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Heridas Que Reabren

Heridas Que Reabren

Status: En proceso
Genre:Casarse por embarazo / Malentendidos / Elección equivocada / Traiciones y engaños / Padre soltero / Madre soltera
Popularitas:271
Nilai: 5
nombre de autor: Eduardo Barragán Ardissino

Esta historia nos narra la vida cotidiana de tres pequeñas familias que viven en el mismo complejo de torres, luego de la llegada de Carolina al lugar.
Tras ser abandonada por sus padres, y por sus tíos, la pequeña se ve obligada a mudarse con su abuela. Ahí conoce a sus dos nuevos amigos, y a sus respectivos padres.
Al igual que ella, todos cargan con un pasado que se hace presente todos los días, y que condiciona sus decisiones, su manera de vivir, y las relaciones entre ellos. Sin proponérselo, la niña nueva provoca encuentros y conexiones entre estas familias, para bien y para mal.
Estas personas, que podrían ser los vecinos de cualquiera, tienen orígenes similares, pero estilos de vidas diferentes. Muy pronto estas diferencias crean pequeños conflictos, en los que tanto adultos como niños se ven involucrados.
Con un estilo reposado, crudo y directo, esta historia nos enfrenta con realidades que a veces preferimos ignorar.

NovelToon tiene autorización de Eduardo Barragán Ardissino para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 18: Sofía pregunta

Como acostumbraba hacer, la abuela Argelia escuchaba el noticiero mientras preparaba el almuerzo. Las dos niñas no tuvieron más alternativa que retirarse al dormitorio para no molestar a la señora, y porque no les interesaba ver, ni oír, lo que Argelia estaba escuchando. Sin embargo, lo hicieron sin proferir queja alguna. Se podían divertir y entretener juntas sin dificultad, además ambas podían usar el internet de la casa mediante sus celulares, para pasar el rato. Pese a que a la señora no le gustaba que esos aparatos modernos fueran tan necesarios, en un momento donde se suponía que iba a haber interacción directa entre dos o más personas, las niñas y Germán le demostraron, en más de una ocasión, que no tenían ningún tipo de obsesión o dependencia hacia estos. Podían prescindir de sus celulares a la hora de divertirse juntos, así que los dejaba entretenerse en el modo que quisieran.

Además, lo más importante en todo eso era ampliar, cada vez más, el círculo de amistades de su nieta. Le encantaba lo unidos que eran ella y Germán, pero también le parecía que no era suficiente para la niña. Esa nena tenía que ser su amiga también. Afortunadamente, las veces que las había visto juntas, notó que esto iba viento en popa.

Al asomarse por la puerta entreabierta, las vio a ambas concentradas en el celular de Sofía, el cual sostenía esta última. Las dos se encontraban sentadas en la cama de Carolina, que Fabián le había ayudado a conseguir días atrás, mientras que Toby estaba acomodado en la cama de ella.

—¿Tu mamá no te estará buscando para comer? —le preguntó Argelia a la invitada.

Esta pausó el video que estaba mirando con su amiga, y ambas desviaron su atención hacia la abuela, que las estaba mirando desde el umbral de la puerta.

—No creo, nosotras almorzamos más tarde —respondió la menor, evitando mencionar que ni siquiera estaba segura de que su madre estuviera despierta, pues seguía dormida cuando dejó la casa, una hora atrás, para intentar conseguir un chocolate en el mercado.

—Es que en un ratito Caro y yo vamos a comer...

En aquel instante, viendo a su nieta sentada junto aquella niña, no pudo evitar que sus recuerdos la llevaran a las visitas a la casa de su abuela en el campo, durante su infancia y preadolescencia.

Siempre le encantó realizar esas visitas, no solo porque quería mucho a la anciana madre de su padre, también porque podía ver y jugar con Rosa, una chica de su misma edad que vivía cerca de la casa de su abuela. Esta última colaboró en la consolidación de la amistad que se formó entre ellas, invitando a la niña a pasar a su humilde morada de vez en cuando, para dormir, comer, o merendar, junto a su amiga.

