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CAZADORES DE DEMONIOS.

CAZADORES DE DEMONIOS.

Status: Terminada
Genre:Completas / Traiciones y engaños / Demonios / Ángeles / Apocalipsis
Popularitas:1.6k
Nilai: 5
nombre de autor: lili saon

En un mundo donde las historias de terror narran la posesión demoníaca, pocos han considerado los horrores que acechan en la noche. Esa noche oscura y silenciosa, capaz de infundir terror en cualquier ser viviente, es el escenario de un misterio profundo. Nadie se imagina que existen ojos capaces de percibir lo que el resto no puede: ojos que pertenecen a aquellos considerados completamente dementes. Sin embargo, lo que ignoraban es que estos "dementes" poseen una lucidez que muchos anhelarían.
Los demonios son reales. Las voces susurrantes, las sombras que se deslizan y los toques helados sobre la piel son manifestaciones auténticas de un inframundo oscuro y siniestro donde las almas deben expiar sus pecados. Estas criaturas acechan a la humanidad, desatando el caos. Pero no todo está perdido. Un grupo de seres, no todos humanos, se ha comprometido a cazar a estos demonios y a proteger las almas inocentes.

NovelToon tiene autorización de lili saon para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

CAPÍTULO VEINTE: LA BÚSQUEDA DEL CIELO

Victoria había pasado sus dieciocho años de vida en la mansión Lith, un lugar donde las emociones estaban encerradas bajo una capa gruesa de reglas, tradiciones y un control casi absoluto. Desde el momento en que nació, le enseñaron que el más leve atisbo de emoción era considerado un fracaso, una debilidad imperdonable que traicionaba el legado de siglos que su familia se empeñaba en mantener. Bajo ese yugo, jamás lloró, jamás rió, y la palabra "miedo" no existía en su vocabulario. Sus sentimientos fueron disciplinados, moldeados y reprimidos hasta ser prácticamente inexistentes.

Sin embargo, en ese preciso momento, mientras escapaba de la mansión, Victoria sentía algo nuevo e incontrolable: un miedo visceral, una fuerza que oprimía su pecho como si estuviera a punto de explotar. Cada paso que daba a través del bosque, con las ramas crujientes bajo sus pies, le hacía sentir más vulnerable, más humana. Su corazón, normalmente constante y calculado, comenzó a latir con una velocidad y una intensidad que nunca había experimentado. Los árboles a su alrededor parecían más oscuros, más imponentes, y la sombra de la inminente catástrofe que sabía que se avecinaba la ahogaba más con cada respiración.

A su lado, Sebastián corría con ella, esforzándose por seguirle el paso. Pero a pesar de su compañía, Victoria se sentía sola, más sola de lo que jamás había estado.

De repente, sus pies se detuvieron bruscamente. Un dolor agudo, como un puñal invisible, le atravesó el estómago. Nunca había sentido algo así antes. Era como si su cuerpo, entrenado para la perfección y la resistencia, la traicionara. Respiraba agitadamente mientras sus ojos recorrían el horizonte desesperadamente, buscando la torre que debía estar allí. Pero la torre no estaba. Solo un vacío desolador.

El miedo se convirtió en pánico. Algo que Victoria nunca había conocido, y ahora la estaba devorando desde dentro.

—Esto es una maldita pesadilla —murmuró, aunque su voz vibraba con desesperación—. La torre no está, Sebastián. —Sus manos temblaban mientras se llevaba los dedos al cabello, enredándolo con frustración—. ¡Maldición!

Sebastián la observó en silencio durante unos segundos, tratando de mantener la calma a pesar de que sabía lo que significaba esa ausencia. Intentaba procesar lo que veía: una Victoria vulnerable, desmoronándose frente a sus ojos. Un ser que siempre había sido inquebrantable, ahora rota ante la posibilidad de que todo lo que habían temido durante años se hubiera hecho realidad.

—Cálmate, por favor, Victoria. Te ayudaré a encontrar una solución —dijo Sebastián con la voz firme pero suave, tratando de anclarla en el momento.

