DESTRUYEME

...Valeria...

Había olvidado lo que se sentía pisar mi casa de nuevo. Un mes sin volver, y el impacto es inmediato. Un nudo enorme se asienta en mi estómago, apretándose con cada segundo, hasta quitarme el aliento. Sé por qué estoy aquí, y esa es la única razón que me da fuerza para seguir adelante con esto.

Entro a la casa, sorteando el desorden que la invade. Platos esparcidos, comida a medio terminar, libros y ropa por todos lados. Definitivamente, no extrañaba esto. La casa siempre ha sido un caos, pero hoy... hoy luce peor que nunca.

-¿Mamá?- camino por el pasillo, buscando a alguien, sintiendo el vacío de la casa. -¿María? ¿Allison? ¿Sofía?

Finalmente, creo escuchar sollozos provenientes de la habitación de mi hermana menor.

-Sofi...- mi corazón se estremece al verla hecha un ovillo en el armario. Las lágrimas se acumulan en mis ojos, pero hago un esfuerzo y me trago el dolor que siento. Sofía apenas tiene 6 años. No debería estar lidiando con nada de esto. Sus lágrimas me rompen el corazón en pedazitos- Papá vino... ha vuelto a golpear a mamá. Dice que está es su casa y nadie lo va a sacar de ella.

-¿Dónde está mamá? ¿Te hizo algo a ti?

-No me hizo nada... porque alcancé a esconderme. Mamá está en su habitación, ni siquiera puede levantarse de la cama. No quiero que regrese Valeria... Tengo miedo- se tira en mis brazos, y la aprieto contra mi pecho, intentando transmitirle la seguridad que tanto necesita.

-¿María y Allison?

-Siguen en la escuela. Ellas no estaban cuando él vino- La tomo de la mano y, juntas, nos dirigimos a la habitación de nuestra madre.

La rabia recorre mis venas al entrar y ver su cuerpo maltratado, su rostro deformado por los golpes. Siento una ira visceral, un impulso de tomar a mi padrastro y destrozarlo con mis propias manos.

-¿Valeria?-mamá trata de incorporarse en la cama, pero la detengo antes de que pueda hacerlo.

-Quiero que hagas una maleta y te lleves a mis hermanas de aquí.- La miro, haciendo un esfuerzo enorme por no dejar que las lágrimas se escapen.

-No tengo dinero, Val... Sabes que desde la muerte de tu padre, quedamos en la ruina. A duras penas tenemos para comer una vez al día, y agradezco que al menos tus hermanas puedan comer lo demas en el colegio- la mención de ese malnacido de mi padre me revuelca las entrañas, como siempre.

Vivir en la ignorancia es un regalo, un refugio que te permite no ver la podredumbre que se esconde en las sombras. Mamá jamás lo supo. Jamás supo el daño que mi propio progenitor me infligió, él y sus asquerosos amigos. Sigue venerándolo como si fuera un santo, pero la realidad es que entre él y mi padrastro no hay mucha diferencia. Soy la única hija de Aurelio Montalbán. Mis tres hermanas —María, de doce; Allison, de ocho; y Sofi, de seis— son hijas de mi padrastro, Joel. Una alimaña repugnante que lo único que ha hecho es traer más desgracias a la vida de mi madre

-Traeré el dinero, mamá. Ten la maleta lista. Te irás a casa de la abuela. Sé que a esa señora no le agradará la idea de recibirte, pero te daré suficiente dinero para que puedas pagar tu estadía.- me levanto con determinación, dándole un beso en la frente a mi hermana antes de salir.

Camino directo al banco más cercano para hacer efectivo el cheque, con la esperanza de que todo se resuelva de una vez. Pero al llegar, la encargada me da la noticia de que ha rebotado. La ira crece dentro de mí, más fuerte que nunca, al recordar la sutil amenaza que soltó el maldIto de Santori antes de irse. Sé exactamente lo que busca. Quiere verme arrastrándome, suplicando, humillada ante él, pero no sabe que esto solo me empujará a luchar con más fuerza.

