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Welcome To The Imgard

Welcome To The Imgard

Status: En proceso
Genre:Romance / Venganza / Intrigante / Época / Traiciones y engaños / Sherlock
Popularitas:475
Nilai: 5
nombre de autor: Nijuri02

En el elegante y exclusivo Imperial Garden (Imgard), un enclave de lujo en el Londres de 1920, la vida de las doce familias más ricas de la ciudad transcurre entre jardines impecables y mansiones deslumbrantes. Pero la perfección es solo una fachada.

Cuando un asesinato repentino sacude la tranquilidad de este paraíso privado, Hemmet, un joven detective de 25 años, regresa al lugar que dejó atrás, escondido tras una identidad falsa.
Con su agudeza para leer el lenguaje corporal y una intuición inquebrantable, Hemmet se sumerge en el hermético círculo social de Imgard. Mientras investiga, la elegancia y los secretos del barrio lo obligan a enfrentarse a su propio pasado.

En Imgard, nada es lo que parece. Y cada elegante sonrisa esconde un misterio.

NovelToon tiene autorización de Nijuri02 para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo Seis: Lyonhurts.

"La mayoría de las veces, tendrás que mentir para obtener información. No te preocupes, es común. Todo el mundo finge ser alguien que no es".

Atte: Papá.

—Lo más importante, eres tú. Cómo controlas tu mente —Hemmet hablaba con Mireia en el jardín mientras daban un paseo matutino.

—Pero… —Mireia frunció el ceño. —¿Lo más importante no es observar a los sospechosos?

Se detuvieron un momento a observar las flores a sus costados. Una suave brisa primaveral les rozaba los rostros. El aroma dulce de las flores, la tierra mojada y el césped recién cortado relajaba a cualquiera que estuviera en aquel remanso de paz.

—¿Cómo llegas a pensar que alguien es sospechoso entonces?

—Me perdí —dijo Mireia, rascándose la cabeza con un gesto de confusión.

Hemmet soltó una carcajada suave. Se secó algunas lágrimas de la risa y continuó:

—Tu mente —dijo Hemmet, tocando la frente de Mireia, quien se tambaleó un momento por la sorpresa. —Tu mente debe estar vacía de emociones. Un detective no puede tomar decisiones bajo ningún tipo de sensación emocional o sentimental. La frialdad es la clave.

—Mhmm… —Mireia anotaba diligentemente en su cuaderno.

Ahora, dentro de una sala de estudio elegantemente decorada con libros encuadernados en cuero y cuadros de paisajes imponentes. Un gran escritorio de madera de roble dominaba la estancia, flanqueado por dos sillas acolchadas que usaban los jóvenes.

—Sebastian Lyonhurts, veintiocho años. Es el heredero —explicaba Mireia, con el cuaderno abierto.

Hemmet escribía en el suyo.

—Es frío y reservado, pero se viste muy bien.

—Alta… nero… —decía Hemmet en voz alta, mientras garabateaba.

—Eso no tiene sentido

Hemmet la miró con un gesto de pereza, casi de hastío.

En el jardín.

—Cuando investigas no debes mostrarte investigando. Actúa normal y tranquila. Observa a tu alrededor como si lo hicieras comúnmente, no cuando realmente quieras ver pistas.

—¿Podrías darme un ejemplo? —preguntó Mireia, atenta.

Hemmet observaba el jardín a lo lejos, una leve sonrisa en sus labios. —Tienes diecisiete granos en la cara. Poco a poco tu enfermedad se está disipando. Es buena señal.

Hemmet continuó caminando, dejando atrás a Mireia atónita.

¿En qué momento…?, pensó la chica. Ni siquiera yo lo sabía.

De vuelta en el estudio.

—Vanessa Lyonhurts —dijo Mireia, su tono cargado de un desprecio apenas disimulado. —El centro de atención, la más hermosa y adorable de todo Imgard. —Mireia giró sus ojos hacia arriba en señal de sarcasmo.

—Puedo notar que se llevan bien.

