a veces siento que mi desconocido existe y me está buscando.
siento que hay alguien que me conose mejor que yo misma
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La ironía de la situación
Una semana. Siete días habían transcurrido desde aquel enfrentamiento en el pasillo, una semana en la que el eco de las palabras del Duque y la mirada gélida de la Duquesa se habían grabado a fuego. La atmósfera en el ducado era tensa, cargada de un silencio que no era de paz, sino de expectación y temor.
Sofía había desaparecido de la vista pública. El Duque, fiel a su palabra de que "pagaría" por su insolencia, no había escatimado en su castigo. No la había desterrado, no la había encarcelado en una mazmorra oscura y ruidosa. Había elegido algo más sutil, pero infinitamente más cruel para alguien de su carácter: el aislamiento total.
Sofía estaba confinada en una de las alas más antiguas y olvidadas de la mansión, una sección raramente utilizada, con pocas ventanas y una decoración austera que recordaba a una celda monástica. Su única compañía eran las sirvientas enviadas por el Duque, mujeres de pocas palabras y miradas esquivas, cuya única función era asegurarse de que comiera, durmiera y no intentara escapar. Las visitas de su madre, la Duquesa, habían sido restringidas a breves encuentros supervisados, bajo la atenta mirada de guardias leales al Duque.
Cristal había escuchado rumores. Murmullos de sirvientas que pasaban cerca de su habitación, de guardias que comentaban en voz baja en los patios. Sofía no lloraba, no gritaba. Se decía que pasaba las horas sentada junto a la ventana más alta, mirando el horizonte con una expresión vacía, como si el mundo exterior se hubiera desvanecido. Había perdido peso, su piel estaba pálida, y su cabello, antes tan cuidado, ahora lucía descuidado y sin brillo. El castigo del Duque no era físico, sino mental: la privación de su mundo, de su estatus, de su libertad para ser vista y admirada.
La Duquesa, por su parte, se movía por la mansión como un fantasma enfurecido. Su rabia se había transformado en una amargura helada. Había intentado interceder por Sofía, pero el Duque se mantenía firme, recordándole constantemente que su hija tenía que aprender la lección y que la seguridad de Indira era lo que importaba. La Duquesa se sentía cada vez más atrapada, su influencia disminuida, su voz ignorada.
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Michael se inclinó sobre el banco de trabajo, el brillo del acero pulido reflejando la luz tenue de la armería. El suave raspar de la tela contra el metal era el único sonido que rompía el silencio, aparte de sus propias voces. Había una calma tensa en su interacción, una familiaridad que se sentía casi como una armadura en sí misma.
Michael: "¿Cuánto crees que aguantará tu querida hermana encerrada?", preguntó Michael, su tono casual contrastando con la seriedad de su pregunta. La forma en que dijo "querida hermana" era una burla apenas disimulada, una forma de pincharme, sabiendo exactamente cómo reaccionaría.
Me giré bruscamente, con el ceño fruncido.
Indira: "No lo sé. No es problema mío. Ella se buscó solita su castigo, y no es mi hermana", dije, con voz cortante, devolviéndole la mirada con una intensidad que intentaba ocultar cualquier atisbo de preocupación. La verdad era que, a pesar de todo, la situación de Sofía me importaba poco, solo espero que este sufriendo.
Michael levantó las manos en un gesto de rendición, una sonrisa jugando en sus labios.
Michael: "Bueno, bueno. Pero no te enojes", dijo, y antes de que pudiera reaccionar, su mano se disparó, revolviendo mi cabello con una familiaridad descarada. El gesto era condescendiente, pero también poseía una calidez subyacente que solo él podía transmitir.
Indira: "¡Oye! ¡No hagas eso! ¡Me despeinas!", exclame, dándole un golpe rápido en la mano, un gesto más de afecto frustrado que de verdadera molestia.
Michael se rio entre dientes, la diversión brillando en sus ojos. Se enderezó, dejando la espada a un lado.
Michael: "Indi, ya deja ese humor que te cargas. Pareces una anciana", dijo, su voz teñida de una burla juguetona que era imposible de ignorar.
me dio una palmadita en el hombro, un gesto que pretendía ser reconfortante, pero que para mi era un recordatorio constante de su actitud despreocupada ante las complejidades que me rodeaban.
Me cruce de brazos, intentando mantener mi postura seria, pero una pequeña sonrisa se curvó en mis tus labios a pesar de mi misma. La ironía de la situación era palpable: mientras Sofía sufría las consecuencias de sus actos.