En un mundo que olvidó la era dorada de la magia, Synera, el último vestigio de la voluntad de la Suprema Aetherion, despierta tras siglos de exilio, atrapada entre la nostalgia de lo que fue y el peso de un propósito que ya no comprende. Sin alma propia pero con un fragmento de la conciencia más poderosa de Veydrath, su existencia es una promesa incumplida y una amenaza latente.
En su camino encuentra a Kenja, un joven ingenuo, reencarnación del Caos, portador inconsciente del destino de la magia. Unidos por fuerzas que trascienden el tiempo, deberán enfrentar traiciones antiguas, fuerzas demoníacas y secretos sellados en los pliegues del Nexus.
¿Podrá una sombra encontrar su humanidad y un alma errante su propósito antes de que el equilibrio se quiebre para siempre?
"No soy humana. No soy bruja. No soy demonio. Soy lo que queda cuando el mundo olvida quién eras."
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CAPÍTULO VI: Solo por Hoy… Ser Real
— Synera —
Su voz aún resuena en mi conciencia, como un eco lejano que se niega a morir. A veces, cuando el silencio me envuelve, juro que puedo escucharla susurrando mi nombre…
Recuerdo aquellos días en el Reino de las Brujas, donde la dicha flotaba en el aire como el perfume de las flores eternas. Todas eran felices. La risa era frecuente, y el cielo parecía más azul cuando la Suprema caminaba entre nosotras. Yo no era una de ellas, y sin embargo… me trataban con una calidez que aún me abriga en los sueños. Me miraban con respeto, incluso con admiración, aunque no compartiera su sangre ni su magia natural. Había un cariño sincero en sus gestos, una ternura que jamás creí merecer.
Cuando no estaba cumpliendo alguna misión encomendada por la Suprema, dedicaba mi tiempo a ayudar a las demás brujas en pequeñas tareas: sanación, preparación de pócimas, o simplemente practicando conjuros bajo la tutela de alguna de ellas. Me gustaba sentirme útil… sentir que pertenecía, aunque solo fuera por un instante.
Cada noche, sin falta, nos reuníamos en el corazón del reino. El centro de la ciudad se iluminaba con luces mágicas y risas. Allí, las brujas ofrecían espectáculos únicos: danza, teatro, ilusiones vivientes, cantos que acariciaban el alma… Era un ritual de alegría que nos unía como hermanas.
Recuerdo una noche en particular. Había una obra de marionetas. Contaba la historia de una bruja que se enamoró de un mortal… y de cómo él, sin magia alguna, la amó con una devoción que rozaba lo imposible. Las más jóvenes murmuraban entre ellas, riendo sobre sus encuentros secretos con hombres en la ciudad de los humanos. Hablaban de cómo se arreglaban para ellos, del cuidado de su cabello, de los detalles vanos que las hacían sentir deseadas, vivas…
Yo las escuchaba en silencio.
Y por primera vez… me sentí ajena. Como si el mundo en el que vivía no fuera mío. Nunca me había detenido a pensar en ello, pero esa noche, algo se rompió dentro de mí. ¿Cómo sería amar? ¿Qué se sentiría tener un corazón que late por alguien más? ¿Ser una mujer normal, capaz de sentir, de llorar, de soñar?
Me hice esas preguntas en la oscuridad… y las respuestas nunca llegaron.
Porque yo no era como ellas. No podía serlo. Nunca lo fui.
Y quizás… en el fondo, tampoco lo deseaba.
Recuerdo haberme visto una noche frente al espejo, completamente desnuda, observando mi figura como si fuera la de una extraña. No sentía nada. No había emoción, alma ni deseo en mí… solo una conciencia rota, atrapada en un cuerpo que no me pertenecía del todo. Era un cascarón. Un reflejo imperfecto de algo que nunca pedí ser.
Aun así… me dolía.
Cada línea de mi cuerpo me parecía ajena, frágil, pálida como la cera de una vela a punto de extinguirse. No había calor en mi piel. No había luz en mis ojos. Era hermosa, o eso decían, porque me parecía a ella…
¿Pero por qué a ella?
