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El Otoño De Los Eternos

El Otoño De Los Eternos

Status: En proceso
Genre:Vampiro / Fantasía épica / Mitos y leyendas
Popularitas:759
Nilai: 5
nombre de autor: Kris Salas Valle

Todos los años, en otoño, un alma humana desaparece del internado. Este año, ella llegó para quedarse.



Annabelle Drayton es enviada a estudiar al Instituto St. Elric tras una tragedia familiar. Ubicado en una antigua abadía sobre un acantilado, rodeado de bosques y niebla perpetua, el lugar parece congelado en el tiempo.

Lo que no sabe es que algunos de los alumnos no envejecen. No respiran. No sueñan. Y cada uno de ellos guarda un pacto sellado hace siglos: nunca acercarse demasiado a los humanos.

Théodore Ravencourt, el más enigmático entre ellos, ha seguido esa regla por más de cien años. Hasta ahora.
Annabelle no es como las demás. Hay algo en su sangre, en sus sueños, en su presencia, que lo arrastra hacia la vida… y hacia el peligro.

Pero cuando ella comienza a desenterrar verdades prohibidas, descubre que ser amada por un inmortal no es un privilegio… sino una sentencia.

NovelToon tiene autorización de Kris Salas Valle para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

🩸 Capítulo 6 — Donde los juramentos no mueren

 Théodore

A veces, la eternidad no comienza con un rugido, sino con un suspiro.

Un aliento contenido en la garganta de los siglos.

Una promesa susurrada demasiado cerca del corazón.

Y ahora, al verla de rodillas frente a la lápida rota —sus dedos cubiertos de tierra, su rostro surcado por algo que aún no entiende del todo— supe que el tiempo, como la sangre, puede mentir.

Pero no olvidar.

Élise.

No dije su nombre en voz alta, pero mi alma sí.

Y al pronunciarlo en silencio, algo dentro de mí se quebró.

Ella había regresado.

Y yo… nunca la había dejado ir.

Dicen que la memoria es como el agua: adopta la forma del recipiente que la contiene.

Pero cuando ese recipiente se rompe, el agua se escurre en todas direcciones.

Así eran mis recuerdos de Élise. De Annabelle.

Fragmentos rotos.

Un perfume entre los jardines helados.

Una carta doblada en cuatro, manchada de cera roja.

El tacto de su mano en medio de una promesa que nadie más escuchó.

No debería recordarlo.

Los Eternos lo hicieron todo para que no lo recordara.

Nos limpiaron.

Nos sellaron.

Nos despojaron de nombres que dolían.

Y sin embargo, su voz me persigue. Su voz, que no es la de Annabelle, pero que tiembla con la misma cadencia de quien alguna vez amó a la muerte… y la llamó suya.

Fuimos dos y no supimos ser uno.

Amar a un Eterno es amar lo inmóvil, lo sellado, lo que nunca cede.

Pero Élise no fue una doncella de cristal.

Ella era llama.

Cuando sellamos el pacto junto al lago —una noche sin luna, con el agua como espejo— no sabíamos lo que hacíamos.

—Si muero, te seguiré —dijo.

—Si olvidas, te buscaré —respondí.

—Si renaces… me amarás otra vez —sellamos.

Y nos besamos con labios temblorosos, sabiendo que estábamos tejiendo una tragedia.

Lo prohibido siempre tiene sabor a eternidad.

Y lo eterno… siempre reclama lo suyo.

La mañana que la vi morir, supe que algo en mí no volvería a latir.

Los Eternos la llamaron impura. Dijeron que había roto las reglas. Que había osado amar más allá de la sangre.

Y yo, cobarde, no la defendí.

Vi cómo el fuego devoró su tumba sellada. Cómo los cuervos giraban en el cielo, como jueces antiguos.

Pero en mis venas, su nombre se volvió un susurro persistente.

Aún hoy, cuando cierro los ojos, puedo sentir su cuerpo en mis brazos.

Ligera.

Rota.

Inocente.

Y en sus labios, antes del final, un perdón que nunca pedí.

Una promesa que jamás merecí.

Cuando Annabelle llegó, lo supe al instante.

No por su rostro, ni su voz.

Sino por la forma en que el mundo se detuvo al verla.

Era como si el castillo exhalara. Como si los muros dijeran: "Otra vez."

Intenté evitarla. Lo juro.

Me alejé. Fui cruel. Frío. Duro.

Pensé que el pasado podía enterrarse si no lo nombrábamos.

Pero ella miraba como Élise.

Se movía como Élise.

Soñaba con los mismos símbolos. Con los mismos cuervos. Con los mismos lagos.

Y entonces…

Recordé.

Todo.

El lago.

La promesa.

La traición.

Y el castigo que me impusieron por fallarle.

V. Las reglas de los Eternos

Nadie deja a los Eternos.

Nadie ama fuera del linaje.

Y nadie, jamás, debe recordar.

Yo rompí las tres.

Y por eso, me marcaron.

No con fuego, ni látigo.

Sino con la culpa.

Una culpa que se encarna.

Que te vuelve frío. Que te roba la voz en los sueños.

Cuando la mentora me llamó al Salón de las Promesas Rota, lo supe.

—Ella ha empezado a recordar —me dijo—.

—No fue su elección —dije.

—¿Y la tuya sí?

La miré sin responder.

No porque no tuviera respuesta.

Sino porque ya no me quedaban palabras que no dolieran.

—Tendrás que elegir —continuó—.

—¿Entre qué?

—Entre protegerla… o liberar el eco que duerme en ti.

Hay algo en mí. Algo que los demás temen.

Una parte dormida.

Una sombra que no es completamente humana.

Una herencia que no pedí, pero que siempre ha estado allí.

Cuando Annabelle tocó la piedra esa noche, lo sentí.

El eco se agitó.

La memoria volvió a recorrer mi sangre.

Y con ella, el hambre.

No de carne.

Ni de sangre.

Sino de redención.

Quería tocarla. Quería decirle que la recordaba.

Pero el eco susurró:

> “No la toques. O romperás el velo. Y si Élise vuelve… no lo hará sola.”

Desde esa noche, los muros crujen cuando ella pasa.

Las sombras la siguen.

Los cuadros se giran.

Los relojes fallan.

La escuela sabe.

Los Eternos también.

Están observando. Esperando.

Si cruzamos la línea… si volvemos a amar,

volverán a castigar.

Pero ya no me importa.

Prefiero ser ceniza con ella, que piedra sin ella.

Hoy, frente al lago, encontré el relicario que ella dejó caer.

El mismo que juramos no abrir.

El que guarda la palabra prohibida.

La tomé entre mis manos.

La abrí.

Dentro había un pétalo seco…

Y la palabra: Requiem.

El aire se volvió espeso.

Las nubes cubrieron la luna.

Y sentí que algo se quebraba en el mundo.

Annabelle apareció, temblando.

—¿Qué hiciste? —preguntó.

La miré.

La tomé de la mano.

—Lo que debía haber hecho siglos atrás —respondí.

En ese momento, la sangre brilló en nuestras muñecas.

Dos cicatrices antiguas comenzaron a arder al unísono.

Una conexión más vieja que la muerte misma.

Y lo supe:

El pacto ha despertado.

Ella me recordó.

Yo la elegí.

Y los Eternos…

Los Eternos se levantarán contra nosotros.

Pero esta vez, no huiremos.

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