En un mundo donde los humanos temen a los lobos y los lobos temen a su propia naturaleza, Rachel Montemayor despierta en un calabozo, atrapada entre dos identidades. A lo largo de su vida, ha luchado por controlar su lobo interior, pero ahora, en la víspera de ser vendida como esclava en la ceremonia de ascenso de Desmond, su destino parece sellado. Mientras las ofertas se lanzan como dagas en el aire, Rachel debe decidir: ¿se someterá a la vida de un objeto, o encontrará la fuerza para reclamar su libertad y desatar el poder que siempre ha llevado dentro?
¿Es Ethan un Villano o un Héroe Trágico?
¿Puede la cercanía sanar las heridas del pasado?
¿Es posible cambiar el corazón de un hombre frío como Ethan?
En un juego de traiciones, poder y autodescubrimiento, Rachel se embarcará en una lucha que podría redefinir no solo su vida, sino el equilibrio entre humanos y lobos.
Podrá Rachel descubrir: ¿Qué hay detrás de la fachada del 'hombre de corazón frío'?
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El Filo del Caos
...|| Ethan Blackwood ||...
Desperté en medio de una oscuridad que me envolvía, como un manto pesado que silenciaba todo a mi alrededor. En mi boca aún persistía el sabor metálico de la sangre, una sensación inquietante que me hacía sentir expuesto y vulnerable. Un dolor agudo latía en mi cabeza, como si un martillo invisible golpeara mi cráneo sin parar.
Confundido, intenté recordar cómo había llegado a este estado. Las imágenes se entrelazaban y desvanecían, dejando solo sombras de recuerdos vagos. Poco a poco, mis sentidos comenzaron a activarse, como si despertaran de un profundo sueño.
En medio de esa niebla mental, comprendí que estaba en el mismo lugar donde todo había comenzado, en el momento crucial de mi transformación. Recordé la noche en que todo cambió, cada detalle de aquella experiencia que alteró mi vida. La atmósfera cargada de tensión, los susurros de la oscuridad y la sensación de que algo extraordinario estaba a punto de ocurrir. Ese lugar, lleno de memorias intensas, ahora me llenaba de desasosiego.
Al mirar a mi alrededor, un profundo horror me invadió al ver a Rachel, tendida en el suelo, inerte, sin mostrar la más mínima señal de vida. Sus últimas palabras resonaban en mi mente, repitiéndose como ecos implacables. En ese instante, el peso de la culpa me aplastaba el pecho, como si una losa pesada se hubiera asentado en mi ser, dificultando mi respiración y sumiendo mi corazón en la angustia. La desesperación me envolvía, y cada intento de pensar en otra cosa era interrumpido por la imagen de Rachel y el peso de mis emociones.
—¿Rachel? —murmuré débilmente, arrastrándome hacia ella con manos temblorosas.
La herida en su hombro seguía sangrando, tiñendo el suelo a su alrededor de un rojo intenso. Su piel, antes radiante, había perdido su brillo, volviéndose pálida y fantasmal. En ese momento, la dura realidad se implantó en mi mente: yo había causado este daño. Me arrodillé junto a ella, mis manos temblorosas buscaban algún signo de vida, una chispa de esperanza que pudiera aliviar la angustia que me ahogaba. Mis dedos se deslizaban con urgencia, tratando de encontrar cualquier señal que indicara que aún había tiempo, que quizás había una manera de redimir lo irreparable.
—Rachel, por favor, despierta… —susurré con voz quebrada. — No puedes morir, no te lo permito.
Me sentía como un monstruo, incapaz de controlar la oscuridad que había surgido en mí.
De repente, recordé que mi saliva tenía propiedades curativas, un don que había utilizado antes para sanar sus heridas. No podía perder ni un segundo más. Sin pensarlo, me incliné hacia su herida y empecé a lamerla con cuidado, aferrándome a la esperanza de que mi habilidad fuera suficiente para revertir el daño.
El tiempo parecía detenerse y, en ese momento, algo extraordinario sucedió. La sangre negra de su herida comenzó a cambiar de color, como si los hilos de su vida se regeneraran, entrelazándose con los míos. Sin embargo, la herida no se cerraba y debía hacerlo en cuestión de segundos.
—¿Qué está pasando? ¿Por qué no sana? —pregunté, confundido y angustiado. —¡Rachel!— grité, como si pronunciar su nombre pudiera traerla de vuelta. Mi corazón latía con fuerza mientras luchaba contra el caos en mi mente. Ella merecía una segunda oportunidad, una oportunidad para regresar y sanar.
