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Lo Que Debía Permanecer Oculto

Lo Que Debía Permanecer Oculto

Status: Terminada
Genre:Romance / Época / Fantasía épica / Edad media / Completas
Popularitas:819
Nilai: 5
nombre de autor: MIS HISTORIAS

Kaela Norwyn nunca buscó la verdad. Pero la verdad la encontró a ella.
Tras la muerte de su madre, Kaela inicia un viaje hacia lo desconocido, acompañada por un joven soldado llamado Lioran, comprometido a protegerla… y a proteger lo poco que queda de un apellido que muchos creían extinto. Lo que comienza como un viaje de descubrimiento personal, pronto se transforma en una carrera por la supervivencia: antiguos enemigos han regresado, y no todos respiran.
Perseguidos por seres que alguna vez estuvieron muertos —y no por decisión propia—, Kaela y Lioran desentrañan un legado marcado por pactos silenciosos, invocaciones prohibidas y una familia que hizo lo impensable para mantener a salvo aquello que debía permanecer oculto.
Entre la lealtad feroz de un abuelo que nunca se rindió, el instinto protector de un perro que gruñe antes de que el peligro se acerque, y el amor contenido de un joven

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Capitulo 7

El sol de la mañana brillaba sobre las losas pulidas del complejo textil Norwyn. Las chimeneas humeaban suavemente en la distancia, y el rumor de telares trabajando marcaba el pulso vivo del Vado Gris. Kaela caminaba entre estructuras de piedra y acero, al lado de su abuelo, observando con ojos atentos el ritmo de la ciudad que, poco a poco, empezaba a considerar suya.

A su otro lado, como sombra constante, iba Lioran. Vestía ropa sencilla, con mangas remangadas y mirada vigilante, aunque esta vez también prestaba atención al entorno con interés auténtico.

—Aquí es donde late la empresa —dijo Eldran, sin dejar de caminar—. Oficinas, contaduría, logística, relaciones exteriores. Nada funciona si esta parte no respira.

Kaela asintió, anotando mentalmente todo lo que veía.

—Quiero aprenderlo todo —dijo con firmeza—. Desde el almacén hasta los contratos.

Eldran la miró de reojo con una mezcla de respeto y preocupación.

—Entonces prepárate para decepcionarte. Esto no es nobleza ni aventura. Es trabajo. Cifras, errores, pérdidas, márgenes estrechos. La gloria está en lo que no se ve.

—Como en una buena defensa —intervino Lioran.

Eldran soltó un gruñido breve, sin mirarlo directamente.

—Tú sabrás de eso. Y de contaduría. Y de idiomas. Lo recuerdo bien.

—Sigo sabiendo —replicó Lioran con voz serena, sin dejarse intimidar.

—Ya veremos —murmuró Eldran. Niebla, como si notara el leve cambio de tono, se colocó instintivamente entre ambos.

Kaela notó la tensión creciente, pero decidió ignorarla por el momento.

Atravesaron el patio que conectaba con el ala de manufactura. Los trabajadores los saludaban con respeto, y más de una mirada curiosa se clavó en Kaela mientras pasaban. Algunos cuchicheaban con disimulo.

Fue entonces cuando lo oyeron.

Un grupo de jóvenes empleados, de no más de veinte años, conversaban cerca de unos rollos de algodón. Creían estar lejos, pero el eco de sus voces los traicionó.

—Esa es la nieta del patrón, ¿verdad?

—Nada mal, ¿eh?

—Yo no me iría sin intentarlo. ¿Comprometida? Bah… no sería la primera en cambiar de opinión.

—Si la convenzo, imagínate lo que puedo llegar a ser en esta empresa...

Kaela se detuvo. No giró. Solo cerró la libreta con calma. Lioran dio medio paso al frente, con los ojos fríos como el acero. Niebla gruñó bajito.

Pero fue Eldran quien habló, girándose con una sonrisa peligrosa.

—¿Ven? —dijo, mirando a Kaela con gesto contenido—. ¿Recuerdan cuando dije que ni presentándote como prometida iban a dejar de rondar? Aquí lo tienen. Ejemplos vivos de hormonas sin propósito.

