Melisa Thompson, una joven enfermera de buen corazón, encuentra a un hombre herido en el camino y decide cuidarlo. Al despertar, él no recuerda nada, ni siquiera su propio nombre, por lo que Melisa lo llama Alexander Thompson. Con el tiempo, ambos desarrollan un amor profundo, pero justo cuando ella está lista para contarle que espera un hijo suyo, Alexander desaparece sin dejar rastro. ¿Quién es realmente aquel hombre? ¿Volverá por ella y su bebé? Entre recuerdos perdidos y sentimientos encontrados, Melisa deberá enfrentarse al misterio de su amado y a la verdad que cambiará sus vida.
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Decisiones y despedidas
Melisa se acomodó en la cama con la laptop sobre sus piernas, desesperada por encontrar alguna pista sobre el paradero de Alexander. Había revisado cada rincón de la casa: su armario, la mesa de noche, incluso la pequeña caja donde él guardaba sus cosas más preciadas. Nada. No había ni un indicio de adónde podría haber ido.
Frustrada, exhaló un suspiro profundo y se pasó la mano por el cabello.
—Tiene que haber algo… No puede haberse esfumado así murmuró para sí misma.
De repente, un recuerdo cruzó su mente. Alexander le había tomado la mano, mirándola con cuidado , y le dijo:
—No quiero que sigas trabajando en el hospital. Quiero que descanses, que vivas sin preocupaciones. He ganado lo suficiente en la bolsa de valores. Tenemos más de lo que necesitamos para dos vidas juntas.
En ese momento, ella lo había tomado a broma, pensando que era solo un comentario pasajero. Además, amaba su trabajo. No estaba dispuesta a dejarlo así como así, y tampoco le gustaba la idea de ser mantenida. El dinero era de Alexander, no suyo. Pero ahora, con su desaparición y todo lo que estaba ocurriendo, decidió comprobarlo.
Abrió la aplicación del banco en su laptop y, al ver la cantidad de dinero en su cuenta, sus ojos se abrieron de par en par.
—Dios mío… —susurró, incrédula.
La cifra en la pantalla tenía varios ceros, una suma que jamás imaginó tener en su vida. Se llevó la mano al vientre y lo acarició con ternura.
—Tu padre te dejó una gran fortuna, mi amor… Aún no naces y ya eres millonario.
En ese momento, Michiru maulló y se subió a su regazo, mirando la pantalla con curiosidad.
—No te preocupes, Michiru. Tú también eres un gato millonario ahora le dijo, rascándole la cabeza con una sonrisa triste.
Pero el dinero no llenaba el vacío en su corazón. No importaba cuánto tuviera en su cuenta; lo único que quería era a Alexander de vuelta.
El sonido de su celular la sacó de sus pensamientos. Era el investigador privado que había contratado.
—Señorita Melisa, encontré algo que podría interesarle.
—¿De qué se trata? preguntó.
—Una cámara de vigilancia en una cafetería de Nueva York captó a su novio la mañana en que desapareció. Estaba tomando un capuchino, pero después de eso, salió del local y perdí su rastro.
—¿Eso es todo? preguntó Melisa, sintiendo cómo la frustración se apoderaba de ella.
—Por ahora, sí. Pero esto nos da un punto de partida. Seguiré investigando.
Melisa apretó los labios. Era algo, pero no suficiente.
—Por favor, no deje de buscar. No descansaré hasta encontrarlo.
—Lo entiendo. Le avisaré si descubro algo más.
Colgó la llamada y cerró los ojos un momento, tratando de calmarse.
—Donde sea que estés, Alexander, te encontraré. No importa cuánto me tarde. Tu hijo tiene derecho a saber de ti, y tú tienes obligaciones que cumplir susurró, llevándose la mano al vientre.
Después de mucho pensarlo, Melisa tomó una decisión. No podía seguir en Nueva York, esperando noticias sin hacer nada. Necesitaba tranquilidad, un lugar donde pudiera procesar todo lo que estaba pasando y cuidar de su bebé.
La granja de sus padres en California era la mejor opción.
Ahí podría respirar aire puro, alejarse del estrés y, sobre todo, pensar en su futuro.
Lo primero que hizo fue llamar a su madre.
—Mami…
—¡Melisa, hija! ¿Cómo estás? Hace días que no sé nada de ti.
Melisa no quería preocupar a su madre, pero tampoco podía mentirle.
—Tengo mucho que contarte, mamá. Voy a viajar a California. Necesito quedarme con ustedes un tiempo.
—¿Está todo bien, mi niña? preguntó su madre, con voz preocupada.
—Sí, solo… necesito un cambio de aire.
No quería contarle sobre el embarazo todavía. No hasta que estuviera lista.
—Aquí siempre tendrás tu casa, mi amor. Ven cuando quieras.
—Gracias, mamá.
Colgó la llamada y sintió un alivio en su pecho. Al menos ya tenía un plan.
Antes de irse, Melisa decidió visitar a su mejor amiga, Alicia.
Cuando llegó al hospital, Alicia la recibió con un fuerte abrazo y le contó todo lo que pensaba hacer.
—¿De verdad te vas, Meli?
—Sí… necesito alejarme un tiempo.
Alicia suspiró y tomó sus manos.
—Lo entiendo. Solo quiero que sepas que estaré aquí para ti siempre.
—Lo sé respondió Melisa, sonriendo con gratitud. Pero dime… ¿alguna novedad o algún chisme antes de irme? No me caería nada mal.
Alicia la miró y se rió.
—Obvio que tengo algo que contarte. Somos amigas y confidentes dijo, tomando aire antes de confesar: Me ofrecieron un nuevo trabajo en una clínica privada en España. Pagan muchísimo mejor y es una gran oportunidad para mí… pero no quería aceptarlo porque no quería dejarte sola.
Melisa ganas de llorar , pero tomó las manos de su amiga y le dijo:
—Tienes que aceptar, Alicia. Es tu futuro. Yo voy a estar bien, lo prometo.
—¿Segura?
—Segurísima.
Alicia la abrazó con fuerza.
—Te voy a extrañar.
—Y yo a ti… pero mantendremos el contacto, ¿sí? Y cuando vaya a nacer tu bebé, vendré a verte.
—Hecho.
Se separaron con una sonrisa, aunque ambas tenían lágrimas en los ojos.
El día del viaje, Melisa miró por última vez la casa que había compartido con Alexander. Tantos recuerdos, tantos momentos… Pero ya no era lo mismo sin él.
—Volveré y te encontraré… susurró, cerrando la puerta.
Tomó su maleta y miró a Michiru, quien la observaba desde su transportadora con ojos curiosos.
—Vamos, Michiru. Nueva vida, nuevo comienzo.
Subió al taxi que la llevaría al aeropuerto, con el corazón dividido entre la esperanza y la tristeza. Estaba segura de una cosa: su historia con Alexander no había terminado aqui.