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Dueños Del Juego

Dueños Del Juego

Status: En proceso
Popularitas:652
Nilai: 5
nombre de autor: Joe Paz

En el despiadado mundo del fútbol y los negocios, Luca Moretti, el menor de una poderosa dinastía italiana, decide tomar el control de su destino comprando un club en decadencia: el Vittoria, un equipo de la Serie B que lucha por volver a la élite. Pero salvar al Vittoria no será solo una cuestión de táctica y goles. Luca deberá enfrentarse a rivales dentro y fuera del campo, negociar con inversionistas, hacer fichajes estratégicos y lidiar con los secretos de su propia familia, donde el poder y la lealtad se ponen a prueba constantemente. Mientras el club avanza en su camino hacia la gloria, Luca también se verá atrapado entre su pasado y su futuro: una relación que no puede ignorar, un legado que lo persigue y la sombra de su padre, Enzo Moretti, cuyos negocios siempre tienen un precio. Con traiciones, alianzas y una intensa lucha por la grandeza, Dueños del Juego es una historia de ambición, honor y la eterna batalla entre lo que dicta la razón y lo que exige el corazón. ⚽🔥 Cuando todo está en juego, solo los más fuertes pueden ganar.

NovelToon tiene autorización de Joe Paz para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 12 – Un Nuevo Comienzo en la Serie A

El descanso había terminado.

Después de tres días de celebraciones, los jugadores de Vittoria regresaron a los entrenamientos. La Serie A los esperaba, y no había tiempo que perder.

Mientras el equipo volvía al ritmo de trabajo en el campo, los verdaderos movimientos se daban en las oficinas del club.

En la sala de juntas del Vittoria, Luca Moretti observaba la pantalla del proyector con los brazos cruzados.

Frente a él, Marco Moretti desglosaba los nuevos ingresos que el club recibiría por ascender a la Serie A.

—Hemos recibido una cantidad considerable por derechos televisivos, patrocinios y premios de la liga. —explicó Marco—. Lo suficiente para pagar la deuda del club y empezar a invertir en infraestructura.

Adriano, sentado al lado de Luca, revisaba los documentos con detenimiento.

—¿Cuánto tenemos disponible para fichajes?

Marco tecleó en su computadora antes de responder.

—No podemos derrochar, pero podemos hacer movimientos inteligentes. Si somos estratégicos, podemos reforzar al equipo sin comprometer la estabilidad financiera.

Luca asintió con calma.

—Entonces hagámoslo bien. Quiero una lista de posiciones clave que necesitemos reforzar y opciones viables en el mercado.

Silvia, sentada al otro lado de la mesa, intervino.

—También hay otro tema pendiente.

Luca levantó la mirada.

—Los Bianchi.

Adriano cerró la carpeta en sus manos y miró a Luca.

—Hoy nos reuniremos con su padre para discutir los contratos.

Luca apoyó los codos en la mesa y entrelazó los dedos.

—Perfecto. Quiero que todo quede claro desde el inicio.

Horas más tarde, el padre de Chiara y Matías Bianchi llegó al club.

Un hombre de porte serio, con mirada analítica. Había sido jugador en su juventud y conocía el mundo del fútbol.

Se sentó frente a los directivos, con sus hijos a su lado.

Luca tomó la palabra.

—Matías y Chiara han demostrado que tienen talento. Queremos ofrecerles contratos profesionales a partir del inicio de la temporada.

El padre de los Bianchi asintió lentamente.

—¿Cuáles son las condiciones?

Adriano intervino.

—Queremos que ambos estén 100% enfocados en el club. Eso significa dejar la universidad.

Hubo un pequeño silencio.

Chiara y Matías se miraron. Sabían que este momento llegaría, pero enfrentarlo cara a cara lo hacía más real.

Finalmente, Matías respiró hondo y asintió.

—Estoy listo para dar este paso.

Chiara dudó un segundo, pero luego hizo lo mismo.

—Yo también.

Luca sonrió levemente.

—Entonces lo haremos oficial.

Los documentos fueron colocados sobre la mesa. El futuro de los Bianchi estaba sellado.

El Resurgir del Equipo Femenino

Mientras los directivos discutían contratos y estrategias, el equipo femenino de Vittoria enfrentaba uno de sus partidos más importantes de la temporada.

Después de meses de reconstrucción, las mujeres del club se estaban consolidando como un equipo fuerte.

El estadio estaba a medio llenar, pero los cánticos de los aficionados presentes hacían que se sintiera como una final.

Carolina Mendes, desde la banda, dirigía con intensidad.

—¡Más rápido en la transición! ¡No regalen espacios!

El partido fue reñido, pero Vittoria demostró que su crecimiento no era casualidad.

Minuto 30: Gol de Vittoria tras un contragolpe letal. 1-0.

Minuto 60: Golazo de tiro libre. 2-0.

Minuto 85: Último golpe con una jugada colectiva impecable. 3-0.

Victoria contundente.

Desde las oficinas del club, Adriano miró el resultado en su teléfono y sonrió levemente.

El proyecto del equipo femenino finalmente estaba tomando forma.

Vittoria se estaba fortaleciendo en todos los frentes.

El ascenso a la Serie A había sido un logro inmenso, pero no había tiempo para relajarse. Aún quedaba un objetivo en la temporada, uno que pocos habían imaginado posible al inicio del año: la Copa Italia.

Vittoria había superado todas las expectativas, avanzando hasta las semifinales, y ahora se preparaba para enfrentar a un gigante del fútbol italiano en su propia casa. El rival era la Roma, un equipo con historia, con jugadores de élite y con un estadio que era un infierno para cualquier visitante.

El reto era enorme. Pero Luca Moretti sabía que su equipo no tenía nada que perder.

Esa mañana, mientras el equipo ultimaba detalles antes del viaje, Luca tenía otro compromiso. La empresa familiar había organizado una conferencia en una de sus sedes en Milán, y él era el orador principal.

No era la primera vez que hablaba frente a ejecutivos y empleados, pero su mente estaba dividida. Sabía que en pocas horas estaría volando a Roma para acompañar al equipo en el partido más importante de la temporada.

El auditorio estaba lleno. Filas de empleados, socios y jóvenes talentos de la empresa esperaban atentos a que comenzara la charla. Silvia estaba en primera fila, con su tableta en mano, asegurándose de que todo marchara sin problemas.

Luca ajustó el micrófono en la solapa de su chaqueta y tomó el control del escenario con su paso firme.

