Algo que pertenecia al pasado ha resurgido con fuerza como el ave Fénix. Haciendo tambalear la estabilidad de una familia bien avenida. Una llamada misteriosa, que obvio nadie se esperaba. Y menos Octavio Saldaña.
Una trama muy expectante, sin saber lo que les depara el destino.
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Cuestión de tiempo.
Andrea, estoy diciéndotelo porque Lourdes tuvo un hijo.
¡Y nosotros tenemos dos! ¿Qué demonios significa eso?
Octavio, titubeó. Luego, dijo con un murmullo que apenas pudo oírse:
Es mío... el chico es mi hijo.
Los ojos de ella se clavaron en él con una mirada incrédula.
¡Oh no! ¡No puede ser cierto!
Aquella mirada imploraba una respuesta negativa.
Pero Octavio, con un movimiento de cabeza, lleno de pena, ratificó cuanto había dicho.
Después le relató toda la experiencia, el golpe en Estados Unidos, el encuentro con Lourdes, la fugaz aventura amorosa, la tarde de ese día, la llamada de Jaime y el chico. El problema del niño.
Yo, en realidad, no sabía nada de esto, Andrea. Créemelo.
¿Por qué? ¿Por qué habría de creerte nada de lo que me dijeras ahora?
Octavio no obtuvo respuesta para esa objeción.
En medio del ominoso silencio que se produjo después, Octavio sintió como si se hubiera quitado un peso de encima. A su vez recordó de pronto que hacía mucho tiempo él había confesado a Andrea algo que a la sazón no tenía mayor importancia: que le gustaría ser padre de un varón.
"No me pesaría que tuviéramos un chico futbolista", "¿y qué pasa si es otra niña?"
"Bueno, seguimos intentándolo... ¿No es esa la mejor parte del asunto?", le había dicho él con una sonrisa pícara.
En aquella ocasión, ambos no habían hecho más que reír. Por supuesto, "el pequeño futbolista" resultó ser Silvia, y la operación para su parto hizo imposible el nacimiento de nuevos hijos. Durante muchos meses, Andrea se sintió "indigna de amor". Pero Octavio siguió reconfortándola, hasta que poco a poco acabó por convencerse de que lo que compartían en la vida era demasiado recio para que cosa alguna pudiera cambiarlo. La herida restañada se convirtió en un vínculo más robusto aún.
Hasta esa noche, que había sido un réquiem para la confianza. Ahora todo era un posible veneno de nuevas penas.
Andrea, escúchame...
No. Ya oí demasiado.
Se levantó y huyó hacia la cocina. Octavio vaciló un momento. Luego, la siguió. Estaba sentada frente a la mesa, sollozando.
¿Quieres algo de beber?
Andrea con una fuerza que no había sentido antes, dijo: ¡No, vete al diablo!
Él estiró el brazo, con intención de acariciarle la rubia cabellera, pero ella se apartó.
¡Andrea, por favor!
Octavio... ¿Por qué tuviste que decírmelo? ¿Por qué?
En ese momento, Andrea sintió que su mundo se derrumbaba, el Octavio que ella conocía tan fiel y amoroso ya no era el mismo. Le dolía hasta el alma, algo tendría que hacer, necesitaba pensar, estar sola.
Porque no sé qué hacer, y por qué creí que de alguna manera me ayudarías... ¡Y porque soy un canalla egoísta!
Dio unos pasos y se sentó del otro lado de la mesa, mirando a su mujer de frente.
Andrea, ¡te lo ruego!
Quería que ella hablara, que dijera cualquier cosa que mitigara el dolor de aquel silencio.
¡No puedes saber cuánto me duele!, exclamó al fin. ¡Dios mío!, yo confiaba en ti, Octavio. Yo confiaba..., y volvió a estallar en llanto.
Él anhelaba abrazarla, suavizar la situación, pero sentía temor.
No es posible que olvides tantos años felices...
Ella lo miró y esbozó apenas una débil y nostálgica sonrisa.
Pero... ¡eso es!, objetó, acabo de descubrir que no fueron felices.
¡No, Andrea!, ¡yo te amo!
¡Tú me mentiste!, gritó interrumpiéndolo.
¡Por favor, querida!, haré cualquier cosa para repararlo.
No puedes...
Lo definitivo de esa declaración lo atemorizó.
Supongo que no tratas de decirme que quieres separarte...
Ella titubeó.
Octavio, en este momento no tengo fuerzas... para nada...
Andrea se levantó.
Voy a tomar una pastilla, Octavio. ¿Podrías hacerme un gran favor?
¡Lo que quieras!
Ten la bondad de ir a dormir a tu estudio...
Octavio en ese momento ya no quiso seguir discutiendo, se fue atrás de Andrea y esta le aventó una sábana y una almohada, y cerró la puerta del cuarto dando un portazo.
No sintió temor de despertar a las niñas.
Octavio deseaba con el alma que Andrea lo perdonara, pero tendría que hacer méritos. No sabía cómo empezar para reconquistarla.
Sabía que había hecho mal al haberla engañado hace años, y no quería divorciarse.
"Será cuestión de tiempo", se decía él.
El mismo se reprochó haber hecho lo que hizo, pero ya no tenía remedio, ahora lo que importaba era arreglar las cosas con Andrea.
Pero ella se encerró con llave y él por más que quiso, ya no pudo entrar; así que resignado se fue al estudio.
"¡Dios mío! ¿Cómo fui capaz de algo así?, por favor, te ruego que Andrea pueda perdonarme.
No sabría qué hacer sin ella".