BDSM ¿Abuso O Placer?

Giorgia aprieta los dedos alrededor de la correa de su bolso mientras camina junto a Pia, la mujer que ha aceptado llevarla a su primer taller sobre BDSM. No está segura de qué esperar con exactitud, pero su mente no deja de compararlo con todo lo que ha visto y leído por internet, en algunos libros y con lo que ha visto en Livia.

—Bellini, hoy estás menos... Tú.

 Giorgia levanta una ceja y observa a la chica de cabello corto y mechas; tiene un pantalón negro y una camisa con un pequeño escote y sin mangas.

—¿A qué te refieres con tan yo...? La chica de cabello corto se ríe.

—Tranquila, Bellini, te explico: el BDSM es un gran océano con miles de tiburones y tú, digamos, que eres un lindo pez ángel. Giorgia asiente no muy convencida de esa comparación.

¿Me llamó "pez"?

Al llegar al lugar, nota que la sala no es lo que imaginaba. No hay luces rojas ni decoraciones exageradas. Es un espacio amplio, con sofás cómodos y una pequeña tarima en el centro. Hay gente conversando en grupos pequeños, algunos con ropa casual, otros con collares discretos en el cuello. No hay un ambiente de miedo ni control, sino algo mucho más extraño: tranquilidad.

—Pareces inquieta, Bellini —susurra Pía, dándole un leve codazo.

—No sé… creo que esperaba algo más… no sé, intenso.

—¿Qué esperabas, un lugar de dolor con luces rojas? El BDSM no es lo que las películas venden —sonríe ella con comprensión—. Ven, quiero presentarte a alguien.

Camila la guía hacia un hombre de unos treinta y tantos años o eso aparenta, con una presencia imponente pero una sonrisa amable. Es alto de 1.80, sus ojos son color miel, su cabello es castaño, su cuerpo es atlético y su piel clara.

—Giorgia, él es Rodrigo. Instructor y mentor del BDSM, tiene muchos años en el estilo de vida.

Rodrigo extiende la mano y Giorgia la estrecha con cautela.

—Bienvenida —dice con una cálida sonrisa. Pía me contó que eres nueva en esto y que tienes muchas preguntas.

—Sí… muchas —dice un poco cohibida.

—Entonces has llegado al lugar correcto, aquí estamos para ayudar, pero un consejo: no te acerques a nadie hasta que no sepas de qué se trata este mundo. Su expresión es seria y ella asiente.

—Es extraño ver a este tipo de chicas aquí, viniendo por información. El hombre observa a Pía.

—Sí, yo también le dije eso y que tuviera cuidado.

—Giorgia, si aceptas quedarte para profundizar este mundo y tal vez practicarlo, me comprometo a no dejarte caer en malas manos. —dice el hombre con firmeza. Ella se pone nerviosa por cómo la ve; no, no es con malicia, sino como su padre la ve.

—Creo que tengo un letrero de débil pegado al rostro. Murmura a modo de broma.

—No de débil, pero sí de inexperta; por tu comportamiento, de cómo te acaricias el brazo y juegas con tu cabello evitando la mirada de los demás, puedo decir que si has tenido novio, ha sido uno solo, pero tal vez haya sido ninguno. ¿Me equivoco?

Giorgia se queda sorprendida por todo lo que puede demostrar su comportamiento y niega con su cabeza.

—Vaya —exclama sorprendida.

—Son años de experiencia y, como yo, cualquier depredador o fake Dom también se puede dar cuenta, así que si entras, velaré por ti. Ella solo asiente; se siente segura escuchándolo hablar.

El hombre se despide y camina hacia el centro del salón; luego de saludar a varios, todos se sientan en los sofás de cuero y el hombre sonríe.

—Buenos días a todos, para los nuevos soy Rodrigo Trovato y soy su guía para que puedan dar sus primeros pasos en este interesante mundo.

—Entonces comencemos con lo más importante: el BDSM no se trata de control unilateral ni de abuso. Se trata de confianza, respeto y comunicación. —Comienza recorriendo el salón con la mirada.

Las palabras hicieron eco en su mente. ¿Confianza? ¿Respeto? Nada de lo que había visto en la relación de Livia le recordaba a eso.

—¿Qué pasa si alguien dice que es dominante, pero ignora los límites? —pregunta una joven a dos puestos de ella y Giorgia se sorprende; estaba tan metida en la información que se asustó.

Rodrigo entrecierra los ojos con interés.

—Entonces no es un dominante, es un abusador; deben tener cuidado con los fake dom, el BDSM es consenso.

El corazón de Giorgia se acelera.

