Una historia de amor paranormal entre dos licántropos, cuyo vínculo despierta al encontrase en el camino. el llamado de sus destinados es inevitable.
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Ecos del Bosque Antiguo
El sol ya se alzaba alto sobre los árboles cuando Aelis abrió los ojos. La habitación de Eirik estaba en silencio, salvo por el crujir lejano de la madera y el susurro del viento entrando por la ventana entreabierta. Se incorporó lentamente, con la mente aún atrapada entre el sueño y la vigilia. Pero no era un sueño. No del todo.
El nombre de su padre ardía en su pecho. La imagen de Selene, de la luna gigantesca y del Corazón del Velo, todavía vibraba dentro de ella. Lo recordaba todo.
Eirik entró justo entonces, con una bandeja entre las manos. Al verla despierta, dejó todo a un lado y se acercó sin dudar.
—Estás despierta… —murmuró, acariciando su mejilla con ternura.
Aelis lo abrazó de inmediato, fuerte, como si el contacto de él pudiera mantener a raya las sombras que aún la acechaban desde el recuerdo.
—Eirik… tengo que contarte algo.
Y lo hizo. Le relató con detalle la visita de Selene, lo que le dijo sobre su linaje, sobre el velo y sobre su padre. Le habló del Alfa Oscuro y de la bruja. Y del Corazón del Velo, un objeto que aún no sabía cómo encontrar… pero que sentía que pronto la llamaría.
Eirik no la interrumpió ni una vez. La escuchó con el ceño fruncido y la mandíbula apretada, como si cada palabra activara una alarma antigua en su interior.
—Sabía que eras especial, pero no imaginé algo así… —dijo al final, pasándose una mano por el cabello—. No puedo permitir que te enfrentes a esto sola.
—No lo haré —respondió ella, segura—. Pero tampoco puedo huir.
Eirik asintió. Y en ese gesto, Aelis supo que él ya había tomado una decisión.
Horas más tarde, Eirik cabalgaba a través del bosque, dejando atrás el territorio de la manada. El sendero que conducía a la casa de la vidente era angosto y cubierto de musgo, serpenteando entre robles centenarios que susurraban lenguas olvidadas por los humanos. Solo unos pocos sabían que la anciana seguía viva, y aún menos sabían cómo encontrarla.
Cuando la cabaña apareció entre la niebla, envuelta por raíces retorcidas y enredaderas floridas, Eirik desmontó en silencio. Golpeó la puerta con los nudillos. Una, dos veces.
—Sabía que vendrías —dijo una voz áspera desde dentro, incluso antes de que él hablara.
La puerta se abrió sola. Eirik entró.
El interior era cálido y oscuro, con miles de hierbas secándose del techo y estanterías repletas de frascos. La vidente lo esperaba sentada frente al fuego, con sus ojos blancos fijos en él, aunque Eirik sabía que no lo veía con la vista, sino con algo más profundo.
—Aelis habló con Selene —dijo, directo—. La diosa le reveló verdades que... que ni siquiera yo entiendo por completo. Vengo a buscar respuestas. Y una forma de protegerla.
La anciana ladeó la cabeza, interesada.
—La última guardiana ha despertado, entonces. El velo… está temblando. Lo he sentido en mis sueños. El equilibrio entre los mundos pende de un hilo.
—¿Qué sabe sobre el Alfa Oscuro? ¿Y sobre esta bruja que lo ayuda?
La vidente cerró los ojos y colocó la mano sobre un cuenco de agua clara. Sus dedos se movieron lentamente sobre la superficie hasta que esta empezó a agitarse sola.
—El Alfa Oscuro fue uno de los guardianes caídos. No nació de la oscuridad… fue consumido por ella. Su alma fue deformada por la ambición. Ahora quiere abrir el velo y reclamar lo que no le pertenece: el poder de los mundos.
—¿Y la bruja? —insistió Eirik.
—Ella no es una simple hechicera. Es descendiente de los exiliados. De aquellos que fueron arrojados del otro lado por traicionar su propósito. Su magia está contaminada, alimentada por el odio. Se ha unido al Alfa Oscuro para recuperar lo que cree que es suyo: acceso al plano astral.
Eirik sintió una punzada de rabia e impotencia.
—¿Cómo podemos evitarlo? ¿Cómo protegemos el velo… y a Aelis?
La vidente tomó un frasco con un líquido dorado y se lo entregó.
—Este elixir ayudará a Aelis a fortalecer su vínculo con el velo. Deberá tomarlo bajo la luna llena, en un círculo de piedra. Pero no bastará con eso.
Se acercó más, sus ojos blancos clavados en los de él.
—El corazón de Aelis es la llave. Pero tú, Eirik… tú eres el guardián de esa llave. Su fuerza nace del amor, pero también del sacrificio. Protegerla no significará solo estar a su lado. Tal vez implique renunciar a ti mismo para que ella cumpla su propósito.
El alfa bajó la mirada, el peso de aquellas palabras calando hondo en su pecho.
—Haré lo que sea necesario —respondió.
La vidente asintió lentamente.
—Entonces prepárate. Porque las sombras ya se están moviendo… y el velo no resistirá mucho más.