MI JEFE INVIDENTE

Ser cuidador comenzaba a sorprenderme demasiado. Sentía que el día se estaba yendo rápido, ¡y muy intenso! Recargué mi cabeza contra la pared, traté de aclarar mis ideas y asimilar, una vez más, que estaba lejos de casa. De repente me invadió el cansancio. No pude despedirme de mi abuelita y eso me hizo pensar en mi hermano: tampoco alcanzamos a despedirnos.

¿Cómo era posible que las cosas cambiaran tan rápido? Solo quería acostarme en la cama. Me estiré un poco, alcé los brazos y me puse de puntitas; sentí que mis nervios se complacían porque la sensación era deliciosa. ¡Qué bueno es estirarse de vez en cuando!

—¡Ya estoy listo! —exclamó, dejando caer la carga de agua.

Entré y lo vi de pie, con los brazos caídos, los labios entreabiertos y los ojos vendados con su paliacate color café. ¡Sus pantalones estaban caídos!

—¿Puedes ayudarme a abrocharme el pantalón? —pidió él.

¿Qué más podía hacer? Después de todo, Nicolás era un hombre aparentemente discapacitado.

—Sí.

Caminé hasta él y me agaché un poco para subir el pantalón desde el suelo. Sus piernas estaban cubiertas de vello, firmes, definidas; llevaba un bóxer gris y justo en medio de sus entrepiernas, un bulto enorme se dibujaba con un relieve imposible de ignorar.

No me dio pena mirarlo así. No era la primera vez que observaba un cuerpo masculino, y suponía que tampoco sería la última.

—Ya está. Te llevaré al lavabo —tomé una de sus manos y lo guié—. Te pondré jabón.

Comenzó a hacer espuma; yo también tuve que lavarme y, mientras el agua chorreaba, metí mis manos con las suyas para enjuagarlas bien.

El contacto era inevitable. El roce del jabón, la piel tibia, la humedad. Todo parecía demasiado cercano, demasiado íntimo para lo que debía ser una simple rutina.

Para finalizar, le pasé una toalla para secarse.

—Listo. Saldremos de aquí.

Y, en un movimiento inesperado, subió sus manos hasta mi rostro. ¡Me quedé estático! Sentí el roce de sus dedos recorrer con lentitud mis mejillas, acariciando mi piel, y en mis labios se detuvo. La yema de sus dedos rozó apenas la comisura, como si intentara memorizar mi forma.

¿Qué estaba haciendo? Subió hasta llegar a mi cabello, que recorrió con calma, enredando ligeramente sus dedos entre los mechones.

—¿Cuánto mides? ¿Uno sesenta?

—Uno sesenta y ocho.

—Tu cabello también es suave. ¿Cuál es tu secreto para estar tan suave?

Arrugué un poco las cejas; su pregunta me pareció extraña. ¿Yo era suave?

—Nada. Solo me baño con champú de sábila y romero. Es una receta de mi abuelita.

Se quedó callado. Bajó sus manos y las detuvo en mis hombros.

—Te estoy examinando con más detalle. Quiero conocer mejor a mi cuidador.

—Claro, no hay problema.

Su tacto no me pareció atrevido. Sus manos eran suaves, tibias; sentir cómo recorrían mi cuerpo era algo que nunca imaginé experimentar. ¡Era la primera vez que un hombre me tocaba así! Me sentí nervioso, el pulso se me aceleró, un cosquilleo incómodo me subió por el pecho.

—Por la noche quiero tomar un baño. ¿Me ayudarías con eso?

¿Ayudarlo a bañarse? ¿Cómo así? Me quedé pensando un instante. ¿Tendría que verlo desnudo? ¿Sería yo quien limpiara cada parte de su cuerpo? La imagen me golpeó la mente con violencia. ¡Un completo desastre!

—Yo…

De pronto sonó la melodía de un celular.

—Me están llamando. ¿Podrías ir por mi celular? —pidió Nicolás.

—Claro, voy corriendo.

Salí del baño, busqué el móvil en su buró y lo tomé. Volví con él.

—Contesta y ponlo en altavoz —ordenó.

—Sí.

El nombre en la pantalla decía Iker.

—¿Qué pasó? —preguntó mi jefe.

—¿Cómo está? —preguntó el mayordomo.

—Bien, todo en orden.

—¿Ya conoció a su cuidador?

Sus empleados solían hablarle de usted, con ese respeto inculcado.

—Sí, estoy con él justo ahora.

—Perfecto. Espero que le haya gustado el desayuno.

—Estuvo bien, no me quejo.

Yo sostenía el celular para que pudiera hablar con el responsable de la casa.

—Perfecto. ¿Qué le apetece para comer?

Nicolás pensó unos segundos.

—Se me antojan unas pizzas.

—¿De qué las quiere?

—De mango, una de berenjena y otra de carnes frías, por favor.

—Claro, las prepararé.

—Perfecto.

—¿Podría prestarme a su cuidador por unos minutos? Tengo que hablar con él.

—Sí, ahorita le pido que baje.

—¡Muchas gracias, señor!

La llamada terminó.

—Llévame al sofá y ponme un poco de música. Después bajas, ya escuchaste que Iker te busca.

—Claro.

Lo conduje hasta el sofá y le puse el pan en la mano para que pudiera comer mientras yo no estaba.

—¿Qué música te gusta?

—Quiero que pongas una playlist que tengo en mi celular. Búscala en la aplicación de música.

—¿Cuál es tu código para desbloquearlo?

—Quince, cero siete, veinte.

Tecleé los dígitos y el móvil se desbloqueó. Busqué la aplicación y la abrí.

—¿Cómo se llama la playlist?

—Sinthwave.

—¿En inglés? —pregunté curioso.

—Así es.

—¿Sabes inglés?

—Un poco.

—¡Qué padre!

—Enlaza mi celular a la bocina cerca del televisor, pon la música a todo volumen, no hay problema.

Hice lo que pidió. El sonido llenó la habitación; pude identificar un tono futurista antiguo. Simulated Stars de ODDling, así se llamaba la melodía.

—Iré a ver a Iker. Regreso en un momento.

—Claro. Si quieres, tómate un tiempo para ti. ¿Ya te instalaste en tu habitación?

—No, aún no.

—Puedes ir a checar tu cuarto. Regresa en una hora, ¿de acuerdo?

Asentí.

—Claro, muchas gracias.

El Nicolás engreído había desaparecido. ¡Qué bueno! Así podríamos llevarnos bien.