—¿No le querés preguntar a tu mamá si te deja quedarte a comer? —le preguntó Argelia a la amiga de su nieta, imitando a su amada abuelita.

La manera en que se iluminaron los rostros de las niñas, en especial el de Sofía, le dio a entender que había obrado bien al decidir eso. Por supuesto que aquella mujer podría decir que no, pero ella debía hacer el intento. Si no aceptaba en esa ocasión, ya aceptaría en alguna otra futura. 

—¿La dejás? —preguntó Carolina sonriente.

—Por mí no hay problema. Pero vayan a preguntar. La mamá de Sofía tiene que dejarla. Si no la deja, no se puede.

—No es necesario que vayamos a mi casa —exclamó Sofía, a la vez que tecleaba velozmente en su celular—. Mejor le mando un mensaje.

Argelia se retiró luego de pedirles que le avisaran cuando tuvieran una respuesta. Cerró la puerta después de llevarse al perro para darle de comer.

Ambas niñas regresaron a hacer lo que habían interrumpido. 

—Me parece que me va a dejar —predijo la invitada—. Pocas veces me prohíbe hacer cosas. Es muy buena.

Luego de retomar la actividad que se encontraban llevando a cabo, Sofía recordó que su madre le había dado instrucciones para esos casos: debía pretender que ambas no se encontraban al tanto de lo que Carolina mencionó.

—¿Germán se quedó a comer en tu casa alguna vez? —preguntó, después de pausar el video, al decir que hacer eso era la mejor manera para pretender ignorancia con respecto al tema.

—Sí, cuando su papá tiene que trabajar hasta tarde—respondió la otra nena—. Se queda acá para que mi abuela lo cuide. También se queda a dormir a veces. 

—¿A dormir? ¿Dónde duerme?

—En mi cama, la que su papá me consiguió. Cuando él se queda, yo duermo con mi abuela, porque su cama es grande, para dos personas.

Sofía le prestaba poca atención a las palabras de su amiga, ya que empezó a recordar las advertencias que su madre le había dado en más de una ocasión.  Estas parecían chocar con lo que Carolina había dicho. 

—Así dormí las primeras dos noches, ni bien me mudé acá—siguió relatando esta última, extendiendo la anécdota, como acostumbraba hacer al intentar ser interesante y simpática para sus oyentes—. Mi abuela y yo usábamos la misma cama. Germán durmió en el sillón la noche en la que se quedó a dormir. Después Fabián me consiguió esta otra cama para mí.

—¿Cómo hacen para ponerse el pijama? —preguntó la confundida Sofía— Porque me imagino que vos no dormirás en bombacha, ni él en calzoncillos, y que no se cambiarán de ropa en el mismo lugar y al mismo tiempo.

—No, no hacemos ninguna de esas cosas. Nos turnamos. Primero él se pone el pijama, acá adentro de la pieza, y después de que sale, mi abuela y yo entramos y nos ponemos nuestros camisones.

Carolina deseaba seguir viendo videos con su amiga pero esta tenía más deseos de continuar con su peculiar investigación. Ni Germán ni su papá le habían dado motivos para sospechar algo malo de ellos, pero tampoco le dieron lo suficiente para confiar plenamente en ambos.

—¿Y nunca hizo nada raro? —siguió interrogando Sofía— ¿O nunca intentó hacer nada raro?

—No entiendo —respondió la interrogada, quien ya empezaba a considerar esa actitud de su amiga como muy extraña.

—Alguna cosa rara... Como hacerte algo mientras estás dormida; por ejemplo, tocarte la cola, o intentar levantarte el camisón para verte la bombacha, o espiar mientras vos y tu abuela se están cambiando... Eso...

La abuela volvió a entrar en la habitación sin anunciarse. 

