La llegada de la joven institutriz Elaiza al imponente castillo del Marqués del Robledo irrumpe en la severa atmósfera que lo envuelve. Viudo y respetado por su autoridad, el Marqués encuentra en la vitalidad y dulzura de Elaiza un inesperado contraste con su mundo. Será a través de sus tres hijos que Elaiza descubrirá una faceta más tierna del Marqués, mientras un sentimiento inesperado comienza a crecer en ellos. Sin embargo, la creciente atracción del marqués por su institutriz se verá ensombrecida por las barreras del estatus y las convenciones sociales. Para el Marqués, este amor se convierte en una lucha interna entre el deseo y el deber. ¿Podrá el Márquez derribar las murallas que protegen su corazón y atreverse a desafiar las normas que prohíben este amor naciente?
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la invitacion
Elaiza había ido a revisar a los niños en la noche, asegurándose de que estuvieran dormidos y cómodos en sus camas. Después de comprobar que todo estaba en orden, decidió bajar a la cocina para preparar un té de hierbas que la ayudara a aliviar el dolor de cabeza que había estado sintiendo desde la tarde, llevaba una bata gruesa que cubría su camison de dormir y había soltado su pelo para ayudarle con el dolor de cabeza. Apenas iba a poner el agua en el fogon, cuando escuchó un ruido en la puerta principal, se envolvió mejor en su bata gruesa y se acercó a la puerta con cautela, intentando ver quién era a través de la ventanita de la puerta que abrió con precaución. Al abrir se encontró con un joven apuesto y fornido, que sostenía al duque, quien parecía estar en un estado de embriaguez avanzado.
Era Jorge, el cochero y escolta del Márquez, quien le sonrió a Elaiza. "Disculpe la molestia, señorita. Mi coronel ha bebido demasiado y no puede caminar solo. ¿Podría abrir la puerta, por favor?". Suplico el joven que apenas podía con el marqués después de saludarla con un gesto cortés.
"Señor, ¿necesita ayuda?", preguntó Elaiza, acercándose a ellos.
"No, no se preocupe, yo puedo solo", dijo Jorge, pero Elaiza se apresuró a ayudarlo a sostener al duque, que se tambaleaba y murmuraba incoherencias, se sorprendió un poco por la situación.
Mientras lo hacían, Elaiza notó que Jorge era un joven atractivo, con cabello oscuro y ojos castaños brillantes. Era alto y fuerte, y llevaba un uniforme militar que le sentaba bien. Le sonrió a Elaiza y ella se sintió un poco nerviosa; sin embargo, apenas podían con el marqués que no cooperaba.
Juntos, lograron llevarlo al interior de la casa y sentarlo en un sofá. "Gracias, señorita", dijo Jorge, jadeando por el esfuerzo. "No sé qué habría hecho sin su ayuda".
Elaiza sonrió "no es ninguna molestia, y estoy dispuesta a ayudar siempre que pueda", Elaiza se sintió un poco incómoda por estar en bata y con el pelo revuelto, pero Jorge parecía no darse cuenta o le restaba importancia y se comportaba de manera normal.
En ese momento, el marqués comenzó a susurrar y tanto Elaiza como Jorge se acercaron intrigados para saber qué deseaba. "Señor, ¿está bien?", preguntó Elaiza, acercándose a él para ayudarlo a sostenerse.
El marqués se rió y jaló del brazo de Elaiza con poca fuerza, pero suficiente para casi hacerla caer al suelo. "Estoy perfectamente bien, señorita Eliza Medina", dijo, con una voz pastosa y llena de risas. Elaiza frunció el ceño porque nuevamente se había equivocado con su nombre. El marqués continuó hablando, sin darse cuenta de la confusión. "He pasado una noche maravillosa con el rey. ¡Es un hombre increíble! Pero tengo sed".
"Creo que le traeré un poco de agua", dijo Elaiza, intentando ir a la cocina. Pero el marqués no la dejó ir.