—El liderazgo no se trata de ser el más inteligente de la sala —comenzó, recorriendo el auditorio con la mirada—. Tampoco se trata de ser el más fuerte o el que tiene más dinero. El liderazgo es saber tomar decisiones en los momentos difíciles.

Hizo una pausa, dejando que sus palabras se asentaran.

—Cuando tomé el control de Vittoria, el club estaba al borde de la desaparición. No teníamos recursos, no teníamos estabilidad. Lo único que nos quedaba era la determinación de cambiar la historia.

Algunos asentían en sus asientos, tomando notas.

—Hoy, estamos en la Serie A. Y no porque alguien nos regaló el camino, sino porque trabajamos para ello. Lo mismo ocurre aquí. No importa si la empresa es grande o pequeña, lo que importa es la mentalidad con la que enfrentan cada día.

Desde un costado del auditorio, Silvia observó a Luca con una leve sonrisa. Sabía que su mente estaba en el partido, pero aún así lograba captar la atención de todos.

Cuando terminó la conferencia, algunos empleados se acercaron a hacer preguntas, pero Silvia no tardó en intervenir.

—Tenemos que irnos —le susurró, mostrándole la hora en su tableta.

Luca asintió, estrechó algunas manos y salió con ella hacia el estacionamiento.

—¿Alguna novedad? —preguntó mientras se quitaba la chaqueta del traje y se remangaba la camisa.

—El equipo ya está instalado en Roma. Bellucci está ultimando detalles con los jugadores.

—Perfecto. ¿El jet está listo?

—Sí, partimos en una hora.

Luca se detuvo por un segundo y miró su teléfono. Había un mensaje de un número que conocía demasiado bien.

Astrid.

"Nos vemos en el aeropuerto."

Su expresión cambió levemente. Silvia lo notó.

—¿Todo bien?

—Sí —dijo simplemente, guardando el teléfono—. Vamos.

El jet privado de Luca despegó puntual. A bordo iban los directivos del club, algunos miembros del equipo técnico y, por supuesto, Astrid.

Ella había llegado de sorpresa a Milán solo para acompañarlo. Luca no la veía desde hacía semanas y, aunque la emoción de verla era genuina, no podía evitar sentir cierta incomodidad. La imagen de Isabella aún rondaba en su cabeza.

Astrid, sentada a su lado, lo miró de reojo antes de hablar.

—No pareces tan emocionado de verme.

Luca la miró y negó con la cabeza.

—Claro que lo estoy. Solo… hay muchas cosas en mi cabeza.

Ella ladeó la cabeza, sin soltar su mano de la suya.

—Si hay algo que necesites decirme, este es el momento.

Luca exhaló, apoyando la cabeza en el respaldo del asiento. No podía decirle la verdad. No ahora.

—Solo estoy cansado.

Astrid no pareció del todo convencida, pero no insistió.

—Entonces relájate. Yo me encargaré de distraerte.

Luca sonrió, apretando su mano.

El resto del vuelo transcurrió con una conversación ligera, lejos de los problemas. Por primera vez en semanas, se permitió disfrutar el momento.

Cuando aterrizaron en Roma, un auto los esperaba en la pista para llevarlos al hotel donde se hospedaba el equipo.

En la sala de reuniones del hotel, Massimo Bellucci tenía a todo el equipo reunido. En la pantalla había una imagen de la alineación rival.

—Nos enfrentamos a un equipo con jugadores de clase mundial —dijo, caminando de un lado a otro—. Tienen a Francesco De Santis en la delantera, un nueve que define con frialdad dentro del área. A su lado, Matteo Rinaldi, rápido y escurridizo. Si les damos espacio, estamos muertos.

Los jugadores escuchaban atentos.

—Su mediocampo es físico. Stefano Mancini y Alessio Berardi controlan los tiempos y no les tiembla la pierna para meter la pierna fuerte. Y en la defensa, tienen a Luca Di Bartolo y Enrico Pellegrini, dos bestias en el juego aéreo.

Hubo un silencio en la sala.

Bellucci cambió la imagen en la pantalla. Ahora mostraba la alineación de Vittoria.

—Vamos con nuestro once habitual. De Luca en el arco. Harrington y Lorenzi en la central. Núñez y Velásquez por las bandas. Federico Moretti controlando el medio, con Ferrara y Rojas en la ofensiva.

Los jugadores asintieron. Sabían que no serían favoritos, pero eso no significaba que no iban a pelear.

—No tenemos nada que perder. Jueguen con cabeza, pero jueguen con coraje. No quiero que nos intimiden.

Bellucci apagó la pantalla y miró a cada uno de sus jugadores.

—Nos vemos en el túnel.

Los jugadores se levantaron. Algunos hablaban entre ellos sobre cómo marcar a los delanteros rivales, otros simplemente respiraban profundo, preparándose mentalmente.

El vestuario estaba tenso, pero con una energía contenida.

Era momento de demostrar por qué estaban ahí.

El túnel que conectaba al campo estaba lleno de reporteros y cámaras. Los jugadores de la Roma caminaban con el mismo aire de confianza de siempre.

Francesco De Santis cruzó miradas con Federico Moretti y le sonrió con arrogancia.

—Espero que estés listo para correr detrás de nosotros toda la noche.

Federico sonrió con calma.

—Solo si logras mantenerte de pie.

Los árbitros pidieron orden y los equipos comenzaron a caminar hacia la cancha.

Desde el palco, Luca miró el campo y luego a Astrid, quien estaba a su lado.

Ella le sonrió.

—Sin presión, ¿verdad?

Luca soltó una leve risa.

—Solo un poco.

El árbitro levantó la mano.

El pitazo inicial sonó.

Y el infierno en Roma comenzó.

La Batalla en Roma

El pitazo inicial marcó el comienzo de un partido que se sentía como una guerra táctica. Roma impuso su ritmo desde el primer minuto, haciendo valer su jerarquía. Vittoria, en cambio, resistía con orden, buscando oportunidades para sorprender en ataque.

Desde las gradas, el estruendo de los hinchas romanistas resonaba con cada toque de balón de su equipo. Eran locales, eran favoritos y lo sabían.

Francesco De Santis, el delantero estrella de Roma, fue el primero en probar suerte. A los cinco minutos, recibió un pase filtrado y sacó un disparo raso que obligó a De Luca a lanzarse con todo para desviar el balón con la punta de los dedos.

