Su personalidad le permitió continuar con una vida que no recordaba.
Su fortaleza la ayudó a soportar situaciones que no comprendía.
Y su constante angustia la impulsó a afrontar lo desconocido; sobreviviendo entre una fina y delicada pared que separa lo inexplicable de lo racional.
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¿Importan los detalles? No tanto.
Ah, ¿cómo se consigue tan buen aroma? Sería impensable relacionar aquella dulzura con la biblioteca polvorienta a mi alrededor; algunas velas rojas colocadas de manera aleatoria por el reducido espacio rectangular eran la única fuente de iluminación. Por cada una de las tres altas estanterías debían haber casi cien libros viejos y, aunque parezcan descoloridos, podrían ser el efecto del polvo.
Es extraño siquiera plantearme la posibilidad de que sea un sueño ya que es como estar despierta... O como estar en el límite. Nunca viajé de manera inconsciente, el detonador era mi deseo de ir y eso hacía que el presente sea desconcertante.
La dulzura se intensificó a tal grado que los mareos y náuseas ya eran sensaciones dominantes dejando de lado el miedo o incertidumbre. Busqué rápidamente una salida solo para percatarme de que no había, un par de ventanas a los costados eran bloqueadas con gruesas tablas.
«¡¿Acaso no lo entiendes?! ¡Tu madre no va a volver, deja de llorar y abre los ojos!»
Lo único a que llegaba a mi rango visual era la robusta silueta masculina de quién sostenía una cadena ensagrentada rodeando su mano y parte de su brazo. Alguien menor temblaba a sus pies, con la limitada luz se hacía imposible distinguir su género y la holgada camiseta café tampoco exponía muchos detalles.
«T-Tengo miedo, no quiero salir, no quiero abrir los ojos de nuevo, no quiero... Por favor, déjame.»
No eran súplicas vacías, los sollozos y el pánico expresaron mucho más que sus palabras. El dulce aroma de volvió asfixiante y aunque caí de rodillas para recobrar el aliento, los llantos distorsionados del niño o niña no hacían más cerrar todo pensamiento claro; mi aliento pesado solo servía para revolver el polvo del suelo y llevarlo hasta mi garganta. Antes de caer rotundamente, pude ver los ojos del infante; su expresión dejó el terror para adquirir confusión.
— Mi nombre es Rina Gray, me alegra mucho ser bien recibida en Gold —sonrió tímidamente—. Haré mi mejor esfuerzo para cumplir con mis labores.
La recién incorporada al personal en la cafetería vestía el uniforme y una pequeña placa con su nombre grabado; la falda verde era de estilo acampanado para armonizar lo ajustado de la camisa blanca de mangas largas. Había usado de manera particular el fijador en el cabello porque los mechones que rodeaban su rostro no se conseguían a la primera.
A excepción del jefe, todo el personal de otras sucursales había acudido a la reunión.
— Trabajará de suplente para cualquier establecimiento de Gold, pero estará aquí estos días hasta que pueda acostumbrarse, ¿alguna duda?
Trataron temas sobre el pago, el transporte, el alimento, etc. Finalmente, el gerente dio por terminada la presentación y permitió que el resto se fuese sin más.
— Para ella será más cómoda aprender a tu lado, Eliana, ¿puedo dejarla bajo tu cuidado?
— Claro, cuente conmigo —sonreí.
Fui al vestidor en la trastienda para colocarme el uniforme y también para... Respirar.
El polvo, el aroma y los sonidos de aquella biblioteca todavía seguían adheridas a mi cuerpo como si aún estuviera allí. Jamás tuve tal descontrol de habilidad; jamás pude mantener mi cuerpo de pie si viajaba y sobretodo, jamás quedé tan sumida en un solo escenario.
— Ayer se fueron sin su pedido —mencionó Rina. La clientela disminuyó y nos sentamos tras los exhibidores luego de limpiar las mesas—. Después de todo no querías panes de chocolate, ¿verdad?
— ¿Fui muy obvia? —reí nerviosa.
— Demasiado diría yo —al devolver la risilla empezó a aclararse la garganta—. El que fue contigo... Ehm, ¿cómo se llamaba?
— Ah, es Dagan —fue cuestión instintiva hacer la siguiente pregunta—. ¿Bastante atractivo verdad?
— Demasiado diría yo —volvió a repetir con cierto sonrojo en las mejillas—. Parece que son muy cercanos a mi tía. Ella me contó que desde que abrió la panadería ustedes han sido los clientes más...
Su historia continuó con poca de mi atención, divagué para buscar el porqué había ocurrido aquel cruce y a quién de nuestro alrededor pudo pertenecer ese traumático pasado. Siquiera, ¿podría existir un lugar así? ¿Una biblioteca sin puerta con cientos de libros dentro?
— Eliana, ¿me escuchas?
— Ah, lo siento —volví a reír con torpeza—. ¿Qué me decías?
Afortunadamente para mí y, quizá para ella, los clientes llegaron unos tras otros lo que nos mantuvo ocupadas hasta que cayó la noche.
Mi naturaleza curiosa me hizo analizar los aromas que me rodeaban en busca de algo parecido, pero con el paso del tiempo fui olvidando qué nivel de dulzura era el que buscaba.
La limpieza en Gold es de las más estrictcas que jamás conocí, incluso llegué a pensar que a Rina le sería difícil adaptarse a tanta pulcritud, pero para sorpresa de todos, hizo un excelente trabajo. Fue delicada y rápida en cada actividad que realizaba, no mostró ni una mala actitud y no hubo rastro de queja en todo el día.
