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JUEGO DE BRUJAS

JUEGO DE BRUJAS

Status: En proceso
Genre:Completas / Mujer poderosa / Magia / Dominación / Brujas
Popularitas:515
Nilai: 5
nombre de autor: lili saon

Cathanna creció creyendo que su destino era convertirse en la esposa perfecta y una madre ejemplar. Pero todo cambió cuando ellas llegaron… Brujas que la reclamaban como suya. Porque Cathanna no era solo la hija de un importante miembro del consejo real, sino la clave para un regreso que el reino nunca creyó posible.
Arrancada de su hogar, fue llevada al castillo de los Cazadores, donde entrenaban a los guerreros más letales de todo el reino, para mantenerla lejos de aquellas mujeres. Pero la verdad no tardó en alcanzarla.
Cuando comprendió la razón por la que las brujas querían incendiar el reino hasta sus cimientos, dejó de verlas como monstruos. No eran crueles por capricho. Había un motivo detrás de su furia. Y ahora, ella también quería hacer temblar la tierra bajo sus pies, desafiando todo lo que crecía.

NovelToon tiene autorización de lili saon para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

CAPÍTULO SIETE: LA PRISIÓN DE UNA SONRISA

Cathanna

 —Yo… yo no quería eso…

 —¿Qué cosa no querías?

 —Si te lo digo… ¿Me juras que te lo llevarás a la tumba?

—¿Qué ha sucedido?

—Promételo —susurré—. Prométeme que no lo dirás. Prométeme que pase lo que pasa, jamás lo dirás. Por favor, promételo.

—Cathanna…

—Si alguien lo sabe… sería mi muerte. Júralo con tu vida —insistí, aferrándome a sus manos temblorosas—. Hazlo, Azlieh.

La vi tragar saliva con dificultad.

—Lo juro con mi vida.

Sentí sus dedos temblar bajo mi agarre. Sus ojos buscaron los míos, esperando una respuesta, una explicación. Mis labios temblaron aún más. Me sentía más ahogada que nunca. Buscaba las palabras correctas, pero ninguna llegaba a mí.

—Yo… casi dejo de ser… Ya sabes, pero no por elección.

Azlieh abrió los ojos, el impacto reflejado en su rostro. No dijo nada al principio, solo me miró, como si quisiera asegurarse de que había escuchado bien. No quería ser juzgada por ella. Deseaba que me entendiera, que volviera abrazarme como si fuera una madre con su hija, algo que nunca recibiría de la mía.

—¿Qué…? —su voz se quebró.

Aparté la mirada, sintiendo una punzada de vergüenza. No quería ver su expresión de lástima o de asco. No soportaría eso.

—Intenté detenerlo… pero no me escuchó. No le importó lo que yo quería. Y me sentí con mucho miedo. No sé por qué, a pesar de tener con que defenderme, no pude hacerlo. Mi mente se bloqueó. No sé por qué sucedió eso. No me gustó cómo se sintió. No quiero pasar por eso nunca más.

Mi voz salió rota, entrecortada por los sollozos que aún se aferraban a mi garganta. Me sentía sucia, rota, como si cada parte de mí estuviera manchada con algo que jamás podría limpiar. El anhelo de borrar eso de mi mente era fuerte.

—Pero no… lo logró, pero eso no me hace sentir mejor. Se supone que debería estar normal ahora, descansando como cuando era niña, sin embargo, no puedo. Me siento asqueada como si hubiera…

Azlieh apretó la mandíbula. Su agarre en mis manos temblorosas se volvió más firme, como si quisiera anclarme a la realidad. No veía asco en su mirada, ni algo que me hiciera sentir pequeña. Era compasión con… lástima. La entendía. Yo hubiera tenido la misma mirada si alguien me hubiera dicho eso.

—¿Quién fue?

—No importa quién fue.

—Sí importa. Siempre importará.

