"AUT VIAM INVENIAM AUT FACIAM" (encontraré mi camino o haré el mío yo misma) - susurró en latin. Era una declaración de guerra. "Él pasaba horas dibujándola a ella en papel y ella se pasaba las horas dibujándole palabras de amor en la piel. Habían estado seis meses juntos y habían vivido mil cosas. Creyó que le conocía como nadie. Ahora debía aprender que nadie conoce a nadie. La traición siempre es más dolorosa cuando quien la comete es el más amado por ti."
Bixby es una experta en matar y proteger. Toba la convierte en su numerale, su mano derecha. Él es el jefe de todos los jefes de la mafia y juntos se convierten en invencibles. Todos la llaman L'onorevole del Don y la consideran el bien mas preciado del jefe. Entre ellos saltan chispas y Toba no tarda en convertirla en su goomah (amante). Pero la hermosa asesina, no es adecuada para ser la gran señora de la casa al lado de él y elige a otra mujer como su esposa.
Nunca mas le permitirá verla ni acercarse a ella.
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¿Quién demonios era ella?
Capítulo 8
¿Quién demonios era ella?
Toba no sabía cuánto tiempo llevaban escapando. Sentía el cuerpo anestesiado, suponía que de cansancio. Estar apretado contra Bixby y sentir su espalda cálida, acompañado del ronroneo del motor, lo tenía ligeramente adormecido.
Ella de vez en cuando le tocaba las manos y se las apretaba como queriendo decirle que no se durmiera. Él le apretaba la cintura en respuesta. Llevaban varias horas rodando sin detenerse y de alguna manera habían establecido ese diálogo silencioso entre los dos. Toba esperaba que el viaje no durará mucho más pues estaba al borde del colapso.
En ese momento en el que el peligro más inmediato había quedado atrás, se había relajado de más y temió caerse de la moto.
Tal como le había dicho Bixby, uno de sus hermanos lo quería muerto. Era casi seguro. No iba a ser tan sencillo librarse de ellos si los seguían, puesto que todos los miembros de su familia estaban dotados de grandes medios tecnológicos y humanos, y prácticamente todos ellos disponían de los recursos del grupo.
Si alguno de sus hermanos quería traicionarlo no quería ni pensar en las implicaciones que eso traía aparejado. Como poco, la destrucción de la familia, pues fuera cual fuera el resultado, tanto si eliminaban a Toba o como si descubrían y eliminaban al hermano traidor, sus padres, sus hermanos y el mismo sufrirían un gran dolor por la pérdida. Sus padres quedarían destrozados. Esperaba de todo corazón que las conclusiones de la mujer fueran erróneas.
En este momento no tenía la claridad mental suficiente como para analizar profundamente el asunto y en cualquier caso por muy mal que pintarán las cosas, realmente solo eran conjeturas.
Le hubiera gustado preguntarle a la mujer adónde iban, pero la velocidad, el ruido del motor y los gruesos cascos que portaban, impedía cualquier conversación.
Bixby estaba jodida, muy jodida.
Uno de los disparos la había alcanzado en el costado derecho y aunque inicialmente ella apenas sintió el dolor, casi dos horas después todo el lado derecho de su cuerpo ardía miserablemente.
No le había dicho nada a Toba porque en el momento de la huida no se podía. Y después, se calló para no preocuparlo. De todos modos no había nada que él pudiera hacer.
Si hubiera estado sola habría acudido a alguno de sus compañeros o hubiera llamado algún médico de la familia. Pero sin poder confiar en nadie ahora y teniendo que esconder a su protegido todo se había complicado.
Lo estaba llevando hacia una casa de su propiedad en una zona bastante recóndita de la costa oeste. Nadie conocía ese lugar. Siempre lo mantuvo en secreto precisamente por si algún día se veía en la necesidad de esconderse o escapar.
En su fuero interno se alegró de ser tan previsora. Este era el único sitio en el que podían descansar los dos, con relativa tranquilidad.
Sin embargo, necesitaba un médico. Alguien que le sacara la bala o estaría muerta en dos o tres días. Estaba notando cómo su cuerpo enfermaba por minutos debido a la infección y el dolor la estaba mordiendo insoportablemente.
Se sintió aliviada cuando por fin alcanzó el estrecho camino de tierra que quedaba oculto de las vías principales y llegaba hasta el refugio. La vivienda era una construcción sencilla de madera.
