Dios le ha encomendado una misión especial a Nikolas Claus, más conocido por todos como Santa Claus: formar una familia.
En otra parte del mundo, Aila, una arquitecta con un talento impresionante, siente que algo le falta en su vida. Durante años, se ha dedicado por completo a su trabajo.
Dos mundos completamente distintos están a punto de colisionar. La misión de Nikolas lo lleva a cruzarse con Aila.Para ambos, el camino no será fácil. Nikolas deberá aprender a conectarse con su lado más humano y a mostrar vulnerabilidad, mientras que Aila enfrentará sus propios miedos y encontrará en Nikolas una oportunidad para redescubrir la magia, no solo de la Navidad, sino de la vida misma.
Este encuentro entre la magia y la realidad promete transformar no solo sus vidas, sino también la esencia misma de lo que significa el amor y la familia.
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Parte 7
Nikolas
—Quiero a su hija como esposa —dije, con la serenidad que solo viene de la certeza. Para mí, esa declaración no podía ser más natural. Había tenido dudas al principio, pero ahora no quedaba ninguna. Lo sabía en cada fibra de mi ser: ella era mía, y yo era suyo. Era así de simple, así de inquebrantable.
Observé las reacciones de la familia, y aunque eran esperadas, no dejaban de ser fascinantes. La confusión, la incredulidad, el asombro: todo estaba pintado en sus rostros como si les hubiera arrojado un meteoro de otro mundo. Y en cierto modo, lo había hecho. Pero lo que más me atrapó fue la expresión de Aila. Sus ojos, siempre tan vivos, ahora estaban cargados de preguntas. Podía ver cómo intentaba entender mis palabras, cómo buscaba en mi rostro alguna pista de que esto era una broma, o quizá un error.
Pero no había bromas aquí, ni errores. No podía darle todas las respuestas aún, no de golpe, pero sí sabía que algún día lo comprendería. Ella lo sentiría, como yo lo sentía ahora. El destino no deja cabos sueltos.
El aire en la habitación se volvió denso, como si las palabras que acababa de pronunciar flotaran entre nosotros, demasiado grandes para ignorarlas, demasiado fuertes para ser absorbidas tan rápidamente. Aila, siendo Aila, fue quien rompió la tensión.
—Debes socializar más con humanos —dijo, suspirando mientras se levantaba y se dirigía a la cocina.
Me hizo sonreír. Esa era ella, siempre dispuesta a encontrar la ironía incluso en los momentos más absurdos. Sus palabras, aunque ligeras, estaban cargadas de algo que no pude evitar apreciar: una conexión. De alguna manera, su comentario me hizo sentir más cerca de ella. En medio de todo este caos, Aila tenía la habilidad de encontrar algo que nos anclara a ambos.
La seguí con la mirada mientras su hermana la acompañaba, llevando al niño en brazos. Por un momento, me quedé solo en el centro del torbellino, con sus padres aun procesando lo que acababa de decir. Finn estaba sentado a mi lado, concentrado en su tablet, organizando con meticulosidad todo lo necesario para la época que se acercaba. Su tranquilidad era un contraste absoluto con el desconcierto que llenaba la habitación.
—¿Por qué mi hija? —preguntó su madre finalmente. Su voz era un susurro incrédulo, lleno de emociones mezcladas: miedo, curiosidad, esperanza.
La miré directamente, dejando que la verdad se reflejara en mis ojos.
—No tengo una respuesta fija —comencé, escogiendo mis palabras con cuidado—. Simplemente es ella. Dios tiene un plan.
Su expresión cambió, endureciéndose en una mezcla de sorpresa y escepticismo.
—¿Dios?
—Sí —respondí con la misma calma que antes. Para mí, esto no era un concepto abstracto, pero entendía que para ellos podía serlo.
Ella giró la cabeza para mirar a su esposo, como buscando en él alguna señal de que todo esto tenía sentido.
—¿Existe de verdad? —preguntó, finalmente, su tono cargado de una mezcla de asombro y duda.
Mi respuesta fue rápida, casi instintiva.
—Creo que usted es católica. ¿Por qué va a la iglesia si no cree? —dije, genuinamente intrigado. Pero la expresión que me devolvió me hizo darme cuenta de algo más profundo—. Oh... simplemente quiere creer en algo mayor para darle sentido a todo lo que sucede. Como todos los humanos.
Su mirada no cambió, pero pude ver cómo mis palabras la golpearon, quizá más fuerte de lo que esperaba. No era mi intención ser brusco, pero la verdad tiene una forma de perforar incluso las corazas más fuertes.
Me quedé en silencio por un momento, dejando que el peso de la conversación cayera donde debía. No suelo bajar al mundo de los humanos. Lo hago pocas veces, y siempre me sorprende lo que encuentro. Pero cada vez que lo hago, descubro algo fascinante: muy pocos creen de verdad en la magia.