—No hay nada que pueda hacer. No lo conozco y ya está… muerto. Paso rápido, pero agradezco que me hayan salvado —murmuré—. Además, aunque estuviera vivo y yo deseara hablar, ¿acaso crees que alguien me creería? ¿A mí, una mujer? ¿A mí, que ya por nacer me consideran menos? Si lo digo, solo me señalarán. Dirán que lo provoqué, que lo merecía… Dirán que donde estaba, que, porque estaba ahí, y yo no quiero dar explicaciones… No quiero morir como otras.

Lo había visto antes. Mujeres apedreadas con palabras, con miradas llenas de desprecio. Algunas incluso desaparecían. Porque aquí, para la sociedad, una mujer solo valía si era "pura". Y si alguien decidía arrebatarle esa pureza, la culpa siempre era de ella. Nunca de quienes se creían dueños de sus vidas.

Ellos siempre serían los inocentes, que solo seguían los instintos de hombres que la naturaleza les había dado, porque para ellos, estaba bien cualquier atrocidad hecha por uno de los suyos y nunca debía ser cuestionada. Pero a nosotras, por cualquier cosa que hagamos, aunque sea mínima, ya teníamos miles de ojos encima.

—Nunca. Nunca. Nunca se lo digas a alguien más. Jamás. No te condenaría yo, te condenarían todos ellos. —Sus manos agarraron mis hombros —. ¿Sabes qué harían contigo, Cathanna?

Bajé la mirada, con el corazón palpitante. Moví mi cabeza de arriba abajo. Claro que lo sabía, ¿quién no lo sabía? No era algo que quisiera imaginar. La mirada de mi madre… eso sí que me dolería. Necesitaba su aprobación siempre, esa que me hacía sonreír, aunque no me sintiera cómoda cuando lo hacía.

—No quiero que me miren como si fuera… menos. Yo no tengo la culpa de lo que pasó, pero… ¿Por qué me siento como si yo lo hubiera provocado todo?

—Entonces calla, para siempre. Porque si alguien más se entera, te matarán. No es tu culpa. Nunca lo será. Pero las personas en este castillo, en este reino, jamás lo entenderán. Y aunque duela, debes llevártelo a la tumba o encontrar una manera en que tu voz sea escuchada.

Eso me dolía mucho, porque no quería callar más, pero tampoco sabía cómo hablar sin que el miedo me consumiera por dentro. A veces deseaba tanto estar muerta, porque así no tendría que soportar todo lo que implicaba ser una mujer en este lugar.

Empezaba a cansarme de todo. De que mi vida no me perteneciera, de que cualquier acción— incluso aquellas que no eran mi culpa— recayeran sobre mí, como en esta situación. Quería correr. Correr lejos, junto a mi madre.

De verdad la necesitaba. Anhelaba sus palabras de aliento, las mismas que alguna vez me reconfortaron. Pero no estaba. No porque la distancia nos separara, sino porque su actitud había abierto un abismo entre nosotras. Y eso era lo que más me dolía, que pasara lo que pasara, ella jamás vendría a mí, que jamás me diría que me amaba de una manera sincera. Solo me miraría con esa indiferencia que mi corazón quería ignorar, porque a pesar de todo, ella es mi madre y yo amo a mi madre.

—Odio ser mujer —murmuré, con la voz apagada, como si ya no me quedaran palabras—. Amo mi cuerpo, cada parte de él, pero odio que me digan que, por ser mujer, debo despreciarlo, que no vale lo mismo que el de un hombre. ¿Por qué no, si somos iguales? ¿Qué es lo que nos hace tan diferentes? Realmente no lo comprendo.

—No hay nada que nos haga diferentes, Cathanna. —Su mirada buscó la mía—. Pero así ha sido siempre. Nos ven como débiles, frágiles, solo por el cuerpo en el que nacimos. Y no importa lo que hagamos, no importa si nos volvemos igual de fuertes, siempre seremos vistas como aquellas que necesitan a alguien para vivir.

—Eso no es justo.