"No, no se vaya, con usted quiero hablar", dijo, queriendo seguir hablando con ella.
"iré yo por el agua a la cocina no se preocupe" dijo Jorge y rápidamente entro en la cocina para servir le el agua al hombre.
"Señorita Eliza Medina, tiene que venir conmigo a la fiesta en palacio", dijo, mirándola con ojos brillantes.
"¿al palacio? ¿y para que iría al palacio yo?" pregunto Elaiza desconcertada
"El rey quiere conocerla. habrá una fiesta ¡Va a ser una sensación!" contesto el hombre Elaiza se sintió nerviosa y sorprendida al mismo tiempo. ¿Una fiesta en palacio? ¿Con el rey? No sabía qué pensar.
"Señor, no sé si es una buena idea", dijo, intentando sonar calmada. Pero el marqués no la escuchó. Se rió y la acerco a el sosteniendo la del brazo. "¡Vamos! ¡Será divertido! ¡Se lo prometo! no sé arre pen ti..." Y con eso, el marqués se desplomó en el sofá, roncando suavemente.
Elaiza se quedó allí, mirándolo con una mezcla de diversión y preocupación.
Jorge, que había estado observando la escena en silencio, se acercó a Elaiza y le dijo en voz baja: "Parece que el marqués ha tenido una noche larga".
Elaiza asintió con la cabeza, sonriendo. "Sí, parece que sí". Jorge le sonrió a su vez y Elaiza se sintió un poco más cómoda en su presencia.
"¿Necesita ayuda para acostarlo?", preguntó Elaiza, refiriéndose al marqués.
Jorge negó con la cabeza. "No, creo que lo mejor es dejarlo descansar aquí. Gracias por su ayuda".
"Entonces permítame iré por unas frazadas" elaiza corrió a su habitación intentando no hacer ruido, tomo unas mantas que tenía y regreso al salón donde Jorge había acomodado al marqués en el sillón y había puesto un taburete para elevar sus pies. En ese momento el joven estaba encendiendo la chimenea pues aún hacía un poco de frío en la noche.
"Tome, he traído algunas mantas para ambos y una almohada para usted, supongo que dormirá aquí esta noche" dijo Elaiza
"Gracias, si lo haré para cuidar al comandante" respondió el joven. Elaiza asintió, se despidió y salió del salón, el joven arropo al hombre que yacía dormido y se acomodó en el sofá, puso su cabeza en la almohada y le llegó un aroma suave a perfume de mujer, simplemente se limitó a sonreír y al poco rato se quedó dormido.
Por la mañana los niños bajaron a desayunar, charlando animadamente sobre sus planes para el día. Sin embargo, al llegar al comedor, se sorprendieron al notar que su padre no había bajado a desayunar. La señora Jenkins, la ama de llaves, los recibió con una sonrisa y les dijo: "Buenos días, niños. Su padre está un poco indispuesto esta mañana, así que no podrá unirse a nosotros para desayunar".
Los niños se miraron entre sí, preocupados. "¿Qué le pasa a papá?", preguntó el tomas preocupado.
La señora Jenkins les sonrió de nuevo. "No se preocupen, solo necesita descansar un poco tuvo una noche ajetreada. ¿Por qué no se sientan y disfrutan de su desayuno? Elaiza y la señorita Isabel nos acompañarán".
Elaiza sonrió y se sentó con los niños, mientras que la señorita Isabel, la nana, se sentó al otro lado de la mesa.
Después de un rato, la señora Jenkins se acercó a Elaiza y le susurró: "El marqués quiere verla más tarde en su despacho. ¿Podría ir allí después por favor?". Elaiza asintió con la cabeza, intrigada sobre qué podría querer el marqués de ella
Durante las lecciones matutinas, Elaiza estaba nerviosa y distraída. No podía dejar de pensar en la llamada del marqués y se preguntaba qué podría querer de ella, más después de haberle comentado acerca de la fiesta en palacio. Intentaba concentrarse en las lecciones, pero su mente se desviaba constantemente hacia la posible conversación que tendría con el marqués.
