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Mi Sexy Tutor

Mi Sexy Tutor

Status: En proceso
Genre:Romance / Amor a primera vista / Profesor particular / Diferencia de edad / Colegial dulce amor / Chico Malo
Popularitas:1.3k
Nilai: 5
nombre de autor: Alondra Beatriz Medina Y

Lucía, una tímida universitaria de 19 años, prefiere escribir poemas en su cuaderno antes que enfrentar el caos de su vida en una ciudad bulliciosa. Pero cuando las conexiones con sus amigos y extraños empiezan a sacudir su mundo, se ve atrapada en un torbellino de emociones. Su mejor amiga Sofía la empuja a salir de su caparazón, mientras un chico carismático con secretos y un misterioso recién llegado despiertan sentimientos que Lucía no está segura de querer explorar. Entre clases, noches interminables y verdades que duelen, Lucía deberá decidir si guarda sus sueños en poemas sin enviar o encuentra el valor para vivirlos.

NovelToon tiene autorización de Alondra Beatriz Medina Y para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Kassandra y el caos

El sol seguía pegando fuerte cuando cruzamos el patio de regreso al edificio de aulas, con el eco de la cancha de baloncesto desvaneciéndose detrás de nosotras. La ciudad no daba tregua: los cláxones, el zumbido de las motos y el susurro de la gente se mezclaban en una sinfonía que ya no sé si me gusta o me agota. Sofía se encontraba caminando a mi lado, todavía con esa chispa de indignación en los ojos después del show de Kassandra y Nicolás.

—¿De verdad no te dio cringe ver eso? —decía, mientras se ajustaba la chaqueta de cuero como si necesitara descargar energía—. O sea, Kassandra literalmente se le lanzó encima. ¿Qué sigue? ¿Un striptease en la cancha?

—Fue... demasiado — admitía, esquivando a un chico que pasaba corriendo con una pila de libros—. Pero no sé, a lo mejor es normal para ellos.

—¿Normal? —dice Sofía resoplando, limitándose a detenerse un segundo para observarme como si hubiese dicho algo absurdo—. Lucía, eso no es normal. Es Kassandra marcando territorio como si Nicolás fuera un trofeo. Y él, todo orgulloso, comiéndoselo con cuchara. Qué asco.

Me río, porque Sofía tiene esa habilidad de hacer que todo se escuche como una telenovela. Subimos las escaleras del edificio, donde el aire acondicionado nos golpeó como una bendición después del calor del patio. El pasillo estaba lleno de estudiantes, algunos charlaban en grupos, y otros corrían hacia sus clases. Nos dirigimos al aula de literatura, que es la siguiente en nuestro horario, y Sofía no paraba de hablar.

—Te juro, si Kassandra estuviese en una de esas series de Netflix, sería la villana que todos odian pero que sigue saliendo porque el guion es malo. —Se detuvo delante de un expendedor de agua y sacó una botella—. ¿Quieres una?

—No, estoy bien. —Digo mientras me ajusto la mochila, que parecía pesar más con cada paso—. ¿Por qué te cae tan mal? Digo, aparte de lo obvio.

Sofía destapó la botella y le dio un trago largo antes de contestar. —No es solo lo de hoy. Es todo. El año pasado, en una clase de fotografía, se la pasó criticando el proyecto de una chica, ¿te acuerdas de Ana, la que siempre llevaba bufandas? Kassandra dijo que sus fotos eran “de aficionada” delante de todos, y luego se robó su idea para el proyecto final. Ese día Ana lloró en el baño, y Kassandra ni se inmutó. Es una vibra tóxica andante.

—Vaya. —Fruncí el ceño, mientras trataba de recordar a Ana. No la conozco mucho, pero la historia se escucha horrible—. Eso es bajo.

— Bajísimo. —Sofía se encogió de hombros y empezó a caminar otra vez—. Por eso no soporto verla pavoneándose con Nicolás y su club de idiotas. Son todos iguales.

Ingresamos al aula de literatura, que se encuentra medio llena. Nos sentamos en nuestra fila habitual, cerca de la ventana, donde podía mirar los edificios de la ciudad recortándose contra el cielo. La profesora, una mujer con gafas enormes y una pasión desmedida por los poetas románticos, aún no llegaba, así que el aula es un caos de risas y móviles. Saqué mi cuaderno —no el de los poemas, sino el de apuntes— y opte por finjir que repasaba algo, pero mi cabeza se encontraba en otro lado.

—¿Sigues pensando en la fiesta de Marcos? —preguntó Sofía, mientras se inclinaba hacia mí con una sonrisa traviesa.

—No estaba pensando en eso —mentí, aunque la idea de la fiesta ha estado dando vueltas en mi cabeza desde que Marcos me lo mencionó—. Solo... no sé si es lo mío.

—Ay, Lucía, porque eres así. —Sofía se cruzó de brazos, como si estuviese a punto de darme un sermón—. Mira, no te estoy diciendo que te conviertas en la reina de la pista de baile. Solo ven, ríete un rato, y canta en el karaoke si se te da la gana. Va a ser divertido.

—No tomo —repetí, porque es mi excusa automática.

—Y ya te he dicho que no tienes que tomar. —Sofía solo puso los ojos en blanco—. Yo tampoco voy a emborracharme, ¿okay? Quiero estar lúcida para reírme de los que se pasan de copas. Además, Marcos es un amor. Va a cuidar que todo esté tranquilo.

—¿Tranquilo? —Levanté una ceja—. ¿Una fiesta universitaria? ¿En serio?

—Vale, no tranquilo-tranquilo, pero no va a ser un desmadre. —Sofía se rió—. Venga, di que sí. Si no, voy a arrastrarte de todas formas.

—Eres imposible —digo, pero no pude evitar sonreír. Porque Sofía tenía esa. energía que te arrastra, quieras o no.

La profesora entró al fin, y el aula se calmó a medias. Empezó a hablar sobre Keats y su obsesión con la belleza, pero yo solo me perdí observando por la ventana. La ciudad se extendía ahí afuera, con sus edificios grises y sus luces que nunca se apagaban. A veces puedo sentir que estoy buscando algo en todo ese ruido, algo que no sé nombrar. Saqué mi cuaderno de apuntes y, en una esquina, escribí: “La ciudad grita, pero no dice nada.” Lo tacho. No es bueno, pero es lo que siento.

—¿Qué estás escribiendo? —murmura Sofía, mientras se inclina para observar mi cuaderno.

—Nada —contesto, cerrándolo rápido—. Solo... garabatos.

—Seguro. —Me lanzó una mirada sospechosa, pero no insistió.

La clase pasaba lenta, con la profesora divagando sobre metáforas que no terminaba de comprender. Cuando sonó la campana —o mejor dicho, el timbre electrónico que parecía sacado de una nave espacial—, todos recogimos nuestras cosas como si nos hubiesen liberado de una condena. Así que Sofía y yo salimos al pasillo, donde el ambiente es una combinación de alivio y agotamiento.

—¿Y ahora qué? —preguntó Sofía, limitándose a revisar su móvil—. Tenemos una hora antes de la próxima clase. ¿Café? ¿Biblioteca? ¿O nos tiramos en el césped como hippies?

—Café se oye bien —digo, porque la idea de tomar asiento con un latte me parecía lo único que podía salvar este día.

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