Hiroshi es un adolescente solitario y reservado que ha aprendido a soportar las constantes acusaciones y burlas de sus compañeros en la escuela. Nunca se defiende ni se enfrenta a ellos; prefiere pasar desapercibido, convencido de que las cosas nunca cambiarán. Su vida se vuelve extraña cuando llega a la escuela una nueva estudiante, Sayuri, una chica de mirada fría y aspecto aterrador que incomoda a todos con su presencia sombría y extraña actitud. Sayuri parece no temer a nada ni a nadie, y sus intereses peculiares y personalidad intimidante la convierten en el blanco de rumores.
Contra todo pronóstico, Sayuri comienza a acercarse a Hiroshi, lo observa como si supiera más de él que nadie, y sin que él se dé cuenta, empieza hacer justicias.
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La nueva ingresada- El alumno
La mañana siguiente, camino a la escuela, me sentía atrapado en una nube de pensamientos. La rutina de despedirme de mi madre y de mi padre parecía más surrealista que nunca, como si fuera un mero espejismo de normalidad. Pero nada en mi vida era normal ahora.
Sayuri apareció caminando junto a mí en silencio, como si hubiera salido de la nada, con sus pasos suaves y una mirada fija en el horizonte. Esa presencia suya, aunque inquietante al principio, comenzaba a convertirse en una constante que no sabía si debía temer o agradecer.
—Claude estuvo en mi casa anoche —solté, rompiendo el silencio.
Sayuri giró su cabeza hacia mí, sus ojos evaluándome con una mezcla de curiosidad y desinterés.
—¿Y qué hacía allí?
—Según él, solo quería verme —respondí, suspirando—. Pero mencionó que si su jefe, o sea, el diablo, lo descubre, lo matará.
Una risa seca escapó de Sayuri, algo raro en ella.
—Claude siempre juega con fuego, literal y figurativamente. Es una lástima que le guste complicarse la existencia.
—¿No te sorprende que se haya aparecido?
—No mucho. Claude tiene una fascinación especial por las cosas... inusuales. Y tú, Hiroshi, eres bastante inusual.
Rodé los ojos, aunque no pude evitar sentirme un poco nervioso.
—¿Por qué dices eso?
—Eres humano, pero ahora tienes una conexión directa con nuestro mundo. Y lo más raro es que aún conservas tu voluntad. —Sayuri se encogió de hombros—. No todos los humanos reaccionan como tú.
No sabía si tomarlo como un cumplido o como una advertencia, así que decidí cambiar de tema.
—¿Qué tarea tenemos hoy?
—Hay alguien más que solicitó un deseo —dijo Sayuri, con una frialdad que siempre me ponía los pelos de punta—. Un estudiante de tu escuela, para ser exactos.
Me detuve en seco.
—¿Qué? ¿Alguien más en mi escuela está involucrado en esto?
—El mundo es más pequeño de lo que crees. —Sayuri siguió caminando y me vi obligado a alcanzarla—. Él deseó que su hermano mayor desaparezca.
—¿Desaparezca? ¿Cómo que desaparezca?
—Ya sabes lo que eso significa, Hiroshi.
Tragué saliva.
—No pienso permitir que lo mates sin más.
Sayuri me lanzó una mirada afilada, como si estuviera evaluando si estaba siendo valiente o estúpido.
—Sabes cómo funciona esto. Tú decides si la petición se cumple o no. Yo solo estoy aquí para ejecutar. Pero si decides interferir...
—¿Interferir qué? —la interrumpí, cruzándome de brazos—. No voy a permitir que otra persona muera sin saber si lo merece o no.
Sayuri se detuvo y me miró fijamente, su expresión impasible.
—Entonces supongo que tenemos trabajo que hacer.
Al llegar a la escuela, me sentía como si estuviera caminando en un campo minado. Cada cara que veía podía ser la de la persona que había hecho ese deseo oscuro. Intenté actuar normal, pero mis manos sudaban y mi mente no dejaba de dar vueltas.
Sayuri, por supuesto, parecía completamente imperturbable mientras se apoyaba contra la pared, observando a los estudiantes con una intensidad que probablemente ninguno de ellos notó.
—¿Quién es? —le susurré.
Ella me señaló discretamente a un chico de cabello corto y mirada esquiva, sentado al fondo del aula. Reconocí a Yoshida, un estudiante callado que apenas hablaba con nadie.
—¿Él? —pregunté, incrédulo—. ¿Yoshida?
—Sí. Desea que su hermano mayor desapareciera. ¿Vas a hablar con él o solo mirar desde lejos? —Sayuri me miró con una ceja levantada, como si me estuviera retando.
Respiré hondo y me acerqué a Yoshida mientras Sayuri se quedaba atrás, observando.
—Hey, Yoshida —dije, tratando de sonar casual.
Él levantó la mirada hacia mí, sorprendido de que alguien le hablara.
—¿Qué... qué pasa? —preguntó, claramente incómodo.
—Nada. Solo pensé que tal vez podríamos hablar un rato.