—No lo es. Nunca lo será. Pero no odies ser mujer por lo que dice la sociedad. Es hermoso cada parte de nuestro cuerpo, el hecho de que podamos dar vida a través de él. Aunque tampoco debemos caer en la idea de que solo nacimos para eso —sus manos tomaron mi rostro —. No podemos dejarnos doblegar por nadie, y mucho menos por hombres que jamás sabrán lo difícil que es ser una mujer en este mundo.

Caí de rodillas, sintiéndome más ahogada que nunca. Mis manos temblaban con furia mientras intentaba aferrarme al suelo. Ya no escuchaba la voz de Azlieh, no veía nada, solo manchas borrosas moviéndose a mi alrededor. Las lágrimas quemaban mis mejillas mientras un nudo sofocante me cerraba la garganta.

Comencé a golpear mi cabeza contra el suelo con fuerza. Sentía cómo ella intentaba detenerme, pero no podía… no quería detenerme. Solo quería olvidar. Olvidar lo que había pasado. Olvidar el hecho de que debía callar por miedo a lo que podría suceder si se lo decía a alguien más. Cada golpe enviaba un latigazo de dolor por mi cráneo, pero ni siquiera eso podía apagar el fuego en mi pecho.

La sangre comenzó a escurrir por mi cabeza. Pero ni así me detuve. No cuando el dolor era lo único que me hacía olvidar el martirio que sufría día a día, sin que nadie de mi familia me brindara apoyo.

Ella tomó mi cabeza entre sus manos, sus ojos estaban llenos de tristeza, de una que me hacía entender que no estaba sola en esto. Éramos más. Y eso me hizo sentir  aún peor. Porque no solo yo contra el mundo, éramos todas las mujeres contra uno que nunca fue hecho para nosotras.

 La puerta sonó. Ella se levantó de inmediato. Se acercó a la cama y tomó una de las sábanas para cubrir mi cuerpo desnudo.

Escuché el sonido de la puerta al abrirse. Mi padre estaba ahí. Se acercó rápido, y yo no pude resistirme. Lo abracé con fuerza. No podía decirle nada, solo podía recibir su abrazo con todo el amor que me quedaba. Amaba a mi padre. Lo amaba, aunque no estuviera presente en mi vida. Lo amaba, aunque no fuera un buen esposo para mi madre. Lo amaba porque era mi padre, pero sabía que si fuera un hombre cualquiera, sentiría asco por él.

—No me dejes… nunca lo hagas —susurré con desesperación—. Moriría si no estás, papá… si mamá tampoco está. Los amo mucho, mucho. Perdóname. Sé que no querías una hija… Perdóname, por favor. —Mis manos se aferraban a su ropa con desesperación, como si soltarlo significara perderme en un abismo sin fondo—. ¡Perdóname por nacer!

—Pero… ¿Qué dices? Jamás vuelvas a decir eso. Tu nacimiento nunca será un error. Te amo con mi vida, pequeña. Has traído felicidad a mi corazón. No me imagino una vida sin ti, mi amor. —Me estrechó contra su pecho, como si intentara protegerme de todo el dolor del mundo.

—Si me amas, ¿por qué no siento ese amor en las acciones que tienes hacia mí? —Levante la mirada a sus ojos —. ¿Por qué nunca me dejas elegir? ¿Por qué nunca me has dejado vivir, padre? ¿Por qué tienen que ser ustedes quienes planeen mi vida sin que yo tenga la opción a intervenir? De verdad me duele en el alma, padre. Me duele que nunca sabré a donde puedo llegar porque no es permitido.

—Es lo mejor para ti, mi vida. —Acaricio mi cabello con ternura —. Hay cosas que simplemente no podrías hacer.

—¡No me han dado la oportunidad para demostrar eso! —La impotencia llego más fuerte a mi cuerpo —. ¡Nunca se nos dio la oportunidad para ser vencidas! ¿Cómo pueden saber eso con tanta certeza? No me digas que hay cosas que no podría hacer. Tú no lo sabes. Yo no lo sé. Nadie en esta familia lo sabe. Pero asumen que caeré antes de llegar al primer escalón.

