Esther era la hija ilegítima de una familia acaudalada, cuya hermana decidió irse por "amor" con el hombre que ella tanto amaba. Él contra de Arthur, un vaquero muy apuesto, era su pobreza y cuando su hermana sintió en carne propia lo que era el hambre, decidió abandonarlo junto a su hija recién nacida, para irse con su amante.
Pese a que su cuñado intentó por todos los medios salir adelante, no tuvo de otra más que recurrir a ser un bandido, encontrando así su muerte y la de su hija. Por eso, usando su habilidad secreta, Esther hará un trato con el mismo diablo y si logra traer de regreso las almas de ellos, que han reencarnado en otro mundo, dentro de la historia de "La amante del embajador" este haría que por fin ellos tuvieran un final feliz.
¿Logrará darle una nueva vida a su cuñado?
¿Podrá su sobrina al fin tener una existencia tranquila?
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CAPÍTULO 7
Penélope, o mejor dicho, Francisca, mantuvo su mirada fija en Alexander mientras este trataba de recuperar la compostura. Sabía que estaba jugando con fuego, pero también sabía que el odio de su cuñado hacia su esposa podría ser la llave que necesitaba.
—No hay necesidad de alarmarse, embajador —dijo suavemente—estoy aquí para ofrecerle una salida a su tormento, una oportunidad para cambiar las cosas.
Alexander la miró con desconfianza, pero la desesperación en sus ojos era evidente. Sabía que algo debía hacerse, pero no sabía por dónde empezar.
—¿Venganza?—repitió, tratando de procesar lo que Francisca le había propuesto—¿Y qué ganaría yo con eso?
Sintiéndose sin nada más que poder hacer, tuvo que admitir su debilidad. Sin su sueldo como embajador, no era nadie. Por eso lo habían escogido a él como esposo de la bisnieta del rey. Alguien con el suficiente poder para usarlo, pero con la debilidad para amedrentarlo. Solo lo querían usar por su puesto como embajador.
Su cuñada sonrió, un gesto frío y calculador se ocultaba bajo su disfraz.
—Liberación—respondió—la posibilidad de deshacerse de una esposa que lo desprecia y de tomar el control de su vida y del futuro de su hijo. Yo puedo ayudarle a lograr eso, pero necesito su cooperación.
Alexander tomó otro trago, su mente nublada por el alcohol y la ira. Sabía que su esposa era una mujer peligrosa y manipuladora, pero también sabía que no podía actuar impulsivamente. Necesitaba un plan, uno que no dejara cabos sueltos.
—¿Y qué propones exactamente?—preguntó, su voz más firme ahora.
—Actualmente, trabajo con los rebeldes—respondió directa.
El embajador sintió que su corazón se detuvo un poco, ya que el trabajar con el grupo que deseaba eliminar a la realeza, podría ser ya un motivo de muerte si tan solo era descubierto aquel pensamiento. Alexander se quedó en silencio, considerando sus opciones.
—Si decido aceptar—dijo finalmente—¿Qué necesitarías que yo haga?
—La familia real está en declive—respondió acercándose a él—intentan mantener su reputación para no perder el apoyo de la iglesia; sin embargo... ¿Qué pasaría si se enteran de uno de los burdeles que la bisnieta del rey frecuenta?
Alexander palideció, ya que de ser así, siendo su matrimonio por la iglesia, entonces el vaticano levantaría una parte de su apoyo y el pueblo, fiel ferviente de la iglesia, se levantaría aún más en contra de la familia real.
—¿Qué pasa? ¿Desea proteger a su esposa?—preguntó con sarcasmo—¡Y yo que pensé que estaba enganchado con su cuñada!
—¡Tú!—gritó nervioso—¿Qué sabes de eso?
Su cuñada, sin decirle que de verdad era ella, siguió molestándolo. Para alguien que estaba miedoso por lo que sucedería, el hecho de haber encontrado un "refugio" en los brazos de su cuñada, lo hacía muy manipulable. En definitiva, debía seguir tentándolo con su cuerpo, de modo que se desprendiera por completo de proteger a la desgraciada de su hermana.
—Solo le puedo decir, que le conviene estar del lado ganador antes de que el infierno se desate—le contestó directa—puede quedarse bajo la falda de una esposa que lo humilla y maltrata, o puede luchar contra ella mientras disfruta de las mieles de una joven mujer como su cuñada... entonces, ¿será un hombre o seguirá siendo una gallina?
Por dentro, Penélope se debatía si seguir provocándolo de esa manera. No le gustaba ofenderlo, pero debía hacerlo por el bien de su plan. Aunque en un futuro se descubriera que realmente lo estuvo manipulando y se ganara su odio, si se iba a ir del reino, al menos quería salvar del infierno a su cuñado y sobrino.
—Vendré mañana a la noche para saber su decisión—respondió.
Un solo segundo, apartando su vista de ella, bastó para que el hombre, quien recién se sentaba en su silla, cayera ante la sorpresa de que la extraña había desaparecido. No sabía si era una alucinación, pero las palabras que le había dicho se sentían muy reales. La esperanza de poder se libre, comenzaba a inundar su desesperanzada alma.
Alexander se quedó en su despacho, sumido en sus pensamientos. Las palabras de Penélope, o más bien de "Francisca", resonaban en su mente, desafiando su orgullo y su sentido del deber.
—¡Byron!—el embajador llamó a su mayordomo principal.
—¡Sí, su excelencia!—respondió el hombre.
Cuando el mayordomo principal del embajador ingresó, se sorprendió al notar el estado tan demacrado del hombre. Jamás pensó que el político diplomático, respetado en toda la sociedad, tuviera un semblante tan cansado.
—Te daré el sueldo de diez años en un mes—propuso bebiendo más alcohol—si me consigues una información que necesito.
El embajador, quien conocía bien a su empleado, sabía donde más darle. El hombre, quien estaba deseoso de poder disfrutar los últimos años con su esposa enferma, aquello significaría adelantar su jubilación y poder dejar de trabajar. Así, pasaron varios minutos en lo que escuchaba lo que su jefe necesitaba.
Esa noche, Alexander se dirigió a la habitación de su hijo. El niño dormía tranquilamente, recuperándose finalmente de su enfermedad, ajeno a las turbulencias que sacudían el mundo de los adultos. Alexander se inclinó sobre él y acarició suavemente su frente, sintiendo el calor de la fiebre que aún no terminaba de ceder.
—¿Me hace poco hombre querer a un niño que no es mío?—susurró con una sonrisa—si te separo de tu madre biológica y empezamos una nueva vida, donde nadie nos conozca, ¿me odiarías?
Aunque su esposa había cometido la crueldad de revelarle aquello, en su corazón aquel niño seguía siendo suyo. Por un momento llegó a pensar en tal vez poder darle la vida sencilla y tranquila que él hubiera querido tener, lejos de su obligación como embajador.
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Al día siguiente, la mansión parecía envuelta en una tensión palpable. Los criados evitaban cruzarse con la señora de la casa, temiendo su temperamento volátil, mientras Alexander trataba de mantener la compostura. A cada momento, su mente volvía a la conversación de la noche anterior.
—¿Desea algo, mi señor?—preguntó una de las doncellas.
—Café—respondió.
Sentándose en la larga mesa del comedor, ignoró a su esposa, la cual desde temprano estaba lista para salir. Tenía una jaqueca que no la aguantaba.
i puedan ser felices cuando todo termine😮💨😮💨