Los chicos palidecieron al instante.

Uno incluso intentó esconderse tras un rollo de tela.

Kaela suspiró, sin poder evitar una sonrisa sarcástica.

—¿Y así piensas que me quedaré tranquila?

—No —respondió Eldran—. Por eso tengo a un guardián a cada lado. Uno con nombre… y otro con colmillos.

En ese momento, uno de los jóvenes, más valiente —o más necio— que el resto, se acercó tímidamente con un pequeño ramo de flores silvestres.

—Buenos días, señorita Kaela —dijo con una sonrisa nerviosa—. Solo quería darle esto, como bienvenida. No es nada… solo…

Antes de que Kaela respondiera, Lioran alargó la mano y tomó el ramo.

Lo sostuvo un segundo, mirándolo como si evaluara su valor… y luego, con la naturalidad de alguien que ya había tomado una decisión, se lo ofreció a Niebla.

—¿Un regalo para ti, amigo?

Niebla lo tomó sin dudar.

Y lo destrozó con entusiasmo salvaje en menos de cinco segundos.

Los pétalos volaron. Los tallos crujieron. Un hilo de baba quedó colgando de la mandíbula de la bestia, que miró al joven como si esperara más.

El silencio fue total.

Hasta que Eldran soltó una risa baja y contenida.

—Bien hecho —murmuró—. Digno del viejo Norwyn. Inteligente, efectivo… y ligeramente vengativo.

Lioran sonrió también, sin soltar palabra. Por un segundo, ambos hombres compartieron una mirada fugaz de entendimiento.

Una tregua momentánea, nacida de un enemigo común: los pretendientes impertinentes.

Kaela negó con la cabeza, disimulando su sonrisa mientras murmuraba:

—Un día estos dos van a declararse guerra formal, y Niebla será el árbitro…

—Yo ganaría —dijeron Eldran y Lioran al unísono.

Niebla ladró una sola vez.

Como si dijera: yo no tomo partido. Solo protejo lo que es mío.

La mañana continuó con el recorrido por los sectores contables y de transporte. Kaela absorbía todo como una esponja, seria y enfocada. Pero el resto del día, cada vez que alguien se le acercaba más de lo debido… Lioran se adelantaba un paso. Y Niebla… gruñía, aunque fuera solo por costumbre.

Eldran no comentó más al respecto. Pero cada vez que lo hacía, sus ojos terminaban en Lioran.

No con enemistad.

Pero sí con el recelo de un padre que no entregará tan fácilmente a lo que aún considera su niña.

**

El primer día formal de trabajo de Kaela comenzó antes del amanecer, cuando el canto de los cuervos apenas se mezclaba con el sonido de los molinos que ya empezaban a girar.

Eldran los esperaba en la oficina central de la empresa, con el mismo rostro severo con el que había dirigido ejércitos económicos durante décadas. Llevaba la agenda bajo el brazo, una pluma afilada en el bolsillo, y ni una pizca de paciencia en los ojos.

—Hoy no hay títulos —dijo sin preámbulos—. Solo aprendizaje. Y no tolero errores por sangre ni por promesas.

—Entendido —respondió Kaela con firmeza.

Lioran, a su lado, inclinó la cabeza sin perder su habitual tono tranquilo:

—Tampoco los cometemos por orgullo.

Eldran lanzó un gruñido apenas audible y les indicó que lo siguieran.

La mañana se fue en revisar pedidos, observar el proceso de clasificación de materia prima, evaluar informes de pago y firmar contratos con proveedores. Kaela tomaba notas veloces, hacía preguntas precisas, corregía errores menores en los documentos y cruzaba datos con agilidad.

Lioran, por su parte, analizaba cifras, revisaba balances con eficiencia y ayudaba a corregir inconsistencias en los informes de inventario que incluso los contadores pasaban por alto.

Al mediodía, cuando se detuvieron brevemente para almorzar, Eldran no lo dijo en voz alta… pero lo pensó.

Maldito sea, el muchacho sabe lo que hace.

