡caramba!—dijo Lucius, visiblemente molesto.
Esto no se trata de dinero, ya que lo tenemos todo. Se trata de cumplir con el deseo de tu padre, y así será. Vas a obedecerme: te casarás. Ya tengo a una chica que no te conoce, para que no salga huyendo—afirmó Mónica, su madre, con un tono firme y una expresión seria en su rostro.
—¡No puedes obligarme! —exclamó Lucius, evidentemente frustrado.
Mónica lo miró con desdén y continuó, su voz cargada de furia al golpear la mesa con el puño: —Escucha, si en un par de días no te decides a casarte, entonces perderás todo lo que tienes: tu fortuna, tu título, y no solo eso, también te verás obligado a salir de mi casa sin nada en absoluto. Así que, ya sabes lo que tienes que hacer.