En un mundo donde los humanos temen a los lobos y los lobos temen a su propia naturaleza, Rachel Montemayor despierta en un calabozo, atrapada entre dos identidades. A lo largo de su vida, ha luchado por controlar su lobo interior, pero ahora, en la víspera de ser vendida como esclava en la ceremonia de ascenso de Desmond, su destino parece sellado. Mientras las ofertas se lanzan como dagas en el aire, Rachel debe decidir: ¿se someterá a la vida de un objeto, o encontrará la fuerza para reclamar su libertad y desatar el poder que siempre ha llevado dentro?
¿Es Ethan un Villano o un Héroe Trágico?
¿Puede la cercanía sanar las heridas del pasado?
¿Es posible cambiar el corazón de un hombre frío como Ethan?
En un juego de traiciones, poder y autodescubrimiento, Rachel se embarcará en una lucha que podría redefinir no solo su vida, sino el equilibrio entre humanos y lobos.
Podrá Rachel descubrir: ¿Qué hay detrás de la fachada del 'hombre de corazón frío'?
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La Tortura
|| Rachel Montemayor ||
La noche había sido una tortura silenciosa. Mientras los ecos del pasado resonaban en mis pensamientos, recordaba la figura de quien estaba a cargo. Él, Desmond, el alfa, un ser que encarnaba tanto el poder como la locura. En su mirada ardía una llama que podía consumirme, y aún así, en medio de ese voraz fuego, no me permití ser absorbida. Sabía que mi valentía lo desafiaba, y eso lo incomodaba más de lo que quería admitir.
Al despuntar el alba, el claro se inundó de sombras inquietantes. Los rostros de los integrantes de la manada emergían entre la penumbra, convirtiéndose en un recordatorio constante de la aterradora realidad en la que me hallaba atrapada. Estaba atada, en una posición de vulnerabilidad, pero a pesar de ello, no me sentía rendida. Con la mirada nerviosa, observé a mi alrededor, alimentando la esperanza de que alguien, en algún rincón del mundo, pudiera ofrecerme una vía de escape. Sin embargo, lo único que encontré fueron miradas expectantes; ojos que brillaban con un hambre voraz por observar un espectáculo que ni siquiera podía empezar a entender.
Cuando el alfa se dirigió a nosotros, su voz sonó con una intensidad abrumadora, como un trueno retumbando en un suelo que temblaba bajo su poder. La propuesta que me plantearon provocó en mí una ira tan profunda que sentí que mis manos estaban a punto de romper las cuerdas que me mantenían sujeta. ¡¿Arrodillarme?! Era una ofensa intolerable, una rendición que de ninguna manera estaba dispuesta a aceptar. No permitiría que mis rodillas tocaran el suelo; mi orgullo, fuerte y decidido, era mucho más robusto que cualquier castigo que pudieran infligirme.
—No lo haré, y esa es mi última palabra —declaré, pronunciando cada sílaba con la firmeza de un repique de campana, cuya resonancia se expandía en el aire cálido y envolvente del amanecer. La presión de las miradas que me escrutaban resultaba intimidante y desconcertante, una sensación que me helaba la sangre; sin embargo, lo que realmente me aterraba era la idea de traicionar lo más profundo de mi ser, de despojarme de mi esencia y de mis convicciones más arraigadas.
La furia del líder del grupo se desató con una fuerza incontrolable. En el instante en que lanzó su grito desgarrador, sentí una conexión profunda e irrevocable con el destino que compartía con aquellos lobos que se disponían a ejecutar su sentencia. Era consciente de lo que estaba por venir; había escuchado historias sobre esta faceta de la vida en manada, donde solo el respeto, poder y el temor eran valores que verdaderamente importaban. Sin embargo, había una chispa de resistencia en mi interior que se negaba a rendirse. A pesar de lo que hicieran o de las circunstancias que se presentaran, no podía darme el lujo de dejarme llevar por el dolor y perderme a mí misma en el proceso.
El primer impacto se hizo sentir en el aire, atravesándolo con un silbido que prometía peligro y desesperación. Un dolor intenso se apoderó de mi cuerpo, una punzada desgarradora que se originó en mi espalda. Sin poder contenerme, un grito se escapó involuntariamente de mis labios, un grito que resonó en la oscuridad como un eco de mi sufrimiento. Sin embargo, en medio de esa agonía abrumadora, algo comenzó a agitarse en mi interior. No era solo el lobo que habitaba en mi ser, sino también una parte de mi alma que permanecía inerte y que ahora despertaba con fuerza. Un instinto de supervivencia brotó en mí, resonando con cada golpe que recibía, como un tambor que marcaba el ritmo de mi lucha por seguir adelante y no rendirme.
Recibí el segundo golpe, luego el tercero, el cuarto… y así la secuencia se tornó en un verdadero caos. Todo se volvió confuso y borroso, casi como si los números y las heridas se mezclaran en mi mente. Sin embargo, a pesar de la brutalidad de la situación, las palabras del alfa resonaban con fuerza en mis oídos; sus órdenes eran implacables, y su deseo de verme completamente rota se convertía en un combustible para mi espíritu.
Cada impacto que sufría hacía que la llama de mi resistencia se avivara, ardiente y vibrante, en lo más profundo de mi ser. Con cada golpe que resonaba y cada gota de sangre que manaba de mi piel, una nueva convicción nacía en mí, como un fénix que resurgía de sus cenizas. La determinación se fundía en mi pecho y crecía con cada momento de sufrimiento.
No iba a caer. No iba a rendirme. Había una sola idea que cruzaba de forma insistente por mi mente: venganza. La necesidad de vengarme se convirtió en el único pensamiento que podía mantenerme en pie, el único propósito que aseguraba que aún existía una chispa de esperanza en medio de la oscuridad que me rodeaba.
Finalmente, cuando todo parecía desvanecerse en un mar de rojo, pude sentir el cambio. Una oleada de fuerza inundó mis venas, como si cada latido de mi corazón estuviera gritándole al universo que estaba viva, que seguía ahí, indomable y rebelde. El mundo a mi alrededor comenzó a desdibujarse, pero en medio de la neblina de dolor, una cosa era clara: yo no iba a ser solo una lección, y mi espíritu no podría ser doblegado.
Alcé la vista hacia el alfa, y su rostro mostraba una expresión de asombro que, de manera inesperada, me brindó una sensación de alivio que no podía explicar. En ese preciso momento, entendí que la verdadera batalla apenas había comenzado. No se trataba únicamente de resguardar mi cuerpo; lo que realmente debía proteger era mi esencia, ese fuego interno que siempre ardería con intensidad en mi ser. A pesar de que el amanecer traía consigo la promesa de severos castigos, me sentía preparada para enfrentar cualquier desafío que se presentara: no había marcha atrás, ya había cruzado esa línea.