Los niños lo hacen, al menos por un tiempo. Ellos ven el mundo con ojos que aún no han sido cegados por las realidades crudas de la vida. Pero eventualmente, también la pierden. La magia no va a resolver sus problemas, y ellos lo descubren de la manera más dura.
No es que la magia sea mala. La magia es poder, pero un poder que nunca podrían moderar. Lo sé porque estuve allí cuando los humanos se dejaron consumir por ella. Lo vi, lo viví. Y aprendí que el caos que trae es demasiado grande para cualquier mundo.
La madre de Aila me miraba fijamente, todavía aferrándose a esa delgada línea entre la fe y la incredulidad. Y en ese momento, supe que ella también tenía algo de magia en su corazón, aunque lo negara.
—Bueno, ya qué —dijo su hermana, con una sonrisa socarrona mientras se acomodaba en el sofá, mirándome fijamente—. Tendré un cuñado que hará "Jo jo". Pero dime, ¿cómo planeas que ella se enamore de ti?
La pregunta quedó flotando en el aire. No era una burla, aunque el tono ligero lo sugería. Era curiosidad, una mezcla de desafío y genuino interés. La miré directamente, sin parpadear, y respondí con la misma serenidad que había utilizado desde el principio.
—Quiero que se vaya a vivir conmigo, para que podamos conocernos más —dije, con el peso de la verdad en cada palabra.
Sentí cómo la mirada de Aila se clavaba en mí, llena de sorpresa. Su corazón, aunque no podía escucharlo en ese momento, seguramente había acelerado su ritmo. Sabía que lo que estaba proponiendo era un salto al vacío, pero para mí, era el único camino.
—Ya se acercan las fechas donde más ocupado estaré —continué—, pero aun así quiero dedicarle tiempo, construir algo sólido, aunque mis responsabilidades sean muchas. Por eso se irá conmigo al Polo Norte. Ella podrá visitarlos siempre que lo necesite, y ustedes podrán llamarla cuando deseen. Incluso podríamos coordinar un día para que vayan a conocernos. Pero todo con tiempo.
La habitación quedó en silencio. Las palabras que había dicho se asentaban lentamente en las mentes de todos. Los vi intercambiar miradas entre ellos, procesando la magnitud de lo que estaba sucediendo. Sabía que esto no era fácil para una familia, especialmente para un padre que estaba entregando a su hija a alguien que, hasta hacía poco, era un completo extraño.
Finalmente, su padre se movió. Con una lentitud deliberada, como si cada gesto estuviera cargado de significado, se puso de pie. Su mirada era firme, pero en el fondo de sus ojos había algo más: una mezcla de resignación, confianza y miedo. Extendió su mano hacia mí, y en ese momento, entendí todo lo que estaba poniendo en juego.
—Cuida a mi hija —dijo con voz grave—. Tiene un corazón que ha sido lastimado.
Tomé su mano con firmeza, sintiendo el peso de su pedido. Mi mirada no titubeó, y en mi voz había una promesa inquebrantable.
—Siempre —respondí, con una leve inclinación de cabeza—. La haré feliz.
El acuerdo estaba hecho. La tensión en la sala se disipó un poco, aunque aún flotaba cierta incertidumbre. Y así comenzó la mudanza, rápida y eficiente, con la ayuda de algunos elfos que habían llegado silenciosamente a transportar las pertenencias de Aila. Ellos trabajaban con una precisión que solo ellos podían ofrecer, asegurándose de que todo estuviera en su lugar antes de que la última caja fuera empaquetada.
Finalmente, llegó el momento. Solo quedábamos nosotros. Al otro lado de la puerta nos esperaba un nuevo comienzo. Al cruzarla, apareceríamos directamente en el Polo Norte, frente a la mansión que sería nuestro hogar.
Antes de dar el paso definitivo, me detuve un momento, mirando a la familia que Aila estaba dejando atrás. Había algo que necesitaba decirles, algo que, aunque duro, era necesario.
—Se me olvidó mencionar algo —dije, con una leve sonrisa para aminorar el golpe—. No van a recordar nada sobre mi existencia, o al menos sobre quién soy en realidad, hasta que vuelva a aparecer. Es por seguridad.
Ellos asintieron, algunos con dudas en sus ojos, pero aceptaron mis palabras. Era lo mejor, aunque no lo entendieran del todo.
Aila fue la primera en cruzar la puerta. Se había despedido de todos con un abrazo prolongado y palabras que quedaban en el aire, cargadas de emoción. La seguí, sabiendo que, al otro lado, comenzábamos una vida juntos. Una vida que, aunque llena de desafíos, sería nuestra.