—¿Tu mamá te contestó algo ya? —le preguntó a la amiga de su nieta.

—No, todavía no —respondió ella.

—Bueno, avísenme si te dice sí o no. Si pregunta algo, aclárale que yo te invité, que no te invitó únicamente Caro, y que no te invitaste vos sola. También decile que tengo más que suficiente para las tres, y que no es ninguna molestia... Que lo digo yo, por supuesto.

Se retiró después de que la niña respondió asintiendo con la cabeza. No llegó a notar que su nieta exhibió una expresión de sorpresa, que se convirtió en reflexiva durante su corta estadía en el umbral de la puerta.

—¿Por qué me preguntas eso? —dijo ella, retomando la conversación con Sofía— Él no hace nada de esas cosas feas.

—Bueno, puede que él sí sea bueno —se expresó su amiga, pensando en voz alta—. Aunque, no sé... ¿Cuántas veces se quedó a dormir? Contando cuando durmió en el sillón.

—... Tres veces.

—Ah, es poquito, lo mejor es que estés atenta. Mi mamá me lo dijo. En cualquier momento podría tratar de hacerte algo feo. Bueno, también tenés a tu abuela, que seguro te cuida mucho, porque sé que es buena.

—Germán también es bueno, como su papá. Vos ya los viste a los dos.

—Sí, ya sé. Nada más te digo que podría estar fingiendo. Vos me dijiste que tus papás y tus tíos también parecían buenos, y después demostraron que no. 

Esa comparación no fue nueva para Carolina, pues había tenido aquel pensamiento más de una vez en el transcurso de la última semana. Incluso su abuela despertó sus sospechas. No obstante, las acciones de estas personas la hacían olvidar temporalmente sus malas experiencias del pasado, y bajar sus defensas.

Pero, sabiendo que su amiga no estaba realmente equivocada en sus afirmaciones, no le replicó nada en aquel momento.

—Por eso vos tendrías que aprovechar, y hacer algo así antes que él —continuó hablando Sofía—. Te lo digo porque seguramente no aprovechaste, o no se te ocurrió un modo de aprovecharlo. A mí sí se me habría ocurrido algo, seguramente. 

Había empezado a hablar como el día en que la conoció, cuando estaban jugando a las escondidas. Carolina comenzó a sentirse incómoda otra vez.

—Si lo pensás bien, tenés más ventaja que él —siguió su amiga, sin percatarse del cambio en la expresión de su rostro—. Vos vivís acá. Conoces mejor cada parte. Te tiene que resultar más fácil encontrar la manera de... de espiarlo, por ejemplo.

Su interlocutora resistió la doble tentación. Existían dos cosas que le podía decir en aquel instante, inclusive sintió la necesidad de expresar ambas, pero se dijo a sí misma que no debía hacerlo. Podía ser directa, y hacerle saber que no era de su interés hacer algo así, pero además de que no se sentía del todo segura de eso, temía que Sofía la considerara una tonta, arruinando la recientemente iniciada amistad de las dos. Tampoco podía relatarle esa anécdota de la primera noche en la que Germán se quedó en su casa, porque le había asegurado al niño que no se la contaría a nadie. A pesar de que aquello podía hacer que Sofía dejara ese tema de lado, al enterarse de lo ocurrido sin esfuerzo alguno por parte de Carolina, esta última no consideraba correcto relatar lo acontecido sin la autorización de su amigo.

—Te apostaría lo que quieras a que él lo haría —exclamó Sofía, imitando la frase que le oyó decir a su mamá una vez—. Él no desaprovecharía una oportunidad de hacer ese tipo de cosas. Por eso, si yo estuviera en tu lugar, trataría de ganarle de mano.

—No creo que Germán haya pensado en hacer eso —insistió Carolina—. Se ve que él no es así. Hasta tiene la excusa de poder estar parejo conmigo con eso, pero hasta ahora no la usó.

