Rosella Cárdenas es una joven que solo tiene un sueño en la vida, salir de la miserable pobreza en que vive.
Su plan es ir a la universidad y convertirse en alguien.
Pero, sus sueños se ven frustrados debido a su mala fama en el pueblo.
Cuando su padrastro se quiere aprovechar de ella, termina siendo expulsada de casa por su propia madre.
Lo que la lleva a terminar en la hacienda Sanroman y conocer a la señora Julieta, quien en secreto de su marido está muriendo en la última etapa de cáncer.
Julieta no quiere que su familia sufra con su enfermedad. En su desesperación por protegerlos, idea un plan tan insólito como desesperado: busca a una mujer que ocupe su lugar cuando ella ya no esté.
Y en Rosella encuentra lo que cree ser la respuesta. La contrata como niñera, pero en el fondo, esconde su verdadera intención: convertirla en la futura esposa de su marido, Gabriel Sanroman, cuando llegue su final.
¿Podrá Rosella aceptar casarse con el hombre de Julieta?
NovelToon tiene autorización de Luna Ro para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo: Cayendo en la trampa del deseo
Julieta abrió los ojos lentamente, como si emergiera desde un abismo profundo y oscuro. La luz blanca del hospital la cegó, y al parpadear varias veces comprendió que estaba recostada sobre una camilla. Su respiración se aceleró cuando notó la mascarilla de oxígeno sujetada a su rostro. Un terror primitivo la atravesó.
Miró a su alrededor, desorientada, hasta reconocer la silueta de Enrique a su lado.
Él sostenía su mano con firmeza, intentando transmitirle calma, una calma que ella no sentía.
—Tranquila, Julieta… —susurró con suavidad—. Todo estará bien.
Pero nada dentro de ella estaba bien. Nada.
Con brusquedad se arrancó la mascarilla, ignorando al enfermero que intentó detenerla.
—¡No te atrevas… no llames a Gabriel! —su voz quebró, cargada de una desesperación que desgarraba—. Te lo prohíbo… o yo… voy a odiarte.
Enrique la observó con una compasión tan profunda que parecía romperse por dentro. No intentó contradecirla; sabía que esa mujer estaba protegiendo algo mucho más grande que su propio dolor.
***
Lejos de ahí, otra historia ardía con silencios y deseos contenidos.
El grupo llegó al hotel para prepararse antes del festival. Los niños corrieron directo a la piscina, vigilados por las maestras, mientras algunos padres aprovechaban para descansar o cambiarse.
Rosella subió a la habitación asignada y se encerró en el baño. Se permitió una ducha larga, cálida, deliciosa. El vapor llenó el espacio mientras ella cerraba los ojos, disfrutando aquel lujo que rara vez tenía: el aroma de los jabones caros, la amplitud del baño, la sensación de estar en un mundo ajeno.
Al salir, se envolvió con una toalla y comenzó a buscar su ropa. No escuchó la puerta abrirse, ni los pasos firmes que se acercaban. Solo vio una sombra cuando se giró… y chocó con un torso desnudo.
Rosella soltó un grito.
Gabriel se quedó paralizado.
Él estaba sin camisa, solo con los pantalones puestos, y la toalla que llevaba colgada en los hombros cayó al suelo como una declaración involuntaria.
Sus ojos se abrieron con asombro, y luego descendieron, casi por instinto, hasta la figura de Rosella envuelta en la toalla.
Ella se sujetó la tela con ambas manos, temblorosa.
—¡Lo… lo siento! —balbuceó, roja, asustada.
Gabriel retrocedió de inmediato.
Dio media vuelta y salió de la habitación sin decir una palabra, cerrando la puerta tras él. Se dejó caer en la cama, con el pecho agitado. Sintió la sangre arderle. Su erección latía, viva, traicionera.
Miró la puerta como si fuera un límite que debía respetar, a pesar del impulso brutal que le pedía romperlo todo, cruzarlo, tomarla, reclamarla.
Apretó los puños. Respiró hondo. Y escuchó, unos segundos después, el seguro de la puerta al cerrarse desde dentro.
Eso lo devolvió a la realidad.
***
Rosella temblaba mientras se vestía. Evitó mirarse al espejo demasiado tiempo por el rubor que aún ardía en su rostro.