Mientras tanto, Rosalba estaba sentada en un rincón del salón, bordando unos pañuelos con delicadeza. Su aguja se movía con nerviosismo, creando patrones intrincados y hermosos, aunque con algunos errores. Elaiza la miró de reojo, admirando la habilidad y la paciencia de la niña. Mientras tanto emanuel practicaba las vocales en una pequeña pizarra, ayudado por Isabel quien le sostenía la mano para escribir.
Tomas, por otro lado, estaba sentado en la mesa frente a la ventana con su libro y cuaderno abierto, pero su atención estaba en otra parte. En lugar de prestar atención a las lecciones de matemáticas, se distraía mirando por la ventana, donde Alessandro y Marcello estaban practicando box en el jardín. Los dos hermanos se divertían bastante, riendo aparentando que se golpeaban. Tomas frunció el ceño al verlos, no entendía como aquel acto "salvaje" los podría emocionar, además aún les guardaba recelo desde el día del exorcismo.
"¿Qué pasa, Tomas?", preguntó la institutriz, notando la distracción del niño.
"nada" Tomás se encogió de hombros y se volvió hacia la lección, intentando parecer que la respondía.
elaiza comenzó a notar sus errores y se puso a explicarle nuevamente el ejercicio. Justo cuando estaba intentando ayudarlo con un problema de aritmética que claramente no le interesaba, la señora Jenkins entró al salón con su expresión severa en su rostro
"Disculpe la interrupción, señorita Medina " dijo con su tono amable pero firme. "El señor marqués ha despertado y pregunta por usted."
Elaiza sintió un vuelco en el estómago. Había pensado como posponer ese encuentro, esperando tener más tiempo para procesar los eventos de la noche anterior y poder dar alguna respuesta en caso de ser necesaria.
"¿Ahora mismo?", preguntó Elaiza, intentando disimular su nerviosismo.
"Sí, señorita. Parece bastante insistente. Dice que tiene algo importante que discutir con usted." Isabel le dirigió una mirada comprensiva, como si intuyera la incomodidad de Elaiza. "Si necesita que me quede con los niños..." respondió la señora Jenkins.
"Gracias, se lo agradecería, Rosalba está terminando un bordado y Tomás ... Que termine la lectura de ayer, espero no tardar demasiado", respondió Elaiza, aunque no estaba del todo segura de sus propias palabras. Se levantó, dejando a Tomás suspirar aliviado por la interrupción de su tortura matemática.
Mientras caminaba hacia el despacho, Elaiza se preguntaba qué podría ser tan urgente. La idea de enfrentarse al marqués a solas, después de su comportamiento de la noche anterior, la llenaba de incertidumbre. Al llegar a la puerta del despacho, dudó un instante antes de tocar, preparándose para lo que pudiera encontrar al otro lado.
Al escuchar un "Adelante" grave, abrió la puerta con cautela.
El marqués estaba sentado detrás de su escritorio, con una expresión seria en el rostro. Parecía haber recuperado la compostura de la noche anterior, aunque aún se notaba un ligero cansancio en sus ojos. Jorge estaba de pie a un lado, en silencio.
"Señorita Medina, gracias por venir", dijo el marqués, su voz era formal y distante, muy diferente a la voz pastosa de la noche anterior, se aclaro la garganta antes de hablar. "antes que Nada... Quería disculparme por mi comportamiento de anoche. No suelo beber tanto y lamento si la asusté o la incomodé."
Elaiza se sintió un poco más tranquila al escuchar sus disculpas. "No se preocupe, señor marqués. Entiendo que a veces las cosas suceden y que no estaba en si anoche."
El marqués asintió. "Aun así, me gustaría agradecerle su ayuda, Jorge ya me contó cómo me trajeron hasta aquí. Estaba completamente fuera de mí, y me avergüenza que me haya visto en esa condición." Hizo una pausa y miró a Elaiza con una intensídad que la puso nerviosa sintió como un escalofrío le recorría el cuerpo. "Y también quería reiterar mi invitación al baile en palacio."