—¿Y si esa persona dice que la resistencia es parte del juego? —pregunta otra joven; para su suerte, no tiene que levantar la mano y ponerse al descubierto debido a la curiosidad de los demás.

—Puede serlo, pero solo si hay consentimiento explícito y acuerdos previos. Si una persona dice ‘no’ y el otro sigue, ya no es juego, es violación. Los ojos de Giorgia se abren y su pulso se acelera.

El aire se le atascaba en los pulmones. Mira a Pía, que asiente con seriedad.

—¿Y si alguien no respeta la palabra de seguridad?

Rodrigo cruza los brazos.

—Entonces no está practicando BDSM. Está abusando de su pareja. Su tono es severo.

Las manos de Giorgia tiemblan. Es la primera vez que escucha esas palabras de forma tan clara. Ha pasado meses intentando justificar lo que ve en Livia, preguntándose si tal vez no lo entiende, si tal vez ese mundo realmente es así. Pero ahora, un hombre con años de experiencia le está diciendo sin rodeos lo que en el fondo ya sabía: Livia está en peligro.

—Perfecto, creo que tengo mucho trabajo con ustedes. Giorgia solo lo observa a él.

—El BDSM se compone de tres siglas: Bondage y Disciplina (BD), Dominación y Sumisión (DS), y Sadismo y Masoquismo (SM). "Cada uno de estos términos tiene una profundidad que exploraremos en esta clase".

El BDSM tiene ciertas reglas; hasta los castigos deben ser consensuados y pueden parar cuando lo deseen, que no se les olvide jamás.

—Hace algunos años, conocí a alguien que creía que ser un 'amo' significaba tener derecho sobre otra persona sin límites. Quiero que entiendan por qué eso no es BDSM y por qué el consentimiento es la base de todo.

—Uno de los errores más frecuentes es confundir el BDSM con el abuso. La diferencia principal es el consentimiento.

En una relación BDSM, todas las partes acuerdan de manera clara y voluntaria qué prácticas se van a realizar, estableciendo límites y usando palabras de seguridad. Un abusador, en cambio, ignora estos límites y utiliza la manipulación o la fuerza para imponerse. Giorgia no deja de mirarlo y Pía le susurra.

—Estás muy tensa, relájate. Ella asiente y fuerza una pequeña sonrisa.

—Si en algún momento alguien les dice que ‘un verdadero sumiso no dice que no’ o que ‘un dominante tiene derecho sobre su sumiso sin restricciones’, aléjense. Esa persona no entiende el BDSM, sino el abuso. Esas palabras calan en su cabeza: "Abuso".

El hombre sigue explicando con detalle cómo reconocer a un fake dom (falso dominante).

—Y bien, es todo por hoy; luego seguiremos con los tipos de dominantes y sumisos y en qué se basa cada parte. Todos asienten y comienzan a hablar entre ellos; el hombre se acerca a Giorgia y a Pía.

—¿Qué te pareció la clase, Giorgia?

—Muy... Nutritiva. Baja su mirada a sus dedos.

—Parece que esto es más personal de lo que creí. —Vi tus caras mientras hablaba —dice Rodrigo con suavidad.

Giorgia traga saliva.

—Tengo una amiga… y creo que está metida en algo que no es BDSM, pero su novio la ha convencido de que sí lo es, aunque no sé cómo ayudarla si tampoco sé; tal vez la equivocada sea yo.

Rodrigo suspira.

—Es más común de lo que imaginas. Hay muchos hombres que usan el BDSM como excusa para abusar, porque saben que la gente de afuera no entiende bien la diferencia y, si viste algo, hay que averiguar. ¿Tu amiga tiene dudas?

—No lo sé… pero creo que no se siente bien con lo que él le hace, es otra, se ha alejado, le controla todo.

Rodrigo asiente con un gesto grave.

—Yo lo llamo el síndrome Grey; muchos se basan en él para justificar sus abusos.

La mejor manera de ayudarla no es atacarla ni decirle que está equivocada. Es hacerle preguntas. Que ella misma empiece a notar las diferencias.

—¿Cómo qué tipo de preguntas?

Rodrigo sonríe con calidez.

—Pregúntale si se siente segura. Pregúntale si alguna vez le han dado la opción de decir ‘no’. Pregúntale si realmente disfruta lo que hace, o si solo lo hace porque tiene miedo de perder a su pareja.

Giorgia siente un escalofrío recorrerle la espalda. Nunca le ha hecho esas preguntas a Livia y tal vez no le gusten. Nunca ha tenido el valor.

Pero ahora tiene que hacerlo.

—Te espero en mi próximo taller, no faltes.