Roma dominaba, pero Vittoria no se achicaba.

Camilo Rojas tuvo la primera gran oportunidad del equipo visitante al minuto veinte. Un pase quirúrgico de Federico Moretti lo dejó mano a mano con el arquero rival. Rojas definió con precisión, el balón cruzó la línea…

Pero el árbitro levantó la mano.

Fuera de juego.

La repetición en la pantalla del estadio mostró que estaba perfectamente habilitado.

Luca Moretti, desde el palco, golpeó con la palma la mesa frente a él.

—Esto empieza mal.

Adriano, sentado a su lado, resopló con una expresión dura.

—No nos van a dar nada en este estadio.

Desde la banda, Bellucci levantó los brazos, exigiendo explicaciones. Pero el árbitro ni siquiera se inmutó.

El partido siguió.

Minuto treinta y cinco.

En una jugada dividida, Matteo Rinaldi, el extremo romanista, entró con fuerza sobre Samuel Núñez. Una entrada brutal, de tarjeta roja.

El mediocampista de Vittoria cayó al césped con un grito de dolor. El árbitro corrió hacia la escena, pero en lugar de expulsar al jugador de Roma, solo sacó amarilla.

Bellucci explotó.

—¿Cómo es posible?

Núñez se levantó con dificultad, sacudiéndose la pierna. Sabía que era inútil protestar.

Luca se pasó una mano por el rostro. Astrid, a su lado, lo miró con preocupación.

—¿Siempre es así?

Luca esbozó una sonrisa irónica.

—Depende de contra quién juguemos.

El estadio volvió a rugir en el minuto cuarenta, cuando Roma encontró su ventaja.

Un centro al área parecía inofensivo, pero De Santis cayó tras un ligero contacto con Harrington.

El árbitro no dudó ni un segundo.

Penal para Roma.

Las protestas de Vittoria fueron inmediatas. Harrington se agarró la cabeza en señal de incredulidad. Había mínimo contacto, pero el delantero lo había exagerado.

—No puede estar cobrando esto —murmuró Marco Moretti desde el palco.

Adriano se puso de pie con la mandíbula apretada.

—Nos están hundiendo.

De Santis ejecutó el penal con tranquilidad. Gol.

Roma 1-0 Vittoria.

Los jugadores de Vittoria se reunieron en el centro del campo. Federico Moretti habló con firmeza.

—No bajamos los brazos. Hay que seguir jugando.

El árbitro pitó el final del primer tiempo poco después.

Vestuario: Furia y Determinación

El ambiente en el vestuario estaba cargado. Algunos jugadores pateaban botellas, otros golpeaban las paredes.

Bellucci entró con el ceño fruncido y chasqueó los dedos para llamar la atención.

—¡Ya basta!

El silencio cayó en la sala.

—Sí, nos están jodiendo. Ya lo sabemos. Pero eso no significa que vayamos a bajar los brazos.

Miró a Federico.

—Tienes que hacer que la pelota llegue más rápido arriba.

Luego se giró hacia Velásquez y Núñez.

—Nos están pegando sin miedo porque saben que no respondemos. Quiero que los sientan. Que cada balón dividido sea una batalla.

Finalmente, se dirigió a todo el grupo.

—Estamos a un gol de empatar. Solo necesitamos una oportunidad.

Los jugadores asintieron, renovados por la rabia y la determinación.

Salieron al túnel listos para pelear.

Segundo Tiempo: Un Caos Controlado

Roma sabía que Vittoria no se iba a rendir.

El partido se volvió físico, cortado, con faltas constantes. Pero cada vez que un jugador de Roma cometía una falta dura, el árbitro miraba hacia otro lado.

En el minuto sesenta y cinco, Velásquez desbordó por la banda y metió un centro preciso. Camilo Rojas cabeceó con potencia…

Pero el arquero rival se estiró para sacarla del ángulo.

El reloj avanzaba. Vittoria necesitaba un milagro.

Minuto setenta y cinco.

Federico Moretti robó un balón en el mediocampo y lanzó un pase largo a Lorenzi. Este controló y entró al área, pero justo antes de disparar, Pellegrini lo derribó con una barrida brutal.

Los jugadores de Vittoria corrieron a protestar.

El árbitro no pitó nada.

Luca, desde el palco, cerró los ojos un segundo.

—Ya ni disimulan.

Astrid lo miró de reojo, pero no dijo nada.

Adriano, en cambio, golpeó la baranda del palco.

—Esto es un maldito robo.

El partido siguió. Vittoria seguía insistiendo, pero la Roma sabía cómo enfriar el partido.

En el minuto ochenta y cinco, el árbitro cobró una falta a favor de Roma en la frontal del área. Una falta inexistente.

Stefano Mancini ejecutó el tiro libre.

El balón se desvió en la barrera y entró.

Roma 2-0 Vittoria.

El estadio explotó.

Los jugadores de Vittoria bajaron la cabeza. Habían peleado con todo, pero era imposible contra el rival y el árbitro al mismo tiempo.

Cuando el árbitro pitó el final, Harrington se acercó a él con una sonrisa sarcástica.

—¿Algo más que quieras hacer para asegurarte de que perdemos?

El árbitro lo ignoró y salió escoltado por la seguridad.

El estadio seguía retumbando con los cánticos de los hinchas de Roma, pero en el vestuario de Vittoria, la tensión era insoportable.

Los jugadores entraron golpeando las paredes, arrojando botellas de agua y camisetas al suelo. No era solo la derrota, era la forma en la que habían perdido.

Harrington se dejó caer en una banca, con la cabeza entre las manos.

—Nos jodieron.

Federico Moretti, todavía con el rostro encendido por la rabia, pateó una botella al otro lado de la habitación.

—¿Nosotros jugamos mal? No. Pero cuando tienes que jugar contra el equipo y contra el árbitro, no hay nada que hacer.

Velásquez estaba sentado, con los codos en las rodillas, respirando agitado.

—Yo estuve ahí. Lorenzi iba a rematar, y Pellegrini le metió un hachazo. Penal clarísimo.

Lorenzi resopló y se levantó de golpe.

—¡Si me llega a dar un poco más arriba, me rompe la pierna!

Camilo Rojas, que no solía ser de los que explotaban, esta vez se levantó de su lugar y golpeó un casillero con el puño.

—No me jodan. No nos cobraron nada en todo el bendito partido.

