Mis Tres Vidas

Primera prueba el color de piel.

Elizabeth se despertó en un barco, un rumbo a las Américas, o eso escuchaba decir. Corría el siglo XIX. Elizabeth al verse en un trozo de vidrio que había en el piso, notó que su piel no era ya tan pálida como antes, más bien era marrón claro. Sus ojos si seguían intactos con su gris profundo. Le gustaba el contraste, sus rasgos eran los mismos, solo cambiaba su piel.

Se apresuró a buscar a Arón con la mirada, no estaba allí, no era ningún esclavo, tampoco un empleado. No se desanimó, su padre le había dicho que se verían, solo se recostó a esperar a que llegaran a su destino que al parecer ya casi estaban. Se escuchaba una gran multitud de fondo. En efecto ya habían arribado al puerto.

Unos hombres con látigos en las manos vinieron a por los eslavos. Yo era una de ellos. Nos separaron por edad, belleza y sexo. Luego como animales nos empujaron hacia abajo. Allí había una tarima donde nos expusieron como objetivos para ser comprados. Podía ver el desespero en los rostros de los demás.

Niños separados de sus padres, ancianos sin fuerzas arrastrados hacia carretas. A mí me compro un señor muy amable, buscaba una empleada doméstica para su hogar. Desde que marché con él sentí un poco de alivio, aunque yo debía seguirlo a pie, mientras él iba a caballo, noté que muchos corrieron destinos peores.

Llegamos a una enorme finca, yo estaba algo cansada del trayecto y mis pies estaban llenos de yagas por el esfuerzo. En mi destino habían varias plantaciones de café, ese era el sustento de mis dueños. Fui llevada ante en mayoral, el cuál me leyó la cartilla. No podía huir, debía obedecer en todos, en especial a mis amos, no robar, no tener relaciones con otros esclavos a menos que se me ordenara, más otro grupos de leyes absurdas. De desobedecer alguna pagaría con mi vida o en el cepo, recibiría latigazos hasta hacerme comprender mi error.

Como sería la empleada de la patrona tenía cierto privilegio sobre los otros esclavos. Dormiría en la hacienda, en cuarto para las empleadas de allí. No dormiría en las barrancas como los demás, tampoco comería lo mismo que ellos, ya que debía estar sana y fuerte para cumplir mi labor. Podría bañarme en un baño común para empleados en la casa, debía mantener una apariencia favorable y aseada.

Me pareció todo favorable, estuve con mente positiva en busca de mi amor todo el tiempo, aún no podía encontrarlo allí, pero estaba deseosa de verlo y comenzar el proyecto de enamorarnos y salir victorioso de esta prueba en esta vida. Solo deseaba que me amara a pesar de esta diferencia de piel y circunstancias.

Fui presentada a mi patrona y me fue mostrado el lugar por otra esclava, ya que debía conocer cada rincón en donde viviría. Comencé con mis labores, las cuales fueron impuestas por otra esclava, al parecer esa era su función, supervisar y hacer valer el trabajo y la calidad del mismo.

No fue hasta en la cena que lo vi por primera vez. Arón era el hijo mayor de mis patrones, estaba igual que siempre, con sus ojos miel. No notó mi presencia, ya que yo era una esclava más que atendía sus necesidades. Para ellos éramos sirvientes, indignos de hablar, salvo para pedir nuestros servicios.

No fue hasta que terminé con mi labor de servirles los alimentos que su madre me presentó rápidamente a su familia, como la nueva cocinera. Él me miró a los ojos y sentí una sensación tan fuerte cuando nos miramos por primera vez como aquel día en que me vio en el bosque. Sentí el mismo calor y alivio de seguridad en su rostro.

Solo me miró, no dijo nada, pero pude apreciar que desde entonces me seguía con la mirada por el lugar. Yo solo seguí con mis funciones, aunque quería besarlo y explicarle quien era, me contuve, ya que recordaba la voz de mi padre el cual me explicó que el era incapaz de recordarme.