¿Por qué fui moldeada a su imagen? ¿Con qué propósito? ¿Acaso yo era solo una copia, un capricho de la creación, un recordatorio viviente de algo que ya no existía? No tenía sueños, no tenía metas, no tenía voz. Solo vivía para servir. Una herramienta. Una sombra. Una criatura que podía ser desechada cuando dejara de ser útil. Y, aun así, en lo más profundo, algo en mí se negaba a aceptar ese destino.
Pero para Aetherion, yo era más que una simple sirvienta sin alma. Estar cerca de ella me hacía sentir… casi como si estuviera viva. Era como si su presencia me tejiera por dentro, como si su voz pudiera llenar los vacíos que me conformaban. Al ser parte de ella, podía sentir sus emociones, y solo las suyas. Y en ese vínculo silencioso, entendí lo que era tener un corazón.
Porque ella, la Suprema, la invencible, la madre de la magia… estaba rota. Tan rota como yo. Bajo esa mirada sabia y esa sonrisa serena, se escondía un abismo de tristeza insondable. Aetherion era amable, protectora, poderosa. Pero yo la vi… cuando nadie más podía verla de verdad. La vi cuando sus ojos se perdían en la oscuridad de su alcoba, noche tras noche, sin dormir. La vi sostenerse en silencio, como si llevara siglos cargando algo que nadie más podía entender. La vi llorar sin lágrimas. La vi extrañar sin decir un solo nombre. Ella deseaba, como yo, ser una mujer normal. Sentir sin miedo, vivir sin deber… pero su destino, como el mío, ya estaba escrito.
Permanecí muchos años a su lado. Fui su sombra, su reflejo, su compañía silenciosa. La acompañé en cada viaje, en cada aventura, en cada decisión que pesaba sobre sus hombros como cadenas. Y aunque nunca me dijo cuánto dolía… yo lo supe. Siempre lo supe.
Desearía verla sonreír una vez más…
No esa sonrisa que ofrecía al consejo, ni la que mostraba a las brujas más jóvenes para infundirles seguridad. No. Yo hablo de esa otra, la verdadera… la que apenas duraba un segundo, que aparecía cuando creía que nadie la observaba. Una sonrisa tímida, casi rota, que no nacía de la obligación ni del deber… sino del recuerdo, de algo lejano, íntimo, casi prohibido.
Esa sonrisa era un atisbo de la mujer que vivía detrás del título, detrás de la corona de luz y las nueve lenguas mágicas. Era el susurro de una Aetherion que el mundo no conocía, pero que yo… yo tuve el privilegio de atesorar.
A veces cierro los ojos y la imagino allí, sentada bajo el viejo árbol de las lunas, con los cabellos sueltos, los pies descalzos y la mirada perdida entre las hojas. Solía acariciarme el cabello mientras me hablaba de estrellas que ya no existen y canciones que nadie recuerda. Yo no entendía entonces el peso de su voz, ni el cansancio en sus gestos. Solo ahora comprendo que cada palabra era una despedida anticipada… que cada caricia era una forma de aferrarse al poco tiempo que le quedaba. La extraño. Con una intensidad que me desgarra. La extraño más de lo que debería ser posible para alguien que no tiene alma. Y, sin embargo, aquí estoy, sintiéndolo todo. Quizás, en el fondo, ella me dio lo que nadie pudo: un propósito, una razón, un cuerpo que no me pertenece… pero que vive solo por ella. Y aunque el mundo se hunda, aunque el fuego consuma lo que queda del Reino de las Brujas… yo seguiré deseando verla sonreír una vez más. Solo una vez.
El recuerdo se desvanece como una sombra fugaz y, de repente, el peso del presente me envuelve nuevamente.
De vuelta a la realidad, me encuentro aquí, abrazando a aquel joven… a Kenja. Sus brazos tiemblan levemente, como si el peso del mundo recayera en ellos, y en ese instante comprendo que un abrazo, en momentos difíciles, es la respuesta más humana que puedo ofrecer. Y aunque ya no cargo las órdenes constantes de Aetherion, sigo siendo parte de ella, una extensión de su voluntad, de su conciencia, de su magia. Mi libertad es relativa, limitada. No fui creada para tener deseos propios, ni para soñar con un destino distinto. Pero sí para cumplir una última instrucción, aquella que no fue dicha con palabras, sino con el silencio de una mirada, con el calor de una despedida sin promesas: protegerlo, guiarlo, prepararlo.