—¡¿Una solución?! —exclamó ella, casi histérica—. ¡¿Crees que hay una solución para esto?! ¡Por supuesto que no!

Su voz resonó entre los árboles como un eco desesperado. Las palabras cargadas de impotencia perforaron el silencio que había caído sobre el bosque. Su cuerpo, rígido por tanto tiempo, se inclinó hacia adelante, como si ya no pudiera soportar el peso de todo lo que sucedía. Ella, que nunca había permitido que la duda o la debilidad la tocara, ahora se estaba desmoronando.

Sebastián guardó silencio por un momento, sus ojos posándose sobre Victoria con una mezcla de comprensión y dolor. Sabía que esto era más que solo la desaparición de la torre o el inminente peligro que representaban los demonios. Cada lágrima no derramada, cada temblor de sus manos, reflejaba una lucha interna que ella había estado librando durante años, una batalla silenciosa que él solo ahora comenzaba a ver. Victoria, la invulnerable, estaba sufriendo.

—Hay una solución —dijo finalmente Sebastián, su voz más baja, casi vacilante—. Pero no va a ser fácil.

Victoria lo miró, sus ojos llenos de incertidumbre, algo que jamás había permitido mostrar. Aunque no lo preguntó, el miedo a lo que Sebastián podría sugerir era palpable.

—Tienes que confiar en mí —continuó él—. Esto no es el fin, Victoria. Aún no.

Pero ambos sabían que lo que venía era mucho más oscuro y peligroso de lo que jamás habían imaginado.

Sin embargo, al encontrarse con los ojos de Victoria, algo profundo y visceral cambió dentro de Sebastián. No era alguien que sintiera compasión, mucho menos hacia los demás. De hecho, había pasado la mayor parte de su vida—y su existencia como demonio—en una indiferencia absoluta, despreocupado por los sentimientos ajenos, sumido en un egoísmo que había sido su escudo y su arma. Pero ella… ella era diferente. Había algo en su mirada, en esa tristeza que parecía atravesar su alma, que lo sacudió de una manera que jamás habría imaginado.

La desolación que emanaba de Victoria lo envolvía, y aunque no podía comprenderlo del todo, sentía que ella no merecía estar así. La fortaleza que siempre había visto en ella ahora parecía tambalearse, y eso lo inquietaba más de lo que quería admitir. En ese momento, por primera vez en su larga vida, Sebastián sintió algo que no estaba acostumbrado a experimentar: empatía.

Sin saber exactamente cómo canalizar esa frustración, su puño se estrelló contra el tronco de un árbol cercano con una fuerza desmesurada. La corteza se rompió bajo el impacto, pero el dolor físico no le importó. Fue una reacción impulsiva, un intento torpe de aliviar la tensión creciente en su interior. No entendía por qué lo hacía, o quizás no quería admitirlo. Todo lo que sabía era que la mezcla de frustración, confusión y una inesperada ternura lo estaban llevando a un territorio que jamás había explorado. Quería ayudarla, pero no estaba seguro de cómo hacerlo. Y había algo más, algo que lo aterraba: sentía miedo.

El miedo era algo inaudito en su mundo, algo que los demonios como él no estaban diseñados para sentir. Pero allí estaba, una chispa de miedo que había prendido en lo más profundo de su ser, y no era por sí mismo. Era por ella. Por Victoria. La idea de que pudiera perderla, de que no pudiera protegerla, lo inquietaba de una manera que lo desgarraba por dentro.

Sebastián sabía que estaba en una encrucijada. La indiferencia con la que había vivido durante siglos se desmoronaba ante la vulnerabilidad que Victoria dejaba entrever. Esa mirada rota, esos ojos cargados de desesperación, despertaban algo en él que había enterrado hace mucho tiempo. Contra todo pronóstico, él se preocupaba por ella. Y eso lo aterraba, pero también le daba una extraña determinación.

—Haré lo que sea necesario para protegerte, Victoria —dijo finalmente, su voz firme, pero con una intensidad que le sorprendió incluso a él mismo. Había tomado una decisión, una que no podría revertir. No importaba lo que costara, no importaba el riesgo, él la ayudaría. Porque ella, contra toda lógica y razón, había tocado algo en él que creía muerto. Su capacidad de preocuparse por alguien más.

