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Cuando Abrió Los Ojos, Descubrió El Amor

Cuando Abrió Los Ojos, Descubrió El Amor

Status: Terminada
Genre:CEO / Amor-odio / Amor eterno / Enfermizo / Completas
Popularitas:420
Nilai: 5
nombre de autor: Luciara Saraiva

La puerta chirrió al abrirse, revelando a Serena y a la enfermera Sabrina Santos.

—Arthur, hijo —anunció Serena—, ha llegado tu nueva enfermera. Por favor, sé amable esta vez.

Una sonrisa cínica curvó los labios de Arthur. Sabrina era la duodécima enfermera en cuatro meses, desde el accidente que lo dejó ciego y con movilidad reducida.

Los pasos de las dos mujeres rompieron el silencio de la habitación semioscura. Acostado en la cama, Arthur apretó los puños bajo la sábana. Otra intrusa más. Otro par de ojos recordándole la oscuridad que lo atrapaba.

—Puedes irte, madre —su voz ronca cortó el aire, cargada de impaciencia—. No necesito a nadie aquí.

Serena suspiró, un sonido cansado que se había vuelto frecuente.

—Arthur, querido, necesitas cuidados. Sabrina es muy experta y viene con excelentes recomendaciones. Dale una oportunidad, por favor.

NovelToon tiene autorización de Luciara Saraiva para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 7

Arthur esbozó una sonrisa casi imperceptible, una de esas que no alcanzaba los ojos, pero que parecía un hilo de luz en su semblante habitualmente cerrado.

—Yo no la 'vi', enfermera —respondió, la voz cargada de un tono enigmático que Sabrina aún no había descifrado—. Yo sentí que me miraba. Las personas ciegas desarrollan otros sentidos, ¿sabe? El silencio de su respiración, la forma en que el aire cambió a su alrededor, la energía… es algo que se percibe. Usted tiene una mirada… intensa.

Hizo una pausa, la sonrisa ensanchándose ligeramente, pero aún sin la menor intimidad.

—Y usted me estaba observando porque dije algo que la sorprendió, ¿no fue así? La verdad es que la mayoría de las personas se incomodan con mi condición. Actúan con pena o con una curiosidad mórbida. Pero usted… usted me confronta. Y ahora, parece estar curiosa. Es un cambio refrescante.

Sabrina sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. La percepción de él era aterradora. No estaba solo escuchando; estaba sintiendo el ambiente, las emociones que ella intentaba esconder. Era como si, en la ausencia de la visión, sus otros sentidos hubieran sido agudizados a un nivel casi sobrenatural.

—Su capacidad de percepción es… notable, señor Maldonado —admitió, la voz embargada por un instante de admiración genuina—. Sí, estaba sorprendida. Su historia es… diferente de lo que se imaginaba. Y sí, me encontré observándolo. Pido disculpas si mi curiosidad lo dejó incómodo.

Se inclinó ligeramente, la toalla aún en sus manos, y tomó la ropa limpia de Arthur. La postura profesional había vuelto, pero con una capa extra de respeto y, tal vez, un nuevo tipo de curiosidad.

—¿Debo llevarlo a la habitación para vestirlo, señor Maldonado? ¿O prefiere que lo ayude aquí mismo?

—Aquí mismo, por favor —respondió Arthur sintiéndose un poco más a gusto con Sabrina.

Ella lo vistió cuidadosamente. Luego ayudó a Arthur a volver nuevamente a su cama. Sabrina lo dejó sentado mientras tomaba un hidratante corporal. Ella colocó un poco de crema en las palmas de las manos y luego deslizó los dedos suavemente sobre las piernas de Arthur, como también sus brazos, todo con mucho cuidado.

—Sus manos son lisas, enfermera, me parece que no trabaja en casa...

La pregunta de él fue más para irritarla que por curiosidad.

—Paso la mayor parte de mi tiempo dentro de cuartos de hospitales o en las casas, cuidando de los enfermos, pago a una persona para hacer el servicio de casa y también lavar mi ropa. Con eso, tengo tiempo para descansar un poco sin preocuparme con otras cosas.

Arthur escuchaba atentamente. Una sombra de curiosidad perpasó su mente: — ¿Vive sola? Pero creo que debe tener un marido de cincuenta años que no sirve para nada.

Sabrina sonrió en silencio.