No pudo creer que se le había escapado esa frase de la boca. Aparentemente, la tentación por contarle a esa nena la embarazosa anécdota fue más fuerte de lo esperado. Deseó en voz baja que su amiga no le hubiera prestado la suficiente atención, pero la realidad no demoró ni un instante en desilusionarla.

—¿Estar parejo con vos? —le preguntó Sofía, intrigada—. ¿Por qué? ¿Qué le hiciste?

Le dijo la verdad al responderle que no había hecho nada. Después de todo se trató de un simple incidente producto de la mala suerte. Si se quería buscar un culpable, ese era el propio Germán, no ella, que únicamente se encontraba sentada junto a Tobi mirando la televisión, mientras él se daba un baño, y su abuela regresaba del exterior, tras haber ido a buscar la ropa que puso a secar en la terraza de la torre. Por supuesto que, ni ella ni Argelia, estaban al tanto de las acciones y pensamientos de Germán en aquellos instantes.

Él había terminado de bañarse y se hallaba fuera de la bañera, secando su cuerpo con uno de los toallones. Sin embargo, olvidó sacar el tapón que retenía todo el agua, ya que un pensamiento retuvo su atención desde el momento en que salió del agua: como siempre, había dejado toda la ropa que debía ponerse en la habitación del abuela, pues su costumbre era volver a vestirse en su cuarto (o en el de Argelia, al encontrarse en su casa), nunca en el baño. Ni siquiera contaba con la que se quitó, debido a que Argelia ya se la había llevado para hacerle el favor de lavarla, como de costumbre. Se preguntó si tendría el valor para ir desde el baño a la habitación donde estaba su ropa, vestido únicamente con el toallón, cubriéndolo de la cintura para abajo. Ya lo había hecho con anterioridad, en las tres casas que había habitado y en aquel departamento, pero en ese caso había una diferencia que se le hacía crucial: la presencia de una niña, su amiga más reciente. Al entreabrir la puerta, para asomarse sin que Argelia y Carolina lo notaran, no consideró pedirle ayuda a la anciana, recordando lo atareada que siempre estaba a esa hora, y permitiendo que la fuerza de la costumbre le hiciera ver como algo impensable el vestirse en el baño. Rápidamente se dijo que, mientras estuviera cubierto con algo, y se dirigía muy rápido a la recámara de Argelia, todo estaría bien.

Al día siguiente, afirmó que se arrepentía, principalmente, de no haber hecho eso caminando. Como siempre que hacía algo con mucha prisa, su torpeza y sus descuidos se hicieron notar. Al salir corriendo del baño, y cerrar precipitadamente la puerta, esta se cerró en la punta de su toallón, y antes de que pudiese reaccionar, la repentina aparición de Toby lo hizo tropezar con él, perder el equilibrio, y caer sentado al piso.

Fue ahí cuando notó que la caída había hecho que su toallón se quedara atascado en la puerta cerrada, a pocos metros de distancia suya, y que Carolina ya no tenía puesta su atención en el televisor, sino en él.

Tardo un poco en reaccionar, y avergonzado ante esa situación, optó por no continuar de inmediato su camino, sino que, cubriéndose con las manos después de levantarse, intentó recuperar el toallón. Desgraciadamente, su mala suerte todavía no había llegado a su fin, pues Toby no rechazó lo que consideraba una nueva invitación a otro de sus juegos. Cuando Germán tuvo aquella pieza de lencería entre sus dedos, tuvo que luchar contra el perro que jalaba con sus poderosos dientes aquel toallón en la dirección contraria a la del niño. Este logró recuperarlo después de un gran esfuerzo de su parte, empleando ambas manos.

Argelia se percató de todo esto un instante después de su nieta. Sin embargo, prefirió no asistir directamente al pobre nene, y en su lugar obedeció al impulso de ir a cubrir con su mano los ojos de la niña, quien ya había empezado a contener unas leves carcajadas.