La tensión aumentó. La frustración se convirtió en enojo. Las miradas se cruzaban con intensidad, como si buscaran un punto donde descargar su rabia.

Samuel Núñez miró a Lorenzi con dureza.

—Nos pasaron por encima en el medio. Perdimos la segunda jugada siempre.

Lorenzi lo encaró.

—¿Y tú qué hiciste, idiota? ¿Cuántos pases erraste hoy?

Velásquez se levantó y puso una mano en el pecho de Lorenzi.

—No es momento de esto.

Pero Lorenzi lo apartó con fuerza.

—No me toques.

El ambiente estalló en un segundo. Harrington empujó a Lorenzi lejos de Núñez, Velásquez se metió en medio, Rojas intentó separar y Bellucci entró justo en el momento en el que todo iba a salirse de control.

—¡YA BASTA!

El grito resonó con fuerza en las paredes del vestuario.

Todos quedaron en silencio, respirando agitados, con los puños.

Pero la rabia no solo estaba dentro del vestuario.

Mientras tanto, en el túnel, Adriano Moretti explotó contra el cuerpo arbitral.

Bajó a la zona mixta con una furia contenida que solo necesitaba una chispa para desatarse. Y la chispa llegó cuando vio al árbitro saliendo con su grupo de asistentes.

—¡Tienes que estar jodiéndome! —rugió, señalándolo con el dedo.

El árbitro intentó ignorarlo, pero Adriano no estaba de humor para dejarlo pasar.

—¡Mírame cuando te hablo, pendejo!

Un par de asistentes de la liga intentaron interponerse, pero Adriano los apartó con un manotazo.

—¡Eres un jodido ladrón! ¡Nos quitaste el partido! ¡Nos hiciste perder a propósito!

El cuarto árbitro intervino.

—Señor Moretti, cálmese…

—¿Cálmeme? —Adriano se giró hacia él con una mirada asesina—. ¡Te juro que si esto fuera en otro lugar, tú y tus amiguitos no salían caminando de aquí!

La seguridad del estadio comenzó a rodearlo, pero no fue suficiente para frenar el caos.

Bellucci había salido del vestuario en el momento en el que los jugadores de ambos equipos coincidieron en el túnel.

Moretti todavía discutía con el árbitro, pero los jugadores de Roma se sintieron provocados.

Matteo Rinaldi, con su actitud arrogante de siempre, se giró hacia Camilo Rojas y se rió.

—A ver si lloran menos y aprenden a perder.

Rojas no lo pensó.

Le soltó un empujón en el pecho que hizo que Rinaldi trastabillara hacia atrás.

—¿Qué dijiste?

En un segundo, el túnel se convirtió en una pelea a punto de explotar.

Los jugadores de ambos equipos comenzaron a encararse. Velásquez tuvo que contener a Harrington, que iba directo hacia De Santis.

Bellucci entró de inmediato con su asistente para calmar a su equipo, mientras los delegados de la liga intentaban frenar la escena antes de que la prensa lo captara todo.

—¡A vestuarios, ahora! —gritó Bellucci.

Con el cuerpo técnico de ambos lados metiéndose en medio, la pelea no pasó a mayores.

Pero las miradas de odio entre los jugadores dejaron claro que esto no terminaba aquí.

El equipo volvió al hotel en completo silencio.

La cena estaba servida en el comedor privado, pero nadie tenía ánimo de comer. Todos estaban sentados, cabizbajos, sin hablar.

Luca Moretti entró a la sala y se quedó de pie frente a ellos. Miró cada rostro, cada expresión.

Respiró hondo antes de hablar.

—Fue un desastre. Lo sé.

Algunas cabezas se levantaron. Nadie esperaba que hablara con tanta crudeza.

—Nos la jugaron. No es justo. Pero tampoco es la última vez que nos va a pasar.

Hizo una pausa.

—Esto es la Serie A. Así es como nos van a tratar.

Bellucci, que estaba sentado en la esquina con los brazos cruzados, asintió.

—Hoy fue una copa, mañana será la liga.

Luca continuó.

—No podemos permitir que esto nos consuma. Nos partimos el alma esta temporada para llegar a donde estamos. Y si dejamos que esta tonteria nos haga dudar, estamos muertos.

Camilo Rojas miró a su alrededor y asintió.

—No vamos a dejar que nos pase otra vez.

Federico Moretti apoyó los antebrazos sobre la mesa y habló con calma.

—Hay que seguir.

Luca recorrió la mesa con la mirada.

—Ahora la verdadera batalla comienza. ¿Vamos a estar listos?

Uno a uno, los jugadores comenzaron a asentir.

Porque esto no se trataba de la Copa Italia.

Se trataba de lo que iba a venir después.

Un Momento Interrumpido

En la habitación del hotel, el ambiente era mucho más tranquilo que en el resto del equipo. Astrid había insistido en pedir la cena para que Luca se relajara un poco. Sabía que la derrota le pesaba, pero más que eso, era la forma en que se había dado lo que realmente lo frustraba.

—No puedes dejar que esto te consuma —dijo Astrid mientras cortaba un trozo de su filete—. Hay cosas que no puedes controlar.

Luca, con la vista fija en su plato, jugaba con el tenedor sin comer realmente.

—No es tan fácil. Nos partimos el alma en la cancha y al final… nada.

Astrid lo miró con comprensión.

—Es solo una copa, Luca. Lo que importa es lo que viene después.

Luca dejó el cubierto sobre la mesa y exhaló con fuerza.

—Lo sé. Pero duele.

Astrid apoyó el codo en la mesa y lo observó con detenimiento.

—Pensé en algo.

Luca levantó la mirada con curiosidad.

—¿Sí?

Pero antes de que Astrid pudiera hablar, su teléfono vibró sobre la mesa.

Silvia.

Luca resopló y lo tomó.

—Dime.

La voz de Silvia sonaba tensa.

—Tienes que ver las noticias.

Luca frunció el ceño y encendió la televisión de la habitación.

Las imágenes del túnel, con Adriano gritando a los árbitros, los jugadores empujándose, los cuerpos técnicos interviniendo… todo estaba en pantalla.

En los titulares de los noticieros deportivos no se hablaba del partido, sino del caos que había sucedido después.

“ESCÁNDALO EN ROMA: JUGADORES DE VITTORIA Y CUERPO TÉCNICO SE ENFRENTAN EN EL TÚNEL”

“LA LIGA INVESTIGA A ADRIANO MORETTI POR AMENAZAS A LOS ÁRBITROS”

Luca se pasó una mano por la cara y cerró los ojos un segundo.