-¡Maldito hijo de puta!- grito con furia mientras tiro el lapicero con todas mis fuerzas. Salgo del banco, la frustración apoderándose de mí, y empiezo a pensar en cómo conseguir dinero.

De repente, una idea se me ocurre, y esta vez, sería la oportunidad perfecta para matar dos pájaros de un tiro. El maldito de Joel me lo debe por atreverse a tocar a mi madre, y sé con seguridad que jamás anda sin dinero. Es el momento ideal para conseguir lo que necesito.

No tengo que adivinar su paradero, porque sé que está bebiendo en la taberna del pueblo. Dándose el aire de macho alfa, luciéndose con las mujeres, como siempre.

Mi corazón late con fuerza, retumbando en mi pecho. El sonido de su golpe resuena en mis oídos. La ira, la frustración y todo lo que he acumulado durante años se funden en un solo sentimiento cuando veo su espalda ancha y su panza regordeta, presumiendo frente a una prostituta barata. Sin pensarlo dos veces, tomo una botella que encuentro en el camino y, cuando estoy lo suficientemente cerca, la rompo en su cabeza con toda la furia acumulada.

El estallido de la botella hace que los vidrios se esparzan por todo el lugar. El caos se desata al instante, y él cae al suelo con un golpe seco. Fue un golpe certero, lo suficientemente fuerte como para dejarlo completamente noqueado. Aprovecho la conmoción, recojo de sus bolsillos todo el dinero que puedo con rapidez, sintiendo la adrenalina correr por mis venas. Agradezco que la iluminación tenue me permita moverme en las sombras, sin que me detecten.

-¡Hija de puta!- uno de sus amigos me agarra del cabello y me da un bofetón tan fuerte que me llena la boca de sangre al instante.

He tomado lo que quería, pero ahora tengo que lidiar con estos miserables, que no son más que alimañas como él.

Saco la navaja de mi bolsillo y, con un movimiento rápido, lanzo un corte. La hoja lo hiere al instante, obligándolo a soltarme.

-Ahora sí ven. ¿Se creen muy machos golpeando a una mujer?- Mi navaja brilla al apuntar el filo contra él. Un tumulto de gente comienza a acumularse, observando como si fuéramos una especie de espectáculo. Los amigos de Joel, que siguen a su lado, no se atreven a acercarse mientras él permanece tirado en el suelo.

La sirena de la patrulla comienza a sonar, y aprovecho el momento para volcar una mesa, creando el caos suficiente para escapar por la puerta de atrás. Salgo corriendo a toda velocidad, mis piernas respondiendo al miedo y la adrenalina. Cuando llego a casa, María y Allison ya están allí. Me saludan con alegría, pero no pierdo tiempo; después de los abrazos, tomo la maleta y, con ellas a mi lado, corro hacia el taxi que las llevará lejos de todo.

-No iré con ustedes.- mamá me observa con los ojos llenos de suplica, las lágrimas acumulándose en su mirada cuando le entrego el dinero. No es mucho, pero será suficiente por algunos días- Mira cómo te golpearon, Val. ¿Qué hiciste?- toca mi labio con delicadeza, su voz apenas un susurro, rota por el dolor que refleja en su rostro, atravesando cada una de sus facciones.

-Hice lo que debía, mamá. Ahora ustedes deben irse. No quiero que ese malnacido sepa que se fueron, ni a dónde- La abrazo con toda la fuerza que tengo antes de verla subir al taxi. Lanzo un beso al aire hacia mis hermanas, sintiendo cómo mi alma se quiebra en millones de pedazos, mientras observo cómo se alejan, dejándome atrás en un mar de incertidumbre.