—¿Para qué quieres demostrar valentía? —Su agarre se volvió más fuerte, más tosco, dejando esa suavidad que me había envuelto cuando llego. Ya no era el agarre del padre que amaba. Era el agarre de un hombre más —. ¿Eso de que te servirá cuando te cases y tengas a tus hijos? La valentía es para los hombres que dan su vida por el reino. Para esos que sacan a su familia adelante, no para mujeres como tú.

—Pero yo quiero ser valiente… —solté un sollozo que me desgarro el alma —. Quiero dejar de tener miedo. Quiero ser como tú, como mi abuelo, como mis tíos, como mi hermano. Quiero ser vista como alguien que puede hacer muchas cosas y no solo como la esposa perfecta para un hombre.

—Tu papel en esta vida es servirle a tu esposo. Él se encargará de protegerte. De proteger a la familia que formaran. No necesitas ser valiente cuando tienes a alguien a tu lado que daría su vida por ti.

Sus besos en mi cabeza me hicieron sentir calmada, pero sentía que algo estaba mal. ¿Pero qué podría ser? No lo entendía. Lo buscaba en cada uno de sus gestos. Sin embargo, seguía sin aparecer.

—Eso es lo que quieren todas las mujeres. Buscan alguien que luche sus guerras. —Su voz era un susurro en mi oreja —. ¿No lo quieres también? No tendrás que preocuparte por nada, mi amor. Estarás segura, serás amada y respetada. Si no lo aceptas, la sociedad te odiará. ¿Quieres eso? ¿Ser odiaba? No lo creo, mi pequeña.

—No quiero ser odiaba — murmuré —. No quiero que me odien, padre.

—Entonces obedece. Solo así, serás amada por todos. No seas como las brujas, esas que nadie quiere por malas y rebeldes. A esas tienes que odiarlas porque quieren cambiar nuestras sagradas reglas. No podemos permitirlo, mi amor. Nunca.

Pero, ¿de qué servía el ser amada cuando no había libertad? No conocía lo que ese significado quería dar a entender. En el castillo, ningún diccionario lo tenía. O tal vez, nunca logre encontrarlo porque pasaba por desapercibido. Pero que podía hacer, pocas veces podía leer y cuando lo hacía, eran libros sobre magia o sobre la política que regia al reino. Nada más.

—Ahora dime, Cathanna. ¿Qué fue lo que paso para que te pusieras de esta manera?

—No es nada… importante. Quiero estar sola.

—Está bien. Azlieh curará tus heridas, mi pequeño ratoncito.

Me senté en la cama. Azlieh ingresó en la habitación con la medicina. Se sentó a mi lado y comenzó a limpiar la herida en mi cabeza. Su tacto era suave en comparación con su mirada severa. ¿Por qué estaba así? No debería importarle lo que me sucediera.

—Garcías por ayudarme.

—Debemos apoyarnos entre todas. —Siguió limpiando la sangre —. No sería empático de mi parte, solo irme y dejarte así. Si tengo la oportunidad de ayudar a alguna mujer, no lo dudaría ni un segundo.

Limpió la sangre y salió sin decir nada. Me metí en la cama, pero no pude dormir; solo podía recordar todo. Las horas pasaron hasta que llegó la madrugada. Me levanté. Eran las tres con cinco. Me vestí con un vestido largo y salí de la habitación, sintiendo el frío bajo mis pies. Me sentía mareada, con ganas de vomitar.

Seguí caminando hasta adentrarme en otro pasillo. Estaba oscuro, no había nada, solo una luz proveniente de una de las habitaciones más allá. Nadie dormía ahí; a veces la usaban para reuniones o para descansar, y voces provenían de su interior.

—Hemos vivido años ignorando aquello como para decírselo ahora. Solo debemos mantenerla alejada de ellas y todo estará bien.