Elaiza se sorprendió. "¿Aún desea que lo acompañe, después de lo de anoche?"
Hizo una pausa, como si estuviera sopesando sus palabras. "...el rey mencionó que le gustaría conocerla. Y no he podido negarme a llevarla conmigo" respondió el marqués, con una mirada turbia en sus ojos se podría decir que molesta. "El Cree que su presencia aportaría una luz especial a la celebración..."
Elaiza se sintió indigNada y ofendida por las palabras del marqués. ¿Un objeto para lucir en la celebración? ¿Eso era lo que pensaban de ella? Se sentía como un fenómeno de circo al cual iban a observar los aristócratas por diversión. Se esforzó por mantener la calma y expresar su inconformidad de manera respetuosa.
"Disculpe, mi señor", dijo Elaiza, con una ligera inclinación de cabeza y su ceja arqueada. "Si me permite, me gustaría expresar mi sorpresa y gratitud por la invitación al baile en palacio. Sin embargo, me siento un poco confundida por las razones que ha mencionado. ¿Un aporte de luz especial a la celebración? No entiendo bien qué significa eso."
El marqués la miró con una expresión ligeramente sorprendida, como si no esperara que Elaiza cuestionara sus palabras. "Bueno, señorita Medina", dijo finalmente. "Quise decir que su presencia sería... un añadido valioso a la fiesta. Su inteligencia y conocimiento serían un complemento perfecto para el evento."
Elaiza se sintió un poco más ofendida por las palabras del marqués. ¿Solo se trataba de un adorno o un juguete? ¿No la valoraban como individuo sino como un bicho raro que había podido llegar de alguna extraña forma a la red de esas personas? Se esforzó por mantener la calma y responder de manera diplomática.
"Entiendo, mi señor", dijo Elaiza. "Agradezco su amabilidad y su consideración. Sin embargo, me gustaría saber más sobre la fiesta y lo que se espera de mí. ¿Cuál sería mi papel en la celebración?"
El marqués sonrió, pareciendo relajarse un poco. "Por supuesto, señorita Medina, usted me acompañará junto con los niños solamente... usted sería mi acompañante y participaría en las conversaciones y actividades de la fiesta como un invitado más. No tendría que hacer Nada que no deseara hacer, se lo prometo. Pero le pido que no descuide a los niños tampoco."
Elaiza asintió, sintiendo que empezaba a entender mejor la situación. Aún no sabía si aceptaría la invitación, pero al menos parecía que el marqués estaba dispuesto a escucharla y a respetar sus límites.
"Gracias, mi señor", dijo Elaiza. "Me tomaré un momento para pensarlo y le daré una respuesta pronto."
El marqués asintió, sonriendo. "Por supuesto, señorita Medina. Pero tenga en cuenta que la fiesta es este fin de semana, y necesito una respuesta pronto para prepararlo todo."
Elaiza asintió y se despidió del marqués y salió del despacho, sintiendo que había ganado un poco de terreno en la conversación. Ahora solo tenía que decidir como negarse asistir. Una oleada de pensamientos la invadió. La formalidad del marqués contrastaba fuertemente con la noche anterior y la insistencia en la invitación a la fiesta, especialmente vinculada al deseo del rey de conocerla, la hacía sentir como una pieza en un juego que desconocía. Tenía una mezcla de humillación e incredulidad. ¿Era así como la veían? ¿Un simple adorno para una celebración real? Su independencia, su integridad y su persona, parecían desvanecerse ante esta perspectiva.
Con el ceño fruncido, caminó lentamente por el pasillo, sintiendo el peso de la decisión que debía tomar. ¿Aceptar una invitación que la hacía sentir incómoda y utilizada, o arriesgarse a ofender al marqués y al mismísimo Rey ?
