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Un Hogar En El Apocalipsis

Un Hogar En El Apocalipsis

Status: En proceso
Genre:Sci-Fi / Apocalipsis / Zombis
Popularitas:1.2k
Nilai: 5
nombre de autor: Cami

El mundo cayó en cuestión de días.
Un virus desconocido convirtió las calles en cementerios abiertos y a los vivos en cazadores de su propia especie.

Valery, una adolescente de dieciséis años, vive ahora huyendo junto a su hermano pequeño Luka y su padre, un médico que lo ha perdido todo salvo la esperanza. En un mundo donde los muertos caminan y los vivos se vuelven aún más peligrosos, los tres deberán aprender a sobrevivir entre el miedo, la pérdida y la desconfianza.

Mientras el pasado se desmorona a su alrededor, Valery descubrirá que la supervivencia no siempre significa seguir con vida: a veces significa tomar decisiones imposibles, y seguir adelante pese al dolor.
Su meta ya no es escapar.
Su meta es encontrar un lugar donde puedan dejar de correr.
Un lugar que puedan llamar hogar.

NovelToon tiene autorización de Cami para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

7

—Papá —dijo Valery, su voz baja pero cortante como el filo de un cuchillo.

Derek siguió su mirada en el espejo y apretó el volante hasta que sus nudillos palidecieron. Un sudor frío le recorrió la espalda.

—No son zombis —continuó Valery, su mente trabajando a una velocidad vertiginosa, calculando distancias, opciones—. Están buscando. Saben que alguien estuvo allí. Vamos al río. Hay que volver al puente. Es nuestro único activo, el único lugar que conocemos lo suficientemente bien.

Derek, aunque horrorizado por la idea de regresar a ese lugar de pesadilla, asintió. No había otra opción. Valery ya había abierto uno de los bidones y tomado el encendedor. El plan que se gestaba en su mente era desesperado y dependedía de precisión, de un timing perfecto. Un error los mataría a los tres.

—¡Ahora, papá! ¡Más rápido! —gritó Valery al ver el perfil del puente aproximarse en el horizonte, un monstruo de cemento sobre el agua que ahora era su única tabla de salvación.

Justo al llegar al claro que precedía al puente, Derek giró el volante con un movimiento brusco y gutural, desviando el SUV a la izquierda, internándose en la maleza y frenando en seco en el mismo lugar donde se habían escondido antes. El sedán que los perseguía, viajando a gran velocidad y pegado a su estela, no tuvo tiempo de reaccionar. Siguió de largo, entrando de lleno en la boca del puente de cemento, frenando con un chirrido de neumáticos que desgarró el silencio.

Derek detuvo el SUV entre los árboles, el motor aún en marcha, un animal ansioso por escapar.

Valery saltó del vehículo antes de que se detuviera por completo. Corrió agachada, usando la cobertura de los arbustos, hacia el inicio del puente, justo detrás del sedán que acababa de detenerse. Las puertas del coche se abrieron de golpe. Tres hombres bajaron, armados con rifles de cacería y una pistola. Sus rostros eran duros, famélicos, y sus miradas se clavaron con rabia en la maleza donde el SUV había desaparecido.

—¡Ahí están, en los árboles! —gritó uno, un tipo corpulento con una camisa a cuadros, alzando el rifle.

Valery no les dio tiempo de apuntar, de disparar, de pensar.

Con una rapidez helada, Valery abrió el bidón y vertió una generosa línea de gasolina en el cemento reseco, justo en el punto ciego entre el final del puente y el comienzo del claro, creando una barrera líquida e inflamable. Sin titubear, encendió el encendedor y lo lanzó sobre el charco humeante.

La gasolina se encendió con un siseo violento y un estallido de llamas amarillas y anaranjadas que se alzaron hasta la altura de su cintura. El calor le golpeó el rostro, una ráfaga infernal. El fuego crepitó, separando a Valery de los hombres con un muro de calor y luz cegadora.

Los hombres retrocedieron por reflejo, gritando maldiciones, sus rostros iluminados por las llamas danzantes, sus rifles aún alzados pero sin un blanco claro. La sorpresa fue total.

Fue en ese instante, precisamente como ella había previsto, que sucedió la otra mitad de la trampa.

Los zombis, alertados por el rugido de los motores, el chirrido de los neumáticos y ahora el crepitar de las llamas y el olor a gasolina y humo, emergieron espasmódicamente de las sombras bajo el puente y de la maleza cercana. Al igual que la familia había aprendido, se habían acostumbrado al silencio. El estruendo repentino era una campana de dinner, y el sedán detenido en medio del puente era la mesa puesta.

Los atacantes se quedaron atrapados en una encrucijada macabra: un muro de fuego cortándoles la retirada por delante, y una media docena de caminantes hambrientos que surgían por detrás, atraídos por el festín de ruido y movimiento.

—¡Maldita sea! ¡Por detrás! —gritó el hombre de la camisa a cuadros, y su atención, y la de sus compañeros, se desvió por completo de Valery y del fuego hacia la nueva y más inmediata amenaza.

El primer disparo retumbó, ensordecedor en el espacio confinado del puente. La bala se estrelló contra el pecho de un zombi, que se tambaleó pero siguió avanzando. El ruido, en lugar de ahuyentarlos, pareció excitarlos más, y selló el destino de los atacantes, atrayendo a más sombras desde las profundidades del bosque.

Valery, desde su lugar seguro al otro lado de las llamas, sintió un escalofrío de culpa que la recorrió de la cabeza a los pies, un frío intenso en medio del calor del incendio. No estaba matando monstruos; estaba condenando a muerte a otros humanos, por más hostiles que fueran. Pero la imagen de Luka, durmiendo en el asiento trasero del SUV, barrió cualquier duda. La supervivencia de su familia era la única ley, el único mandamiento en este mundo nuevo y despiadado. Ella había trazado la línea, literalmente, y ellos habían sido lo suficientemente estúpidos como para cruzarla.

Regresó corriendo al SUV. Derek ya había cargado a Luka, que se desperezaba somnoliento y confundido. El rostro de su padre estaba blanco como la luna, una máscara de horror, pero su obediencia a la estrategia de su hija era inquebrantable.

—¡Ahora! ¡Ya! —Valery tomó su lugar en el copiloto, la palanca y la llave inglesa, sus extensiones metálicas, descansando sobre sus muslos temblorosos.

El SUV arrancó y salió del claro con urgencia, alejándose del puente, del fuego, de los gritos que ahora se mezclaban con unos gruñidos guturales y el sonido de cristales rompiéndose. El último sonido que Valery logró discernir antes de que el rugido del motor lo ahogara todo no fue el de los zombis, sino un grito humano, agudo y lleno de un terror final, que se cortó de manera abrupta. El sedán, y los hombres que contenía, habían quedado atrás, convertidos en otra nota a pie de página en el apocalipsis.

El silencio, pesado y cargado de cenizas y culpa, volvió a caer sobre el claro del río. Valery sacó el mapa arrugado. Con una mano que apenas temblaba, trazó una X gruesa y decidida sobre el Pueblo y la gasolinera. No era solo un lugar evitado; era un recordatorio. Había superado el peligro, había consolidado su liderazgo con una brutalidad estratégica que la asustaba. Habían conseguido el combustible, el tiempo, la distancia. Pero el precio, una mancha oscura en su conciencia que sabía que la acompañaría hasta el final del camino, quizás era más alto de lo que había imaginado.

1
Paola Zamorano Rossel
muy bueno y muy bien escrito
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