—Pero si llega a pasar algo, debe tener el conocimiento para saber qué hacer —dijo mi abuela—. Cathanna ya es una mujer, merece saber la verdad sobre su linaje.

—No debe hacerlo —intervino mi madre esta vez—. Durante años, las mujeres de mi familia hemos sufrido, hemos vivido con miedo por esa maldición. Ella no debe pasar por eso.

Me quedé inmóvil, con el corazón golpeando contra mi pecho. ¿De qué estaban hablando? ¿Qué linaje? ¿Qué maldición?

—No puedes decidir eso por ella —insistió mi abuela—. Es su derecho saber sobre esa asquerosa maldición de las mujeres de tu familia, Anne.

—Es mi hija —replicó mi madre con dureza—. Y mientras pueda protegerla, lo haré.

Sentí un escalofrío, recorrer mi espalda. Algo dentro de mí me decía que esa conversación no debía escucharla, pero mis pies no se movieron. Necesitaba saber que ocultaban. Debía ser algo terrible para que todos se miraran de esa manera.

No sabía mucho sobre maldiciones, solo que cuando se lanzaban sobre una o más personas, ocurrían cosas terribles. Como lo sucedido con la familia Rugel. Todos murieron de forma extraña después de que una de sus hijas los maldijera con la muerte. ¿Acaso era algo así? ¿Todos moriremos como ellos?

—No sabemos qué podría pasar —dijo mi abuelo por primera vez—. Si esa mujer regresa… estamos perdidos. Considero que es necesario mantenerlo en secreto, como venimos haciendo. Tampoco hay muchas pruebas de que esa maldición sea real.

—Es real —sentenció mi madre—. Siempre lo ha sido. Todas las mujeres de mi familia lo sabemos porque todas soñamos la misma persona. No se trata de ignorar la realidad, solo es mantener todo bajo perfil.

El aire se sentía más pesado de repente. Un extraño mareo me nubló la vista y di un paso atrás, tambaleándome. ¿Entonces todos mis sueños no eran solo coincidencia? ¿Todas pasamos por eso? Pero no tiene sentido nada, ¿De qué maldición hablaban? Mis manos buscaron sostenerse de la pared, pero tropecé con un florero que cayó al suelo.

—¿Escucharon eso? —preguntó mi madre en voz baja.

Mi padre no respondió, pero sus pasos acercándose a la puerta fueron suficientes. El pánico se apoderó de mí. Me alejé rápidamente, adentrándome en una de las habitaciones que se encontraban cruzando el pasillo, la habitación de mi primo Torin que se encontraba como mi hermano, en la academia de jinetes.

Llegué a mi habitación y me tiré a la cama. No entendía tantos secretos y tampoco me gustaría entenderlos. Mire al techo, recordando esas palabras una y otra vez, hasta que la luz del día se filtró por la ventana. Celanina entró y se acercó para abrirlas. Me puse de pie y sin dirigirle palabra, fui al baño.

Ella entró después de unos minutos y comenzó a preparar la tina mientras yo me sentaba en el retrete, no podía mantenerme de pie.

—¿Por qué tiene el rostro de esa manera?

—No es nada.

—¿Cómo que no lo es? Su rostro está horrible, señorita. —Me miró de arriba abajo —. No hay maquillaje en el mundo que le cubra eso. Pero haré mi mayor esfuerzo para que no se noten demasiado. Su madre me pidió que le avisara que irían a Aureum para probarse los vestidos de novia. No debe tardar mucho duchándose. La espero afuera.

—Gracias —dije, levantándome del retrete para ir a la tina.

Las lágrimas no se hicieron esperar, pero rápidamente las quite.

Cuando salí, me encontré a Azlieh organizando las joyas que me pondría hoy. Celanina ponían en el tocador el maquillaje. Me senté frente al espejo, como cada mañana. Ellas comenzaron a arreglarme. No estaba pendiente de cada uno de sus movimientos, no cuando tenía la mente en otro lugar, en uno donde me sentía invisible, vulnerable.

