Cicatriz De Lobo

Selene regresó al castillo al amanecer, tan cautelosa como decidida, mientras Ascensio permanecía en el bosque, atento a cualquier movimiento sospechoso de los seguidores de Darius. Sin embargo, tanto la princesa como el joven cazador sabían que su relación, ahora sellada en fuego y pasión, enfrentaría obstáculos más grandes que la amenaza de los hombres lobo.

En el castillo, los rumores sobre la salida nocturna de Selene comenzaban a circular entre los nobles. Las miradas inquisitivas y los comentarios al pasar no eran nuevos para ella, pero esta vez, los cuchicheos parecían llevar un filo más peligroso.

Fue durante una audiencia formal, mientras Selene escuchaba a los consejeros discutir sobre posibles alianzas con otros reinos, cuando él apareció.

—Presentamos a Lord Kaelen de Rhystra, emisario del norte —anunció el heraldo.

Selene levantó la mirada, y el salón pareció detenerse por un instante. Kaelen era alto, con un porte regio que exudaba confianza. Su cabello oscuro caía en ondas desordenadas sobre sus hombros, y sus ojos, de un verde intenso, parecían escrutar a todos los presentes con una mezcla de interés y desafío.

—Princesa Selene —dijo, inclinándose en una reverencia perfecta—, es un honor finalmente conocer a la joya de Altravia.

Selene forzó una sonrisa cortesana.

—Lord Kaelen, su presencia es bienvenida en nuestra corte.

Kaelen se levantó y sostuvo su mirada por un momento más del que dictaba la etiqueta. Había algo en él que desestabilizaba a Selene, una intensidad en su comportamiento que contrastaba con los otros pretendientes que se le habían presentado.

A lo largo de los días siguientes, Kaelen demostró ser más que un noble encantador. Su intelecto y elocuencia lo destacaron en las reuniones del consejo, donde su voz rápidamente ganó peso entre los demás señores. Pero no fue solo su habilidad política lo que llamó la atención de Selene. Había algo oscuro en él, una sombra que se escondía tras su sonrisa perfecta.

Una tarde, mientras Selene paseaba por los jardines para despejar su mente, Kaelen apareció entre los rosales.

—Princesa —dijo con una sonrisa, inclinando levemente la cabeza—, espero no estar interrumpiendo.

—Lord Kaelen, —respondió ella, manteniendo una distancia cautelosa—, estos jardines son libres para todos.

Él caminó hacia ella con una gracia que parecía ensayada, deteniéndose a una distancia respetuosa.

—He oído rumores sobre su valentía. Que no teme aventurarse fuera de estas paredes, incluso en la oscuridad de la noche.

Selene ocultó su sorpresa, pero el frío en su columna delataba que las palabras de Kaelen no eran un simple cumplido.

—La gente dice muchas cosas, Lord Kaelen. No todas son ciertas.

—Lo sé bien. Pero también sé que cada rumor tiene un grano de verdad. —Kaelen se inclinó ligeramente hacia ella, su voz un susurro—. Y yo soy muy bueno encontrando verdades ocultas.

Selene lo miró fijamente, sintiendo cómo su presencia la envolvía. Había algo en él que la inquietaba, pero también la intrigaba.

Esa noche, mientras la luna llena bañaba el bosque con su luz plateada, Ascensio aguardaba cerca de la cabaña. Había sentido una inquietud creciente desde la llegada de Kaelen, aunque no podía explicarla. Sabía, sin embargo, que Selene estaba cada vez más expuesta a los juegos de la corte, y la idea de que alguien más se acercara a ella lo llenaba de celos.

Los crujidos de las hojas alertaron a Ascensio, y en un instante sus sentidos estaban en alerta máxima. Al girar, vio a Lyria, la mujer de cabello blanco, parada a unos metros de distancia.

—No estoy aquí para pelear —dijo ella, levantando las manos en un gesto de paz.

Ascensio frunció el ceño, pero no atacó.

—¿Qué quieres?

Lyria dio un paso adelante, sus ojos brillando con una mezcla de empatía y advertencia.

—Darius planea algo grande. Algo que involucra a la princesa y… a ti.

—¿Por qué me dices esto? —preguntó él, desconfiado.

—Porque no todos seguimos a Darius por elección. Y porque creo que hay algo en ti que vale la pena salvar.

Ascensio no respondió, pero las palabras de Lyria se quedaron grabadas en su mente.

De regreso en el castillo, Kaelen aprovechaba cada oportunidad para acercarse a Selene. Durante una cena formal, le habló sobre su hogar en Rhystra, una tierra conocida por sus inviernos interminables y sus pueblos fortificados.

—En el norte, aprendemos a valorar lo esencial. La lealtad, la fortaleza… y el amor verdadero. —Su voz era suave, pero sus palabras llevaban un peso calculado.

Selene sonrió levemente, pero no pudo evitar notar la forma en que Kaelen la miraba, como si quisiera desentrañar todos sus secretos.

Cuando la cena terminó, Selene salió al balcón para tomar aire. Estaba acostumbrada a la atención de los nobles, pero Kaelen era diferente. Sus intenciones no eran claras, y eso la preocupaba.

—¿Buscas refugio de la multitud?

La voz de Kaelen la sobresaltó. Estaba de pie en el umbral, con una copa de vino en la mano.

—A veces, las multitudes pueden ser… agotadoras —admitió ella.

Kaelen se acercó, quedándose a su lado.

—Entonces permitamos que la noche sea nuestro refugio. —Sus palabras eran como un susurro en el viento, cargadas de un significado que Selene no podía ignorar.

Por un instante, Selene sintió que el aire se volvía más pesado, como si algo invisible los rodeara. Kaelen estaba demasiado cerca, y aunque su presencia era imponente, también despertaba en ella una inquietud que no podía explicar.

El silencio fue roto por un grito en el bosque, distante pero lo suficientemente fuerte como para hacer que Selene se girara hacia la oscuridad.

Kaelen sonrió levemente.

—Parece que incluso en los lugares más hermosos, las sombras siempre encuentran la forma de colarse.