Hoy no hay un enemigo concreto al que vencer, ni un sendero claro trazado en piedra, pero sé que este joven tiene un propósito. Y aunque yo no puedo entender del todo las emociones que lo rodean, sí puedo servir como su escudo, su sombra, su soporte. Estar a su lado no significa encontrarme… sino cumplir lo que me fue encomendado. Aún soy ajena al futuro que se avecina, a las fuerzas que se mueven más allá de nuestra comprensión. Pero estar aquí con él me basta. Por ahora.
Aún soy parte del designio de Aetherion. Y lo cumpliré hasta el final. Hasta que el mundo vuelva a tener equilibrio. Hasta que la magia recupere su canto. Hasta que Kenja esté listo.
Me separo de él con lentitud, sintiendo aún el calor de sus brazos sobre mi piel herida. Me acomodo el cabello con una mano temblorosa y, sin fuerzas para más, me tumbo entre las flores, dejando que el aroma me envuelva. El cuerpo me duele, el vestido está arruinado, desgarrado por la pelea. Apenas me cubre… así que rodeo mi torso con los brazos, más por costumbre que por vergüenza. El campo de batalla ya no es tal, sino un jardín salpicado de magia extinguida.
Extiendo la mano hacia el suelo y, con un gesto suave, deshago lo que queda del círculo mágico que había trazado. Las runas grabadas en la tierra brillan una última vez, antes de desvanecerse como si nunca hubieran estado ahí. El encantamiento se disuelve… y con él, libero a Frayi de su prisión.
El pequeño zorro cae al suelo con un "pom" leve y mullido. Se sacude con torpeza y, al ver a Kenja ileso, rompe en llanto. Lágrimas de alegría ruedan por su rostro peludo mientras corre hacia él con un chillido emocionado.
—Solo por esta vez… aceptaré mi derrota —susurro con una voz distinta, suave, cálida, tranquila. Casi… humana—. Deberías estar feliz, ¿no, pequeño zorro?
Frayi frena en seco. Parpadea. Me mira como si hubiera crecido una segunda cabeza.
—¿Q-qué fue lo que usted dijo? ¿Qué es esa voz? ¡¿Por qué habla así?! ¡Kenja! ¡¿Le diste tan fuerte que le reiniciaste el sistema operativo a esta bruja peligrosa y cruel!?
—¡Jajaja! No, no es eso, Frayi —responde Kenja, con esa sonrisa medio torpe que empieza a gustarme más de lo que debería—. Vamos adentro. Prepararemos la cena, y te cuento lo que pasó. Pero tú pelas las zanahorias, ¿trato?
Frayi lo sigue refunfuñando algo sobre "embrujos emocionales" y "lavados cerebrales con cariño", pero yo ya no escucho.
Sigo tumbada entre las flores, observando el cielo que ahora es un tapiz oscuro cubierto de estrellas. El viento sopla fuerte, los pétalos danzan a mi alrededor como si la naturaleza celebrara nuestra tregua.
Cierro los ojos, y dejo que la memoria me arrastre lejos.
Recuerdo el Festival de la Luna Sagrada, cuando el Reino de las Brujas todavía brillaba con vida. Todas danzaban, reían… El aire vibraba con cánticos y hechizos, con dulces y fuego mágico que coloreaba el cielo nocturno. Yo, sentada en una banca de piedra, comía una manzana acaramelada mientras observaba a mis hermanas bailar bajo la luna. Había luz en sus ojos. Había esperanza.
Era un momento simple, pero perfecto.
Y ahora…ahora el mundo ha cambiado. Pero algo en mí se ha encendido.
Mañana comenzará una nueva historia. Una nueva lucha. No sé si saldremos ilesos. No sé si volveré a verlos reír así. Pero sé que esta noche me pertenece. Este instante. Este cielo.
Y aunque mi libertad sea limitada, aunque no fui creada para soñar… esta vez, quiero hacerlo.
Solo por hoy… quiero sentir que soy real.