— Lo hiciste genial —fue inevitable no halagarla.
— ¿En serio? —suspiró aliviada. Sopló sus manos y luego sonrió—. Estaba muy nerviosa, es mi primera vez trabajando en una cafetería de prestigio.
Oí la proximidad de una motocicleta en particular.
— ¿Vives cerca de aquí o alguien viene a recogerte? Es tarde y no es recomendable usar el metro a estas horas.
— Estaré bien, no te preocupes —aseguró—. Mi tía vendrá a recogerme.
Al cabo de unos segundos, la motocicleta negra de Dagan aparcó a un lado de la calle. Se quitó el casco y tardó poco en acomodarse el cabello; la chaqueta de cuero y lo tenido de su cabello le daban esos aires de chico mal estadounidense.
— Hola, buenas noches —saludó mi compañera. Acomodó algunas veces los tablones de su corto vestido beige.
— Buenas noches —respondió con una suave sonrisa y luego, volteó a mi dirección—. Tienes un talento para salirte con la tuya si lo deseas, ¿no?
Al notar cómo arqueó la ceja no pude contener las ganas de reír. Obviamente reconoció a Rina, pero no quiso darle muchas vueltas.
— Vámonos, hay algo de lo que quisiera hablar contigo —volvió a encaminarse a la moto.
El gerente asomó la cabeza por la puerta e hizo dos anuncios rápidos. El primero es que la tía de Rina llamó para pedir que alguien la llevara de regreso ya que ella tuvo asuntos que atender. El segundo anuncio fue para mí.
— Dice Cristian que alguien vino a verte en la mañana, entra para que puedas preguntarle.
¿En la mañana?
— Uh, rayos —murmuró Rina. Revisaba en su teléfono alguien a quien llamar—. Todos están ocupados.
Un vistazo con Dagan fue suficiente para que él tomara la iniciativa. Se ofreció a llevarla y ella accedió evidentemente nerviosa o apenada. Sin embargo antes de irse, me pidió esperarlo para entrar juntos a preguntar quién fue a buscarme.
— Lo siento —me disculpé con una sonrisa antes de entrar.
Adentro solo quedaban dos personas: Cristian, el cajero principal y el gerente. Tuve que ir a los vestidores donde encontré a Cristian sentado con los auriculares conectados y el teléfono en mano. La tez bronceada iba de maravilla con su cabello rizado y corto.
— Dijo el gerente que alguien vino a buscarme —me senté junto a él.
Rápidamente quitó un auricular y volvió a preguntar. Tuve responderle algunas veces porque no lograba capturar su atención con el juego de por medio. Tal parece que finalizó una partida y decidió por fin, responder.
— Nombre raro, casi tu estatura y tu antiguo cabello.
Cristian no solía desperdiciar ni una palabra al hablar, era un extraño de mirada apática, pero eso nunca me desagradó. Al formar un nombre con esas características ya supe de quién se trataba.
— ¿Dijo algo?
Con mucha simpleza y casi desinterés, respondió.
— Quiso saber qué hacías a la hora de la reunión. Luego se fue.
Sin más que decir volvió a conectarse los auriculares y seguir en lo suyo.
Ella vino justo en el momento de la reunión, casualmente concuerda con ese extraño desfase. La paranoia de pensar que cada persona con la que hablo tiene alguna conexión con el límite está empeorando cada vez más.
Antes solía ver espectros y viajaba muy a menudo, pero nunca se involucraron directamente conmigo, entonces, ¿por qué ese repentino cambio? La mujer que se suicidó, su bebé, los niños, la "maestra", la actitud extraña de Mikaely, el enigma de Rina y su contacto con Roxan.
Definitivamente algo cambió, como si un detonante invisible se activó sin avisar. Pero, ¿cuándo pudo ser? Claro, la noche que salí a comprar el regalo de Roxan, aunque no estoy cien por ciento segura ya que fue en la noche y se limitó a una simple aparición.
Si tengo en cuenta el día que la mujer apareció frente a mi puerta, eso sería el día del cumpleaños de Roxan. Nada inusual.
— Gracias Cristian, descansa —sonreí, resignada a encontrar una razón concreta de ello.
Antes de abrir la puerta, oí una arrastrada y baja voz masculina. Ninguno de mis sentidos me ha fallado, casi podía jurar que esa voz ya la habia escuchado. Abrí suavemente la puerta hasta ver a un hombre de alta cuna luciendo un refinado abrigo de piel.
Las cafeteras sobre los mostradores no me dejaban ver con quién mantenía conversación.
— Ellos no habrían aparecido sin nada en mente, algo los debe estar empujando hacia acá —habló sin rastro de humanidad, su rostro parecía tener marcas oscuras desde los pómulos hacia arriba—. Dijiste que controlarías todo y eso no es lo que parece.
No hubo respuesta, solo un silencio frío.
— ¿Dónde está ese otro? Le dije que viniera de inmediato —el mal humor se sentía incluso a través de la puerta—. Ah, ahí viene.
Al sonar el tintineo de las campanas, las pisada fuertes lo condujeron hasta el vestidor y de un portazo, dejó expuesta mi presencia.
— Te pedí que esperaras fuera —susurró con el ceño fruncido.
— ¿D-Dagan?