MonteSereno es un pequeño pueblo rodeado de montañas, tradiciones y secretos. Mariá creció bajo la mirada severa de un padre que, además de alcalde, es el símbolo máximo de la moral y de la fe local. En casa, la obediencia es la regla. Pero Mariá siempre vio el mundo con ojos diferentes — una sensibilidad que desafía todo lo que le enseñaron como “correcto”.
La llegada de los hermanos Kael y Dylan sacude las estructuras del pueblo… y las de ella. Kael, apasionado por los autos y el trabajo manual, inaugura un taller que rápidamente se convierte en la comidilla entre los habitantes. Dylan, en cambio, con su aire de CEO y su control férreo, dirige los negocios de la familia con frialdad y encanto. Nadie imagina el secreto que ambos cargan: un linaje ancestral de hombres lobo que viven silenciosamente entre los humanos.
Pero cuando los dos lobos eligen a Mariá como compañera, ella se ve dividida entre la intensidad de Kael y el magnetismo de Dylan. Mariá se encuentra entre dos mundos — y entre dos amores que pueden salvarla… o destruirla para siempre.
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Capítulo 8
Kael
Tan pronto como mi hermano y yo terminamos de saludar a algunas de estas personas, mis ojos vagan por el salón buscándola.
En eso veo a Léo venir corriendo en nuestra dirección. Dylan es abordado por alguien en el instante en que el chico llega hasta nosotros.
—El alcalde... él quiere arruinarlo todo —dice Léo jadeando.
Frunzo el ceño y lo jalo del brazo alejándonos del centro del taller.
—¿De qué estás hablando Léo? —pregunto a una distancia ya segura.
Él se ajusta las gafas y apunta hacia la salida del taller diciendo:
—Yo tampoco lo sé. Fue Mariá...
Poniéndome serio lo miro y digo interrumpiéndolo:
—¿Qué pasa con Mariá chico? ¡Anda! ¡Habla de una vez!
Él traga saliva y dice:
—Ella... ella pasó cerca de mí y dijo que su padre quiere arruinarlo todo. Pidió avisarles a los dos. Supongo que sean tú y tu hermano. Ella parecía bastante afectada.
Al escuchar lo que él dice, mi pecho sube y baja frenéticamente. En este instante Dylan se acerca.
—¿Qué pasa? ¿Todo está bien? —pregunta mi hermano.
Yo lo miro y niego con la cabeza.
—No está nada bien Dylan. El alcalde quiere acabar con nosotros hermano. Quiere acabar con nuestro negocio, antes incluso de que empiece.
Mi hermano me mira sin entender nada. Pero entonces sin darle tiempo de decir algo solo salgo prácticamente corriendo del taller.
(...)
Tan pronto como mis pies tocan la parte de afuera del taller, la brisa fría de la noche me envuelve.
Y entonces la veo.
Mariá.
Corro en su dirección, pero ya es demasiado tarde. Ella entra en el coche sin tener tiempo de verme aquí. El coche sale a alta velocidad.
¿Y yo? Yo grito:
—¡MARIÁ!
Y allá se va ella, llevando también parte de mi corazón. Dylan y Léo llegan poco después, corriendo hacia mí.
—¿Pero qué porquería estás haciendo Kael? Tú...
Pero no le doy tiempo a mi hermano de terminar y lo empujo, siseando con furia:
—¡Todo esto es culpa tuya, Dylan! ¡Es tu culpa! ¡Yo fui a escucharte con esa charlatanería de controlarse! ¡Yo avisé! ¡Avisé que ese desgraciado de alcalde era peligroso!
Las personas que pasan por nosotros yéndose, nos miran sin entender nada, cuchichean unas con otras. Léo también está tan confuso, como ellas.
—¡Imbécil! ¡Estás llamando atención innecesaria! ¿Quieres echarlo todo a perder de una vez? —indaga mi hermano mirándome furioso.
Suelto el aire con fuerza, paso la mano por mi cabello y digo en tono más bajo solo para que él oiga:
—Jódete. Si tú no quieres luchar por ella y ni por nuestro taller, deja que yo haga eso solo hermano. Quédate ahí con tu buen sentido y control.
Así me giro sobre mis talones y sigo hacia mi coche. Entro y enciendo dándole arranque. El motor ruge, mientras hundo el pie en el acelerador. Paso cerca de mi hermano sin ni siquiera mirarlo.
Entro en la calle a alta velocidad. Los postes de iluminación pasan por mí como borrones. En mi mente solo una cosa reverbera: ese cretino de alcalde no sabe con quién se ha metido.
Espérame Mariá... estoy llegando.
