Mariel, hija de Luciana y Garrik.
Llego a la Tierra el lugar donde su madre creció. Ahora con 20 años, marcada por la promesa incumplida de su alma gemela Caleb, Mariel decide cruzar el portal y buscar respuestas, solo para encontrarse con mentiras y traiciones, decide valerse por si misma.
Acompañada por su hermano mellizo Isac ambos inician una nueva vida en la casa heredada de su madre. Lejos de la magia y protección de su familia, descubren que su mejor arma será la dulzura. Así nace Dulce Herencia, un negocio casero que mezcla recetas de Luciana, fuerza de voluntad y un toque de esperanza.
Encontrando en su recorrido a un CEO y su familia amable que poco a poco se ganan el cariño de Mariel e Isac.
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Capítulo 6
El juicio de una hija del clan Lican.
El aire se volvió más denso.
Mariel no apartaba la mirada de Caleb, pero esta vez, sus ojos se movieron lentamente hacia Estela.
Ya no había duda, ni dolor. Solo firmeza.
Estela, por su parte, alzó el mentón con altanería, intentando recomponerse tras el derrumbe de la versión perfecta que había construido.
—Así que tú fuiste criada para arrebatarle el destino a alguien más. —dijo Mariel con voz clara, aunque suave—.
—Para robarle su lugar a la fuerza, sin importar cuántas almas destruyeras en el proceso.
Estela apretó los labios.
—Yo solo seguí las órdenes de mi padre. Hice lo que cualquier mujer haría por sobrevivir en un mundo de hombres.
Me aseguré un futuro.
Mariel dio un paso hacia ella, con elegancia, pero con cada palabra afilada como una daga.
—No, Estela. No sobreviviste.
Te vendiste.
Y no por hambre… sino por codicia.
Te acostaste con un hombre inconsciente. Usaste su cuerpo. Te colgaste de su apellido y de su poder.
Y lo peor… —su mirada descendió hacia el vientre de Estela— …es que ahora traes al mundo una vida basada en una mentira.
Estela retrocedió un poco, la mano temblando sobre su vientre.
—¡Ese niño es inocente! ¡No tiene la culpa!
—Lo sé. —Mariel asintió lentamente—.Y por eso no es a él a quien culpo. Es a ti.
Y no solo por lo que hiciste con Caleb…
sino por la vida que piensas darle a tu hijo.
Isac cruzó los brazos, sonriendo levemente. Sabía que su hermana tenía la voz de su madre y la mirada de su padre. Imposible de enfrentar sin temblar.
—¿De verdad pensaste que me quitarías algo que los dioses me entregaron? —continuó Mariel—.
—Yo no necesito pelear por Caleb.
No necesito demostrarle a nadie quién soy.
Porque a diferencia tuya… yo no fui elegida por ambición.
Fui marcada por destino.
Estela bajó la mirada por primera vez. Su orgullo temblaba.
Y Mariel, sin elevar la voz, dijo la última palabra que sentenció todo:
—Tú elegiste jugar con fuego.
Y cuando todo se queme… no esperes que te salven.
El silencio se hizo absoluto.
Y por primera vez… Estela no tuvo nada que decir.
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El silencio que siguió a las palabras de Mariel fue como una sentencia final.
La sala entera parecía contener la respiración, como si hasta las paredes respetaran la verdad que acababa de caer sobre Estela como un martillo.
Estela seguía ahí, de pie, con la mano temblorosa sobre su vientre, los labios apretados y los ojos húmedos… no por tristeza, sino por rabia contenida.
—¿Terminaron ya con el teatrillo? —espetó finalmente, mirando a Caleb—Porque si tú piensas quedarte aquí a revolcarte en recuerdos con ella... Entonces no me busques cuando te enteres que tu hijo ya no te necesita.
Caleb no respondió. Ni siquiera la miró.
Estaba mirando a Mariel, con un nudo en la garganta y los ojos llenos de cosas que aún no sabía cómo decir.
Esa indiferencia fue la gota que colmó el vaso.
Estela bufó y giró sobre sus talones con torpeza, el orgullo herido más que el cuerpo.
—Esto no termina aquí. —murmuró sin girarse—Ni tú ni tu querida ganarán esta vez, mi padre sabrá este desplante que me has hecho caleb.
Isac la siguió con la mirada hasta que abrió la puerta y la cerró de un portazo.
Ni se molestó en despedirse.
El silencio que quedó fue espeso, tenso… pero también liberador.
Mariel no se movió. No lo necesitaba.
Su presencia ya lo decía todo.
Caleb cerró los ojos un momento, exhalando lentamente.
—Gracias. —dijo al fin, con voz baja.
Mariel lo miró sin parpadear.
—No lo hice por ti.
Lo hice por mí.
Por lo que merezco.
Por lo que me arrebataron… y por lo que estoy dispuesta a recuperar.
Caleb asintió. Y por primera vez en mucho tiempo… no discutió.
Porque en el fondo, sabía que si Mariel estaba allí, de pie frente a él, era porque su alma aún no se había roto del todo.
Pero también sabía que cualquier paso en falso… Y la perdería para siempre.
Caleb seguía de pie, con la mirada clavada en Mariel, queriendo decir más, hacer más… pero sabiendo que ese no era el momento.
La puerta aún vibraba por el portazo de Estela, y la tensión apenas comenzaba a disiparse.
Fue entonces que Isac dio un paso adelante, rompiendo el silencio con una voz firme pero sin agresión.
—Caleb… creo que por hoy es suficiente.—Mi hermana necesita espacio. Tiempo para pensar.
Y tú… necesitas pensar en cómo vas a remediar todo esto, si es que aún puedes.
Caleb miró a Mariel por última vez, esperando una señal, una palabra.
Ella no dijo nada. Solo lo observó, en calma, pero sin dar promesas.
Él asintió en silencio, sabiendo que no tenía derecho a más.
Y se fue. Sin reclamos.
Sin promesas.
Solo con la esperanza de poder regresar.
Cuando el sonido de la puerta al cerrarse volvió a traer la calma, Isac soltó el aire que no sabía que estaba conteniendo.
Se volvió hacia su hermana, y caminó hasta sentarse junto a ella en el sofá.
—Te vi firme. Te vi fuerte.—Pero también sé que esto te dolió.
Mariel apoyó la cabeza en el respaldo, mirando al techo.
—No tanto como pensé…
Quizá porque ya me había roto anoche. Hoy… solo puse las piezas en su lugar.
Isac la observó en silencio por un momento, luego esbozó una sonrisa traviesa.
—Bueno, mi reina de hielo… ahora que el drama pasó… volvamos a la realidad.
Mariel lo miró de reojo, arqueando una ceja.
—¿Qué realidad?
Isac se cruzó de brazos.
—La de que estamos en otro mundo, en la casa de mamá, sin fuentes mágicas, sin acceso a la despensa infinita del mundo semibestia…
y con un estómago que no se llena con dignidad.
Mariel soltó una risa suave, genuina.
—¿Estás diciéndome que necesitas comer más?
—Te estoy diciendo que si vamos a quedarnos más tiempo aquí, hermana, necesitamos buscar un trabajo. Algo temporal.
Porque hasta la magia necesita arroz y pan.
Ella asintió, sonriendo con ternura.
—Está bien. Busquemos trabajo.
Volvamos a ser solo tú y yo… por ahora.
Y así, entre hermanos, el lazo se fortalecía una vez más.
En medio del caos, de los vínculos rotos y verdades reveladas, ellos sabían que mientras se tuvieran el uno al otro… podían con todo.