Victoria lo miró, sorprendida por la repentina declaración. Por un momento, la frialdad y el control que había mantenido a lo largo de su vida parecieron flaquear. Podía sentir la sinceridad en las palabras de Sebastián, y aunque no lo dijo en voz alta, el peso de esa promesa le alivió, al menos un poco, la desesperación que la consumía.

—Sebastián… —su voz apenas fue un susurro, pero él la escuchó claramente.

—Hay una forma de arreglar la caja, Victoria —dijo él, mirándola directamente a los ojos, decidido.

Victoria entrecerró los ojos, intentando comprender el significado de sus palabras.

—¿Cómo? —preguntó, sin poder disimular la mezcla de esperanza y escepticismo en su voz.

Sebastián hizo una pausa, su mirada oscurecida por la gravedad de lo que estaba a punto de decir. Sabía que no sería fácil, y que el precio a pagar sería alto. Pero no había vuelta atrás.

—Implica hacer algo que ningún demonio quiere... pero es la única forma.

—Victoria mía —comenzó Sebastián, con una mirada profunda y seria—, para recrear la caja que encierra a los demonios, debemos encontrar la Escalera al Cielo. Pero no es una escalera física, no como las que conocemos. Puede que sea una metáfora, o tal vez algo más allá de nuestra comprensión. Lo único que sé con certeza es que muchos han intentado buscarla con intenciones oscuras, para acabar con los ángeles, pero todos han fracasado. Se dice que más allá de esa escalera se encuentra el arcángel Gabriel, el creador original de la caja, quien lo hizo con la ayuda de los ángeles.

Las palabras de Sebastián se hundieron en el aire mientras Victoria lo observaba en silencio, asimilando lo que acababa de escuchar. La intensidad de la revelación la dejó sin palabras por un momento, pero Sebastián continuó:

—Dicen que esta mítica escalera conecta el mundo mortal con el celestial. Y aunque está oculta a simple vista, es accesible sólo para aquellos con un corazón puro y una misión noble. Es un camino espiritual, no físico, que lleva a enfrentar pruebas que van más allá de lo que cualquier humano o demonio podría esperar.

Victoria seguía sin pronunciar palabra, procesando cada frase. Las historias antiguas que ella había escuchado comenzaban a adquirir un nuevo significado. Las leyendas que, de niña, había descartado como fantasías ahora cobraban vida frente a ella, tan reales como el peligro que enfrentaban.

Sebastián la observó con un brillo peculiar en los ojos, como si estuviera recordando algo de su pasado. Con un tono más grave, dijo:

—En los tiempos antiguos, cuando los ángeles y demonios caminaban libremente entre los mortales, se hablaba de esa Escalera al Cielo. No era algo que pudieras ver o tocar fácilmente, sino una conexión espiritual que unía la tierra con el reino celestial. Se cree que fue creada tras una gran batalla entre la luz y la oscuridad, para asegurar que ambos mundos permanecieran en equilibrio. Pero esa escalera... ha estado siempre oculta. Solo visible para aquellos dignos, para quienes tienen el coraje y el propósito necesario para encontrarla.

La mente de Victoria comenzó a llenarse de preguntas, pero había una que sobresalía entre todas: ¿cómo era posible que nadie hubiera hablado antes de esta escalera, si era la clave para resolver el caos que estaban enfrentando?

—¿Por qué no me lo dijiste antes? —preguntó finalmente, su voz cargada de confusión y un leve rastro de reproche.

Sebastián apartó la mirada por un instante, como si las palabras que venían a continuación pesaran más de lo que podía manejar.

—Victoria, hay reglas en el mundo demoníaco y angelical, reglas que ni siquiera yo puedo romper fácilmente. Y aunque no eres completamente humana, tu sangre lo es en parte. Revelar estos secretos a un humano es una ofensa grave para ambos mundos. No podía simplemente contarte lo que sabía, pero ahora… ahora todo ha cambiado. —Sebastián respiró profundamente antes de continuar—. Tal vez pague un precio por decirte esto, pero si eso significa que estarás a salvo, no me importa.