Al llegar al salón, la escena de los niños absortos en sus actividades diarias le ofreció un breve respiro. Rosalba continuaba bordando con diligencia, Emanuel repetía las vocales con la paciencia de Isabel, y Tomás, aunque con el libro abierto, seguía lanzando miradas furtivas hacia la ventana. La normalidad de sus vidas contrastaba con el torbellino en su interior.
Isabel y la señora Jenkins la observaron con expectación. Sus miradas interrogAntes buscaban una respuesta sobre el encuentro con el marqués. Elaiza esbozó una sonrisa vaga, sin querer compartir aún la extraña conversación.
"Todo bien, señorita Medina?", preguntó la señora Jenkins con suavidad. Mientras Isabel la miró interrogativamente, pero Elaiza le hizo un gesto para indicarle que hablarían después
"Sí, gracias", respondió Elaiza, aunque la sinceridad de sus palabras era dudosa. "Solo... una conversación un poco inesperada."
Se excusó diciendo que necesitaba revisar algunos materiales para las lecciónes de la tarde y dio por terminada la lección, para poder quedarse a solas un momento. Necesitaba un espacio de tranquilidad para ordenar sus pensamientos y sopesar las implicaciones de la invitación. La imagen del marqués, con su rostro serio y sus palabras ambiguas, seguía resonando en su mente. La mención del rey añadía una presión adicional, convirtiendo una simple invitación en una potencial obligación.
Después de la cena y una vez que hubo dormido a los niños, Elaiza solicitó hablar nuevamente con el marqués. Lo encontró en su despacho, revisando algunos documentos.
"Señor marqués, disculpe la molestia", comenzó Elaiza con cortesía. "Quería hablar con usted sobre la invitación al baile."en ese momento aún pensaba que su mejor opción sería denegar la invitación.
El marqués levantó la vista, dejando los papeles a un lado. "Por supuesto, señorita Medina. ¿Ha tomado ya una decisión?"
"Aún no", admitió Elaiza. "Agradezco mucho la invitación, pero tengo algunas dudas. En primer lugar, me preocupa el bienestar de los niños en un evento tan formal. ¿Habrá personas que puedan atenderlos adecuadamente?"
El marqués asintió. "Por supuesto. Habrá personal del palacio dedicado al cuidado de los niños durante la fiesta, siempre hay suficiente personal en palacio cuando se hacen estos eventos. No tendrá que preocuparse por ellos, solo vigilarlos de lejos."
"Y en cuanto a mi papel como su acompañante...", continuó Elaiza con cautela. "¿Qué se espera exactamente de mí?" tenía miedo a la respuesta, pues sabía los malos entendidos que podría provocar su asistencia.
El marqués pareció reflexionar un momento. "Simplemente que me acompañe, que participe en las conversaciones si lo desea y que disfrute de la velada. El rey tiene curiosidad por conocer a la institutriz de mis hijos, especialmente por la solución que le dio a las malas conductas de mis hijos."
Elaiza se sorprendió un poco por la mención de sus métodos y avergonzada al recordar algunos de sus métodos. "Entiendo. Pero me gustaría que supiera que no me siento cómoda siendo presentada solo por... curiosidad como si fuera un animal del zoológico." dijo con el seño fruncido y la cara enrojecida por las diversas emociones que sentía.
El marqués la miró fijamente le pareció adorable aquella reacción y sonrió de forma natural. "Señorita Medina, le aseguro que mi intención no es hacerla sentir incómoda. Valoro su inteligencia y su dedicación a mis hijos. Creo sinceramente que su presencia sería enriquecedora para la fiesta, más allá de la curiosidad del rey."
Elaiza sopesó sus palabras. Parecía sincero, aunque aún percibía una cierta distancia en su trato.
"Agradezco su sinceridad, mi señor", dijo Elaiza. "entonces acepto, pero con j a condición." dijo la joven.
El marqués asintió. "Como desee, señorita Medina, pídame lo que desee y si está en mis posibilidades lo hare."