EL chico problema se declara a la chica más popular frente a toda la escuela, pero ella no es lo que aparenta.
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VOL1-EPILOGO
Epilogo de Fjor.
Botas negras tachonadas de plata, pantalones negros llenos de hebillas, y un cinturón que lleva el símbolo de la casa Fog de los Vanir: ocho espadas cruzadas. La capa también es negra y negros son los cabellos del guerrero que camina encima de la luna.
—Entonces, no solo has dado a mi hermana tu aprobación, sino que además has entregado una runa de Odín a un mortal —dijo el guerrero, cubriéndose con la capa negra, naturalmente.
Delante de él flotaba una mujer de largos cabellos de plata y ojos grises, Hécate llamada.
—Lo que yo haga no es asunto tuyo. Doy mi favor a quien quiero, eso lo sabes muy bien. ¿Acaso temes la venganza de tu propia sangre? En asuntos de venganza, será mejor que lo tengas en cuenta, los dioses favorecen a quien recibió la afrenta. Y si se enteran de que enviaste un Fenrir a Midgard, tendrás buenos problemas.
La mujer se reía mientras se elevaba más y más.
El guerrero meditó un momento.
—En ese caso, tú también recibirás un castigo por ayudarme, ¿no es así?
Pero la mujer ya se había esfumado, dejando detrás de sí su risa socarrona.
El guerrero descendió de la luna y fue a reunirse con sus fieles subordinados. Algunos tenían la fuerza para retarlo, otros lo habrían derrotado cuando era débil, cuando tenía ese otro cuerpo con el que había nacido, antes de que dejara de ser Kallíóp y le robara el cuerpo a su hermano.
Ahora ella era él, Fjor de los Vanir.
Enfrentándose a la prueba de los dioses para hacerse un lugar con ellos en la poderosa tierra de Nueva Asgard. Creía que su hermano se rendiría, pero no, se atrevió a entrar en el juego de los dioses con el cuerpo de una mujer (Kallíóp) y llevar a cabo la única prueba que podría vencer, en la tierra de los humanos.
"Me vengaré de ti."
Fjor, porque ese era su nombre ahora y nunca más volvería a ser Kallíóp, no tenía particular miedo de su hermano en su antiguo cuerpo de mujer, pero no debía menospreciarlo. Había creído que enviando un Fenrir se libraría de ese lastre, pero no fue así. Y por si fuera poco, ahora tenía el apoyo de un humano con la runa de Odín y la hechicera Hermelinda.
Hermelinda, que tan solo al mirarlo a los ojos descubrió que le habían robado el cuerpo a su amado con aquel artefacto de los enanos. Esa infeliz tuvo la fuerza para que ambos entraran en Midgard y en tan poco tiempo lograran entrar en el juego.
Fjor miró a sus subordinados. ¿Qué harían esos Berserkers, tan fieles a su hermano, si supieran que era un impostor? Pero no lo era, ya no era más su antiguo yo. Había cambiado su destino y, de una forma u otra, llegaría a ser un dios, tan grande como los que habían muerto en la guerra con los gigantes. Como Odín o Thor. Así como Frey o Freya, que fueron de su raza Vanir.
—¿Cómo ha ido, señor Fjor?
La pregunta la hizo Ithilde, un grandulón calvo que portaba una armadura roja. Era un medio-gigante que en la batalla usaba una espada y un martillo.
—El Fenrir fracasó. Mi hermana ha entrado en el juego. La diosa Hécate le ha otorgado su favor y han cruzado la puerta de la luna.
Más que responder, Fjor repasaba los hechos.
—¿Quién diría que su hermanita tendría el poder de vencer a un Fenrir y tener todos esos logros? —Ithilde se reía con admiración.
—Ella es débil; las mujeres de mi familia no tienen poder alguno.
Bien que sabía eso.
—Sin embargo, ha avanzado más rápido que nosotros y tiene la fidelidad de la hechicera Hermelinda, que una vez lo amó. En fin, ¿qué haremos ahora respecto a ella?
Fjor meditó un momento.
—No haremos movimientos en su contra por ahora. De todos modos, ya no está en Midgard, así que podemos encargarnos de ella cuando queramos. Ordena a Khele que investigue a dónde ha ido. No perderemos su ubicación.
Ithilde se marchó. Mientras tanto, Fjor pensaba en todas las cosas que había tenido que hacer para tener poder por fin. Acabar con su familia y robarle el cuerpo a su hermano. No había podido acabar con su hermano en el pasado y ahora, una vez más, había fracasado. No podía permitir seguir perdiendo, no después de todo lo que sacrificó y a todos a los que traicionó. La existencia de su hermano en su antiguo cuerpo debía desaparecer, no debía existir en el universo: ella, Kallíóp… Calíope.