Tras la pérdida de de su persona amada Ethan decide buscarlo en un nuevo universo. Precisamente en ese universo está la persona indicada pero el pasado oscuro lo persigue no quedará libre de los pecados sucedidos en su propio mundo, la destrucción de su propio amor
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Solo 3 reglas
𝕌𝕟𝕚𝕧𝕖𝕣𝕤𝕠 27
Ahí estaba yo, postrado en mi cama, una cama inmensa y fría, con mis piernas en forma de "M" y mis pensamientos centrados en una sola persona, esa persona que me roba el aliento.
Ya es hora de salir, un nuevo día nos espera. Es hora de leer otra vez esas tontas reglas que papá me hacía repetir. No les hallo sentido, pero esa fue su voluntad.
1ra Regla: No cortes las flores que nunca envejecen.
2da Regla: No pongas tu fe en el señor que las cuida.
3ra Regla: Que tus deseos no pongan en riesgo tu realidad.
Cierro ese tonto cuaderno y me voy. Poco queda por hacer, aunque a veces suele ser divertido leerlas.
El día apenas comienza y todo parece totalmente normal, pero hay algo, algo diferente en mí. Mis pies se mueven hacia una dirección poco común, una que solo a veces suelo tomar.
Heme aquí, sin saber por qué motivo, pero aquí estoy en la antigua estación de estudio de fenómenos anormales. Era un bonito lugar, pero fracasó por falta de pruebas.
—Ven, acércate a mí.
Una voz pequeña y un poco peculiar se escuchaba en aquel lugar. No pensé en miedo ni en nada, solo quería ver por qué razón estaba aquí. Frente a mí, entre unas hierbas oscuras y tierra negruzca, una flor, larga pero a la vista delicada, muy parecida a la flor del infierno.
Sin más que hacer, arranqué la flor. En ese momento, algo pasó. Me sentí sumergido en un vacío, como si estuviese en un contenedor y experimentaran conmigo. Todo pasaba de negro a estrellado, y en un milisegundo volví en sí.
—Es bonita, ¿tendrás el valor para dársela?
La flor cayó y yo di un salto del susto. Lentamente volteé a ver.
—¡Casi me matas! ¿Qué rayos haces aquí?
—¿Qué acaso no puedo hablar con mi amigo?
—No es eso, tendré que ponerte un cascabel. ¿Cómo llegaste aquí?
—Te vi, pero no parecías tú mismo y te seguí. ¿Qué harás?
—No puedo simplemente darle una flor a un chico si yo soy uno.
Un pequeño gemido de decepción salió de su boca, y con su mano empezó a hacerse rizos en el cabello con su dedo índice.
—Qué malo es el amor, ¿eh? Tan doloroso, me hace sentir mal.
—Vamos, deja el drama Yuta.
Nos quedamos en silencio por un momento, el ambiente cargado de una tensión que no sabía cómo disipar. La estación, con sus paredes cubiertas de grafitis y el eco de nuestros pasos, parecía un escenario sacado de una película de ciencia ficción.
—¿Sabes? —dijo finalmente—. Siempre he pensado que las reglas de tu papá eran un poco extrañas.
—Sí, lo sé. Pero él siempre decía que eran importantes, y además solo tú las conoces.
—¿Y tú qué piensas Lian?
—No lo sé. A veces creo que solo quería que tuviera algo en que pensar, algo que me mantuviera ocupado.
—Bueno, al menos tienes algo que te conecta con él.
Asentí, sin saber qué más decir. La flor seguía en el suelo, su delicada forma contrastando con el entorno áspero y descuidado de la estación. Me agaché para recogerla, sintiendo una extraña conexión con esa pequeña cosa frágil.
—Tal vez deberías dársela —dijo mi amigo, rompiendo el silencio—. No importa a quién. Solo hazlo.
—¿Y si no la quiere?
—Entonces sabrás que lo intentaste. Y eso es lo que cuenta.
Miré la flor una vez más, sintiendo una mezcla de miedo y esperanza. Tal vez tenía razón. Tal vez era hora de arriesgarse, de dejar de lado las reglas y seguir mis propios deseos.
—Vamos —dije finalmente—. Tenemos un día por delante.
Salimos de la estación, dejando atrás el pasado y las dudas. El sol comenzaba a asomarse en el horizonte, prometiendo un nuevo comienzo. Y con la flor en mi mano, sentí que tal vez, solo tal vez, todo podría ser diferente.
