Las Animas

El cantinero no podía creer lo que había dicho aquel hombre, aún que el cantinero no era de ese pueblo conocía muy bien sus costumbres, así que trato de advertirle las consecuencias de sus actos.

—Usted no sabe lo que está haciendo se está metiendo en un gran problema, al comprar a una mujer es para el matrimonio, además dicen que esa muchacha está deforme. —

—No puedo permitir que la traten de esa manera además una vez que la compre la dejaré libre — dijo Leonardo sin saber en lo que se estaba metiendo.

—¡Yo compro esa mujer!— volvió a repetir Leonardo sin saber en lo que se está a metido, está vez Jacinto tomo la palabra.

—Dame mis cinco mil pesos y que todos queden de testigos que este fuereño se lleva a mi hija y no hay devoluciones —

Todos estaban un tanto extrañados pues nadie conocía a ese hombre además jamás imaginaron que se atrevería a comprar aquella muchacha, Jacinto le recibió el dinero y le entrego a la muchacha.

—Hasta que me voy a deshacer de ti, siempre fuiste un estorbo —

Solo Janikua pudo escuchar lo que le estaba diciendo, ella jamás entendió el porque su padre jamás la quiso, era cierto que en su pueblo las mujeres valían menos que una vaca, pero porque todo ese desprecio, la muchacha tenía la mirada en el suelo pues siempre su padre la obligó a mirar así, no quería ni que le vieran sus ojos pues era muy distinta a los demás, Leonardo la tomo de la mano y salía de la cantina mientras que Janikua no se atrevía a mirarlo pues ella estaba llena de tristeza, la vida le había arrebato todo y ahora estaba a merced de un desconocido, Leonardo y ella salieron de aquella cantina, le pido que subieron al auto ella obedeció pensó que no tendría alternativa, Leonardo condujo unos metros para luego detenerse a pocos metros.

—En que lugar la puedo dejar para que se encuentre segura —

Janikua no comprendía lo que decía aquel hombre o más bien no podía creer lo que le estaba diciendo, sin embargo contesto.

—No tengo a dónde ir, como lo acaba de ver mi padre me vendió y su regreso me muele a palos —

Leonardo se jalo los cabello estaba desesperado apenas hacía unas horas estaba a punto de casarse y ahora se había metido en semejante lío, el miro aquella muchacha con compasión, se veía tan frágil pero no entendía porque se cubría el rostro quizá era verdad lo que le había dicho aquel cantinero, tal vez estaba deforme de la cara así que no se atrevió a decirle que se quitará aquel rebozo.

—Esta bien te irás conmigo, ya después pensaremos que haremos —

Leonardo arranco rumbo a las animas, Janikua al ver el lugar donde se dirigían se persino pues decían que ese lugar estaba maldito, Leonardo no entendía el porque del comportamiento, sin embargo le enternecía aquella muchacha.

Al llegar a las animas ya no había personal más que solo una mujer anciana la cual le dijo:

—Joven, Cayetano el capataz despidió a todos los empleados después de largarse de aquí, yo me he quedado soy muy vieja y está hacienda es como mi hogar, espero no le moleste pero mi nieto también está conmigo. —

—Ya veremos mañana, por lo pronto ocúpate de esta muchacha, dale una habitación —.

Aquella mujer llevo a Janikua hasta la habitación, aquella habitación era muy sencilla, pero al menos tenía paz, aunque solo fuera momentánea. Leonardo siguió revisado los libros vio un gran desfalco por parte de capataz, ahora sabía que aquel hombre no iba a regresar, después de revisar todo fue a dormir a su habitación pensando en lo que iba hacer con aquella muchacha.