Toda mi vida deseé algo tan simple que parecía imposible: Ser amada.
Nací en mundo de edificios grises, calles frías y rostros indiferentes.
Cuando apenas era un bebé fui abandonada.
Creí que el orfanato sería refugio, pero el hombre que lo dirigía no era más que un maltratador escondido detrás de una sonrisa falsa. Allí aprendí que incluso los adultos que prometen cuidado pueden ser mostruos.
Un día, una mujer y su esposo llegaron con promesas de familia y hogar me adoptaron. Pero la cruel verdad se reveló: la mujer era mi madre biológica, la misma que me había abandonado recién nacida.
Ellos ya tenian hijos, para todos ellos yo era un estorbo.
Me maltrataban, me humillaban en casa y en la escuela. sus palabras eran cuchillas. sus risas, cadenas.
Mi madre me miraba como si fuera un error, y, yo, al igual que ella en su tiempo, fui excluida como un insecto repugnante. ellos gozaban de buena economía, yo sobrevivía, crecí sin abrazos, sin calor, sin nombre propio.
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Capitulo 6:
El silencio de la mañana estaba roto apenas por el canto lejano de unos pájaros y el roce del viento contra los ventanales. La doncella abrió las cortinas y el sol entró a raudales, iluminando la habitación de tonos dorados.
La claridad cayó sobre el espejo de cuerpo entero frente a la cama. Mi mirada se encontró con la de esa niña: pequeña, frágil, de cabellos oscuros y ojos enormes, como un lago profundo que escondía más dolor del que una criatura de su edad debería conocer.
Me acerqué lentamente.
Ese rostro me resultaba extraño y familiar al mismo tiempo. Era yo, pero también era ella: la niña de la novela que había leído en mi primera vida. La misma que, como yo, fue despreciada por quienes debían protegerla, humillada en silencio y apartada de toda ternura.
Alcé una mano y toqué el frío cristal. Mi reflejo hizo lo mismo. Por un instante sentí que el vidrio no separaba dos imágenes, sino dos historias idénticas.
—Tú y yo… —susurré—. Ambas sufrimos igual. Tú en estas páginas malditas, yo en aquella vida que me arrancaron demasiado pronto.
El corazón me dio un vuelco. Recordé las risas crueles de mis hermanos adoptivos de mi otra vida, las manos del director del orfanato que me golpeaban sin razón, las lágrimas que derramé en soledad. Y ahora, en esta existencia, el reflejo me devolvía las heridas de otra niña condenada al desprecio.
Dos infancias quebradas. Dos niñas diferentes, pero la misma soledad.
La puerta se abrió de golpe.
—Otra vez mirándote en el espejo —se escuchó la voz fría de mi hermano mayor.
Él entró sin pedir permiso, seguido de los demás. Cada uno de ellos, hijos legítimos del duque y la duquesa, era mi hermano biológico en esta vida. Los observé: todos hermosos, de porte noble, con el aire orgulloso de quienes habían sido criados para brillar. Pero en sus ojos solo había desdén cuando me miraban.
—Pensábamos que llorarías después de ver a padre —rió una de mis hermanos, acomodándose los rizos dorados que caían sobre sus hombros.
—O que romperías algo, como hacías siempre —agregó otro con sorna.
Ellos recordaban a la niña engreída y malvada que solía ser. Esa que insultaba a sirvientes, gritaba por caprichos y humillaba a cualquiera que no le obedeciera. No sabían que esa niña ya no existía.
—¿Qué pasa contigo? —dijo el mayor, acercándose y empujándome el hombro con brusquedad—. Antes te enojarías por algo tan pequeño. Ahora te callas… ¿qué pretendes fingir?
Me tambaleé, pero no caí. El espejo seguía detrás de mí, reflejando la escena. Mi reflejo me observaba con sus mismos ojos tristes, como si me pidiera no traicionar la decisión que había tomado.
Respiré hondo.
—No quiero pelear —respondí, con voz tranquila.
El silencio llenó la habitación. Mis hermanos se miraron entre sí, confundidos.
—¿Qué dijiste? —preguntó mi hermano, con incredulidad en el rostro.
—Escuchaste bien —respondí con calma.
Un murmullo de risas nerviosas escapó de sus labios.
—Ridícula. Crees que puedes cambiar lo que eres… —dijo el mayor, apartándose—. Para nosotros seguirás siendo la vergüenza de esta familia.
Se dieron media vuelta y salieron, sus pasos firmes alejándose por el pasillo. La puerta se cerró tras ellos, dejando la habitación en un silencio más denso que antes.
Me giré hacia el espejo de nuevo. El reflejo de esa niña seguía allí, idéntica a mí, idéntica a mi pasado.
—Ellos me odian como siempre lo hicieron —susurré—. Pero esta vez no dejaré que el final sea el mismo.
Apoyé la frente contra el cristal helado. Mis ojos en el reflejo brillaban con lágrimas contenidas, pero también con algo más: determinación.
—Antes ambas morimos odiadas. Tú en esta novela, yo en mi otra vida. Pero ahora… ahora juntas escribiremos un nuevo destino.
Y en lo más profundo de mi ser, sentí que esa promesa no era solo mía. Que la niña del reflejo también la compartía conmigo.