Cuando estuvo lista, salió a buscar a las niñas para llevarlas al festival.
Pronto caminaron entre una multitud inmensa.
Había antorchas, música, el brillo del fuego iluminando rostros y sombras. El cielo estrellado completaba una escena que parecía sacada de un cuento ancestral.
Ella cargaba a Ada y tomaba de la mano a Sarah.
Gabriel llevaba en brazos a Ana. En un momento, cuando Sarah fue guiada por la maestra con el resto de los niños, sintió la mano de Gabriel posarse sobre la suya para evitar que se apartara entre tanta gente. Fue apenas un contacto, pero la tensión que la recorrió fue desbordante.
No se soltó.
***
En el hospital, Julieta estaba en esa habitación, cada vez su cuerpo màs débil y delgado, como si se desvaneciera.
Ella se enderezó un poco en la cama. Enrique continuaba sentado a su lado, sosteniéndola con su sola presencia.
—Entonces… es el final, ¿cierto? —preguntó con una serenidad que dolía—. ¿Cuánto tiempo me queda, Enrique? Por favor… dime la verdad.
El doctor entró.
—Señora Sanromán, haremos una cirugía de emergencia. Será para reducir el dolor y permitir que pueda alimentarse.
Julieta cerró los ojos.
—No quiero. Ya estoy cansada.
Enrique apretó los labios.
—Julieta… debemos llamar a Gabriel.
—He dicho que no —respondió firme—. Pueden operarme, pero no llamen a mi esposo. Es mi decisión.
Enrique sintió un nudo formarse en su garganta.
—Te lo pido como madre, por mis hijas… por Gabriel… No me juzgues. Es mi prueba final de amor. Prefiero que me recuerden en paz, no en agonía. Rosella… ella es la solución.
—¿Estás consciente de lo que me pides?
—Si no me ayudas, Gabriel nunca será feliz. Se hundirá. Las niñas crecerán solas, él vivirá atormentado. En cambio… si sigues mi voluntad, sufrirá… pero solo un tiempo. Después… podrá vivir. Rosella podrá hacerlo vivir.
Enrique bajó la mirada. Y asintió.
***
Rosella se sentó en el pasto con las niñas.
El festival había terminado y el mar brillaba bajo la luz de la luna.
—Mami Rosella, ¿nos cuentas un cuento? —pidió Ada.
—No me llames así, tu mamá se enfadará.
—No —dijo la niña abrazándola—. Tú eres mi segunda mamá.
Ana imitó el gesto. Sarah sonrió.
Gabriel se acercó, cruzándose de brazos.
—¿Nos contará algo, señorita Rosella?
Ella improvisó.
Y narró la leyenda del universo que se partió a sí mismo para encontrarse, de las almas divididas buscando su otra mitad.
Las niñas la escucharon fascinadas. Al finalizar, las niñas corrieron por la arena, jugando con otros niños.
Gabriel comentó con un poco de burla:
—Cuenta muy bien historias… aunque no crea en ellas. Es casi una mentirosa perfecta.
Ella sonrió con calma.
—La vida es simple, señor Sanromán. Solo eso.
Él la miró con severidad.
—Supongo que si un hombre atractivo, joven y millonario le ofreciera cortejarla… nos quedaríamos sin niñera.
Ella arqueó una ceja con descaro.
—Por supuesto. Yo nunca dejo pasar oportunidades.
Él endureció el gesto.
—¿También aceptaría ser amante?
La mirada de Rosella se volvió gélida.
—No, señor. Yo nací para ser la única mujer de un hombre… y la fantasía irrealizable de muchos más.
Gabriel quedó inmóvil.
—¿Tan deseable crees que eres?
Rosella con rabia y más por ego, dio un paso hacia él, temblando, pero firme.
—Dígame, ¿cree qué lo soy?
Gabriel sintió que algo dentro de él se rompía. La deseaba. La deseaba con una intensidad peligrosa.
La tomó por la cintura.
La acercó.
Sus respiraciones se mezclaron.
Rosella comprendió que escapar era imposible.
Y estuvo convencida de que ese hombre iba a besarla.
creo que quizo decir Arnoldo.!!!