Sus ojos volvieron a encontrarse con los de ella, llenos de una mezcla de determinación y algo que parecía una emoción que él rara vez dejaba ver: preocupación genuina.

—Entiende, Victoria —su voz era grave—, al decirte esto estoy rompiendo las reglas más sagradas de mi existencia. Mi naturaleza es de caos, de destrucción, pero tú... —su voz se suavizó—, tú has cambiado algo dentro de mí. Si hay una posibilidad de salvarte y de arreglar la caja que encierra a esos demonios, entonces estoy dispuesto a correr el riesgo.

Victoria lo escuchaba con atención, sintiendo cómo cada palabra resonaba en lo más profundo de su ser. Sebastián, el demonio que había conocido como alguien frío e implacable, estaba mostrando una vulnerabilidad que jamás habría imaginado. Saber que él estaba dispuesto a sacrificar tanto por protegerla le llenaba de gratitud, pero también de un profundo sentimiento de responsabilidad. No podía permitir que él pagara un precio tan alto solo por ella.

—Entonces, ¿qué hacemos ahora? —preguntó finalmente, su voz más firme de lo que se sentía, luchando contra el miedo que aún palpitaba en su interior.

Sebastián le dedicó una última mirada, cargada de resolución. Sus ojos, a pesar de su naturaleza oscura, mostraban una suavidad inusual.

—Ahora —dijo con determinación—, tenemos que encontrar a tus primitos.

— Los olvide por completo.

—No me di cuenta de eso, a menos de que quieras dejarlo a su suerte.

— Por supuesto que no.

—Camina entonces, mujer.

Victoria sentía una extraña mezcla de miedo y fortaleza. Por primera vez en mucho tiempo, no estaba sola en esta lucha. Sebastián, quien había mostrado una lealtad inesperada y una protección que no podía haber previsto, se había convertido en su aliado más confiable. La confianza que depositaba en él era un rayo de luz en medio de la oscuridad que los rodeaba. Con él a su lado, sentía que cualquier desafío podría ser superado, aunque la realidad de la misión seguía siendo abrumadora.

El cielo, como si compartiera su pesar, comenzó a llorar a mares. La lluvia torrencial empapó el vestido de Victoria, el velo y el atuendo de Sebastián. Sin embargo, la tormenta no hizo más que reforzar su determinación. Continuaron avanzando, cada gota de agua que caía parecía lavar parte de su desesperanza, llevándolos hacia el siguiente paso en su búsqueda.

Tras unas dos horas de caminar bajo la lluvia, llegaron a un pueblo que yacía en un silencio inquietante. El lugar estaba devastado, con edificios en ruinas, sangre esparcida por las calles y cuerpos despedazados que hablaban de una reciente tragedia. El espectáculo de desolación que se desplegaba ante ellos llenó a Victoria de una tristeza profunda y una culpa punzante. La imagen del caos y la destrucción la atormentaba, y la responsabilidad de haber perdido la caja de una manera tan absurda le pesaba como una losa.

En busca de un momento de reprieve y algo de alivio, Victoria entró en una tienda de ropa que se encontraba en pie a pesar de la devastación. La tienda estaba llena de vestidos y atuendos variados, pero ninguno parecía tan adecuado como el suyo. A través de la tienda, sus manos recorrieron las telas con un leve toque, hasta que encontró un traje que le llamó la atención. Decidida a cambiarse y dejar atrás el vestido empapado, tomó el traje y se dirigió a un pequeño vestidor.

Sebastián, por su parte, comenzó a secarse. Su ropa, una especie de segunda piel que podía adaptar a voluntad, le permitía cambiar su apariencia con relativa facilidad. Mientras se ajustaba, observó de reojo el esfuerzo de Victoria por encontrar algo adecuado, sin dejar de lado su propia preocupación por la situación.