Trate de desconcentrarme de esos pensamientos. Fije la mirada en mi peinado a través del espejo. La trenza que cruzaba mi cabeza estaba bien ajustada, sin un solo cabello fuera de su lugar, y el resto caía lisa sobre mis hombros. La flor blanca a un lado añadía un toque delicado. Se veía tan bien, con tranquilidad, contrastado con el infierno dentro de mi cabeza.

Una de las doncellas trajo mi desayuno. No tenía ánimos para comer nada. Mi estómago estaba revuelto y las náuseas eran fuertes.

Me ayudaron a vestirme con un vestido largo y sedoso de color azul. Sus manos eran cuidadosas, poniendo cada parte en su lugar para luego continuar con las hojas.

Camine lento para retrasar mi llegada con mi madre. No quería verla, no quería ver a nadie. Sentía mucha vergüenza, aunque algo en mi cabeza me decía que no debía ser así.

—Te ves hermosa, mi niña. —Me dio un beso en la mejilla cuando llegué a ella —. Iremos a la tienda de la señora Fany. Ha realizado varios vestidos solo para ti. Espero que te gusten porque son hermosos.

—Pero ni siquiera estoy comprometida, mama —dije con cansancio —. Te estás apresurando demasiado.

—No es apresurarse. —Tomo mi brazo y comienzas a caminar hacia la salida —. Solo es ser precavida. La pedida de mano se realizará en cualquier momento. Solo quiero que todo esté listo para cuando llegue la boda.

No tardamos en subir al carruaje. Cerré los ojos, sintiendo el sueño llegar a mí, pero los abrí con rapidez al recordar a ese hombre. Tragué duro y solté un suspiro pesado. No quería que esto me acompañara toda mi vida.

Tardamos una hora en llegar al centro de la ciudad. La tienda de Fany no estaba muy lejos. Era la más llamativa de todas, por sus flores y mármol brillante. Entramos, había toda clase de vestidos elegantes, de novia y de fiesta. Algunas de las empleadas estaban atendiendo a las mujeres que ya estaban dentro. Fany no tardó en llegar. Abrazo a mi madre y después a mí.

—Me alegra que ya hayan llegado.

—No podíamos esperar. —Mi madre sonrió en grande —. ¿Dónde están los vestidos? Mi Cathanna ya los quiere ver.

—Solo espero que sean como dice mi madre —dije sin prestarle tanta importancia.

—Síganme por aquí.

Llegamos a unas escaleras que conducían al segundo piso. Ellas iban delante de mí, hablando de la boda que pronto llegaría. Me senté en el sofá junto a mi madre. De pronto, una mujer llegó desde atrás con un vestido puesto en un maniquí de su estatura.

El primero estaba confeccionado con tejido brillante con bordados y aplicaciones de pedrería. Era ajustado desde la cintura hasta los pies. Poseía un escote con abertura en el centro del pecho y una capa de tul transparente que caía desde los hombros.

—Este es el primero que hice llevándome como referencia las indicaciones de tu madre —dijo Fany, acercándose al vestido —. Puede resultar un poco si caminas muy rápido, pero no creo que eso suceda. La elegancia al caminar es una de las virtudes de una mujer. Y tú eres una gran representación de eso.

La mujer se fue y llegó poco después con otro maniquí, con un vestido blanco opulento, con una falda amplia de satén. La parte superior era ceñida al cuerpo y estaba confeccionada con un encaje delicado, con mangas largas al igual que el cuello.

—Podría decirse que esté es el más sencillo de los siete. Podrías caminar mejor con este, pero no es tan lujoso como los que vienen a continuación.

Me acomodé en el asiento, viendo los demás vestidos. Eran hermosos, justo como los que me imaginaba para mi vida. Sin embargo, no me sentía emocionada al verlos. Era algo más, algo extraño. Podría decirse que miedo y ansiedad por lo que estaba por venir. No hacía falta que me los probara, era muy obvio que eran de mi talla. Al final, habían sido creados para mí.