Bixby ayudó a Toba a bajar y empujó la moto hasta un almacén lateral de modo que no fuera visible. Era mejor si nadie la veía. Sacó una llave de debajo del felpudo y entraron.
La cabaña estaba sorprendentemente ordenada y organizada. No tenía paredes, solo un habitáculo al fondo que Toba supuso que era el baño. El resto del espacio era de concepto abierto y todo se integraba como un loft con los espacios divididos pero sin paredes.
Al fondo una enorme cama fue lo único que interesó al hombre por el momento y se dirigió allí sin más.
- Mañana hablamos.
Dijo eso y se tumbó sin quitarse nada. Estaba al límite de sus fuerzas. Bixby no dijo nada y entendió que ella también debía dormir para reponer fuerzas en parte.
El hombre efectivamente, a los pocos segundos de tumbarse se durmió. Ella escuchó los suaves ronquidos y sonrió.
- Es peor que un niño- musitó. "Pero está como un puto queso" se dijo. Puso los ojos en blanco. No era momento para ponerse cachonda con el señorito de la familia. Estaba fatal y le dolían hasta las pestañas.
La única cosa que procuró hacer antes de tumbarse también fue encender la calefacción pues la casa estaba bastante fría. Se acercó a los pies en la cama, se quitó las botas, tomó dos tabletas de un antibiótico, colocó un edredón sobre ambos y se acurrucó al lado del cuerpo masculino.
En apenas unos segundos, sonaban los ronquidos de los dos.
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En la mansión de los Jiménez se había desatado la locura. La familia al completo estaba reunida y por supuesto los hombres relevantes de Don Antonio, el subjefe Marco Pozo, el consejero Andrade y el abogado Grego Martínez. Los tres eran tres de los hombres de mayor confianza de la organización y solo respondían al jefe.
Después de la espectacular escapada de Bixby y Toba del hospital, se había armado la de Dios El centro médico se había convertido en un verdadero circo. Había policías por todos lados y la mitad de la planta baja estaba en custodia.
En la planta dieciocho, en donde había empezado todo, encontraron los cuerpos desmayados de los ocho guardaespaldas que supuestamente protegían el área.
Ninguno había sufrido un ataque mortal pues todos ellos habían sido reducidos usando una táser. Claramente la intención no era sino matar al objetivo.
En una de las habitaciones, justo al lado de la del hijo mayor de los Jiménez, encontraron a una chica joven y a su madre, también desmayada y en las mismas condiciones, pero las dos aterrorizadas y con un ataque de ansiedad.
La familia Jiménez respiró aliviada en parte cuando supo esto. Hubiera sido espantoso encontrarlos a todos muertos. Sin embargo el vestíbulo y la escalera de servicio eran otra historia. La policía no daba crédito cuando llegó al lugar.
En La Gran sala de recepción del hospital se veían cuatro cuerpos tapados para entonces con una sábana cada uno, evitando así la espantosa visión, a todos los usuarios del hospital que se acercaban, sorprendidos y asustados, a curiosear.
Eso no impedía el horrible espectáculo que representaba aquel reguero de sangre corriendo por todo el vestíbulo. Inmediatamente los cuerpos de seguridad del estado montaron un cordón alrededor de los cadáveres y despejaron la zona, enviando a todos los curiosos lejos de allí.
Pero esta no era la única sorpresa. Alguien avisó de que había otros tres cuerpos en las escaleras de servicio del hospital entre las plantas dos y tres. El espectáculo era el mismo que abajo. Tres cuerpos de hombre que en vida habrían sido considerados temibles pero que ahora yacían en extrañas posturas sobre los escalones y con el rictus de la muerte pintado en las caras deformadas.
Había algunos videos cortos grabados por los móviles de quienes estaban en el vestíbulo del hospital esa noche, que mostraban a un hombre de abrigo negro y a una mujer morena escapando, pero sólo se les veía de espaldas mientras salían por las puertas. Salvo quienes conocían la situación y estaban al tanto de Toba y su accidente, era difícil identificarlos.
La policía andaba a ciegas con la mujer y no estaba claro si se había llevado al hijo de los Jiménez por la fuerza o voluntariamente. Tampoco creían posible que ella fuera la causante de tantas muertes. Pero los numerosos testigos así lo afirmaban. Nadie se explicaba cómo una mujer de ese tamaño podía ser la causante de esa masacre.
¿Quién demonios era ella?