Victoria, ahora vestida con el traje que consistía en un pantalón y una camisa de mangas largas que había elegido, se dio cuenta de que le faltaba algo importante: su velo. El pensamiento de quitarse el velo le provocaba una sensación de nerviosismo que no había anticipado. Con las manos temblorosas, sostuvo el borde del velo y lo apartó lentamente. El miedo a descubrirse a sí misma era extraño y abrumador, una vulnerabilidad que nunca había experimentado antes. A lo largo de su vida, el velo había sido su escudo, una barrera que la protegía del mundo y a la vez de sí misma.

—¿Estás bien? —preguntó suavemente, sin querer interrumpir su momento de introspección.

Victoria, todavía observando su reflejo, asintió lentamente. Aunque la vulnerabilidad que sentía era nueva y desconcertante, también había una sensación de liberación. Con un profundo respiro, se volvió hacia Sebastián.

—Sí, estoy bien —respondió, su voz llena de determinación renovada—. Ahora, más que nunca, necesito enfrentar esto. Necesito estar lista para lo que venga.

Con un último suspiro, Victoria reunió el coraje para enfrentar su temor. Sus manos temblorosas despejaron el velo, revelando lentamente su rostro al espejo. Al ver su reflejo, el impacto fue inmediato: sus ojos, de un rojo penetrante; una clara marca de su naturaleza vampírica; los labios rojos como la sangre, y el pequeño lunar justo sobre su ojo. Era una imagen que nunca había visto antes. Finalmente, estaba mirando a Victoria Lith, una joven que había vivido toda su vida encerrada en la mansión Lith, nunca habiendo experimentado la vida fuera de sus muros.

Frente al espejo, Victoria entendió que su vida nunca volvería a ser la misma. Todo había cambiado irrevocablemente. La imagen que veía reflejaba una historia de soledad y sacrificio: una infancia truncada, una mujer que nunca conoció el amor maternal y una heredera de una familia cuya historia estaba marcada por la sangre y el secreto. Cada detalle de su apariencia narraba una vida de restricciones, de una existencia confinada a las sombras del pasado y las expectativas familiares que la habían moldeado.

Victoria observó su reflejo con una mezcla de tristeza y determinación. En ese momento, aceptó la verdad de su identidad y el peso de su destino. Sabía que el camino hacia adelante estaría lleno de desafíos, pero también de la oportunidad de redescubrirse a sí misma y encontrar su verdadero propósito.

—Victoria… —murmuró Sebastián, su rostro pálido y su voz cargada de una sorpresa profunda—. Pensé que tú no… querías que nadie viera tu rostro.

Victoria se giró lentamente hacia él, su voz cargada de incertidumbre y una pizca de resignación:

—Mi ropa estaba mojada y no creo que pueda continuar así —dijo, buscando una explicación más pragmática que emocional.

Sin previo aviso, Sebastián se acercó a ella y la abrazó con fuerza. Victoria se quedó paralizada, sin saber cómo reaccionar. Nunca antes había recibido un abrazo, y ahora lo recibía de un demonio. La sensación era a la vez extraña y reconfortante, una mezcla de calor y vulnerabilidad que le resultaba completamente nueva. El abrazo de Sebastián, lleno de una ternura inesperada, parecía transmitir no solo su deseo de protegerla, sino también un reflejo de su propio dolor y sacrificio. Para Victoria, el abrazo era un símbolo de una conexión desconocida hasta ese momento, una cercanía que rompía con la frialdad y el distanciamiento a los que estaba acostumbrada.

El contacto de Sebastián era cálido en comparación con su naturaleza habitual. Su mano se acercó a la de Victoria, pero sin llegar a tocarla. Era un gesto de apoyo, un intento de conectar sin invadir su espacio personal.

—Estoy… orgulloso de ti, Victoria mía —dijo Sebastián, su voz temblando con una sinceridad que rara vez mostraba—. Has enfrentado tus miedos y has demostrado una fortaleza que muchos no podrían entender.

Victoria sintió cómo las palabras de Sebastián resonaban en su corazón, aliviando un poco el peso de la carga que llevaba. El abrazo y las palabras de Sebastián le dieron un breve respiro, un momento de conexión genuina en medio del caos y la incertidumbre.

— Es raro… estar sin el velo.

—Siempre hay una primera vez para todo.

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