No Hay Lugar Para El Arrepentimiento

Cuando amaneció Dafne miró al lado de su cama y Samael ya no estaba ahí, ella miró la hora pensando en que se había quedado dormida pero aun era temprano. Ella se levantó y preguntó a Clair.

-¿Y mi esposo?

-Buenos días. Su esposo salió hace un rato.

-¿Qué?

-Si, dijo que le dijera que hoy también llegaría tarde.

-¿No te dijo el porque?

-No.

Dafne fue en busca de su teléfono y lo llamó, era un comportamiento inusual en su esposo, tenía miedo que estuviera pasando algo grave entre él y su abuela.

-Hola ¿Pasó algo?

La voz de Samael era seca, ella se asombró por la forma en la que le había contestado, por lo general era muy cariñoso.

-No… Solo que desperté y no estabas, me preocupé ¿Sucede algo? ¿Es la abuela?

Un silencio reinó en la llamada por unos segundos y luego se escuchó un suspiro.

-No tienes que preocuparte, yo me haré cargo de todo.

-¿Es por lo que pasó la última vez? Puedes decirme, quizá pueda ayudar en algo.

-No es necesario. Te veo en la noche ¿Puedes cenar sin mi, verdad?

Dafne sintió un dolor en su corazón pero decidió ignorarlo, por su reacción sabía que lo que pasaba debía ser algo complicado.

-Si… Descuida.

Al terminar la llamada ella suspiró, luego desayunó y siguió con su día con normalidad. Cuando llegó la noche seguía sintiendo inquietud por la actitud de su esposo, una cantidad de escenarios se plantaron en su mente ¿Y si su abuela lo deshereda? ¿Y si está tratando de quitarle todo? Como no podía dormir decidió caminar por la casa y su vista se detuvo en un auto oscuro que iba camino a aquella casa de invitados. ella salió al balcón y miró detenidamente.

-Se parece al auto de Samael….

Susurró mientras intentaba ver mejor, sin embargo el lugar estaba muy alejado y no logró ver bien, pero al creer que era su auto no pudo evitar en confirmar sus sospechas. Su abuela lo estaba presionando de alguna manera y empezó a sentirse culpable. Ella se cambió de ropa y se abrigó bien, salió de la casa y miró la forma de llegar ahí, no podía caminar, el lugar estaba muy alejado. Miró de un lado a otro y vio una bicicleta que usaba el jardinero cuando debía buscar las herramientas en el depósito, así que la agarró y pedaleó con rapidez hasta aquella casa sin que nadie lo notara.

La noche estaba muy fría, podía sentir cómo se quemaban sus fosas nasales con cada respiro que daba, su cuerpo temblaba pero ella no paró, quería ayudar a su esposo, quería demostrar que ella era digna de estar con él y con eso en mente siguió su camino hasta llegar al lugar.

Era una casa grande, a la distancia se veía pequeña, pero era muy grande en realidad, se veía bien cuidada y para nada abandonada. Ella vio el carro y confirmó que sí era el de Samael, no había ningún chofer así que ella se asomó por una de las ventanas de la casa y no vio nadie adentro; Con su cuerpo tembloroso caminó hasta la puerta y cuando quiso tocar el timbre se detuvo, intentó abrir la puerta pero estaba cerrada así que al ver que tenía una cerradura digital intentó poner la misma clave de la mansión y para su sorpresa la puerta se abrió.

Llena de nervios cerró la puerta y buscó por toda la planta baja pero no encontró a nadie, sin embargo la mesa estaba llena de comida casi sin tocar, mientras ella observaba detenidamente los platillos, escuchó unos golpes que provenían del segundo piso y se asustó. Casi temblando subió las escaleras y llegó a una puerta donde apoyó su cabeza tratando de escuchar alguna conversación pero solo podía escuchar unos golpes, casi como bofetadas. Ella contuvo sus lágrimas pensando en que su amado esposo estaba siendo golpeado y llena de determinación e ira abrió la puerta para enfrentar a aquella mujer, pero su cara quedó en blanco ante la vista que estaba frente a ella.

Sus lágrimas se deslizaron por sus mejillas  y su respiración se volvió pesada, de repente comenzó a sentir muchas náuseas y vomitó sosteniéndose del marco de la puerta.

Samael quien estaba sobre el cuerpo desnudo de otro hombre cuya piel tan pálida como la nieve estaba marcada de unas manchas rojas con forma de una mano, se volteó hacia ella y al verla se detuvo.

-Dafne…

Ella estaba de pie viendo todo como una estatua, se había quedado sin fuerzas y estaba aturdida, no sabía qué hacer, él se puso de pie y se colocó la ropa con rapidez, ella retrocedió casi como si estuviera en trance y comenzó a bajar las escaleras. Al salir de la casa ella tomó la bicicleta e intentó montarla pero se cayó casi de inmediato lastimándose la muñeca. Samael salió de prisa y se detuvo frente a ella, su expresión era dura.

-Levántate.

Ella se quedó sin moverse, aunque él le seguía ordenando que se levantara ella seguía en el suelo.

-No me hagas perder la paciencia y ponte de pie, maldita sea.

No era que Dafne lo estuviera ignorando, era que de verdad ella no lo estaba escuchando, su cabeza daba vuelta y su pecho dolía mucho más de lo que dolía su muñeca fracturada, él la tomó por el brazo obligándola a ponerse de pie y al ver su rostro perdido pudo comprender un poco lo que le estaba pasando. El otro hombre salió de la casa y vio el estado en que ella estaba y se alarmó, la llevaron dentro de la casa y la sentaron en el mueble mientras Samael llamaba a un médico.

Dafne seguía sin mirarlos y sin pronunciar ninguna palabra lo cual hizo que ellos se sintieran confundidos; al verla de pie frente a la habitación se imaginaron que actuaría como una loca histérica pero ese no fue el caso. Ninguno de los tres mencionó ninguna palabra hasta que el médico llegó y revisó a Dafne y al ver su rostro lleno de dolor asumió que se encontraba muy mal por el dolor de su fractura a lo que recomendó llevarla mejor a un hospital.

Samael la tomó del brazo y la hizo entrar al auto, ella no puso resistencia y se dirigieron directo al hospital donde le pusieron vendas. Ella no dejó de llorar en ningún momento, era un llanto silencioso pero todo el que la veía podía notar el gran dolor que estaba sintiendo.