La Boutique De La Marquesa

La luna llena brillaba intensamente en el cielo nocturno, iluminando la habitación de Isabella con una luz suave y plateada. La ciudad estaba tranquila, y el silencio de la noche solo se veía interrumpido por el ocasional sonido de un carruaje que pasaba por las calles adoquinadas. Isabella estaba sentada en su ventana, mirando hacia el cielo estrellado mientras sus pensamientos vagaban sin rumbo fijo.

Después de la cena con Alexander, no había podido dejar de pensar en todo lo que había sucedido en los últimos días. Su confesión, su compañía constante, y la renovada conexión entre ellos habían hecho que una serie de sentimientos contradictorios emergieran en su corazón. Era como si el suelo firme bajo sus pies de repente se hubiera vuelto incierto, y ahora caminaba con cuidado, temerosa de dar un paso en falso.

La confesión de Alexander la había tomado por sorpresa, pero no porque no hubiera notado su cercanía, sino porque no estaba preparada para lidiar con lo que aquello implicaba. Sus emociones eran un remolino de dudas, esperanzas y miedos, y se preguntaba si era capaz de permitirse amar de nuevo después de todo lo que había vivido.

Con un suspiro profundo, Isabella se levantó de la ventana y comenzó a caminar por la habitación, sus pies descalzos apenas hacian ruido sobre el suelo de madera. Recordó la traición de Geoffrey, cómo la había dejado destrozada y desilusionada. Durante mucho tiempo, había cerrado su corazón al amor, convencida de que era mejor enfocarse en sus propios sueños y metas. Había dedicado cada minuto de su tiempo a construir su boutique, a demostrar que era capaz de crear algo propio, algo que nadie le podría quitar.

Pero ahora, con Alexander de regreso en su vida, todo parecía haberse desmoronado. Él era tan diferente a Geoffrey; donde Geoffrey había sido frío y calculador, Alexander era cálido y comprensivo. Donde Geoffrey había sido egoísta, Alexander era generoso, siempre dispuesto a dar sin esperar nada a cambio. Y sin embargo, había algo que la frenaba, una pequeña voz en su mente que le recordaba que el amor no siempre era lo que parecía, que podía ser tan frágil como una hoja en otoño, lista para ser llevada por el viento al menor cambio.

Isabella se detuvo frente a un espejo y miró su reflejo. Vio a una mujer que había crecido mucho desde los días en que había sido la esposa de Geoffrey. Era más fuerte, más segura de sí misma, pero también más cautelosa. Había aprendido a protegerse, a no dejar que las emociones la gobernaran, pero eso también la había hecho cerrarse al mundo de alguna manera.

—¿Es eso lo que quiero? —se preguntó en voz alta, como si al decirlo en voz alta pudiera aclarar sus pensamientos.

Amar a Alexander significaba abrir su corazón nuevamente, significaba aceptar la posibilidad de que podía ser herida otra vez. Pero también significaba la oportunidad de experimentar la felicidad, de encontrar una verdadera conexión con alguien que la valoraba por lo que era, no por lo que podía ofrecer. ¿Estaba dispuesta a correr ese riesgo?

Mientras sus pensamientos se arremolinaban, recordó los momentos que había compartido con Alexander en los últimos días. La forma en que la miraba, cómo siempre encontraba las palabras correctas para hacerla sentir mejor, cómo su presencia traía una calma que no había sentido en años. No podía negar que había algo especial en él, algo que la atraía de una manera que no podía ignorar.

Isabella se sentó en el borde de su cama y cerró los ojos, tratando de escuchar su corazón. Había pasado tanto tiempo evitando enfrentar sus emociones, que ahora le resultaba difícil saber qué hacer con ellas. Pero cuanto más pensaba en Alexander, más se daba cuenta de que no podía seguir ignorando lo que sentía. Había una parte de ella que deseaba estar cerca de él, que anhelaba su compañía, su apoyo, su amor.

Sin embargo, el miedo seguía ahí, latente, recordándole las cicatrices que llevaba en su alma. ¿Qué pasaría si las cosas no funcionaban? ¿Qué pasaría si abría su corazón y Alexander, por alguna razón, la decepcionaba? Isabella sabía que no podía controlar el futuro, pero la incertidumbre la asustaba.

Decidió que necesitaba más tiempo. No podía tomar una decisión apresurada sobre algo tan importante. Alexander había sido claro en que no la presionaría, y ella sabía que lo respetaría. Necesitaba aclarar sus pensamientos y llegar a entender qué era lo que realmente quería. Solo entonces podría tomar una decisión que no estuviera basada en el miedo, sino en lo que realmente sentía.

Al día siguiente, Isabella decidió que necesitaba un cambio de escenario. Aunque amaba su boutique y el trabajo que hacía, sentía que estar constantemente rodeada de sus responsabilidades le impedía ver las cosas con claridad. Decidió pasar el día en el campo, lejos del bullicio de la ciudad, donde podría reflexionar en paz.

Le pidió a Anne que se encargara de la boutique por un día y se preparó para un viaje corto a una finca que había heredado de su familia. Era un lugar que no visitaba con frecuencia, pero que siempre le había traído una sensación de paz. Estaba ubicada en las afueras de la ciudad, rodeada de prados verdes y colinas onduladas.

Cuando llegó a la finca, se sintió inmediatamente aliviada por el cambio de ambiente. La naturaleza la rodeaba, y el aire fresco llenaba sus pulmones. Caminó por los campos, permitiendo que la tranquilidad del lugar calmara su mente inquieta. Se detuvo bajo un árbol grande, donde solía sentarse de niña, y se dejó caer sobre la hierba suave.

Mientras miraba el cielo azul, dejó que sus pensamientos fluyeran libremente. Pensó en Alexander, en cómo había cambiado desde que lo conocía de niña. Pensó en la vida que había construido para sí misma, en los desafíos que había superado. Y pensó en lo que realmente deseaba para su futuro.

Después de un tiempo, Isabella se dio cuenta de algo importante: no tenía que tener todas las respuestas en ese momento. No necesitaba saber con certeza si estaba lista para amar de nuevo, o si Alexander era la persona con la que quería compartir su vida. Lo que importaba era que estaba abierta a la posibilidad. Estaba dispuesta a explorar sus sentimientos, a darle una oportunidad al amor si era lo que su corazón deseaba.

Isabella se levantó del suelo y miró hacia el horizonte, donde el sol comenzaba a descender. Decidió que, cuando regresara a la ciudad, hablaría con Alexander de nuevo. No tenía todas las respuestas, pero estaba dispuesta a compartir sus pensamientos con él, a ser honesta sobre sus dudas y miedos.