—¿Qué le hace pensar que tengo marido? Tal vez esté equivocado —comentó haciendo que él cambiara la expresión de su cara.

—Lo siento por usted, debe ser difícil quedarse sin alguien. Sé cómo se siente. Debe sentirse solitaria.

—Vivo sola, pero no estoy sola, tengo un novio que me ama. Él es médico y siempre está dedicado en el trabajo. No nos hablamos siempre y ni nos vemos con frecuencia, pero nos entendemos y eso es lo que importa.

Arthur escuchaba atentamente, pero su mente se perdía en los recuerdos del pasado, de la salud que disfrutara antes y de todas las mujeres lindas que tenía a su lado. Nunca imaginó que un día iba a quedar en esa situación, ciego y dependiente de otra persona para sus cuidados.

—Nunca me gustaron las relaciones —confesó llamando la atención de Sabrina.

—Me gusta mi libertad y noviar es muy aburrido. Ese negocio de ser fiel no va conmigo. El amor es una ilusión pasajera y las personas luego se cansan de pasar mucho tiempo con la misma persona, por eso no creo en el amor. Amar es pérdida de tiempo.

Sabrina termina de pasar el hidratante corporal en Arthur.

—Cada uno tiene su opinión, señor Maldonado. Pero no concuerdo en decir que el amor es una ilusión... —Sabrina dejó el hidratante encima de la cómoda y tomó un cepillo y comienza a peinar los cabellos de Arthur.

—Mujeres... siempre ilusionadas y románticas. Apuesto que su novio debe tener otra... Los hombres son idénticos.

—Es mejor parar con eso, esta conversación no es conveniente ahora. Este asunto es particular y yo confío en mi novio.

Arthur soltó una risa corta y sarcástica. —Después no diga que yo no dije...

Sabrina respiró hondo antes de ayudarlo a acostarse en la cama. Los días siguientes fueron pesados. Sabrina sentía dolores de cabeza por las muchas implicancias y consecuentemente inmadureces de Arthur. Él la irritaba a cada instante.

El viernes por la madrugada, el celular de Sabrina sonó y era Arthur, una vez más... Él la había llamado varias veces durante todas las madrugadas que pasara allí, no por necesidad, sino apenas para importunarla constantemente para que Sabrina dejara la mansión. Arthur usaba su celular configurado especialmente para él.

Ella se levantó vistiendo su pijama de ositos y fue hasta él.

—Sr. Maldonado, ¿está necesitando de alguna cosa?

Arthur inclinó la cabeza en dirección de la puerta. —Yo quiero té, no estoy consiguiendo dormir. Apúrese y vaya a hacer. No me gusta quedar esperando.

Sabrina respiró profundamente sintiendo voluntad de responder con ignorancia, pero recordó que ella era una profesional y no podía actuar así con sus pacientes.

—Está bien, señor. Volveré luego.

Sabrina bajó las escaleras de la mansión rápidamente sin querer usar el elevador que existiera allí, especialmente usado por el dueño de la mansión. Ella preparó el té y luego retornó al cuarto de Arthur.

—Aquí está señor Maldonado.

Ella dejó la bandeja encima de la cómoda y se aproximó de la cama para ayudar a Arthur a sentarse.

—¿Qué está haciendo, enfermera? —Él resmungó con rabia.

—Solo lo estoy ayudando a sentarse —respondió ella intentando mantener la calma—. Necesita sentarse para beber el té.

—Yo no quiero más el té. Estoy con sueño y quiero dormir. ¿Puede salir o voy a necesitar hablar más una vez?

La arrogancia de él irritaba profundamente a Sabrina. Siempre era así... Arthur la despertaba durante la madrugada y cuando él pedía algo para ella hacer, él siempre arreglaba una excusa cuando Sabrina atendía a su pedido.

Sabrina tomó la bandeja con el té y salió para su cuarto sin decir más nada.

Por la mañana, despertó una vez más con ojeras visibles. Ella levantó y tomó un baño haciendo su higiene personal.

Sabrina vistió su uniforme mirando para el espejo a su frente.

—Aún bien que mañana voy para casa. Por lo menos no iré a tener que ver a ese insoportable por dos días —resmungó bajito sintiéndose incomodada con la situación. Ella nunca imaginaría que Arthur fuera tan irritante.

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