—Mierda.

Astrid lo miró con preocupación.

—¿Esto es malo?

—Mucho.

De Regreso a Vittoria

El avión aterrizó en la mañana en Vittoria. Apenas llegaron, Silvia ya tenía información nueva.

—La liga quiere hablar con el club. Van a sancionar a Adriano y a algunos jugadores.

Luca caminó hacia su auto con el ceño fruncido.

—¿Qué tanto hablamos?

—Multas para los jugadores involucrados, pero Adriano tiene un problema más serio. Lo acusan de amenazar al cuerpo arbitral.

Luca se detuvo en seco.

—¿De qué nivel estamos hablando?

Silvia hojeó su tableta.

—Podría ser una sanción económica fuerte para el club, y Adriano podría recibir una suspensión de meses.

Luca inhaló profundo y sacó su teléfono. Marcó el número de su hermano.

—¿Dónde estás?

Adriano, al otro lado de la línea, sonó indiferente.

—En casa.

—Voy para allá.

Apenas Luca entró a la casa de Adriano, lo encontró sentado en el sofá con una copa de whisky en la mano.

—Antes de que empieces —dijo Adriano, sin voltear a verlo—, sí, sé lo que pasó.

Luca cruzó los brazos.

—¿Y te importa?

Adriano se giró con el ceño fruncido.

—¿Que si me importa? Me importa más lo que nos hicieron en la cancha.

—No estamos hablando del partido. Estamos hablando de lo que hiciste después.

Adriano se puso de pie, dejando la copa en la mesa.

—¿Y qué querías que hiciera? ¿Quedarme callado mientras nos robaban en la cara?

Luca apretó la mandíbula.

—Hay formas de hacer las cosas. Saliste a gritarle a los árbitros en un túnel lleno de cámaras. Ahora quieren sancionarte y al club.

Adriano bufó.

—¿Crees que me importa una sanción?

—¡Sí, me importa, joder! —Luca alzó la voz, señalándolo—. Porque no es solo tu nombre el que está en juego, es el del club.

Adriano lo miró en silencio por unos segundos.

—No voy a disculparme.

Luca negó con la cabeza.

—No tienes que hacerlo. Ya lo haré yo.

Adriano le sostuvo la mirada, pero no dijo nada.

Luca suspiró y se giró hacia la puerta.

—Hoy mismo haré una rueda de prensa.

Salió sin esperar respuesta.

La Rueda de Prensa

El auditorio del club estaba lleno de periodistas. Las cámaras enfocaban a Luca Moretti, quien estaba sentado frente a los micrófonos, con el escudo de Vittoria detrás de él.

Se ajustó el micrófono y habló con calma.

—Antes que nada, quiero felicitar a la Roma por su victoria. Es un equipo de gran nivel y no tenemos nada más que respeto por ellos.

Los periodistas intercambiaron miradas. Todos esperaban que hablara sobre el escándalo.

Luca hizo una pausa y luego continuó.

—Sobre lo que ocurrió después del partido, queremos dejar claro que Vittoria no apoya ningún tipo de conducta violenta. Lamentamos lo sucedido en el túnel y dentro del vestuario.

Un periodista levantó la mano.

—¿Significa esto que desautorizan la reacción de su equipo y su directiva?

Luca lo miró fijamente antes de responder.

—Significa que entendemos la frustración, pero debemos ser mejores. Sabemos que hay decisiones que nos afectaron en el partido, pero no podemos permitirnos reaccionar de la manera en que lo hicimos.

Otro periodista intervino.

—¿Qué pasará con Adriano Moretti?

Luca apoyó las manos sobre la mesa y mantuvo su tono firme.

—Mi hermano ya ha sido notificado sobre la posible sanción. Lo manejaremos internamente.

—¿Y la relación del club con la liga?

—No hay problemas con la liga. Vamos a colaborar en cualquier investigación y asumiremos las consecuencias que correspondan.

Las preguntas continuaron, pero Luca manejó todo con la calma y profesionalismo que lo caracterizaba.

Cuando terminó, se levantó con tranquilidad y salió del auditorio.

Silvia lo esperaba afuera con los brazos cruzados.

—No estuvo mal.

Luca exhaló.

—No tenía opción.

—La liga te va a estar observando más de cerca.

Luca se encogió de hombros.

—Que lo hagan. Yo también los estaré observando a ellos.

Silvia sonrió de lado y le pasó su tableta.

—Por cierto, Astrid está en tu oficina.

Luca parpadeó y la miró de reojo.

—¿Dijo por qué?

—No. Solo dijo que te estaba esperando.

Luca asintió y caminó hacia su oficina.

Lo que menos necesitaba en ese momento era otra sorpresa. Pero con Astrid, siempre había algo inesperado.

Luca condujo con una mano en el volante y la otra sujetando su teléfono. La conversación con Adriano no podía esperar.

Marcó el número de su hermano, sintiendo la rabia todavía acumulada en su pecho.

Después de un par de tonos, Adriano respondió con su tono seco de siempre.

—¿Ahora qué?

Luca respiró hondo antes de hablar.

—Escúchame bien. No quiero que hagas nada estúpido.

Hubo un silencio incómodo.

—¿De qué estás hablando?

—Sabes exactamente de qué hablo —Luca endureció el tono—. No quiero ninguna represalia contra los árbitros. No quiero que mandes a nadie. No quiero que esto se convierta en algo de lo que no podamos salir.

Adriano chasqueó la lengua.

—Eres paranoico.

—No, soy realista. Conozco a nuestra familia. Conozco cómo funcionan las cosas.

Hubo otro silencio.

—Adriano, te lo advierto.

—¿Y qué si ya lo hice?

Luca apretó el volante con fuerza, sintiendo cómo la sangre le hervía.

—Si hiciste algo, te juro que seré el primero en joderte.

Adriano resopló.

—Relájate, hermano. No soy un imbécil. Sé lo que está en juego.

Luca mantuvo el teléfono contra su oído un momento más, tratando de descifrar si su hermano hablaba en serio o si simplemente lo estaba provocando.

Finalmente, exhaló y cortó la llamada.

Su cabeza ya tenía suficientes problemas encima.

Y no tenía idea de lo que estaba a punto de sumarse a todo eso.

Cuando Luca llegó al club, Astrid ya lo estaba esperando en su oficina.