—¡Tsh! —Mireia hizo un sonido de desdén. —Solíamos llevarnos bien, pero una cosa llevó a la otra…

Mireia dejó la frase inconclusa, dejando un silencio incómodo que Hemmet no se molestó en llenar.

Él escribió:

"Vanessa… Lyonhurts… Se puso… el mismo… vestido… que Mireia... En una fiesta."

—¡Oye! —Mireia se cruzó de brazos, una chispa de molestia en sus ojos.

En el jardín.

—Un detective nunca es un detective, y siempre es un detective —decía Hemmet, contemplando una mariposa que se posaba delicadamente en una flor.

—Pienso que me tomas el pelo —Mireia lo miró, aún con los brazos cruzados.

En la sala de estudio.

—¿Y sobre sus padres? —preguntó Hemmet, encorvado sobre el escritorio, listo para escribir.

—Theón Lyonhurts es amable y… muy apuesto. Parece muy joven para la edad que tiene, pero pienso que es muy sospechoso. Y su esposa, Charlotte, es… complicada.

—¿Hay alguno de esa familia que no sea complicado? —preguntó Hemmet con un tono perezoso.

—Creo que Teo Lyonhurts.

—Adivinaré, solo tiene diez años.

—Ocho.

Hemmet se preparaba en su habitación cuando se oyeron unos toques en la puerta.

—¿Estás listo? —preguntó Mireia desde afuera, su voz resonando a través del grueso roble. Llevaba un largo vestido plateado y brillante, que capturaba la poca luz del pasillo.

Hemmet salió de su habitación. Su camisa blanca, impecablemente planchada y arremangada hasta el antebrazo, dejó un momento en silencio a la joven, que observaba los brazos del detective sin disimulo, la tela tensa sobre sus músculos definidos.

—¿Vio algún fantasma, señorita Mireia? —preguntó Hemmet en tono burlón, notando su mirada.

—Lo siento, solo me pareció poco profesional el modo de usar las prendas, señor John Fareyn.

—Ah, no tiene que preocuparse. La belleza de usted no se compara con la de nadie. Ese vestido le queda precioso.

—Su fuerte perfume es también muy cautivador, tengo que decirle —continuó Mireia, devolviendo divertida el cumplido.

Llegaron hasta el Mercedes Benz blanco que los esperaba al frente de la mansión. Hemmet ayudó a la joven a entrar, subiendo a su lado un momento después.

El chófer, un hombre impasible con gorra de plato, comenzó a andar. Luego de unos minutos, habían llegado.

Unas imponentes rejas doradas, cubiertas con enredaderas de hiedra, decoraban el frente de la luminosa mansión Lyonhurts. El rojo y el dorado brillante eran los colores principales que cubrían la columna vertebral de aquella gigantesca casa. En el frente de la entrada, el logo de un imponente león con dos lanzas cruzadas formando una "X" brillaba bajo la luna.

La mansión era casi del mismo tamaño que la de los Shelford, pero sus colores y decoraciones, con un aire más audaz y ostentoso, le daban un toque más imponente y casi desafiante.

—No hace falta entrar para darme cuenta de que están un poco locos —dijo Hemmet, mirando por la ventana del auto con una sonrisa irónica.

Mireia solo rio.

Ambos bajaron, y un mayordomo los esperó en la entrada. Llevaba un lujoso traje negro y blanco, pulcro hasta el extremo. En su pecho, una insignia bordada en color naranja del mismo león y las lanzas. Los guardias, uniformados e inmutables, se mantenían quietos a los lados de la entrada principal.

—Señor John Fareyn, parece que esta vez no va a golpear a los guardias —Mireia se burló, un toque de diversión en su voz.

—Al parecer no son tan descorteses como la primera familia que me recibió en este lugar —Hemmet respondió, sin quedarse atrás, su mirada divertida.

Caminaron, ella del brazo del detective, el brillo de su vestido plateado contrastando con la oscuridad de la noche.

