Doncella De La Mafia

Transcurrieron otros dos días. Oficialmente, Anne se había quedado sin dinero. Y, para peor, no conseguía trabajo. No le quedaban demasiados recursos. Lo único que se le había ocurrido era apelar a una amiga de la escuela.

—No se si deba…Ay, esto es vergonzoso…—dijo Anne esa mañana, sentada en el banco de un parque, mirando su móvil, al cual había mantenido apagado por días y no había cambiado el número aún.

Era penoso para Anne acudir a una persona con la cual había perdido contacto luego de la graduación. Aunque, si se lo pensaba bien, no había pasado demasiado tiempo y ella era la única buena amiga que había hecho en la escuela.

No tenía muchas alternativas: era contactarla o regresar a su casa. Entonces, ella encendió el móvil y le envió un mensaje.

Dos horas después, Anne y su amiga almorzaban juntas en un puesto de comida de la calle. La chica se llamaba Beth; era más alta que Anne, de cabello castaño e inquisidores ojos verdes. Ella la contemplaba comer, sin dar crédito a sus ojos: la hija de la prestigiosa familia Hill, perdida en las calles de Los Ángeles, pasando hambre.

—Anne, ¿por qué no me llamaste antes? — inquirió Beth, apenada por la situación de su amiga — De verdad ¿estuviste deambulando sola por esos lugares?

Anne respondió afirmando con la cabeza sin atreverse a mirarla a los ojos. Tenía la boca llena y comía algo nerviosa, pensando en todas las llamadas perdidas que se encontró al encender su móvil.

—Lo siento, Beth. Esto es muy penoso para mi.

—Pero… Somos amigas, ¿no? ¿Por qué no volviste a hablarme luego de la graduación?

Anne levantó los ojos y miró a Beth. Ella intentó explicarse:

—Yo… No es que no quisiera hacerlo. Es que… Mi madrastra me confiscó el móvil. Ella me acusó de hablar con muchachos y me advirtió que mi padre no estaba de acuerdo con eso.

—Vaya… Qué estricta… — dijo Beth, con los ojos muy abiertos.

—Ahora entiendo porqué lo hizo: para que no conozca a nadie ni me enamore, pues quieren casarme con ese tipo. ¡No puedo aceptar eso, Beth! No quiero casarme con alguien que no amo.

—Dijiste que se rumorea que ese hombre es gay, ¿verdad? — añadió Beth — Vaya, él tampoco debe sentirse muy feliz por este matrimonio arreglado.

—Supongo… — respondió Anne, amargada. Aunque, la verdad, no podía imaginar lo que sentía su “prometido” al respecto.

—Anne, ¿no crees que tu familia haya puesto gente a buscarte? ¿No te asusta?

—Es posible, pero mantuve mi móvil apagado por días, no podrían rastrearme tan…

En ese instante, Anne sintió un frío espantoso recorrer todo su ser. El móvil…

Rápidamente, empezó a escudriñar en su bolso; por costumbre, luego de contactar a su amiga, había olvidado apagarlo. Beth la miraba revolver nerviosa, sin comprender.

—¿Anne…? — Beth detuvo sus palabras al mirar por detrás de su amiga. A unos metros, un par de hombres de negro caminaban directo a su mesa — Oye, ¡mira!

Anne dejó de buscar el móvil y levantó la cabeza. Su corazón dió un vuelco al descubrir a esos hombres que, evidentemente, venían a buscarla.

Sin pensar, Anne se levantó de la mesa e intentó huir ante las miradas curiosas que comenzaban a cuchichear.

—¡Anne! — exclamó Beth, quien quiso acompañarla pero, antes de poder hacer eso, uno de los hombres la atrapó por el brazo, pidiéndole que se quede donde estaba. Asustada, Beth obedeció.

A unos metros, Anne tropezó con una botella y cayó al suelo. Sus anteojos volaron y uno de los hombres de negro se agachó y los levantó. Luego, mirando a la joven y alcanzándole las gafas, le pidió con formalidad:

—Por favor, señorita Hill, deje de huir y coopere con nosotros. Somos la policía privada que contrató su padre. No vale la pena que gaste sus energías: usted está rodeada.

Anne levantó la cabeza y comprobó lo que aquel hombre le decía; notó que habría unos cuatro hombres a su alrededor y, dos de ellos, custodiaban a Beth, que se veía bastante nerviosa por la situación.

Con todo el pesar del mundo, Anne se puso de pie, recibió los anteojos que le extendía aquel hombre y obedeció.

“Que muchacha mas rara…”, le oyó decir a una mujer que estaba parada junto al puesto de comida, “Debe tener algún problema serio…”

“No parece cuerda. Mira como se viste”, respondió el joven que estaba al lado de la mujer.

Pero poco le importaron a Anne esos cuchicheos, más viendo cómo metían a Beth en otro auto. Preocupada, inquirió:

—¿Qué hacen? ¿Por qué se la llevan?

—No se preocupe, Señorita Hill. Llevaremos a la Señorita Benet a su casa y se le agradecerá como corresponde por haberle pagado el almuerzo a usted.

“Mierda”, pensó Anne con un escalofrío, “Estos tipos se han enterado de todo…”

Apenas ambas chicas hicieron contacto visual, levantaron las manos y se saludaron desde la distancia con las miradas tristes.

—Suba a la patrulla, Señorita Hill — le pidió el mismo agente que le había devuelto las gafas.

Anne Hill subió a ese carro. Se sentía derrotada, estúpida, descuidada… No solo había hecho pasar un mal momento a su amiga después de no verla por meses: ahora, debería regresar a su casa y quien sabe lo que se encontraría allí.

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