Ella estaba sentada junto a la ventana, mirando hacia afuera con los brazos cruzados. Se veía tranquila, pero había algo en su postura que no cuadraba del todo.

Luca cerró la puerta tras de sí y dejó caer las llaves sobre el escritorio.

—¿Qué haces aquí?

Astrid se giró lentamente, con una sonrisa suave.

—No quería molestarte. Solo quería apoyarte.

Luca la miró con atención. No importaba cuántas veces la viera, siempre tenía ese efecto sobre él.

—Estoy bien.

Astrid negó con la cabeza.

—No, no lo estás.

Luca suspiró y pasó una mano por su cabello.

—No hay mucho que pueda hacer. Solo seguir adelante.

Astrid lo miró por un momento más antes de dar un paso hacia él.

—¿Podemos salir a almorzar? Quiero hablar contigo.

Luca parpadeó, sorprendido.

—Astrid, tengo mil cosas encima ahora mismo…

Ella lo interrumpió con una mirada firme.

—Es importante.

Luca apretó la mandíbula. No podía negarse.

—Está bien. Vamos.

El restaurante era uno de esos lugares discretos, lejos del ruido de la ciudad, con mesas privadas que garantizaban tranquilidad.

Astrid apenas había tocado su comida. Se notaba tensa, diferente.

Luca, sin paciencia para rodeos, dejó los cubiertos sobre el plato y la miró fijamente.

—Dime qué pasa.

Astrid inhaló profundo y jugueteó con su servilleta.

—No sé cómo decirlo.

Luca sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—Solo dilo.

Astrid levantó la mirada y lo miró directo a los ojos.

—Estoy embarazada.

El tiempo pareció detenerse.

Luca sintió que el aire en sus pulmones desaparecía.

El restaurante, la gente a su alrededor, la comida en la mesa… todo dejó de existir por un instante.

—¿Qué?

Astrid tragó saliva.

—Estoy embarazada, Luca.

Luca apoyó los codos sobre la mesa y se pasó las manos por la cara. Su mente era un caos absoluto.

—No… No puede ser.

Astrid frunció el ceño.

—¿Cómo que no puede ser?

Luca se quedó en silencio, intentando procesarlo. Intentando entender cómo todo su mundo acababa de darse vuelta en un segundo.

Astrid lo miraba, esperando algo de él. Alguna reacción, cualquier palabra.

Pero Luca solo pudo decir lo único que le venía a la mente.

—¿Estás segura?

Astrid apretó los labios y asintió.

—Me hice las pruebas. No hay dudas.

El silencio entre ellos se hizo insoportable.

Astrid desvió la mirada y su voz se quebró un poco.

—Sabía que esto te iba a descolocar, pero no pensé que reaccionarías así.

Luca negó con la cabeza y apoyó las manos en la mesa.

—No es eso, Astrid. No es que no quiera… es solo que…

Se interrumpió.

No sabía qué decir. Porque él sí la quería. Pero todo estaba tan jodidamente mal en su vida en ese momento que sentía que el universo se burlaba de él.

Astrid lo observó con el ceño levemente fruncido.

—Dime la verdad, Luca. ¿Esto es un problema para ti?

Luca se quedó mirándola, y aunque su corazón quería responder que no, su mente estaba completamente nublada.

Astrid lo entendió antes de que él pudiera siquiera formular una respuesta.

Se levantó lentamente, tomó su bolso y lo colgó sobre su hombro.

—Voy a darte tiempo para asimilarlo.

Luca se levantó de golpe.

—Astrid, espera.

Pero ella ya había dado un paso atrás.

—No. Piénsalo. Y cuando estés listo para hablar, me llamas.

Y sin decir más, se giró y salió del restaurante.

Luca se quedó allí, con la cabeza entre las manos, sintiendo por primera vez que todo lo que había construido estaba a punto de salirse de su control.

El Peso de una Noticia y una Nueva Tormenta

Luca se quedó sentado en el restaurante mucho después de que Astrid se fuera.

Sobre la mesa, frente a él, estaba la pequeña caja que Astrid había dejado. Dentro, la prueba de embarazo.

La miró fijamente, como si tratara de encontrarle sentido a todo lo que había sucedido en los últimos minutos.

Astrid estaba embarazada.

Su mente repasaba cada detalle de la conversación, cada expresión de ella, cada palabra suya que había salido mal. Había reaccionado de la peor manera posible.

Negó con la cabeza y sacó su teléfono. Marcó el número de Astrid.

Uno, dos, tres tonos… nada.

Intentó de nuevo.

Siguió sin responder.

Se pasó una mano por el cabello, frustrado. No podía dejar que esto se convirtiera en un problema más.

Se puso de pie, dejó algunos billetes sobre la mesa y salió con paso rápido. Tenía que encontrarla.

Pero antes de que pudiera hacer algo, su teléfono volvió a sonar.

Silvia.

Luca cerró los ojos por un segundo, queriendo ignorarlo, pero terminó respondiendo.

—¿Qué pasa?

La voz de Silvia sonaba tensa.

—Tienes que venir al club ahora. La auditoría de la liga ya llegó.

Luca cerró los ojos con fuerza y se pasó una mano por la cara.

—Dime que no es lo que estoy pensando.

—Es exactamente lo que estás pensando. Van a evaluar la sanción por el escándalo en Roma.

Luca sintió que la frustración lo golpeaba en el estómago.

—¿Cuánto estamos hablando?

Silvia hojeó documentos antes de responder.

—Multas económicas para el club y para los jugadores involucrados. Se habla de una cifra que ronda los 250,000 euros.

Luca se apoyó en su auto, respirando hondo.

—¿Y Adriano?

—Su caso es más serio. Lo de las amenazas a los árbitros es lo peor. Pueden sancionarlo de seis meses a un año fuera del fútbol.

Luca golpeó la puerta del auto con rabia.

—Voy para allá.

Cortó la llamada y miró su teléfono.

Astrid seguía sin responder.

Todo lo que quería hacer era ir a su departamento, hablar con ella, hacer las cosas bien esta vez.

Pero no podía.

No aún.

Todo en su vida parecía derrumbarse al mismo tiempo. Y ahora, tenía que pelear en otra maldita reunión para evitar que Vittoria pagara por los errores de otros.

Se subió al auto y aceleró.

No había descanso. No había respiro.

Y lo peor de todo, sabía que esto apenas comenzaba.