La anciana también intentó que su perro soltara eso, gritando su nombre, sin éxito alguno. Ya le había comenzado a decir a Germán que se olvidara del toallón, y simplemente se apresurara a su cuarto, cuando el niño logró recuperarlo. Acto seguido, sin molestarse en volver a rodear su cintura con este, retomó su carrera el sitio donde se encontraba su ropa, pero cubriéndose con aquel objeto igualmente. Luego de que cerrara la puerta tras él, Argelia sacó su mano de los ojos de su nieta, quien hacía el intento de librarse de esta, y no cesó de reírse durante esos últimos segundos, los cuales se sintieron eternos para la anciana y el niño.

Él, dentro del único dormitorio de la casa, no sabía cómo actuar a continuación. Se empezó a vestir preguntándose cuánto debería demorarse en salir de ahí. A sus 9 años de edad, nunca había pasado por una experiencia tan vergonzosa y ridícula hasta ese momento. No era la primera vez, y tampoco la última, en que parecía que la vida misma conspiraba en su contra. Su torpeza ocasional, y su igualmente ocasional mala suerte, se habían encargado de colocarlo en más de una situación que cualquier persona hubiera calificado como algo improbable. Terminando de vestirse, solo podía verlo de esa manera, lo sintió como algo distinto a otros momentos embarazosos.

Decidido a esperar un poco antes de salir, se percató de que todos sus juguetes habían quedado en el baño, y su celular en la sala, obligándolo a buscar otro método para entretenerse hasta la hora de la cena, cuando no tendría más alternativa que salir de ese cuarto. Comenzó a buscar con la mirada, en cada rincón del lugar, encontrándose con algunas cosas que seguían sin haber sido desempacadas hasta el momento. No demoró casi nada en deducir que los juguetes de Carolina (suponiendo que los tuviese) estarían entre todo eso. Por lo tanto, sabiendo que no podía abrir aquel equipaje ajeno sin permiso, Germán llegó a la conclusión de que no tenía nada con qué entretenerse ahí.

—Germán, ¿ya te vestiste? —exclamó Argelia del otro lado de la puerta, a la vez que le daba unos leves golpes a la misma— Cuando quieras podés venir. Falta un rato para que esté lista la comida pero puedes sentarte a mirar televisión con nosotras si te cansas de estar solo. 

No era únicamente el hecho de aburrirse ahí adentro lo que lo hizo salir, sino también, el tono tan maternal con el que le había hablado aquella señora, su nueva abuela. En esas palabras, Germán pudo entender como, entre líneas, Argelia le decía que podía salir, pues las dos harían de cuenta que nada pasó, olvidando el incidente. El muchacho confirmó esto al salir y encontrarse con esa actitud de parte de ambas. 

Ese fue siempre uno de los aspectos que más le agradaban al niño de aquella mujer, que no parecía considerar como un trabajo la tarea de cuidarlo: siempre conseguía descubrir cuál el trato que él más necesitaba en cada situación. Él desconocía el término persona empática por aquel entonces, pero habría calificado de esa manera a esa dulce anciana de no haber sido así. Las veces que llegó a tocar cualquiera de sus problemas, en alguna conversación con ella, se sintió escuchado, y aliviado al ver que no intentaba darle una solución obligatoria e inmediata a estos. Jamás evitó darle consejos, pero nunca lo presionó para que se sintiera bien y se arreglara sin demora. Los pocos días de esa última semana en los que tuvo que ejercer su rol de niñera, ambos tuvieron breves pero gratas charlas sobre sus vidas, en las que Germán llegó a descubrir este aspecto de Argelia sin percatarse de ese hallazgo hasta esa noche, días después de haber conocido a Carolina. No necesitó hablar con él, ni siquiera verlo, para saber que el chico solo necesitaba ser invitado a unirse a ellas, sin ejercer ningún tipo de presión encima suyo, y dándole su espacio, así como también la oportunidad de aceptar dicha invitación en el momento que deseara. No fue ningún accidente que Germán entendiera, a su vez, "podés venir, que ninguna va a hablar de eso, ni se va a burlar de vos", guiado por el tono de las palabras de la mujer.