-Iré a verte, mamá. Lo juro. Te enviaré todo el dinero que necesiten- grito, con la voz quebrada, y ella asiente con la cabeza, dejando escapar un sollozo, soltándose a llorar como una niña pequeña, sin poder ocultar el dolor que la consume.

Por mi parte, observo cómo su taxi se aleja, sin perderlo de vista hasta que dobla la esquina y ya no puedo verlo más. Me limpio la cara con el antebrazo, borrando las huellas de mis lágrimas, y me recargo contra la pared, preparándome mentalmente para enfrentar al magnate caprichoso y arrogante que aún me debe una última lección.

Llamo a mi contacto en la policía y, tras prometerle un encuentro bastante 'divertido' el próximo fin de semana, al fin consigo lo que necesito: la dirección de ese hijo de perra.

Cuando finalmente llego a su casa al caer la tarde, me sorprendo de lo ostentosa que es. La mansión parece desierta, así que decido esperar pacientemente, lista para enfrentarme cara a cara con él. Lucas Santori debe creer que me tiene bajo su control, pero no entiende que esa es solo una ilusión.

Cuando por fin la noche ha caído, me he permitido estudiar cada rincón, observarlo todo con detalle. Las posibles salidas, los puntos débiles. Me detengo a pensar, ¿qué tan difícil sería golpearlo y arrebatarle todo? Su dinero, su orgullo, todo.

Finalmente, después de un rato de incertidumbre, me decido a tocar su puerta. Él la abre, impasible como siempre, aunque no puede evitar que una ligera sonrisa de diversión se dibuje en su rostro. ¿Para él esto es un maldito juego?

-¿Tan desesperado estabas porque viniera a buscarte que tuviste que anular el maldito cheque?

Mi cuerpo tiembla de anticipación, pero el suyo permanece implacable, con una arrogancia y determinación que me enervan aún más.

- ¿Y tú tan desesperada que te presentas en mi casa a esta hora de la noche solo para reclamarme? Pensé que el dinero no te importaba-responde con una burla palpable- Lo guardaste como si fuera un simple trámite, ¿no?

Cruzo los brazos, sintiendo el ardor de la rabia quemándome en el pecho.

—Me importa cuando lo que me pertenece me es arrebatado. Así que deja de hacerte el idiota y dime qué clase de jueguito estás intentando ahora.

Lucas mantiene su inquebrantable calma, caminando hacia mí con esa actitud controlada que me exaspera aún más.

—No es un juego, Valeria. Solo estaba esperando a que vinieras a buscarme.

Sus palabras me provocan un escalofrío que no quiero admitir. No me gusta la forma en la que me mira, como si hubiera ganado algo.

—¿Y qué? ¿Ahora quieres que te suplique? —afilo el tono de mi voz —. No voy a arrastrarme por lo que es mío. Así que si no quieres que esto termine peor para ti, te sugiero que lo soluciones ahora mismo.

Lucas se detiene frente a mi, demasiado cerca.

—¿Peor para mí? —sonríe de lado, pero en sus ojos hay un destello de peligro—. No me hagas reír, pequeña. Si de verdad lo necesitaras, habrías venido con otra actitud.

Aprieto los dientes. Lo odio. Lo odio con cada fibra de mi ser. Pero, más que eso, odio el maldito cosquilleo que empieza a recorrerme cada vez que me acorrala de esa manera, como si todo lo que me provoca fuera más que solo ira.

—Dame mi dinero, Santori —gruño—. O juro que haré de tu vida un infierno.

Él me observa por un momento, como si analizara cuánto estoy dispuesta a soportar. Luego, con una calma irritante, suelta:

—¿Y qué me das a cambio?

Siento mi estómago apretarse, no porque no entienda a qué se refiere, sino porque, en el fondo, la idea no me resulta tan despreciable como debería. Esa sensación extraña no me hace vacilar, pero me deja claro que estoy jugando con fuego, y por primera vez, no me importa tanto quemarme.