Caminos Cruzados: Entre el Deber y el Caos Personal

Luca conducía con una mezcla de frustración e impotencia. Su vida estaba fuera de control.

La caja con la prueba de embarazo seguía en el asiento del copiloto, como un recordatorio constante de la conversación con Astrid, de su pésima reacción, de su incapacidad para manejar lo que sentía.

Pero no podía detenerse a pensar en eso ahora.

Sacó su teléfono y llamó a Adriano.

Tardó en contestar, pero al final su voz retumbó en la línea con su tono seco habitual.

—¿Qué quieres ahora?

Luca no tenía paciencia para rodeos.

—La liga ya está en el club. Van a multarnos con 250,000 euros y tu sanción podría ser de seis meses a un año.

Adriano resopló con evidente fastidio.

—Que me suspendan todo el año si quieren.

Luca apretó el volante con fuerza.

—No digas estupideces. Vamos a intentar apelar. Si hacemos bien las cosas, podríamos reducirlo a tres meses.

Hubo un breve silencio en la línea.

—¿Y cómo piensas hacerlo?

—Primero, tenemos que mostrarnos abiertos a la investigación. Si te niegas a cooperar, te van a hundir más.

Adriano bufó.

—¿Quieres que me siente con esos idiotas y les sonría?

—Quiero que evites una sanción que pueda joder al club.

Otro silencio.

—Voy para allá.

Luca colgó sin despedirse.

Sabía que Adriano no era idiota. Sabía que entendía el daño que podía hacerse a sí mismo y al equipo si no manejaban esto con cuidado.

Pero eso no hacía que Luca se sintiera mejor.

Pisó el acelerador con rabia.

El caos en su vida parecía no tener fin.

La Reunión con la Liga: Un Juicio en Casa

El club Vittoria estaba más silencioso de lo normal. No era un día cualquiera.

En la sala de juntas, Luca estaba sentado en la cabecera de la mesa, con los brazos cruzados y la mandíbula apretada. Silvia estaba a su derecha, revisando documentos en su tableta. A su izquierda, Marco se mantenía con expresión seria, sin perder un solo detalle.

Frente a ellos, tres comisionados de la liga habían llegado con carpetas llenas de informes, listos para discutir las sanciones que caerían sobre el club.

Massimo Bellucci, el entrenador, estaba también presente, acompañado de su cuerpo técnico. Tenían que defenderse.

Faltaba una persona.

La puerta se abrió y Adriano entró sin prisa, con su clásico aire de desinterés.

Luca le lanzó una mirada afilada, pero su hermano solo se encogió de hombros antes de sentarse.

Uno de los comisionados, un hombre de cabello canoso y expresión severa acomodó sus papeles y miró a Luca con neutralidad.

—Señor Moretti, gracias por recibirnos. Como bien sabe, estamos aquí para discutir los incidentes ocurridos después del partido contra la Roma.

Luca no respondió de inmediato. Sabía que tenía que controlar su temperamento.

—Vamos al punto —dijo al fin—. ¿Qué es lo que quieren?

El comisionado revisó su informe.

—Las imágenes muestran claramente la agresión verbal del señor Adriano Moretti contra el cuerpo arbitral. Además, hubo una confrontación física entre algunos jugadores en el túnel.

—Confrontación provocada —intervino Bellucci, apoyando los brazos sobre la mesa.

El segundo comisionado, una mujer con gafas delgadas, entrecerró los ojos.

—No estamos aquí para discutir quién empezó la confrontación. Estamos aquí para hablar de las consecuencias.

Silvia, con su tono preciso y profesional, tomó la palabra.

—¿Cuáles son las sanciones propuestas?

El tercer comisionado, un hombre más joven con traje impecable, miró su carpeta.

—Multa de 250,000 euros al club por conducta inapropiada. Multas individuales para los jugadores involucrados, que suman un total de 50,000 euros adicionales.

Luca se inclinó hacia adelante.

—¿Y Adriano?

El primer comisionado entrelazó los dedos sobre la mesa.

—Su caso es más grave. Las amenazas a los árbitros son un tema serio. La sanción mínima es de seis meses de suspensión, pudiendo extenderse hasta un año.

Adriano sonrió de lado y resopló.

—Qué conveniente.

Luca cerró los ojos por un segundo y luego miró a los comisionados.

—Queremos apelar.

La mujer con gafas levantó una ceja.

—¿Con qué argumento?

Luca se apoyó en la mesa.

—Sí, hubo enfrentamientos. Sí, Adriano se exaltó. Pero si revisan las imágenes completas, verán que la provocación no vino solo de nuestro lado. Si él recibe seis meses de sanción, quiero ver qué pasará con los jugadores de Roma que iniciaron la pelea en el túnel.

Los comisionados intercambiaron miradas.

—Podemos estudiar la apelación, pero no podemos prometer nada —dijo el más joven.

—Pidan lo que necesiten —dijo Marco con seriedad—. Presentaremos los argumentos formales.

Los comisionados anotaron y comenzaron a recoger sus documentos.

—Les daremos una respuesta en los próximos días.

Cuando salieron de la sala, Luca dejó escapar un suspiro pesado y apoyó la cabeza en sus manos por un instante.

Marco fue el primero en hablar.

—Si logramos reducir la sanción a tres meses, será un milagro.

Bellucci se puso de pie.

—Aun así, la imagen del club ha quedado manchada.

Adriano se cruzó de brazos, sin mostrar ni una pizca de arrepentimiento.

—¿Y qué esperaban que hiciera? ¿Dejar que nos pasaran por encima?

Luca levantó la mirada y lo fulminó con los ojos.

—Esperaba que usaras la cabeza.

Hubo un largo silencio.

Finalmente, Luca se puso de pie y miró a su hermano con seriedad.

—Si la sanción se mantiene, lo vas a asumir. Y no quiero más problemas.

Adriano no respondió, pero su mandíbula se tensó.

Silvia intervino, con su tono neutro de siempre.

—Tenemos que esperar la resolución.

Luca asintió.

—Sí, pero mientras tanto, seguimos adelante. No tenemos tiempo para seguir lamentándonos.

Salió de la sala sin decir más.

Pero en su cabeza, el problema con la liga era solo una de las muchas cosas que lo estaban asfixiando.

Cuando los delegados de la liga salieron del club, el ambiente en la sala de juntas seguía tenso. Nadie hablaba, pero todos sabían que el problema no había terminado.