—Dale, miremos la tele —lo invitó Carolina sonriendo, sin intención de continuar con las anteriores carcajadas, o de burlarse del aún avergonzado muchacho, quien se acercó a ella lenta y tímidamente—. No le voy a contar a nadie, así que cambia la cara.

Su sincera simpatía no tardó en causar el efecto deseado, pues antes de que transcurriese un minuto, ya estaban los dos igual de contentos, mirando uno de sus programas favoritos, acompañados por la abuela desde su silla.

Ella le había dado unas pocas instrucciones rápidas a su nieta sobre cómo debía tratar a su amigo, para que este no siguiera pensando en aquel vergonzoso momento. Las que no resultaron realmente necesarias. La idea de decirle que no iba a contarle a nadie lo ocurrido provino de la propia Carolina, la cual cumplió con lo dicho durante los siete días que siguieron a ese.

A pesar del deseo que sintió por hablar de la peculiar anécdota con Sofía al día siguiente, decidió no hacerlo. Había recordado que esa niña le dijo que había visto a Germán en calzoncillos sin que este se hubiera percatado de eso, y la extraña sensación que explicó producto de esa charla. Con ideas competitivas en la mente, imaginó que podría impresionarla al relatarle que, en cierta manera, la había superado, debido a haber visto más que ella. Sin embargo, consiguió olvidar todo el asunto hasta que, días después, los comentarios de esta otra nena la hicieron pronunciar aquellas palabras, que solo despertaron la curiosidad de esta última. Le hubiera gustado que el mensaje de Reyna hubiera llegado en ese momento, interrumpiendo la conversación. Lamentablemente, eso no ocurrió, por lo que considero inventar una mentira para salir del apuro, pero no pudo pensar en nada.

Fue cuando recordó que, pese haber dicho que no contaría nada, jamás había dicho te lo prometo, o te lo juro, quitándole mucho peso a sus palabras, según su punto de vista. Además, no era solo por evitar el sentirse inferior a su amiga, era principalmente para demostrar que Germán no era como Sofía lo había planteado el último minuto, al no haber buscado estar a mano con ella después de lo que pasó. Así que optó por referirle todo lo ocurrido en pocas palabras, sin olvidarse de resaltar que él no había hecho intento alguno durante toda esa semana por espiarla, ni nada parecido, aunque tuviera la venganza como excusa.

Si bien la risa de Sofía no se hizo esperar, tal como Carolina predijo (provocando en ella un sentimiento de culpa), esta última no se percató de que no era del todo sincera. A la vez que se reía, le resaltaba su amiga lo asqueroso, y "feo", que debió haber sido lo que vio.

—Por favor, prométeme que no le vas a contar a nadie —dijo Carolina, ignorando esos últimos comentarios de Sofía, sin olvidarse de aclarar que aquello era una promesa, así la chica no podría valerse de la misma excusa que ella—. Si Germán se entera que te lo dije, se puede enojar conmigo.

—Sí, está bien, te lo prometo —respondió, restándole importancia.

Hizo un buen trabajo ocultando el enojo que sentía. Era la primera vez, desde que conoció a esa chica abandonada por sus padres, en la que se sentía superada por esta, y nunca le gustó ese sentimiento, jamás lo soportó. Ya no podía recordar, igual que antes, el momento en que le contó a su nueva amiga cómo había visto a Germán salir de su casa en ropa interior. Antes sentía que eso dejaba en claro que ella era la más interesante de las dos, la que daría las órdenes, y la que eventualmente decidiría qué jugar, si debían invitar a alguien, y a quién. Pero, a su modo de ver, Carolina había opacado esa anécdota con la suya. Sin embargo, no quería expresar su fastidio tan abiertamente para que su amiga no se percatara de esto, y porque no podía correr el riesgo de perder esa amistad.