Yoshida me miró con desconfianza, pero finalmente asintió. Me senté junto a él, con Sayuri observando desde el fondo como una sombra silenciosa.
Sabía que no sería fácil, pero tenía que averiguar la verdad. No podía permitir que esto terminara como la última vez.
Me senté junto a Yoshida, tratando de parecer casual, pero la tensión era casi insoportable. Podía sentir los ojos de Sayuri clavados en mí desde el fondo del aula, aunque no miré para comprobarlo. Yoshida, por su parte, parecía aún más nervioso que yo.
—Entonces, ¿todo bien? —pregunté, como si hablar con él fuera algo común y no un movimiento desesperado para evitar otro desastre.
—Eh... sí, supongo. —Yoshida jugueteaba con la esquina de su libro, evitando mirarme directamente.
—¿Seguro? —insistí—. Pareces algo distraído.
Su mirada se endureció, pero solo por un segundo, antes de volver a su actitud tímida.
—¿Qué quieres, Hiroshi? Nunca hablamos.
Sabía que tenía que ir con cuidado. Yoshida no era tonto, y no quería levantar sospechas.
—Solo pensé que... bueno, no sé, que sería bueno hablar contigo. Pareces... diferente últimamente.
—¿Diferente? —Yoshida dejó el libro y me miró de frente por primera vez.
—Sí, no sé... como si estuvieras cargando con algo.
Su expresión se endureció nuevamente, pero esta vez no se deshizo tan rápido.
—Mira, no sé qué crees que sabes, pero no es asunto tuyo.
"Esto no va bien", pensé.
—No estoy diciendo que sea asunto mío. Solo que, si necesitas hablar de algo, estoy aquí.
Yoshida soltó una risa amarga.
—¿Por qué te importa?
Antes de que pudiera responder, escuché la voz baja de Sayuri detrás de mí.
—Se está cerrando. Mejor deja que yo me encargue.
Me sobresalté. No había notado que Sayuri se había acercado. Yoshida no pareció oírla, pero yo sabía que ella estaba lista para actuar.
—No. —La miré de reojo, tratando de parecer calmado—. Puedo manejar esto.
Ella me observó con una mezcla de irritación y diversión, como si quisiera ver cuánto tiempo podía durar antes de fracasar.
—Mira, Yoshida —dije, inclinándome hacia él—. Sé que estás pasando por algo. Y sé que tiene que ver con tu hermano.
El cambio en su rostro fue inmediato. Sus ojos se abrieron de par en par y sus labios se tensaron, como si estuviera a punto de explotar.
—¿Qué sabes tú de mi hermano?
—Solo sé que hay algo que te está consumiendo. Algo que tal vez quieres.
Yoshida se levantó de golpe, derribando la silla detrás de él. Toda la clase se giró hacia nosotros, sorprendida por el ruido.
—¡No tienes idea de lo que estás hablando! —gritó, antes de salir corriendo del aula.
Me quedé paralizado, sin saber si seguirlo o no. Sayuri, por supuesto, no perdió el tiempo.
—Vayamos tras él.
Asentí, y ambos salimos del aula, ignorando las miradas curiosas de los demás estudiantes.
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Encontramos a Yoshida en la azotea de la escuela, con las manos en los bolsillos y la mirada fija en el horizonte. Su postura era tensa, como si estuviera al borde de una decisión importante.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó sin girarse, su voz temblando.
—Porque sé lo que hiciste —dije, más firme de lo que me sentía—. Sé que pediste un deseo.
Yoshida se giró, con los ojos llenos de furia y desesperación.
—¡No sabes nada! ¡No sabes todo lo que me hizo!
Me quedé en silencio, esperando que continuara.
—Mi hermano es un monstruo. Siempre me humilla, me golpea, me trata como si no valiera nada. Nadie hace nada para detenerlo. Nadie...
Sayuri dio un paso adelante, sus ojos brillando con una extraña intensidad.
—¿Pero? ¿Lo quieres o no?
Yoshida apretó los puños, temblando.
—Sí. Pedí que desapareciera. Pedí que... que muriera.
La revelación me golpeó como un puñetazo. Aunque sabía lo que íbamos a encontrar, escucharlo de su propia boca hacía todo mucho más real.
—¿Y ahora? —pregunté, mi voz apenas un susurro—. ¿Te sientes mejor?
—No lo sé —respondió, con lágrimas corriendo por sus mejillas—. Pero no me arrepiento.
Sayuri me miró, esperando mi decisión.
—¿Qué vas a hacer, Hiroshi? —preguntó, como si le divirtiera verme debatir.
Miré a Yoshida. No era un asesino, pero el odio y el dolor lo habían llevado a cruzar una línea que nunca debería haberse cruzado.
—No voy a decidir nada ahora —dije finalmente—. Necesitamos más tiempo.
Sayuri soltó un suspiro exasperado, pero no discutió. Yoshida, por su parte, parecía confundido, pero no dijo nada mientras se limpiaba las lágrimas.