Kaela lo notó. No por palabras, sino por cómo su abuelo hojeó el segundo informe sin criticarlo, por cómo no refutó ni uno de los cálculos que Lioran le había devuelto corregidos.

La tarde avanzó, y el calor del sol se colaba por las ventanas abiertas de la oficina privada de Eldran. Kaela, decidida a terminar la jornada con orden, se quedó un poco más, clasificando documentos, organizando archivos y limpiando una estantería que llevaba años acumulando polvo sin intervención.

—Deja eso para mañana —dijo Eldran, al verla mover un cuadro grande, enmarcado en madera oscura.

—No está derecho, y detrás había papeles —respondió ella, limpiándose las manos con un paño—. Puedo terminar en unos minutos.

El cuadro se ladeó un poco más al ser retirado… y un sonido seco y sordo resonó tras él.

Kaela frunció el ceño.

—¿Qué fue eso?

Corrió el cuadro por completo.

Detrás, empotrado en la pared, había un compartimento con una puerta oculta de madera encajada entre las vigas. El panel estaba cubierto por polvo, pero tenía un grabado apenas visible: una pluma y un círculo atravesado por una línea vertical.

—¿Qué es esto? —preguntó, agachándose.

Eldran se acercó y sus labios se apretaron.

—No puede ser…

Kaela lo miró, esperando una explicación.

—Esa era la antigua marca personal de mi madre —dijo Eldran, con voz más baja de lo habitual—. Una maestra contadora, organizadora de archivos secretos durante los años previos a la guerra. Esa marca… protegía documentos que no debían caer en manos equivocadas.

Kaela deslizó los dedos por la rendija y empujó con cuidado. El compartimento cedió con un chasquido suave.

Dentro había un conjunto de libros, registros antiguos y tres carpetas atadas con cordones de cuero. El polvo se arremolinó en el aire.

Lioran se acercó con cautela.

—¿Qué tipo de documentos?

—Registros familiares —dijo Eldran, con el ceño fruncido—. Pero no de dinero. De herencia. Pactos antiguos. Correspondencia entre generaciones. Parte del conocimiento que pensé destruido cuando quemaron nuestra casa al sur.

Kaela levantó una de las carpetas y la sostuvo con ambas manos. El cordón estaba tan apretado que le costó desatarlo.

—¿Quieres que lo lea?

Eldran la miró durante varios segundos. Finalmente, asintió.

—Es tu derecho.

Y luego, girándose con menos firmeza que antes, se sentó en su escritorio y se cubrió el rostro por un instante. No dijo nada más.

Kaela notó que no era debilidad.

Era memoria.

Horas después, cuando el sol ya había descendido y la ciudad comenzaba a encender sus faroles, Kaela salió al jardín con una de las carpetas bajo el brazo. Lioran la esperaba junto al carromato, mientras Niebla, recostado a sus pies, observaba con ojos entornados pero alerta.

—Fue un buen día —dijo ella—. Duro, pero bueno. Mi abuelo aún no lo admite… pero hoy te respetó.

Lioran sonrió apenas.

—Lo noté cuando no buscó errores en mi segunda revisión de cuentas.

—¿Y también notaste que casi se atraganta cuando Niebla te dejó acariciarle la cabeza?

—Esa fue la verdadera victoria —respondió él, y ambos rieron.

Niebla, como si confirmara lo dicho, se puso de pie y se sentó entre ellos, altivo y leal.

Kaela se sentó en el escalón del carromato y suspiró.

—Creo que mañana será más difícil.

—¿Por qué?

—Porque ahora sabe que soy capaz. Y eso significa que ya no me tratará como una recién llegada.

Lioran la miró con ternura, aunque no lo dijera.

—Eso no te asusta. Te emociona.

—Tal vez un poco de ambas.

Niebla apoyó su cabeza en su pierna, y ella lo acarició con suavidad.

Y bajo las estrellas que asomaban entre las ramas de los cipreses, los tres se quedaron allí… sabiendo que el pasado acababa de abrir una nueva puerta.

Una que no se cerraría fácilmente.

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