Arlo pasó la vida feliz al lado de su esposa, la única mujer con la que estuvo y la única mujer a la que amó. Pero siempre tuvo el deseo secreto de estar con otras mujeres. Tras una complicación respiratoria, muere y reencarna a sus 17 años de edad, una año antes de ponerse de novio con Ema, su esposa. En esta segunda vuelta planea, antes de emparejarse, estar con tantas mujeres como pueda. Pero una simple modificación en la historia provoca que su unión no se concrete.
Arlo deberá mover cielo y tierra antes de que sea demasiado tarde y se vea obligado a pasar el resto de su (segunda) vida sin su alma gemela.
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El peso de cada decisión
Al pie de un gigantesco eucalipto tomaban mate mientras esperaban que se asara un cacho de carne Arlo y Rubén, su padre resucitado en circunstancias misteriosas. Técnicamente, Arlo también estaba allí luego de enfrentarse cara a cara con la muerte. Según los límites del conocimiento humano, esos dos hombres ya debían estar inertes. Uno intacto, pero con la frialdad en el cuerpo propia de la muerte reciente, y el otro reducido a cenizas. Pero no era eso lo que sucedía, Arlo y Rubén estaban vivitos y coleando, riendo y disfrutando de una de sus tantas tardes en la quinta familiar, y descansando luego de una tarde de trabajo.
Después de la comida, Rubén se metió adentro de la casa para tomar una siesta. Pero su hijo se quedó afuera, con aires reflexivos, apreciando el bello jardín que lo rodeaba. Cuando era joven, es decir, cuando había sido joven durante su primera vida, le encantaba sentarse a descansar al pie del eucalipto. Había un rincón particularmente cómodo, en el cual el tronco del árbol formaba una especie de respaldo, ideal para apoyarse y acurrucarse allí. Arlo había pasado ahí muchas tardes descansando después del trabajo, durmiendo siestas y viviendo tardes románticas con Ema. Pero sobre todo, reflexionando. Todo hombre tiene un rincón en el mundo, a donde acude en busca de respuestas. Ese tronco de árbol al fondo del patio de la quinta familiar era el suyo. Y tras unas horas de mucha locura, decidió sentarse una vez más a pensar en lo que pasaría a partir de ahí.
Pensó mucho. Sobre todo en su reunión con los ángeles. Pensó en cómo tomar las riendas de su nueva vida. Porque sí, tras muchas idas y vueltas entre la duda y la creencia, entre la confianza y la desconfianza, se había inclinado por pensar que todo lo que vivía era verdad, y que las fuerzas divinas le habían dado una segunda oportunidad. Su voz interior tenía el volumen alto y muchas cosas que decir, así que, para calmarla un poco, y como no tenía a nadie a quien contarle sus preocupaciones, comenzó a hablar con el árbol.
_ No se que hacer. Ni esa voz ni los ángeles se tomaron el tiempo de explicarme las reglas. Si lo pensas bien... _ dijo mientras daba palmaditas al robusto tronco. _ ...fue como viajar en el tiempo. Pero La Voz me dejó en claro que no voy a tener más oportunidades. No puedo cagarla. ¿Qué hago?Aunque esa no es realmente la pregunta. Sé exactamente lo que quiero hacer. El tema es cómo hacerlo. Quiero salir con un par de chicas y bueno, ver que surge antes de salir con Ema. Pero también es cierto que ella empieza en mi escuela mañana. ¿Voy a poder resistirme a hablarle si la veo? Es el amor de mí vida, mí alma gemela. Conozco todo de ella... _ hizo una pausa larga que hubiese llenado de intriga a cualquier ser consciente que lo escuchase. Pero allí solo estaba el árbol, que permaneció inalterable. _ Bueno, casi todo._ Dijo con tristeza, y no pudo evitar volver a imaginarse la imagen de Iñaki y Ema besándose.
Sin embargo, negado a amargarse por eso, decidió volver a lo suyo. Después de todo, en esa línea temporal, el beso de Ema e Iñaki todavía no había ocurrido._ ¡Aaaah! Es demasiada la responsabilidad, demasiado el poder. No sé, no sé que hacer. No puedo hacer nada antes de entender bien cómo funciona esto. _Interrumpió su monólogo cuando algo lo golpeó con fuerza en la cabeza. Confundido, se revolvió el pelo, pero no encontró nada. Entonces miró a su alrededor, y en el suelo encontró un fruto del árbol, tan grande como el puño de un bebé. _ Con razón me dolió tanto. ¡¡Maldita gravedad!!_
Al decir esto, una luz en su cabeza se iluminó. Sus neuronas se conectaron e hicieron viajar un recuerdo distante, guardado en el subconsciente, hasta sus pensamientos presentes.
_ ¡Claro! ¡La clase de física! ¡El hijo de puta de Verutti!
Durante los dos últimos años de secundaria, Arlo había sacado muy buenas notas en todos sus exámenes, y así había logrado ser el mejor promedio de su clase por dos años consecutivos. Sin embargo, aquel camino no había sido fácil, y en gran parte debido a su profesor de física, Marcelo Verutti. Con este hombre Arlo tuvo una disputa durante la primera clase que tuvieron, y ese encontronazo provocó que el anciano profesor, que tenía fama de ser bastante exigente, tomara de punto al pobre chico. Y todo sucedió porque Arlo llegó tarde en el inicio de la cursada.
_ Es una buena oportunidad para ver que tan bueno es cambiar las cosas.