Dentro de la casa, en el gran salón de recepción, el señor Theón los saludó cordialmente. Era un hombre de unos cincuenta años, de aspecto jovial y cabello impecable, que cargaba en sus brazos a su hijo pequeño, Teo, un niño de rostro angelical.

—Oh, qué alegría tenerlo por fin con nosotros, señor John Fareyn. Sean bienvenidos a nuestra humilde casa —dijo Theón, con una calidez que rozaba lo excesivo.

—Humilde —susurró Hemmet, con una leve inclinación de cabeza.

Mireia codeó a su compañero, apenas conteniendo una risita.

Las paredes del interior mantenían los tonos dorados, naranjas y rojos, creando una atmósfera de opulencia. A diferencia de los Shelford, estas paredes se adornaban con muchísimos más cuadros, retratos familiares y escenas de cacería.

Pero lo más peculiar eran los espejos; solo en el salón principal, había alrededor de doce, todos con marcos dorados y ornamentados. El mismo escudo del león y las lanzas aparecía en tapices y adornos.

Charlotte, la mujer de la casa, y Sebastian, el heredero, bajaban de la gran escalera curva. Charlotte era una mujer alta y esbelta, de unos cuarenta y cinco años, con una presencia dominante. Vestía un deslumbrante vestido rojo de seda con finas líneas doradas bordadas, que acentuaba su figura y su fuerte personalidad. Sebastian, su hijo, era la viva imagen de su madre, aunque más joven y con una expresión más enigmática. Su esmoquin negro brillaba bajo los candelabros, impecable.

—Qué agradable visita —dijo Charlotte amablemente.

—Bienvenidos —continuó Sebastian, con una leve sonrisa.

El detective besó la mano de la mujer con una elegancia impecable y saludó con un firme apretón de manos a Sebastian. La corta conversación de bienvenida se interrumpió cuando un sirviente apareció de otra sala, anunciando que la cena estaba por servirse.

Se acomodaron en la larga y elegante mesa, en aquel comedor también repleto de espejos y el omnipresente escudo del león rampante.

—Querido —le dijo Charlotte a su esposo, con un tono ligeramente imperioso. —No deberíamos comenzar sin Vanessa.

—¡Ya estoy aquí! —Una voz melodiosa, aunque con un toque de impaciencia, se escuchó desde lejos. Unos tacones resonaron con prisa.

—Siento la demora —dijo la chica, entrando al comedor con la cabeza ligeramente agachada.

Cuando la chica levantó la mirada, Hemmet se levantó de la silla lentamente. Sus ojos, fijos en ella, parecían estar observando a un ángel. Aquel vestido, de un blanco inmaculado con delicados detalles dorados, notaba una delgada cintura y un escote alto. Sus ojos verdes, grandes y expresivos, y sus labios finos, de un color rosado natural, parecían enamorar a cualquiera que mirara ese rostro, con una expresión de inocencia. Su cabello, de un rubio brillante, estaba ondulado y perfectamente arreglado, cayendo en cascada sobre sus hombros.

—Lo siento… Pido disculpas —dijo tímidamente al detective, quien no apartaba la vista de la joven, completamente hipnotizado por su presencia.

—No tiene que disculparse.

—Gracias por venir a visitarnos, detective John Fareyn.

Hemmet tomó la mano de la joven sin perder de vista aquellos ojos verdes que parecían capturar toda la luz. —Agradecido estoy yo, por presenciar semejante belleza.

Hemmet besó la mano de Vanessa con una reverencia que la hizo sonrojarse. Ambos caminaron y se sentaron uno al lado del otro, sin dejar de mirarse, una conexión instantánea y palpable entre ellos.

Sinvergüenza, pensó Mireia, una mezcla de molestia y divertida exasperación en su rostro, mientras observaba la escena desde su asiento en diagonal, al lado de Sebastian.

—Muy bien —dijo Theón, levantando su copa. —Que comience la cena.

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Thaurusi
buen ritmo. siento que ba a pasar algo grande. quiero masss
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