Un deseo por lo prohibido
Viviendo en un matrimonio lleno de maltratos y abusos, donde su esposo dilapidó la fortuna familia, llevándolos a una crisis muy grave, no tuvo de otra más que hacerse cargo de la familia hasta el extremo de pedírsele lo imposible.
Teniendo que buscar la manera de ayudar a su esposo, un contrato de sumisión puede ser su salvación. En el cual, a cambio de sus "servicios", donde debía de entregársele por completo, deberá hacer algo que su moral y ética le prohíben, todo para conseguir el dinero que tanto necesita...
¿Será que ese contrato es su perdición?
¿O le dará la libertad que tanto ha anhelado?
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Capitulo 6
Yeikol estaba intrigado, quería saber cuál era la conversación de esas mujeres, y más aún, porque podía ver que Muriel casi no emitía palabras. Quería saber si siempre era así, o si no le agradaba el tema.
Alfred se colocó a su lado, y adoptó la misma posición, ambos miraban la mesa de las mujeres. — Señor, ¿vamos a almorzar aquí, o nos vamos a la casa?
El jefe, ignorando su pregunta, habló de algo más interesante para él.— Alfred… He notado que ellas siempre se sientan en ese lugar… Quiero un micrófono en esa mesa. Quiero saber qué tan comunicativa es la señora Brown.
Alfred respiró profundamente, no le gustaba contradecir a su jefe, pero no estaba de acuerdo con su decisión. — Disculpe, señor, pero eso sería violar la privacidad de los empleados.
Yeikol sabía que él tenía razón. Lo miró, le puso una mano en el hombro, y volvió a decir.— Un micrófono en esa mesa, para el lunes. Ahora, vamos a almorzar a casa.
En casa de los Richardson, Milena esperaba a su esposo y, a Alfred con un delicioso almuerzo. Ella misma ayudó a las empleadas en la elaboración. Los hombres entraron y fueron recibidos con amabilidad.
— Amor, ¿Por qué tardaron tanto?— preguntó Milena, y le dio un beso a mi esposo.
— Había mucho tráfico, cariño.— respondió Yeikol, rodeándola por la cintura.
— Gracias a Dios, ya están aquí. Alfred, ayudé a preparar su comida favorita, espero que la disfrutes.
— Muchas gracias, señora.— dijo Alfred con una gran sonrisa. Él le tenía mucho cariño a Milena.
Milena Pierre, era una mujer muy amable, humilde, respetuosa. A pesar de ser una modelo famosa, y de ser la esposa del hombre más rico de la ciudad, no tenía ínfula de grandeza, y superioridad.
Yeikol y Milena eran el matrimonio perfecto, antes los ojos de los demás. Pero en realidad, el tema de los hijos, los hacía flaquear en ocasiones. Ella deseaba ser madre más que nada en el mundo, y él también. Ella había estado embarazada dos veces, pero por desgracia, perdió a los bebés. Esas lamentables perdidas causaron grandes estragos en la pareja.
——
Los días pasaron, dándole pasó a un ajetreado lunes. El movimiento de los transeúntes era masivo.
Tal cual quería el señor Richardson, el micrófono fue colocado debajo de la mesa, en donde suelen almorzar las mujeres. Todo con el objetivo de escuchar la conversación después de un fin de semana. Era imposible que ellas se pudieran percatar del dispositivo, ya que se encontraba muy oculto.
Muriel y sus amigas, se juntaron a almorzar, ajenas a qué todo lo que digan sería escuchado por su jefe.
Como tenían de costumbre instalar una conversación de lo sucedido el fin de semana, ese lunes no iba a hacer la excepción. Empezaron con la narrativa, mientras saboreaban sus deliciosos platillos.
— Muero de sueño. Muriel, ¿qué hiciste este fin de semana?.— preguntó Sofía.
— Yo… pues, lavar la ropa, planchar, en fin, lo mismo de siempre.
— Qué aburrida vida. ¡Ay! Gracias a Dios que pocas personas sean presentados en servido al cliente. La verdad estoy superagotada.— comentó Carlota.
— Igual yo, me duele todo el cuerpo. Freddy es insaciable. Duramos hasta las tres de la madrugada teniendo sexo.— dijo Sofía.
— ¿Y qué tal te fue? ¿Es bueno en la cama?— preguntó Carlota, con curiosidad.
— Uf, no te imaginas. Es un salvaje, tuve multiplex orgasmos. Lo hicimos en su auto, en el sofá, en la ducha. ¡Dios! Fue estupendo.— respondió Sofía.
Muriel casi se atraganta por lo fluido que iba el tema.
— A mí Tayguer casi me desarma. El tamaño de su parte íntima es asombrosa. Me colocó de espaldas, y me jaló… — fue interrumpida.
A Muriel no le gustaba escuchar hablar de esas cosas, y les dijo; — Hablen de algo productivo, por favor.
Continuaron almorzando, ahora en silencio. Después de terminar, Carlota miró detenidamente a Muriel, y le preguntó. — Muriel, ¿por qué nunca hablas de sexo? Sé que eres religiosa, pero el sexo no tiene nada de malo.
Muriel no quería contestar, se ruborizó, pero después de varios segundos, dijo lo que pensaba del sexo.— Para mí el acto sexual no tiene nada en especial. Es más, no entiendo por qué las personas tenemos que practicar ese ejercicio.
Las demás se miraron entre sí, luego volvieron sus miradas hacia ella.
— Muriel, cuando estás con tu esposo, ¿qué sientes? Por favor, relájate, somos tus amigas.— preguntó Sofía.
La joven, con el rostro rojo, no sabía qué contestar. Tomó un sorbo de agua, colocó los codos en la mesa, y dijo.— ¿Qué siento? Pues… No lo sé.
¿Cómo una mujer que lleva ocho años casada, no sabes que sientes cuando tienes relaciones sexuales?
— Al menos, ¿tienes orgasmos?— preguntó Carlota.
— Ya basta de sus preguntas indecorosas.— dijo avergonzada.
— No, yo estoy mala. ¿Tu esposo te hace sexo oral? ¿Tú te tocas tu parte íntima?— preguntó Sofía.
— Eso es pecado. Como no van a cambiar de tema, me retiro. No pueden estar hablando de sus intimidades como si fuera hablar de un préstamo. — se levantó y se marchó. “Son unas pecaminosas”.
Las demás la miraron caminar.— Siento pena por ella. Estoy segura de que ese monstruo que tiene como esposo, nunca la echo sentir mujer.— comentó Sofía.
— Opino lo mismo. Es una verdadera lástima. — después de varios minutos volvieron a su área de trabajo.
Como si de un plan se hubiese tratado, Yeikol escuchó cada palabra. El deseo de convertir a Muriel en su sumisa, aumentó considerablemente. Ahora tenía que pensar, cómo iba a lograr que ella aceptara, ya que no solo estaba casada, sino que también, era una mujer creyente. Él tenía métodos para convencer a las personas, pero, no interferiría para que tomara una decisión.
— Alfred, que retiren el dispositivo de la mesa.— dijo Yeikol. Ya había logrado su objetivo.
Muriel, después de esa desagradable charla con sus amigas, quedó pensativa. “¿Qué siento al tener sexo? Pues, cosquillas, al principio. Después… es doloroso, aburrido, y sin emociones. No entiendo que tiene de bueno. ¿Tengo orgasmos? Ay, seguro que sí.