La vez anterior, él había pasado la noche en la quinta, la cual estaba bastante alejada de su ciudad. Entonces, al día siguiente, cuando se aventuró en el largo viaje hasta su colegio, se encontró con las rutas colapsadas y no pudo llegar al primer examen de Física, que valió un 25% de la nota del cuatrimestre. Esta vez no podía correr el riesgo nuevamente. Entró a la casa y luego a la pieza, y empezó a revolver todo buscando sus pertenencias. Poco a poco las fue encontrando y llenándose de alegría.
_ ¡Mi llavero de Divididos! ¡Mi tapita de la suerte! Este encendedor estaba genial, no puedo creer que lo había perdido._
Con sus gritos y el ruido, su padre entró con cara de dormido, y observó confundido las maniobras de su hijo.
_Che bajate el volumen que estoy durmiendo. ¿Qué haces?
_ Me voy para casa._ Dijo mientras revisaba un pequeño armario en busca de ropa decente, pues hasta el momento había estado vestido con los harapos del trabajo.
_ No te querés quedar a cenar? Tenía pensado hacer bondiola.
_ ¿Justo hoy que me voy hacés bondiola? Puta madre. Igual me tengo que ir.
_ Pero andate mañana. Total entrás a la tarde. Si salís temprano llegás. Ahora va a estar la hora pico._
_ Mañana va a estar peor._
_ ¿Ah sí? ¿Como sabes? ¿Te convertiste en el que informa el tránsito ahora?
Intentando escapar de la conversación rápido para así poder irse, le dio una respuesta que no requiriera dar explicaciones._ Es un presentimiento._
Ruben no dijo nada, pero miró a su hijo, debatiendo se entre echar a reír o preocuparse por su actitud tan supersticiosa. Arlo no dejó que decantase por una.
_ Bueno, ya me voy, nos vemos.Y se fue de la pieza sin darle un abrazo o tiempo para que dijese algo más.
_ Como quieras, nos vemos mañana. Avisale a tu mamá que estás yendo.
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La terminal de bondis estaba vacía. El lado positivo era que Arlo ya no viajaría en hora pico. El negativo, era que se había librado de abordar el transporte público en ese horario infernal por qué justo delante de sus narices se había ido el colectivo. Llevaba una hora esperando. Ya no había ni una porción de cielo anaranjado provocado por la luz del sol. Estaba todo oscuro y aunque era verano, por la hora y por lo rural de la zona, empezaba a hacer frío.
Para entretenerse, Arlo dibujaba con una piedrita en el suelo, y hacia del sucio piso de la terminal su lienzo. Pero su piedrita estaba a punto de consumirse y le daba pereza ponerse a buscar otra. Mientras hacía sus últimos dibujos, escuchó la voz de un hombre. Se lo notaba bastante acongojado. Le rogaba algo a las pocas personas de la terminal. Arlo no sabía qué pedía, estaba muy lejos como para escuchar. Pero debía ser algo importante, pues a cada persona le insistía hasta el cansancio. Cuando no conseguía lo que quería, se acercaba a alguien nuevo. Sabía que eventualmente llegaría su turno, así que agachó la cabeza tanto como pudo e intentó parecer muy enfocado en sus dibujos. No podía faltar mucho para que llegara el bondi. Quizás lograba librarse de la confrontación directa.
Pero pasó otro cuarto de hora y ningún colectivo apareció. El hombre se encontraba hablando con una mujer bastante cercana a Arlo. Cuando vio que con la cabeza gacha el hombre se alejaba de ella, entendió que había llegado su turno. Procuro no hacer contacto visual, pero toda estrategia era inservible ante aquel perseverante hombre, que tocó el hombro de Arlo para llamar su atención y luego habló.
_ Buenas tardes joven. Le pido me disculpe, yo no quiero molestarlo, pero hago esto porque tengo verdadera necesidad. ¿No podría por favor pagarme el transporte?
Ahora entendía porque no había tenido éxito con los demás. Los bondis que se tomaban en ese lugar eran interurbanos y servían para hacer viajes de varias horas. Un sólo pasaje salía muy caro, por eso pagarle a un desconocido era un despropósito.Estaba a punto de negarse, cuando vio que a lo lejos se acercaba un bondi. Entonces, se puso en los zapatos del pobre hombre. No sabía su motivo para pedir por un pasaje, pero se lo veía desesperado. Y Arlo sabía lo tortuoso que era tener que esperar ratos eternos para luego viajar por horas hasta llegar a destino. No le deseaba eso a nadie. El pasaje era costoso, pero tenía dinero de sobra, y no podría tener la conciencia tranquila si lo rechazaba.
_ Claro, no hay problema, yo le pago.
El hombre dió un suspiro de alivio, y luego le dedicó a su salvador una sonrisa._ Gracias pibe, sos de oro. De verdad necesitaba ese boleto. Mi vieja se cayó de la ducha y no tiene nadie que la lleve al hospital. Estoy sufriendo desde hace rato para subirme a un bondi. _ sus labios temblaron, y sus ojos se humedecieron. _ Si no llego rápido, ¡¡se me va mi mamita!! _
Arlo no era bueno para las palabras de consuelo, pero hizo su mejor intento.
_ No esté así señor. Miré, acá está llegando el bondi. Su mamá va a estar bien.
_ Gracias pibe, mil gracias. _
El alivio del sujeto, que ya se preparaba para subir al bondi, era total. El de Arlo, parcial, pues había contestado parte de la pregunta que se había hecho esa tarde bajo el árbol. Al día siguiente podría vivir en carne propia las consecuencias de cambiar la línea temporal. De momento, parecía ser que sus acciones habían salvado la vida de una persona.
Las puertas del colectivo se abrieron y Arlo entró con sumo cuidado, mirando con atención a su alrededor. Había entendido que era un extraño en ese tiempo y en esa realidad, y que cualquier movimiento que hiciese podía provocar una alegría, pero también causar una tragedia.