En un mundo donde zombis, monstruos y poderes sobrenaturales son el pan de cada día... Martina... o Sasha como se llamaba en su anterior vida es enviada a un mundo Apocaliptico para sobrevivir...
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Capitulo 7
En la mansión, todos se habían organizado para realizar diferentes tareas mientras los demás estaban fuera.
Mario, junto con su esposa e hijos, atendía el jardín botánico. A pesar de que Martina había construido un buen espacio con un eficiente sistema de riego, las plantas necesitaban ser tratadas con amor. O al menos eso decía Mario. Él y su esposa eran jardineros, y esa misma mañana se lo habían comunicado a Martina, lo cual la alegró profundamente. Les pidió que se encargaran del jardín y que enseñaran a los más pequeños cómo cultivar.
En los pisos superiores, Sergio, junto con algunas sirvientas y algunas de las personas que habían llegado el día anterior, limpiaba las habitaciones.
En la cocina también había mucho movimiento. Muchas personas se habían unido a preparar la comida, pues era demasiado trabajo para una o dos personas. Todos los nuevos querían saber de quién era la casa y cómo habían llegado hasta allí.
Cuando se enteraban de que la niña a la que todos llamaban Martina era quien mandaba en esa casa, a muchos les resultaba extraño. Pero, aun así, no decían nada, pues gracias a ella todos podían estar a salvo por un tiempo.
Al cabo de unas horas, un gran colectivo apareció en la entrada y rápidamente ingresó al jardín interno. Cuando se detuvo frente a la casa, los militares bajaron primero y se aseguraron de que el vehículo no tuviera ningún muerto pegado. Luego permitieron que todos descendieran. Cuando Martina bajó, el capitán del escuadrón —quien no tendría más de treinta años— se acercó a ella y dijo:
—Señorita, ¿le molestaría hablar en privado luego...?
—Primero ingresemos, soldado. Luego de escuchar las reglas de mi casa, usted y yo hablaremos —respondió la chica sin vacilar.
Sin decir más, ingresó. Uno de los soldados murmuró:
—Ja, *su* casa. Seguramente la tomó cuando todo se volvió un caos.
—Silencio, esperemos a ver qué tiene para decir —dijo otro.
Ninguno comentó nada más y todos entraron a la casa.
Al ingresar, vieron alrededor de dieciocho personas. Todos los saludaron amablemente y, una vez más, la chica al mando habló:
—Bien. Ahora que estamos todos reunidos, creo que es momento de decirles lo que sé. Por lo que vi hoy, los zombis ya están mutando, y eso solo puede significar que el clima pronto cambiará. No podremos salir más, ya que corremos el riesgo de quedarnos atrapados sin poder regresar.
—Espere un momento, señorita. ¿Cómo es que sabe todo eso?
—Lo vi. Tengo el don de la visión. Sabía que esto pasaría, por eso modifiqué esta mansión para convertirla en una fortaleza y refugio. Tendremos que quedarnos aquí al menos dos años antes de dirigirnos al verdadero refugio, que se formará en las montañas. También vi lo que sucederá: el clima se volverá tan extremo que matará a todo ser vivo que no esté protegido. Luego, los zombis evolucionarán y serán capaces de liderar hordas, lo que hará muy difícil combatirlos. Por suerte, el clima extremo también los afecta, pero los que sobreviven se vuelven mucho más fuertes.
Todos guardaron silencio por un momento. Entonces el capitán preguntó:
—¿Entonces, porque usted lo soñó, cree que es verdad?
Los soldados rieron, pero Martina y Mike los miraron con seriedad.
—No están obligados a creernos —dijo Mike—, como tampoco están obligados a quedarse aquí. Mi hermana se esforzó mucho para hacer de este lugar un refugio seguro. Si lo desean, pueden irse y comprobar por ustedes mismos cuán reales son sus visiones.
Los soldados dejaron de reír. Uno de ellos respondió:
—¿Y este quién se cree? ¡Respeta mi uniforme! Soy un soldado de la milicia de este país y...
—Y eso aquí ya no importa un carajo —interrumpió Martina, dejando a todos sorprendidos. Los miró fijamente y continuó—: Esta es mi casa y la de mi hermano. Espero que nadie lo olvide. Hemos sido generosos al dejar que se queden aquí y al compartir nuestras provisiones. Nos importa una mierda quiénes hayan sido antes del apocalipsis. Ahora están bajo nuestro techo, y si quieren quedarse cuando todo esto comience a suceder, será mejor que entiendan que aquí nadie intimida ni impone su título sobre los demás. Todos debemos colaborar si queremos salir con vida.
El soldado iba a replicar, pero el capitán levantó la mano.
—Suficiente. Nuestra anfitriona tiene razón. No podemos imponer orden en su hogar, ni intentar sobreponernos a ellos.
—Pero, capitán...
—Dije que fue suficiente.
Martina alzó una ceja y esbozó una media sonrisa.
—Mike, Sergio, muéstrenles el lugar a todos. Y usted, capitán, acompáñeme a mi oficina. Usted y yo hablaremos seriamente.
El capitán se volvió hacia sus hombres.
—Compórtense. Por ahora nos quedaremos aquí, así que no podemos llevarnos mal con los dueños de casa.
A ninguno le agradaba del todo la idea, pero solo les restaba acatar órdenes.
El capitán siguió a Martina hasta la oficina. Una vez dentro, se sorprendió al ver la cantidad de monitores y cámaras que cubrían un radio de cinco cuadras. Martina le indicó que tomara asiento y, tras un suspiro, dijo:
—Muy bien. Arreglemos nuestras diferencias ahora, porque es obvio que no los rescaté para echarlos a la calle.
El capitán la observó fijamente y preguntó:
—Muy bien. Entonces, dígame, ¿por qué miente?
Martina lo miró con seriedad.
—¿En qué cree que miento?
—No creo en eso de las visiones. ¿Quién le dio esa información? No estoy diciendo que todo lo que dijo sea falso, pero lo de las visiones... no lo creo.
—Si le digo la verdad, no me creerá.
—Pruébelo.
Martina lo miró detenidamente antes de decir:
—Al diablo, de todas formas no me cree. Muy bien. Morí... no aquí, sino en mi mundo. Un mundo normal, donde no se avecinaba el fin del mundo. Hice un pacto con Dios: si ayudo a salvar a la humanidad, Él me devolverá a mi mundo.
El capitán frunció el ceño.
—No es mentira...
—Te lo dije. No me creerías.
—¿Cómo es eso posible? Estás diciendo la verdad.
—No lo sé. Tal vez sea tan posible como que de un momento a otro las personas se conviertan en caníbales y se maten entre sí.
El capitán la miró fijamente, pensativo.
—Muy bien. Digamos que te creo. Cuéntame todo desde el principio.
Martina suspiró, pero comenzó a relatar todo lo que había vivido... y todo lo que sabía de ese mundo.