Luca permaneció sentado, con los dedos entrelazados sobre la mesa. Su mirada estaba perdida en un punto fijo, pero su mente trabajaba a toda velocidad.

Finalmente, levantó la vista y miró a Silvia.

—Llama a nuestros abogados. Vamos a apelar.

Silvia, sin sorprenderse, asintió y comenzó a escribir en su tableta.

—Voy a ponerlos en contacto de inmediato.

—Y algo más. —Luca apoyó los codos en la mesa y miró a su equipo directivo—. Vamos a demandar a la Roma.

El comentario hizo que Marco levantara una ceja.

—¿Con qué base?

—Las imágenes del túnel. Los jugadores de Roma provocaron la pelea, y la liga no está considerando sancionarlos con la misma severidad que a nosotros.

Bellucci apoyó los brazos en la mesa.

—¿Y qué esperas conseguir con esto?

Luca lo miró con seriedad.

—Un acuerdo.

El entrenador entrecerró los ojos.

—¿Quieres usar la demanda como moneda de cambio?

Luca asintió.

—Quiero hablar con el presidente de la Roma. Proponerle que intercedan con la liga para reducir nuestra sanción. A cambio, nosotros retiramos cualquier acción legal contra ellos.

Hubo un breve silencio en la sala.

Marco cruzó los brazos y resopló.

—Es arriesgado.

—Lo sé —reconoció Luca—. Pero ellos no quieren meterse en un escándalo. Nosotros tampoco. Es mejor para todos si esto se resuelve en privado.

Silvia terminó de escribir y levantó la mirada.

—Voy a ponerme en contacto con sus abogados y con la directiva de la Roma.

Luca asintió y se giró hacia Bellucci.

—Los jugadores involucrados tienen que pagar sus propias multas.

El entrenador ladeó la cabeza.

—¿Quieres que lo paguen ellos?

—Sí. No es una cantidad exagerada, pero lo suficiente para que aprendan a ser más responsables con sus decisiones.

Bellucci se cruzó de brazos, pensando en ello.

—No va a gustarles.

—No me importa. No podemos permitir que la indisciplina nos cueste más en el futuro.

Hubo un breve silencio en la sala.

Finalmente, Bellucci asintió.

—Está bien. Hablaré con ellos.

Luca se puso de pie y exhaló.

—Ahora solo queda esperar la respuesta de la liga… y la de la Roma.

Silvia ya estaba marcando en su teléfono, organizando la reunión con los abogados y con el club romano.

Luca miró a Adriano, quien se mantenía en silencio, con la mirada fija en la mesa.

—No hagas nada estúpido —le advirtió.

Adriano no respondió, pero Luca sabía que su hermano entendía el mensaje.

Salió de la sala con paso firme.

El problema no estaba resuelto, pero al menos ahora tenía una estrategia.

Luca se fue directo a su casa después de un largo día, Luca estacionó su auto frente al edificio y apagó el motor. Se quedó allí por un momento, apoyando la cabeza en el volante, intentando procesar todo lo que había ocurrido en el día.

La sanción de la liga, la estrategia con la Roma, el caos dentro del equipo...

Pero nada de eso se comparaba con lo que realmente lo tenía en su límite.

Astrid.

Suspiró y salió del auto. Subió hasta su departamento con pasos pesados, preparándose para lo peor.

Cuando abrió la puerta, el silencio lo recibió primero.

No había música, ni luz encendida, solo la tenue iluminación de la ciudad filtrándose por las ventanas.

Y allí, en el sofá, estaba Astrid.

Estaba sentada con las piernas recogidas contra su pecho, envuelta en uno de sus suéteres, el mismo que él solía usar en las noches frías. Su mirada estaba perdida, pero cuando escuchó la puerta abrirse, levantó la vista con un atisbo de esperanza... que rápidamente se desvaneció.

Luca cerró la puerta detrás de él y no dijo nada.

No necesitaba palabras.

Simplemente caminó hacia ella y la abrazó.

Se inclinó, la rodeó con los brazos y la atrajo contra su pecho, hundiendo el rostro en su cabello, sintiendo su calor, su respiración.

—Perdóname —susurró contra su piel—. No quise reaccionar así.

Astrid no se movió de inmediato. Su cuerpo estaba tenso, como si intentara decidir si correspondía el abrazo o no.

Pero al final, lo hizo.

Luca sintió cómo su cuerpo se relajaba, cómo sus manos lo tomaban con fuerza por la espalda, como si en el fondo hubiera estado esperando que él hiciera esto.

—No debí decírtelo así —dijo ella, con la voz temblorosa—. Fue un error.

Luca negó con la cabeza y la separó solo lo suficiente para poder mirarla a los ojos.

—No, Astrid. No fue un error. Yo fui el problema.

Ella suspiró y desvió la mirada.

—Pensé que esto te haría sentir mejor. Que después de todo lo que pasó en la copa, de las sanciones, te daría un propósito más grande.

Luca sintió un nudo en la garganta.

—¿Eso creíste?

Ella asintió lentamente.

—Pero ahora no estoy segura.

Luca tomó su rostro entre sus manos con suavidad, obligándola a mirarlo.

—No lo dudes. Estoy feliz de esto. Me tomó por sorpresa, sí, y soy un idiota por cómo reaccioné. Pero te amo, Astrid.

Su voz tembló un poco al decirlo.

—Y amo la idea de formar una familia contigo.

Astrid parpadeó, sorprendida, como si no esperara esas palabras.

—¿De verdad?

Luca asintió sin dudar.

—De verdad.

Astrid exhaló y apoyó la frente contra su pecho.

—Solo dime que esto no te hará arrepentirte de nosotros.

Luca cerró los ojos un segundo y la abrazó más fuerte.

—No hay nada en este mundo de lo que esté más seguro que de nosotros.

El silencio que los envolvió esta vez no fue incómodo.

Fue el tipo de silencio que reparaba heridas.

Que traía calma.

Que daba inicio a algo mucho más grande.

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Joe
Animo, no olviden leer mis nuevas obras!!
☯THAILY YANIRETH✿
Tu forma de escribir me ha cautivado, tu historia es muy intrigante, ¡sigue adelante! 💪
Joe: Muchas gracias!!
total 1 replies
Leon
Quiero saber más, ¡actualiza pronto! ❤️
Joe: Por supuesto
total 1 replies
Texhnolyze
😂 ¡Me hizo reír tanto! Tus personajes son tan divertidos y realistas.
NovelToon
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