Por fin, después de tanto tiempo, tenía una amiga viviendo cerca de su casa, y se podían divertir casi todos los días las dos solas, o acompañadas por Germán (ella prefería sin Germán, pero siempre acababa divirtiéndose con él también). Ya encontraría el modo de arreglar aquella situación.

—Lástima que él se dio cuenta de que lo viste —dijo, buscando el detalle que la pudiera mantener en el centro del reflector—. Porque a mí no me vio. Ni sabe que lo vi en calzoncillos el otro día. Vos no le dijiste, ¿no?

—No, no le dije nada —respondió Carolina, sinceramente.

—Por eso no tiene ninguna excusa para vengarse de mí, pero con vos sí tiene una.

—Te digo que no me ha hecho nada, aunque tenga esa excusa.

—Bueno, acordate que no estuvo tantos días en la casa de tu abuela. Sigo creyendo que todavía puede intentar algo. Además, ¿te bañaste alguna vez, mientras estaba él acá?

—No, es que yo no me baño todos los días como él. Mi abuela me dijo que se le dice día por medio al modo en que me baño. Siempre que me toca bañarme, Germán no está. 

—¿Ves? Obvio que no va a hacer algo para tratar de verte desnuda si no tiene alguna oportunidad para... No sé, espiarte mientras te estás secando, o llevarse tu ropa mientras estás en la bañera. Lo único que puede hacer es espiarte mientras te pones el camisón, y eso no es suficiente para que estén a mano. Aunque igual, en tu lugar, yo estaría alerta, por si se arrepiente y se conforma con eso. Hasta pude fingir que pasa sin querer. 

Carolina ya no sabía cómo responder a eso. Se sentía aún más incómoda que la última vez que tuvo una conversación tan larga con Sofía, el día que se conocieron. No le agradaba seguir dando vueltas alrededor de ese tema, y que su amiga no hiciera más que plantear posibles escenarios que le desagradaban. Recordó que la noche en que vio desnudo a Germán, ella también imaginó cosas así por un momento, debido a lo molesto que él se veía al principio, antes de que la televisión mejorara su humor. Mientras ella y su abuela se ponían el camisón, miró algunas veces hacia la puerta, esperando la aparición del niño. Como eso no ocurrió, y de hecho, al salir ambas del lugar, se encontraron con que el muchacho y Toby no se habían levantado del sillón siquiera, la niña olvidó por completo el temor. Pasó a considerarlo como algo tonto, hasta que Sofía lo trajo de vuelta.

¿Ella tendría razón? ¿Por qué hablaba de Germán de esa manera, y sonaba tan convencida? Quería preguntarle esto último, pero al mismo tiempo, quería dejar de hablar de eso y volver a los videos que estaban viendo, olvidarse de nuevo de todo eso.

El sonido del teléfono celular de su amiga al vibrar impidió que esta siguiera hablando.

—¡Argelia! ¡Mi mamá me dijo que sí! —exclamó la niña, después de leer rápidamente lo que Reyna contestó— ¡Me deja quedarme a comer!

—¡Qué bueno! —respondió la abuela desde la cocina— ¡Sigan divirtiéndose entonces! ¡Yo les aviso cuando esté lista la comida! 

Su nieta agradeció ese último comentario que hizo, ya que pareció hacerle recordar a su invitada lo que estaban haciendo antes de que surgiera el tema de Germán. Volvieron a volcar su atención en el celular, ignorando el tema del que ellas mismas estuvieron hablando los últimos minutos.

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Kami
Me gustó la forma de narrar
Eduardo Barragán Ardissino: Muchas gracias♥️.
total 1 replies
Tae Kook
No puedo creer lo bien que escribes. ¡Me tienes enganchada! 🔥🤩
Eduardo Barragán Ardissino: Muchas gracias, me alegra saberlo💖.
total 1 replies
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