DESTINOS OCULTOS

—Ay, chicas, estos días han sido terribles —dijo Elizabeth, dejando caer su bolso pesadamente sobre una de las sillas del área de descanso. El cansancio en su voz era palpable.

—Sí, la jefa de tienda ha estado insoportable desde ese día. Solo mira cómo ha estado tratando a Ari —respondió Alis, bajando la voz al mencionar a Rebeca, como si el solo decir su nombre pudiera invocar su presencia.

—La ha puesto a hacer el trabajo de una empleada de servicio —agregó Elizabeth, frunciendo el ceño mientras se quitaba el abrigo.

No pude evitar escuchar sus comentarios desde donde estaba organizando algunas prendas. Sabía que estaban preocupadas por mí, pero también sabía que no podían hacer mucho. La situación con Rebeca Monsalvo se había vuelto insostenible desde la visita de Evelyn Flores, y yo era el blanco principal de sus frustraciones.

—Ari, vamos a comer —dijo Elizabeth, dirigiéndose hacia mí desde la puerta del almacén, sus ojos llenos de comprensión.

—Adelante, yo termino aquí y voy —respondí, intentando mantener la calma y que la fatiga no se reflejara en mi voz. No quería que ellas sintieran más preocupación de la que ya tenían.

—Bueno, te esperamos —contestó Elizabeth, intercambiando una mirada rápida con Alis antes de salir de la tienda. Sabían que no tenía otra opción más que cumplir con lo que se me pedía, pero no dejaban de insistir en que descansara.

Después de que se fueron, escuché los pasos firmes de Rebeca Monsalvo acercándose. No tuve que levantar la mirada para saber que era ella; el ambiente se volvía más pesado cuando estaba cerca, como si su presencia absorbiera toda la energía de la habitación.

—Arianna —dijo en ese tono frío y distante que había adoptado conmigo desde la visita de Evelyn Flores. Desde ese día, parecía que todo lo que hacía estaba mal a sus ojos—, ¿terminaste de organizar el almacén?

—Casi, señora. Solo me falta esta última caja —respondí con la mayor compostura que pude reunir, esforzándome por no mostrar signos de agotamiento.

—Espero que lo hagas bien. No tengo tiempo para errores —dijo, con una nota de impaciencia que me atravesó. Rebeca nunca se molestaba en ocultar su desprecio hacia mí—. Y ya que estás terminando con eso, quiero que limpies los estantes de la sección de vestidos de noche. Han acumulado polvo y no quiero que los clientes se lleven una mala impresión.

Hablaba sin siquiera mirarme directamente, como si ni siquiera valiera la pena reconocer mi existencia más allá de lo funcional. Era una orden más, una forma de castigarme sutilmente.

—Claro, lo haré en cuanto termine aquí —respondí, aceptando sin protestar, aunque por dentro sentía cómo su maltrato comenzaba a corroer mi paciencia.

—Y Arianna... —Rebeca se detuvo en la puerta, girándose hacia mí finalmente con una sonrisa burlona, que dejaba entrever que disfrutaba de mi incomodidad—. Asegúrate de que todo esté impecable para el aniversario. No quiero que nada arruine la visita de nuestra querida señorita Flores.

La mención de Evelyn me provocó un escalofrío que me recorrió la espalda. Rebeca estaba disfrutando de su nueva forma de castigarme por algo que ni siquiera había sido culpa mía. Todo había comenzado con esa visita, y desde entonces, parecía que cualquier cosa que hiciera o dijera era insuficiente.

—Entendido, señora —respondí con la voz controlada, aunque la impotencia empezaba a filtrarse en mis palabras.

Ella se dio la vuelta y se fue, sus tacones resonando contra el suelo de la tienda con el eco de su poder, dejándome sola en el almacén. Sabía que Rebeca había encontrado la manera perfecta de hacerme la vida imposible, asignándome tareas que estaban lejos de mis responsabilidades reales. Pero algo en su actitud hacia Evelyn me hacía pensar que la situación iba más allá de una simple rivalidad personal. ¿Qué relación había entre Rebeca y Evelyn realmente? ¿Por qué la simple mención de esa mujer le daba a Rebeca tanto placer?

Cuando terminé de organizar las cajas, me dirigí a la sección de vestidos de noche. El brillo de las telas lujosas contrastaba con la sensación de agotamiento que me pesaba en los hombros. Pasé un paño por los estantes, asegurándome de que no quedara ni una mota de polvo.

A pesar de lo bien que hacía mi trabajo, la sensación de vacío crecía dentro de mí. Mientras limpiaba, no podía dejar de pensar en cómo mi vida había cambiado en tan poco tiempo.

Había pasado de ser la presidenta del Grupo Kings a ser tratada como una simple empleada, sin poder hacer nada para evitarlo. Rebeca había tomado mi vida y la había convertido en una pesadilla diaria.

—¿Hasta cuándo durará esto? —murmuré para mí misma, mientras pasaba el paño por uno de los estantes, sabiendo que la respuesta no llegaría pronto.