La fe y la esperanza pueden cruzar las barreras del tiempo y del mismo amor , para mostrarnos que es posible ser felices , con la voluntad de Dios
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Capitulo 6 “ Barreras Invisibles”
Capítulo 6: Barreras Invisibles
La siguiente mañana, mientras los primeros rayos de sol iluminaban las calles, la joven se apresuró al mercado, con la esperanza de encontrar algo más para el sustento de su familia. Aunque la noche anterior había sentido una paz profunda después de su oración, en el fondo de su corazón surgía una leve inquietud, el eco de su encuentro fugaz con el joven noble. Sabía que sus vidas pertenecían a mundos distintos y que albergar esperanzas de un futuro juntos sería tan iluso como peligroso. Sin embargo, había algo en él, algo que, aunque trataba de ignorar, su corazón no podía dejar de anhelar.
En el castillo…
Klaus despertó con el rostro sombrío, agobiado por pensamientos que no lograba ordenar. A pesar de sus intentos de racionalizar sus emociones, la imagen de la joven del mercado persistía en su mente, y sus oraciones y su devoción lo habían conmovido de una manera que no comprendía del todo. Durante el desayuno, sus padres le anunciaron que ese día recibirían a la hija del conde, la joven con quien pretendían casarlo.
– Es una dama hermosa y de gran linaje, hijo – le recordó su madre, con un tono que buscaba suavizar la insistencia. – Es una elección digna de ti y de nuestra familia.
– Ya hemos discutido esto, madre. – Su tono firme ocultaba el malestar que le invadía. – No puedo amar a alguien por conveniencia.
Sin embargo, no le quedaba otra opción que recibir a la joven con cortesía. Su familia esperaba que él cumpliera con sus obligaciones y, aunque se rebelaba ante ellas, también sentía el peso de su deber.
En el mercado…
Mientras la joven realizaba sus compras, una de las damas de la nobleza del reino, acompañada de sus criados, la observó con una expresión entre desconcierto y desdén. La mujer, alta y de porte altivo, había notado cómo el príncipe le había dirigido varias miradas a la muchacha en una visita anterior al mercado. Había sentido un celoso desasosiego, una mezcla de resentimiento y orgullo herido al ver que una campesina había capturado la atención de quien ella creía ser su futuro esposo.
Con una sonrisa cínica, se acercó a la joven, sus pasos resonando en las piedras del mercado.
– Tú – dijo con frialdad, deteniéndose justo frente a ella. – ¿Sabes quién soy yo?
La joven la miró con asombro y, aunque sintió el tono intimidante de la mujer, no respondió de inmediato. Había aprendido que en situaciones como esta, su mejor arma era la paciencia y la humildad.
– No, mi señora – respondió, inclinando levemente la cabeza en señal de respeto. – No tengo el honor de conocerle.
La dama soltó una risa breve y amarga.
– Pues deberías saberlo. Soy una persona que nunca tolera que alguien de… tu clase – enfatizó con desprecio – intente inmiscuirse en asuntos que no le corresponden.
La joven sintió que sus mejillas ardían de vergüenza, pero mantuvo la mirada firme. Sabía que en su situación, cualquier respuesta inapropiada podría poner en peligro la seguridad de su familia.
– No pretendo inmiscuirme en nada, mi señora. Solo estoy aquí para atender a mi familia – contestó con dignidad.
Sin embargo, la mujer noble, con los celos pintados en el rostro, dio un paso hacia ella, hablando en voz baja pero cargada de veneno.
– No te acerques más al hijo de duque. Él no es para alguien como tú, ¿entiendes? Hay un abismo que separa a los de tu clase de la nobleza, y si insistes en cruzarlo… no dudaré en hacer todo lo posible para que lo recuerdes.
La joven la miró sin ceder, sus ojos resplandecían con una fuerza interior que ni ella misma sabía que poseía.
– No es mi intención buscar lo que no me pertenece, mi señora – dijo con serenidad. – Pero a veces, los caminos de Dios son misteriosos y no están sujetos a los deseos de los hombres.
La dama frunció el ceño, sintiendo que no había logrado intimidarla por completo. Después de unos segundos de silencio, giró sobre sus talones y se marchó, dejándola de pie entre los puestos de mercado, con una mezcla de dolor y confusión en el corazón.
Mientras tanto, en el castillo…
El príncipe, después de cumplir con su cortesía y pasar tiempo con la hija del conde, sentía un vacío y una irritación inexplicables. Aunque la joven era hermosa y bien educada, cada palabra y gesto le recordaban la obligación que sus padres querían imponerle. La imagen de la joven del mercado persistía en su mente, su risa, sus palabras y la intensidad de sus oraciones.
Más tarde, mientras caminaba por los jardines, encontró a la dama noble que le había reprendido a la campesina en el mercado. Al verla, notó que ella intentaba acercarse con una sonrisa calculadora, y él, aún con el recuerdo de aquella otra joven en su mente, no pudo evitar sentir que los celos de la noble y la falsedad en sus gestos eran un reflejo de la superficialidad de la corte que tanto aborrecía.
Decidido a no caer en los juegos de aquellos que intentaban influir en su vida, se despidió con cortesía y se retiró a sus aposentos. Pero en su mente, la imagen de aquella joven junto al riachuelo, con el rostro bañado en el último resplandor del sol, continuaba persiguiéndolo. Sentía una mezcla de admiración y dolor al pensar que, a pesar de todo lo que poseía, era incapaz de hacer lo que realmente deseaba. Su corazón, lleno de confusión, se debatía entre el deber y el deseo.
En la pequeña cabaña…
La joven regresó a casa, sintiendo el peso de las palabras que la dama noble le había dirigido. Al llegar, su madre la miró y notó su inquietud.
– Hija, ¿ha pasado algo? – le preguntó con ternura.
Ella la miró y suspiró, sintiendo que no podía cargar sola con esa tensión.
– Madre, a veces siento que, por mucho que intente, el mundo insiste en recordarme que no soy nada más que una campesina. Y… aunque no quiera admitirlo, creo que en mi corazón guardo algo que no debería. Algo que está fuera de mi alcance.
Su madre la abrazó y le acarició la cabeza con dulzura.
– Hija mía, Dios no permite que en nuestro corazón crezca un amor que no tenga propósito. Confía en Él, incluso cuando el camino parezca incierto. Él sabe lo que es mejor para ti, y si ese amor está destinado a ser, Él hallará la manera de unir esos caminos.
Esa noche, la joven se acostó con el corazón algo más tranquilo, aferrándose a las palabras de su madre. Aunque el dolor de la distancia y las diferencias sociales seguía allí, una leve esperanza, una fe profunda, permanecía en su interior, recordándole que los caminos de Dios eran más vastos que cualquier barrera que los hombres pudieran construir.
Y en el castillo Klaus , también inquieto, miraba el cielo estrellado desde su ventana, preguntándose si realmente podría desafiar el destino que otros le habían impuesto, y si alguna vez tendría el valor de seguir su propio corazón.