—Y, por último, pero no menos importante. —Un nuevo vestido llego —. Este lo diseñé para tu fiesta de compromiso. Tu madre me indicó que debía ser uno que capturará tu esencia, y que, por supuesto, te hiciera lucir mucho mejor.

El vestido era rojo intenso, con un brillo sutil. Era seductor, pero al mismo tiempo elegante. Me sorprendía que mi madre me hubiera permitido un vestido así para mí.

—Están hermosos todos —dije con sinceridad —. ¿Pero con qué zapatos me pondría este en particular?

—Tengo todo bajo control, Cathanna —embolsó una sonrisa—. Tamara, traeros los zapatos en la caja seis.

 Tamara fue por los zapatos. Me los entregó. La caja estaba sellada con un listón rojo, tenía el nombre de la marca. Abrí la boca, sorprendida. Eran sencillos, pero elegantes, de un tono negro brillante con suela roja.

Mi madre me dedicó una sonrisa, de esas que podrían decirse que contenían amor de madre hacia una hija. Como deseaba que me mirara de esa manera siempre. No cuando no estaba de malhumor.

—Fany, ¿podrías indicarme donde queda el baño? —pregunté, dejando los zapatos a mi lado.

—En la planta de abajo, mano derecha.

Asentí. Me dirigí a las escaleras. Abajo había un bullicio pequeño, de las mujeres que buscaban vestidos. Fany era, sin duda, de las mejores diseñadoras que tenía la ciudad. Era muy famosa por la extravagancia de sus prendas.

Entré al baño, el cual era grande. Me acerqué al lavado. Llevo mi rostro al espejo. Mis ojos parecían cansados, no era para menos. No había dormido en toda la noche, y aunque quisiera hacerlo ahora, no podía, no sin pensar en ese asqueroso hombre y sus labios en mi cuerpo.

No quería subir, no aún. Fui a la entrada de la tienda, el viento del exterior me golpeó con violencia, algo que necesitaba para despertarme por completo. Recorrí con la mirada a cada persona hasta que mis ojos terminaron en un grupo de Cazadores, quienes reían. Lo noté de inmediato, Zareth. Estaba con los brazos cruzados, la mirada tensa en el piso.

Su cuidado llegó a mi mente. La manera en la que había asesinado a ese hombre que se aprovechó de mí, cómo me cuido a pensar de no conocerme. Podría decir que es por su trabajo, que era cuidar a los civiles que viven dentro del reino. Pero… ¿Realmente era así? ¿De verdad un Cazador ayudaría a una mujer de la forma que él lo hizo?  ¿Cuidarían las heridas en mi rostro? ¿Me llevarán a casa? Tal vez sí.

Sabía que no debía hacer esto. No podía caminar hasta donde estaba él, pero no pude evitarlo. Sentía su mirada, la de todos ellos. Llegué y me puse al frente, ignorando a los demás. Hice una reverencia, mostrándole respeto.

—Gracias por haberme salvado ayer —dije sin levantar la cabeza —. De verdad lo aprecio mucho.

—No tienes por qué darme las gracias —respondió con un tono duro que me hizo estremecer —. Solo hago mi trabajo.

—Lo sé, pero quería agradecer nuevamente. —Levanté la vista —. No muchos se ofrecían a llevarme a casa.

—¿Y quién es estas? —dijo el pelinegro que estaba a su lado —. ¿Y por qué demonios la llevaste a casa? ¿Desde cuándo eres un transportador? Vaya, líder. Qué conmovedora historia.

—No es nadie. —Su mirada no se despegaba de mí —. Ya me agradeciste. Ahora vete. Deben estar esperándote. ¿O me equivoco?

—Gracias nuevamente. —Hice otra reverencia y fui nuevamente a la tienda.

1
Sandra Ocampo
quiero el final
Sandra Ocampo
q paso sé supone q está completa ,tan buena q está
Erika García
Es interesante /Proud/
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