Con la flor aún en mi bolsillo, comenzamos a caminar hacia la escuela. El sol ya estaba alto en el cielo, y el aire fresco de la mañana nos acompañaba. Mi amigo y yo caminábamos en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos. A pesar de la tensión, había una sensación de normalidad en nuestra rutina.
Al llegar a la escuela, el bullicio de los estudiantes llenaba el aire. Nos dirigimos a nuestras taquillas para recoger nuestros libros. Mientras lo hacía, no pude evitar notar cómo algunos de nuestros compañeros nos miraban de reojo, susurrando entre ellos. No era raro; siempre había rumores y chismes circulando por los pasillos.
—¿Estás bien? —preguntó mi amigo, rompiendo el silencio.
—Sí, solo un poco nervioso —respondí, tratando de sonar despreocupado.
—No te preocupes. Todo saldrá bien.
Asentí, agradecido por su apoyo. Nos dirigimos a nuestra primera clase del día: matemáticas. El aula estaba llena de estudiantes, algunos charlando animadamente, otros revisando sus notas de última hora. Nos sentamos en nuestros asientos habituales, cerca de la ventana.
La profesora entró y comenzó la lección. Mientras ella explicaba conceptos complejos en la pizarra, mi mente vagaba. No podía dejar de pensar en la flor en mi bolsillo y en lo que había sucedido en la estación. ¿Estoy haciendo lo correcto al intentar darle la flor? ¿Debería haber esperado más tiempo?
—¿Puedes resolver este problema en la pizarra? —preguntó la profesora, sacándome de mis pensamientos.
Me levanté y caminé hacia la pizarra, sintiendo las miradas de mis compañeros sobre mí. Con un esfuerzo, me concentré en el problema y lo resolví lo mejor que pude. Al terminar, la profesora asintió con aprobación y me permitió volver a mi asiento.
—Buen trabajo —susurró mi amigo mientras me sentaba.
—Gracias —respondí, sintiéndome un poco más seguro.
La clase continuó sin incidentes, y pronto llegó la hora del recreo. Salimos al patio, donde los estudiantes se agrupaban en pequeños círculos, charlando y riendo. Nos dirigimos a nuestro lugar habitual bajo un gran árbol, donde podíamos hablar sin ser molestados.
—¿Qué piensas hacer ahora? —preguntó mi amigo, rompiendo el silencio.
—No lo sé. Tal vez debería olvidarme de todo esto y seguir adelante.
—No creo que debas rendirte tan fácilmente. A veces, las cosas no salen como esperamos, pero eso no significa que debamos dejar de intentarlo.
—Tienes razón. Solo necesito un poco de tiempo para pensar.
El recreo terminó y volvimos a nuestras clases. La siguiente era historia, una de mis materias favoritas. El profesor nos habló sobre antiguas civilizaciones y sus logros, y por un momento, pude olvidar mis preocupaciones y sumergirme en el pasado.
A medida que avanzaba el día, las clases se sucedían una tras otra. En biología, diseccionamos flores para estudiar su estructura interna, lo que me recordó la flor en mi bolsillo. En literatura, discutimos sobre el poder de las palabras y cómo pueden cambiar el mundo.
Finalmente, llegó la última clase del día: educación física. Nos dirigimos al gimnasio, donde el entrenador nos hizo correr vueltas y practicar deportes. A pesar del esfuerzo físico, me sentí más relajado, como si el ejercicio me ayudara a liberar la tensión acumulada.
Al terminar la clase, nos dirigimos a las duchas y luego a nuestras taquillas para recoger nuestras cosas. Mientras lo hacía, mi amigo se acercó y me dio una palmada en la espalda.
—Lo hiciste bien hoy. Estoy orgulloso de ti.
—Gracias. No podría haberlo hecho sin tu apoyo.
Salimos de la escuela juntos, el sol comenzaba a ponerse en el horizonte. Caminamos en silencio, disfrutando de la compañía mutua. Al llegar a mi casa, me despedí de mi amigo y entré.
Subí a mi habitación y saqué la flor de mi bolsillo. La coloqué en un vaso con agua y la puse en mi escritorio. Mientras la observaba, me di cuenta de que, aunque no había salido como esperaba.
Me acosté en mi cama, sintiéndome un poco más en paz. Sabía que el camino por delante no sería fácil, pero estaba dispuesto a seguir intentándolo. Y con la flor como recordatorio.